sábado, 26 de abril de 2008

De cómo escribo o de cómo mis venéreas ideas se vuelven venérea materialidad

Debo empezar diciendo lo típico: que escribir es un acto íntimo, gratuito y suicida, tal como ciertos tabúes que prefiero no nombrar. Mas confieso que mis locos pensamientos me llevan solo a derrochar cruces sobre el papel, por ejemplo: reivindicándome metafísicamente (si ese es el término) luego de una interiorización demasiado estéril para mi gusto. 

No acostumbro a definirme, no acostumbro a comulgar con lo mundano, pero me dejaré hacer una excepción esta vez, solo para ensalzar y actualizar una vez más, el hecho de que lo escrito retumba como tic tac en la cabeza.

Debo decir tal vez que no soy una máquina ni de hacer libros ni de devorar libros. En todo lo que puedan encontrar resabios de alguna mácula literaria, es solo por un descuido de mantener mis ventanas neuronales por mucho tiempo abiertas o receptivas.

Pues bien, hace algún par de años, solía tener como arquetipo literario ciertas musicalidades que no tuvieran que ver estrictamente con la excrecencia del lápiz (por ejemplo: ciertos tarareos musicales pre matinales) y uno que otro hueveo verbal que pretenda ser al menos embrión de oda o no sé que otra cosa. 

El caso es que partí siendo sobre todo un editor o, mejor aún, un traductor (léase traidor) de mi propia veta imaginaria, ejemplo: solía traspasar página por página los artículos zoológicos del pintoresco Félix Rodríguez de la Fuente; acto seguido, ilustraba cada una de sus científicas observaciones, cercanamente al acto de mimesis aristotélica, con tal de darle un poco de cebo a mi pequeñísimo ego (pequeñísimo de edad) y convencerle de que dichos bosquejos extraordinarios eran autoría mía.

Mi próxima etapa (la más ambiciosa a mi haber) consistió en crear una épica historia fantástica con reminiscencias de videojuegos, que trataba de emular la típica historia del corre que te pilló del gato y el ratón, pero aumentada hiperbólica y mitológicamente.

Hoy por hoy, mi método de escritura (si es que puedo tener algún método las 24 horas de cada día) sigue siendo foto calco de lo que era hace ya unos tres años, cuando iba en Media y florecía, en todo el sentido de la palabra. Mis obras nacían de la hemorragia interna de decantar un título como una idea, o bien paradójica como referente, o bien que concatenaba a nivel macro un montón de “cruces sobre el papel”.

Mis obras eran la incipiente sopa microcósmica que bullía gracias a mis esquizotípicos demonios interiores. Mi gracia consistía (y consiste aún) en no dejar disolverse esos demonios interiores demasiado temprano, y hacerlos evaporar junto con tu susodicha habilidad artística. De esa forma, todo tipo de emociones y pasiones encontradas se podían resolver a sí mismas.

Luego de varios zigzagueos, mi pasta se vio contagiada continuamente de ciertos vaivenes convulsivos por la música rock, aunque siempre en pauta de aquella barata receta, pero ahora he mandado al fiasco aquello, y el liricismo no puede ser más excéntrico que pretenda salir o despegarse casi dérmicamente del papel o querer ser otro cuando se le lee o se le imagina. 

Ahora mis obras son futuros abortos. A mis obras les doy casi toda mi materia gris. A mis obras les doy casi todo mi ego (¡No! no caeré en esa volada romanticona). Digo que mis obras son pretensiones o coqueteos con una piñata lejana y visionaria, que no le es propia. Que mis obras hacen deporte con el mundo exterior, mi paupérrimo círculo social, y se columpian entre críticas de toda ensalada de índoles; la más radical de todas, la hermenéutica, y la mejor a mi modo de ver. 

Y digo que mis escritos son SUYOS. Ustedes escriben su imagen de lectura a modo de fetiche, y yo, al mismo tiempo, leo mi imagen de escritura justo cuando mis obras “debutan” (he de ahí una antología) pero ¿quién escribe y quién lee? y eso ¿A quién le importa? Si al momento de alabar ¿No alabamos solo el espectáculo? y dado ello ¿No somos solo payasos y espectadores del circo poético? Y les juro que no he pensado esto antes, y no volveré a caer.

Lejos de estos elucubrares, tengo que sacar a colación y concluir: mis escritos son una elegía potencial. A la hora de escribir se justifica todo, todo, excepto aquello escrito. El título sigue siendo un paradigma, de él nace o sobresale mi maratón metafórico a corto plazo, que insta a quedar en antologías y volverse fetiche, y digo en fin que no soy ni versolibrista, ni ultraísta, ni irrealista ni un autista, y me defino solo como un fastidioso diletante literario, pero no, no me tomo nada en serio a la hora de imaginarme como un pedagogo, o lo que es lo mismo, como un fantasma teatral, y el acto de escribir no pasa de ser así, más que un mero suspenso digital, tal como el sexo, la muerte, ¡EL MUNDO!