lunes, 26 de enero de 2015

"Yo leo"


Un extracto leído de paso en la Feria del Libro de Viña: "El universo solo existe sobre el papel". Justo antes había despegado de la chaqueta un sticker con el lema "Yo Leo" que un guardia pone a la gente de manera automática al ingresar, como si fuese garantía de que efectivamente leen, como si fuese la llave hacia algún espacio-tiempo privado de lectura, como si con eso se hiciera la diferencia entre lectores y visitantes. El guardia como el bombero de Farenheit 451 pero a la inversa: reclutando gente para implantarles la creencia o la idea de que leen, no importando qué cosa, cómo y por qué. En eso salgo sin que el guardia se entere y arrojo el sticker doblado a la basura. Los que no leen (sin etiqueta) quedarían fuera. Pero los que se quedan adentro creen que leen. Afuera no hay garantías. La lectura excede el papel. La lectura excede el universo.

jueves, 22 de enero de 2015


Se dice de Perec que en su novela 53 días quiso emular a Stendhal quien escribió La cartuja de Parma en 53 días. Lo más trágico (y literario) del asunto es que murió mientras acometía el singular homenaje. Llega un punto en que la propia obra actúa como una especie de demonio satírico, haciendo que los propios proyectos del autor se vuelvan tentativas de desatino. El autor se olvida a si mismo, la obra arroja de vez en cuando sus propias lecturas paradójicas. Quiere desafiar el tiempo, comprende que escribiendo precipita alguna especie de conteo regresivo, algún final inesperado, en el que solo importan los segundos, el sudor y la adrenalina antes de la explosión definitiva en la ficción. Escribir bajo presión otra forma de sofisticar el pulso: la conciencia sobre un final que te va persiguiendo todo el tiempo, le da un toque febril, un rigor apocalíptico.... En cambio la intuición sobre un tiempo disperso, paradójicamente con todo el tiempo libre del mundo se tiende a procrastinar lo inevitable. A veces es necesario darle a la muerte un empujón para que la vida avance hacia alguna parte (aunque no se sepa hacia dónde).
Aquellos locos que juegan a trashumantes de la poesía, en las plazas donde venden ropa, frituras y hierba, en las micros donde se movilizan viejos y jóvenes, en un tiempo perdido que siempre se sabe otro, soy como ellos cada vez que vuelvo a pie luego de un cansancio intrabajable, por la misma calle, en la misma esquina del terminal y con la misma vista hacia el Congreso. Solo por transitar las orillas de esa mole me siento un afuerino. En sus alrededores se ve a los comerciantes como si fuesen la feria del mundo, con todas sus criaturas y exotismo. Los pitos llueven, las frituras y cachureos conspiran. Arrojo la palabra de amanecida contra el muro de los lamentos:aquellos arriba y nosotros abajo, saltimbanquis de la desgracia, más que zoon políticos, bestias de etiqueta. En el fondo la nada fue nuestro negocio. Solo que el trabajo sucio lo hacemos nosotros, y ellos se lavan las manos, ahora, siempre, sin asco. Defiendo mi derecho al fin y que entretanto los juglares vaguen por el tiempo como a través de esa plaza en feria y esa micro a toda combustión. Desde luego, yo viajo sin nada y a todo tráfico. Y, de repente, cuando todos adentro parecían decirte "demasiado tarde", intuyendo que dentro no has cedido tu lugar porque en realidad no puedes y no porque con ello pretendas hacer la diferencia, así, en esos instantes, se revelaba un sonido rock retro... la ráfaga sónica que nos hacía volver a la época en que pagábamos escolar y nos creíamos vanguardistas, entonces ese pasado se vuelve puro volumen, y con la sensación de que nuestro sucio trabajo actual solo fue el precio de toda la nada que nos vendieron.

lunes, 19 de enero de 2015

La mirada y el honor

En la película de La insoportable levedad del ser recuerdo la escena en que a Tomás se le acusa de escribir un artículo contra los políticos en el contexto checo de finales de los sesenta concluyendo que como Edipo deberían sacarse los ojos ante la realidad que ellos mismos provocaron... El dilema que se plantea tiene que ver con la responsabilidad y la inocencia... Los políticos que asumen el poder de manera burocrática, ¿son completamente responsables por actos de corrupción que no necesariamente corresponden a su radio de influencias? ¿La falta de conocimiento implica una conciencia limpia? ¿Es la inocencia un dispositivo de inercia política?  En la novela se pone de manifiesto que si por ejemplo un líder político coacciona a un grupo de inocentes por influencia o mandato de alguna policía secreta o alguna inteligencia conspirativa, eso no lo invalida de la responsabilidad, su desconocimiento de la verdad, su "inocencia" no lo desata de las cadenas de esa causalidad, puesto que según Tomás ocurre lo mismo que en la tragedia de Edipo: Él no sabía que asesinó a su padre ni que se casó con su madre, y sin embargo, una vez revelado el secreto de su verdad por el oráculo, no se sintió inocente. No se trata del concepto de culpa, derivado del espìritu judeocristiano, esa penitencia individualista con la conciencia, es el cumplimiento del destino del noble, el develamiento de la verdad conlleva para Edipo el meollo de la tragedia, el comienzo de su catástrofe. Allí el reconocimiento de la ignorancia, es decir, la indeterminación, el vacío que el hombre posee en si mismo, constituye al mismo tiempo la manifestación de la tragedia y la gestación de la filosofía. En una cátedra sobre Sófocles recuerdo que escribí algo respecto al honor y el heroísmo: El areté (honor) era el articulador del mundo y de la vida pública. El hombre de poder que se supone "representa" a toda la polis, se inmolaba en la medida que perdía ese concepto, sucumbía ante el mandato divino por sus acciones en el mundo humano, y ese era al mismo tiempo su sello inmortal y su disolución. Edipo, pese a todo, fue inocente de aquello a lo cual estaba predestinado. Nada pudo ni podía hacer para revertir su destino, a pesar de que atentara contra su antiguo honor como rey moralmente virtuoso e intachable. Quizá la verdad revelada sobre el parricidio y el incesto solo haya sido un crimen en su condición pública. Sin embargo, al constituir un designio divino, Edipo en cuanto mortal no tenía otra opción que obrar de acuerdo a una voluntad que le permita estar moral y vitalmente a la altura de la tragedia.

Entonces, y tomando la premisa del sacrificio ante lo inexorable, ¿Deberìan los hombres de poder al ser revelada la ignominia que cometieron cegarse a si mismos para salvaguardar algùn remoto concepto de honor? De ser así prácticamente toda nuestra camadilla política andaría ciega y exiliada... No existe sacrificio porque el honor resulta retrógrado, porque los intereses mundanales están allí, la imagen de una polìtica hedonista sin dioses ni destino. Y sin embargo, es en cierto modo único el nihilismo de las autoridades que solo ven en las masas el reflejo de su voracidad. O la visión de esos ojos permanece abierta, regocijada en su paraíso artificial, en sus ideales de tres dimensiones, saturada ante el espectáculo demagógico, O prefieren la ceguera antes que la mirada cómplice de la crudeza. Como en la película de Carpenter, solo se ve allí lo que se cree ver. Nos enseña que la dirección del mundo depende muchas veces de un choque de miradas, ciegas o no. La mirada puede delatar o salvar. Solo ve a la pantalla: Eres tu propio cómplice.

jueves, 15 de enero de 2015

Llega cierto momento difuso, algo sombrío durante la juventud, en que las ideas de familia, de religión y de trascendencia dejan de ser inamovibles... se comprende que todo lo que debíamos aprender durante la escuela fue la mayor de las veces un "error involuntario", un simple movimiento de la osmosis, un incipiente acto poético de diferencia y de inclusión, demasiado temprano, movido por las hormonas del momento y por los ideales de temporada.... pero ¿donde diablos queda el concepto de comunidad allí? Todo eso lo comprendimos en la universidad más como un constructo político, como un interés para pertenecer a cierto grupo de personas afines ideológicamente, pero en la escuela era simplemente el roce de carácter entre amigos, extraños y autoridades. Nuestra susceptibilidad se proyecta, seguimos sensibles ante el cambio de expectativas, respecto de aquellos que creímos nuestros cuando en el fondo simplemente pertenecían a aquello que en mente nombramos como sociedad y que no alcanzamos a dimensionar lo suficiente en el corazón. Solo a unos pocos consideramos como nuestros amigos, como a alguna especie de pléyade... por lo mismo, el concepto posmoderno de las redes sociales, de cantidad sobre calidad, a la larga no tiene sentido si no se cultiva ese espíritu de comunión secreta (por eso nos reunimos en torno a aquellos que conspiran en el ámbito musical, literario, bohemio o simplemente vital, algo así como beatniks seculares: armamos nuestras propias sectas abiertas de locura y de sensibilidad)
Descreer de los rituales pasados no te hace más grande, y no significa que hayan dejado de existir, solo están ahí, conspirando en el momento en que tu realidad vuelva a perder su centro para sentir de nuevo ese desarraigo y esa necesidad precipitada de reconciliación. Como decía César Vallejo: "¡Alejarse! ¡Quedarse! ¡Volver! ¡Partir! Toda la mecánica social cabe en estas palabras"

viernes, 9 de enero de 2015

El viejo y la rubia en la Iglesia de Verano

En la Iglesia de los Padres Franceses, durante la tarde, una rubia entraba al costado de la gruta de la Virgen, justo al lado de un señor de edad, que parecía observar la figura de la inmaculada con cierto aire de nostalgia y con una solemnidad aprendida tras años de sacrificio, una suerte de respeto secular que los hombres mayores todavía presentan hacia los viejos cultos, aunque a su alrededor se cayesen los vestigios del último templo y el sol provoque un caldo de cultivo para el deseo, justo frente a la vieja casa del señor del puerto. Se trataba de un estival acto profano (etimológicamente, fuera del templo) que afirmaba la mirada frente a la plaza al aire libre, como si se tratase de algún paraíso a la chilena, con el calor suficiente para hacer que las jóvenes busquen sombra al alero de la iglesia. Esa chica en particular fue una revelación, ya que acudió en pleno verano a la gruta de la virgen con el fin de rezar, justo al lado del señor aquel que se mantenía estoico en su posición devota. Alguien debería tener registro patrimonial de esos inesperados momentos, ya que la imagen postal estipula que cualquier atisbo de religiosidad católica siempre tiene que venir acompañado de cierto aire fúnebre para nada juvenil y, por lo tanto, casi siempre inclinado hacia la gente en el ocaso de su vida. La existencia de la joven rubia en ese lugar demostró que es también plausible el acto religioso, no tan solo como algo solemne que sublima los impulsos de la naturaleza, sino que como algo subjetivo que le concierne a la circunstancia de cada quien. El viejo pudo, de hecho, ir a la playa y, en un acto de devoción, contemplar la belleza del paisaje y de los cuerpos; y la muchacha del verano pudo encontrar en la tranquilidad de la iglesia un regocijo ante su quizá lastimado orgullo por no se sabe qué motivo. 

Tras ese casual encuentro entre la rubia joven y el viejo, ambos inclinados ante la virgen, ¿Será todavía posible que el culto religioso siga teniendo esa clase de adeptos, aunque fuese un puro acto de tradición o una salida traviesa para escapar del sol abrasador de verano? Porque aún hay más. La chica, contra toda expectativa, sacó de su cartera un celular y fotografió a la virgen, y el viejo, casi en un acto sincronizado, ingresó inmediatamente al templo, a la vez que la chica de la foto salió a la calle en dirección a la plaza. Quizá qué pensaban en ese momento. Puede que la mujer haya entrado de verdad a rezar por alguna manda y haya querido llevarse una imagen de la virgen, para tenerla como referente de fe y de belleza, o puede que el viejo haya entrado de paso en búsqueda de alguien cercano como quien entra a un campo de batalla ¿Creyeron realmente en lo que hicieron, con respecto a la iglesia o incluso a Dios? En el fondo, no importa. El dogma y la fe no explican el acto caótico y hermoso de la fotografía. No explican que la joven y el viejo se hayan topado en ese lugar tan poco probable, bajo parámetros tan distantes. Cada quien armó su fe a la medida de sí mismos, pero la gruta de la Virgen, punto de tensión de la tarde, fue la zona absoluta. La chica guardó la imagen para su colección, al parecer, la pureza anhelada o perdida; el viejo, en cambio, se limitó a contemplarla, demasiado bella para ser admirada o tal vez una forma de invocar a la madre o a la mujer en su totalidad. Sin embargo, los caminos de la escritura son misteriosos: se acaba en una esquina, derechamente muerto, en la búsqueda de la pureza, como un pontificador de lo profano, porque es posible que la chica, en realidad, no se haya visto en la Virgen, sino que a sí misma en ella; porque el viejo nostálgico se buscaba a sí mismo en la mirada de la gruta; y porque todos pasaron por allí, con la cámara, con la memoria, y con un texto en mano bajo un calor ridículo, como si en ese puro paseo, el Sol de Valparaíso fuera a coronar nuestra herejía.

jueves, 8 de enero de 2015



La escritura así como el arte, no necesariamente el más laureado y el con mayores favoritismos ni tampoco el más miserable ni desesperado, digo, aquello sin concesiones ni conciliaciones, siempre estará ahí para aguar las fiestas y los conceptos. No se trata del escándalo porque sí, no se trata de una rabieta rebelde de niño mimado ni de una iluminación tardía de yupi sudamericano; es la pretensión de abarcarlo, deletrearlo, absorberlo todo y deshacerse en el intento, una especie de zen asesino. ¿Qué pasaría si el público fuese en realidad una excusa, y todo no sea sino un montaje de la más ruin categoría, aunque estéticamente agradable, insoportablemente deferente, auto complaciente? A raíz de lo que dijo un compadre sobre el público, no hay inocencia en esa caravana, y ello no la hace especialmente mala, es simplemente cómo funciona: unos logran conseguir su repartija, otros simplemente desertan, esperan las migajas, los resultados de algún fondo, la leche barata de alguna vaca gubernamental o se quedan atrás. No puedes leer las intenciones. Hay quienes venden páginas y páginas de bilis y son besados de regreso; hay otros que ingenuamente buscan la pureza y son bañados de mierda. La gracia es hacerlo aunque no haya nadie, aunque haya que quedarse al final del show y recoger los platos rotos, y a riesgo de cortarse, arrojar esa sangre contra la nada como metáfora de tu vida.

domingo, 4 de enero de 2015

El hombre trascendente o el humorista negro del universo

Viendo ayer junto a mi padre el documental sobre Ray Kurzweil, llamado el "hombre trascendente", pienso en el carácter mesiánico que muchas veces adoptan los científicos, una especie de soberbia en la pretendida búsqueda de objetividad. A pesar de su brillantez, se nos hizo más un evangélico de la tecnología que un intelectual del siglo XXI. Pareciese que su discurso y su obra estuviesen destinados a sublimar su ingente miedo a la muerte. En ese caso, sería indirectamente un amague cibernético al ser para la muerte heideggeriano, como si producto de eso escondiera los traumas que suscitó la muerte de su padre a quien consideraba casi un ídolo renacentista. Había en esa búsqueda de trascendencia un motivo terriblemente contingente, sus diatribas hablaban sobre el futuro en un tono tragicómico. El deseo de inmortalidad es tan viejo como el lenguaje mismo, pero desde la visión de Kurzweil se trata de quebrar ese límite con ayuda de las nuevas tecnologías. El asunto es que la inteligencia artificial no deja de ser una encrucijada, cuando se vuelva una panacea redentora y no un enclave creativo critico contra los límites materiales de la mente. La salvación adquiere ribetes posmodernos.

Puede que el dilema de incorporar la nanotecnología al devenir social sea el ya postulado por Huxley: se difumina el límite entre lo natural y lo artificial al punto en que lo humano se vuelve un paradigma arcaico. Asimov hablaba siempre de lo humano como piedra angular de la ciencia, los nuevos engendros tecnológicos, siempre funcionales, "inteligentes" pero al servicio de lo humano en su conjunto. Parece que Kurzweil en su locura científica busca difuminar el límite entre la vida y la conciencia. Con esto continúa el legado de la escisión racionalista. Actúa como un Descartes luego de haber leído el Kybalion y haber accedido al código genético. ¿Estará para el pastor de la ciencia Ray Kurzweil permitido pensar una humanidad completa en términos de una lógica, aunque imaginativa, demasiado especulativa? Un mundo hipotético dominado por nanobots que dentro del torrente sanguíneo rediseñen la biología, una carrera desesperada por la creación para rebelarse contra el creador, seríamos así unos modernos prometeos sin mediar la posibilidad del sacrificio. ¿Dónde piensa meter el señor Kurzweil la subjetividad en ese escenario? Resulta que para él supuestamente será necesario recurrir a la eugenesia para propiciar al genio de la especie o, mejor digamos, de la singularidad. La ética se vuelve un ente retrógrado al servicio de la nueva ciencia sin límites, mientras no intervengas en el plan maniqueo de la elite. 

Digamos por una parte que es posible superar a la materia por medio de una conciencia expandida, cuestión ya explorada por los psicodélicos en Timothy Leary desde una fórmula a mi modo de ver menos megalómana y más subjetiva; entonces ¿Para quienes estaría reservada esa trascendencia? ¿Acaso a toda la humanidad o a una casta que asuma servilmente sus teorías como ley, como si fuese el evangelio de la ciencia ficción? En el documental uno de los críticos de Ray sostenía que era más un poeta que un biólogo. Su mentada trascendencia –concepto místico-científico ya interpretado en la película de Psifter- parece más una sublimación de su inseguridad frente a la condición mortal del hombre y de toda cosa vivir. El propio Kurzweil en el filme sostenía que no hay nada digno en la muerte y que si la ciencia puede hacer algo para superar esa odiosa limitación él se declaraba optimista. ¿Qué dirá entonces el occidental Kurzweil respecto a culturas enteras que han forjado su historia en base a su relación con la muerte? Hablo quizá de los conceptos de honor griegos y del Jisatsu japonés, donde no importa la muerte sino el cómo la enfrentas, en la medida que le robas a la muerte unos secretos y lográs sujetarte al abismo se mediría el valor, pero aquí a nuestro maestro no le importa el valor de nada porque solo ve en la singularidad una salida cósmica a sus conflictos interiores. El crítico sostenía que no puedes luchar contra millones de años de evolución sin volverte el Quijote del nuevo siglo frente al molino de la virtualidad; y para coronar el despropósito, el proyecto de trascendencia de Kurzweil continúa siendo parte del aparato tecnocrático, tan ajeno al pensar como actividad gratuita, mundanal, pero por lo mismo libre de decidir, libre de redimir a los nuestros de los redentores. En el fondo, como decía mi padre, el señor Kurzweil es un Woody Allen de la tecnología, un humorista negro de la tecnología. Mi padre, por supuesto, con una sonrisa advierte que para su muerte no quiere extravagancias, solo que sus cenizas sean arrojadas al mar, quizá eso sea trascender o hacer una parodia del universo.