jueves, 21 de noviembre de 2013

El Neruda de las Residencias

Se han cumplido 40 años de la muerte de Neruda. Frente a la controversia sobre la oscuridad de su muerte, en relación a la tesis sobre su posible asesinato por la dictadura militar, la cual cobra mayor fuerza a medida que pervive ese período de tiempo, es necesario revisitar al nobel a través de su obra y, en paralelo, la dinámica política y existencial que lo circunda (puesto que no se pueden excluir obra de autor en el caso del vate). En este sentido, el foco de atención será dado a su etapa surrealista, en particular la de Residencia en la Tierra, la obra de madurez de esa etapa de su poética. Revisitarlo permite recordar al “formador de lenguajes imprescindibles” que fue —en palabras de José Carlos Rovira— cuando canta el gozo del amor y del erotismo más puro, pero también cuando es el vate dolorido por el lacerante paso del tiempo. 

Recordemos que en ese período de los años 30, cuando estaban en boga el surrealismo francés posterior al primer auge de las vanguardias, Neruda llegó a aceptar el nombramiento de representar a Chile como cónsul honorario a lugares diferentes, como Singapur, Buenos Aires, Barcelona, y Madrid. Fue durante estos años de soledad y experimentación con la vida bohemia y la pobreza cuando Neruda pudo escribir, desde otra mirada más existencial, un conjunto de poemas a los que reunió bajo el nombre de «Residencia en la tierra» durante el año 1933, seguido de Tercera Residencia y, por último, para completar la trilogía, una serie de poemas titulada España en el corazón.

Al contrario de lo que piensa el mercado oficial, y más en relación a una visión de poética del lenguaje, es preciso afirmar que es esta obra “Residencia en la tierra” aquella que marcará el punto de inflexión entre el Neruda temprano, de influencias modernistas, románticas, para dar paso a su poética de madurez con un lenguaje que, embebido de la herencia de las vanguardias, de su capacidad para ir más allá de los límites establecidos de la palabra y de la cosmovisión, logró consolidar un conjunto de textos que versan sobre temas universales desde una visión desgarrada de la existencia y desde un lenguaje que tensa los límites entre la significación y la realidad –ya sea política, social, humana- aludida. 

Sin pretender exhaustividad es preciso el análisis de dos poemas ejemplares. Walking Around y Significa sombras. El primero es uno de los poemas más célebres de la colección, ya que a pesar del lenguaje intrincado y hermético consigue vislumbrar aspectos retóricos y de evocación poética que identifican al ciudadano anónimo y al mismo tiempo universal. Una especie de revisita del hombre cotidiano en su abismo existencial: El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos./Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,/sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,/ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores. En estos versos se puede aventurar la poética que se despliega a lo largo de la obra, además del aliento subterráneo que pareciese conspirar en las entrañas del hombre consuetudinario, conjugando de forma magistral el misticismo de la angustia con el paso penetrante de los avatares urbanos, civiles. En los siguientes versos logra además ese compromiso con el sentir del proletario que envuelve a raíz de ese aliento mencionado anteriormente: Por eso el día lunes arde como el petróleo/cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,/y aúlla en su transcurso como una rueda herida,/y da pasos de sangre caliente hacia la noche. 

Neruda, por otro lado, quiere atestiguar en carne viva y en materia poética que la propia elaboración del libro es la historia misma de una crisis, no solo del lenguaje, sino de su situación política. Es el desgarramiento del hombre frente a su época, su ser, y además la de la voz, el autor, y su escritura. Es el rupturismo al que apelaban las vanguardias, pero desde un prisma encausado hacia una especie de metafísica del hombre exiliado, frente al creacionismo de Huidobro que invocaba no servir a la naturaleza, o el tremendismo de Rokha que desplegaba una visión apocalíptica e insurgente sobre su paso por el mundo. Es, en suma, esta apuesta por una poesía que bebe de la tradición pero que se vale de la transgresión de los parámetros –políticos, literarios, vitales de su época- para desarrollar una po-ética que aúne literatura y vida, es decir, su exilio viéndose también reflejado y recreado en su obra, siendo esta, a pesar de su autonomía, el escenario vivo y palpitante de esa creación.

El segundo poema representativo “Significa sombras” sigue con ese aliento crítico, pero esta vez potencia la dimensión filosófica de las palabras y del sentido del ser, para darles un alcance casi profético: Tal vez la debilidad natural de los seres recelosos y ansiosos/busca de súbito permanencia en el tiempo y límites en la tierra,/tal vez las fatigas y las edades acumuladas implacablemente/se extienden como la ola lunar de un océano recién creado/sobre litorales y tierras angustiosamente desiertas. 

De esta forma, a raíz de esos dos poemas emblemáticos, es posible una aproximación a dos polos del ser humano en situación de crisis política y existencial, que en el texto se traducen en la lectura metafísica de la cotidianeidad y el tono sublime de las palabras más rimbombantes. Es posible argüir entonces que en el libro se manifiesta la crisis en dos niveles: 

- En un nivel poético, que incluye al hombre (como género humano) sumido en una realidad exiliada y, además, a los distintos hombres que sienten el peso del mundo en cada espacio de su tiempo.

- En un nivel meta poético, en relación a las tradiciones literarias con las cuales dialoga y participa, recreándolas a raíz del primer nivel, las cuales remiten al romanticismo con la visión nostálgica, incomprendida del presente, idealista frente al tiempo; al surrealismo con la experimentación de un lenguaje que tensa los límites y que deja entrever algunos de los conflictos más profundos de la psiquis humana; y, además, al canon literario decimonónico, con el cual quiebra decisivamente al privilegiar los contenidos subjetivos en contra de la visión realista, naturalista, apegada a los hechos.

Con todo, Residencia en la tierra es el libro que habla del Neruda más sensible a nivel existencial y a un tiempo el más audaz a nivel de propuesta poética, ya que en el nivel de la meta literatura no se limita a seguir y asimilar las tradiciones sino que las confronta y las reconstruye para recrearlas en su visión particular del exilio y del dolor humanos. Frente al romanticismo, no es solo un mero ejercicio de sentimientos de incomprensión frente al mundo, ni de tópicos como el ubi sunt o el amor imposible. Frente al surrealismo y la creciente anti poesía, no es un ejercicio de escritura automática, irracional, ni mucho menos un calco verbal del lenguaje mundano, sino que es un ejercicio de escritura que pudiera estar más cercano al creacionismo en la estética pero que aún así se diferencia porque aborda un trasfondo de carácter más intimista y, al mismo tiempo, de alcance universal. 

El Neruda de las residencias es el genio de la metafísica poética. Intenta reproducir el mecanismo de una obsesión vital, el discurso de su propio yo lírico avasallado por el dilema del hombre exiliado, gran metáfora del siglo XX en general: 

Sea, pues, lo que soy, en alguna parte y en todo tiempo,
establecido y asegurado y ardiente testigo,
cuidadosamente destruyéndose y preservándose incesantemente,
evidentemente empeñado en su deber original. 

Es ese su compromiso ontológico y poético con el hombre que sabe de la existencia de la muerte y por eso proyecta en su luz y su sombra una energía que comunica una apertura trágica hacia el devenir. Ese es el legado medular, en su etapa de madurez y de mayor profundidad, para lo que después consolida como un proyecto más ambicioso de militancia política y proyecciones americanistas. Es este el rupturismo que le permitió enarbolarse como el poeta de lo humano y de lo transmundano, de la realidad de la miseria pero, a su vez, de la maravilla del sentido, de los que no temen pasear con la muerte de la mano y dar una vuelta alrededor de los siglos y de Chile.

martes, 19 de noviembre de 2013

¿Dónde está mi mente?



Definitivamente, no hay auto ayuda posible tras el narciso del conocimiento. Se ha puesto a la vida en segundo lugar frente al podio de la academia, de la industria, del consumo. Sin embargo, es el optimismo de moda aquel que vende y se aloja en los corazones del hombre moderno como si fuese bandera sobre los satélites atomizados de la conciencia, y en cada conquista se suman escalas a ese paraíso, para luego botarlas una a una, mantener los deseos flotando y restándoles la gravedad de la contingencia, la amargura de la verdad. 

La frase de Coelho: “Cuando deseas algo, el universo entero conspira para que lo realices". Sería bueno saber cuán cierta es en la siberia de la existencia, en el Tercer Mundo siempre fugitivo. Entonces, sobre la basura que no debiera vender libro alguno (y sí lo hace por millones), volverse la mierda danzante, el extravío que procede del caos y vuelve a él, porque entiende que, en su interior, el mundo es la fantástica cuerda floja sobre la cual tropieza, retrocede y baila como nunca.

martes, 12 de noviembre de 2013

A toda velocidad

En la micro que venía de viña, uno de los tipos que iba de sapo comenzó a hablar algo sobre un ojo biónico, a propósito de que uno de los pasajeros de atrás le gritó que si acaso no lo veía. Miré afuera de la ventana y la idea de ese ojo tuvo otro alcance: desautomatizar la visión en un leve choque de cuerpos en la calle, en las palabras que se posan como mariposas, sin ahuyentarlas, e inclusive en el bocinazo de la micro que te despabila, tanto en aquella suavidad imperceptible como en el ruido urgente del taco pueden salir despedidas las ideas en un juego de gravedad. Por ejemplo: la mujer que se sube y la mirada lasciva del copiloto, ambos se vuelven cómplices de la congestión, aunque la mujer tiene el derecho que le otorga el pasaje y la necesidad de la visión solo en lo que respecta al ego, y el copiloto solamente tiene una mirada perdida, como muchas otras en la micro llena. Por otro lado, un sujeto grita que esta huea parece Transantiago. La gente comienza a darle la razón.  Al chofer al fondo solo se le oye decir hagan espacio. Parece una voz en off, alguna especie de escritor pero que sí dirige algo, escritor con al menos un tipo de volante, (el lápiz no conduce a ninguna parte). Entonces resulta injusto juzgar a ese sujeto apenas visible detrás del mar humano a bordo. Ya no se trata del mito, no caben lecturas bíblicas en esa arca, somos animales pero ningún diluvio ya nos asola sino que solamente la angustia del retorno al hogar o a la máquina (que para el caso es igual de angustioso). Uno podría argüir que el chofer fuera Sísifo y nosotros su piedra. Si fuera ese el caso más valdría que la micro cayese de una vez antes que quedar en pana justo en Avenida España, en el intersticio entre la ciudad de las flores y la ciudad de los perros.

Espero pacientemente haciendo mía la ficción, lubricando la visión, plácido en ese calor en movimiento, sin contar con que la ley de inercia pueda en cualquier momento empujarme hacia la mujer del principio (como diciendo, piensas mucho pero mientras seas pasajero no me tendrás) o bien empujarme derechamente hacia la puerta, sin desear la salida pero sin desear tampoco que se cierre. Extrañamente se bajan casi todos en la plaza, y el chofer voltea el cartel de destino como si se tratase del eterno retorno. En ese vaivén se hace visible paradójicamente, y yo el último en bajar mientras veo también cómo el copiloto lo abandona, y la mina aquella, acarreando la bella indiferencia del universo, baja sin otro propósito que distanciarse (mientras más se alejaba, adquiría proporciones épicas). Todos sin duda abandonan el arca rodante. El chofer gana espacio,  pero pierde el peso que lo llevó a conducirse, pareciendo que mientras más gente subía él en un acto supremo de absurdo aceleraba más rápido, para huir del taco aquel como de una especie de pecado sin dios.

Entonces las visiones en aquel viaje de velocidad y comedia humana vuelven al reflejo de quien se desplazó sin mover un dedo, el tipo que recreó en su retina el taco, el joteo y el hacinamiento, atajos al movimiento de la micro como la roca del devenir. Siempre, entonces, con qué estilo la basura de la vereda acaba siendo aplastada por los pies de aquella mina, de qué forma el sapo divisa el centro de la ciudad como si fuese el áfrica (donde los poetas trafican) , y con qué maravilla la escritura se deja precipitar sola, lejos del chofer que la empujó, del ojo miope que la leyó, un solo gran camote que rueda desde lejos, arrastrando consigo tanto a las flores como al polvo en un solo movimiento para todos y para nadie.