jueves, 26 de febrero de 2015

Ya que la vida entera es ilegible, ágrafa, carente de trama, ya que no hay un guion último que represente a nadie, excepto cuando algún relato con pretensión mesiánica se incuba en un alma interesada, no se puede dejar de buscar algún nicho de sentido donde existan palabras que al menos esbocen el comienzo de nuestra ignorancia. Querer trascender ahí es sacrificar el relato de lo que deseamos. Sin embargo el egoísmo de nuestra historia es necesario. El yo se disuelve en su ansia de permanencia. Pero ayuda a perseguir las sombras del mundo. No es precisamente un guardián, es una especie de señal que naufraga. Por eso es saludable buscar el texto, la obra, fuera de ella. La escritura es salvaje. No se trata de ganar o perder, se trata de seguir vivo. A fin de entrar, como diría un autor, en uno mismo "armado hasta los dientes".

martes, 24 de febrero de 2015

El sueño de Rodin y De Rokha en el Festival

Soñé que entraba a la obertura del festival, acompañado por no recuerdo qué clienta vip o en no sé qué azarosa circunstancia, y que después del show poético (con la pretensión de inculcar en el monstruo alguna dosis de cultura, pero que solo consiguió volverlo todo un hueco espectáculo), aparecía Pablo De Rokha en el escenario agarrándolo todo a escopetazos, ante el estupor de un público que no entendía nada pero que se embriagaba de emoción. Luego ocurría un temblor y misteriosamente cae al escenario una réplica del pensador de Rodin. Los que se quedaban a ver el número musical evacúan. De Rokha agarra la cabeza del pensador de Rodin y la patea. El resto sube a la platea en un acceso de fanatismo a recoger los pedazos de la escultura como si con eso fuesen a inmortalizar el evento. Despierto aplaudiendo creyendo que ahí terminaba la noche.

El nublado de Valparaíso, evocando la oscuridad y el romanticismo que ha perdido, la del estilo británico de los bancos, la de la vida portuaria, la de las logias e incluso la del mito decimonónico. El otro Valparaíso flaite y neo hippie, sería una aberración concertacionista, el pastiche de una identidad festiva, latina, que no junta ni pega. Sería el Valparaíso a la usanza, el de la transición que no llegó. Valparaíso no es Río. No es barroco. No es carnavalesco. Mucho antes fue una ciudad de inmigrantes, llena de misterios. El Valparaíso de la Cueva del Chivato, el Valparaíso del cuento de Lovecraft... Según un amigo, ese es el estilo, ese es el "gris" que podría recuperar.

jueves, 19 de febrero de 2015

El discurso del tú puedes, la nueva obsesión por el éxito a mansalva, el fetiche de la psicología motivacional y del especulador económico. Hay un vicio de la lógica en reconocer que "todo es posible" en la medida que se quiera hacer, sería admitir en un acto de fe la existencia de fuerzas desconocidas que nos impulsan a concretar acciones por el puro pundonor de llevarlas a cabo, no importando el rumbo infernal de las intenciones ni mucho menos los múltiples factores que las rodean. Creer que todo es posible sin reconocer la existencia de la probabilidad es arrojar palos de ciego. Ya no es el optimismo que te impone su posibilidad de hacer todo sin conocer lo que realmente vas a hacer (desde el condicionamiento o el mero cálculo egoísta). Es el cúlmine de un oficio que se sabe oscuro. El poeta no puede permitirse ingenuamente creer que todo es posible, sin reconocer los límites. Colisionando con los muros de su realidad, encuentra un desvío, lo mismo que el caminante. Se abre una ruta clandestina, pero no hay garantía de nada. Como diría Robert Frost, es solo la elección que ha hecho la diferencia. Me sé único pero a la vez abierto a la expectativa en la medida que reconozco las limitaciones. Digerir la limitación ofrece una fuerza no concebida hasta antes de la pura y ciega posibilidad. Solo puedes transgredir la regla haciéndola tuya.

lunes, 16 de febrero de 2015

Ruby




Qué pasaría si te encontraras escribiendo la novela sobre la chica de tus sueños, la manera difusa en que sublimas la frustración de no sentar cabeza, la angustia de una libertad solitaria que solo se sabe realizada en la ficción virgen de la hoja, machacando en cada tecla como si fuesen los labios de la chica y como si en cada idea o pasaje de la obra inconclusa ella adquiriese un brillo o tonalidad única, una muñeca totalmente en sintonía con el capricho de la letra, en la tinta su vida resplandeciente como sangre el color de su cabello… el milagro de reencarnar lo real en lo escrito, como pensase Salinger, la belleza de una creación que solo se sabe ahí nacida de una nada completamente nueva página tras página, y latiendo en cada comienzo que nunca termina de empezar, en cada vistazo al manuscrito que no deja simplemente leerse y ya, como si en la página el amor por la chica literaria hubiese por fin trascendido el límite (s)textual, no precisamente el fantasma de una chica real que no pudo ser tuya como hubieses querido, sino que la realidad deseante que cobra vida solo por ti y a pesar de ti, cada vez que cesas su escritura obsesiva. Sin ella vive pero en ella se acostumbra a tus designios. 

Qué pasaría si una chica como la Ruby de la película fuese realmente real y no solo un homenaje a la meta ficción de las almas despechadas y los corazones despedazados, de toda creatividad rota con el divorcio abrupto entre expectativa y realidad. En la forma que el escritor condiciona el pulso para hacer de su chica un vástago de sus deseos, paradójicamente Ruby no se siente leída ni amada, es la creación que desconoce que lo es pero que es bella simplemente en ese milagro inconciente de su origen ¿La chica perfecta? No es la mujer platónica por su distancia metafísica, por su reverencia sagrada pero ascética, ni por su cortesía caballeresca pero despojada de osadía. En ella la perfección depende, aunque brille por sí sola, de su amante y autor demiúrgico, de su arbitrio enamorado y virtual sentimiento de romanticismo. Pienso en Niebla de Unamuno cuando Augusto se ve enfrentado a su escritor el propio Unamuno ficcional, Ruby no es la musa de la meta ficción, la ficción en la película como trinchera, zona cero o purgatorio del propio infortunio sentimental de su autor, sino que la protagonista del sueño que otro desea soñar, es la chica que reclama su propia vida como cualquier otro mortal, arrebatar la escritura de la obra maestra que es ella misma, alegre, triste, absoluta en esa figura pálida y delgada de fuego. 


Algo, un espíritu similar leo en la relación entre Ruby y su novio-creador… En su lugar hubiese preferido dilatar la simulación en que funcionaba su milagro literario y amoroso merced a su máquina de escribir maldita o bendita (en nombre de todos los hombres no arruines la oportunidad de hacer que la chica haga lo que quieras) la ficción estaba de su parte como mercenaria haciendo de la chica Ruby lo que sea que el autor quisiese en la medida de su amor hacia ella o hacia su creación en carne o en tinta ¿Hasta qué punto él puede amarla sin que su prestidigitación literaria sea un agente conspirador, un tercero intruso que inevitablemente interfiere entre ellos haciendo de su amada su cautiva y su cómplice? ¿En qué medida ese amor es real dentro de los límites de la redacción y de la inspiración de su autor agobiado por el exceso de influencia sobre su obra y sobre su amor? Hay algo en ese extraño poder sobre ella que le imposibilita apreciar en ella, su creación y su amada, el rostro auténtico del amor que admite a la ficción como su compañera pero no puede leer sus sentimientos sin antes someterlos a la escritura. La revelación en la película es fría pero necesaria: el autor no aguanta el dilema ético, la dictadura poética a la que Ruby somete por simple capricho y no por una necesidad de reconocer el verdadero amor que ella le inspira como una realidad distinta de su novela, pero que logra vivir y sentir a partir de su sueño literario. Terrible certeza de la chica que se da cuenta de la verdad: Su amado es quien la escribió a partir de su novela, es quien le dio vida, quien la engendró la ficción, ¡su amado es su autor, es su padre! Su existencia es la encarnación de la ficción que sus deseos en el papel acometen por arte de magia, literatura o simplemente pasión. En esa verdad no importa si nuestra musa es real o no, la pregunta filosófica es impotente frente a su existencia sin por qué, la rosa es sin por qué, decía Silesius, y ¿es que acaso Ruby no es esa rosa humana que con su belleza fresca y ruidosa nos interpela como creaciones de algún otro que existen también sin un por qué definitivo? El concepto abstracto del Ser, más antiguo que el fuego, no tiene nada que hacer ante una belleza de tinta incógnita y de cuerpo arrojado que hace florecer al mundo a su alrededor… Pero en esa intemperie la chica está aterrada porque ya no es inocente, porque reconoce que su vida es sencillamente la fantasía de un hombre necesitado de afecto que acariciaría el infierno con tal de otorgarle cuerpo a sus letras rebosantes de ausencia, el significante de ella en sus textos… y ahora que ella está ahí, mezcla de ninfa y de golem, frente a sus ojos, sin otro fundamento que el Amor inmortal y omnipresente como el acto mismo de poiesis, la atormenta con esa verdad de creador que juega a ser Dios por no tener el valor de hacerla suya sin poseerla completamente hasta el punto de la desaparición. 


Ella lo ama y él lo sabe: es la locura del escritor que sabe que la realidad y el destino de su amada se le escurren por los dedos como la sangre que brota de su mecanografía masoquista. Su amada creación ahora yaciendo en su escritorio, exhausta de bailar y de exclamar te amo, le exclama a su ética, surge en él la compasión, el sentimiento recorre el umbral de la ficción como una vena. Entonces escribe como en un capítulo parco de su obra la huida y la libertad de su novia. Ruby, la chica de los sueños, sale de la casa, deja de ser una creación literaria y comienza una nueva vida. El escritor la recuerda mirándose en la página en blanco. Cierra el círculo publicando la obra que siempre debió haber vivido. Sus amigos no se sabe hasta qué punto complices de la existencia de Ruby y del amor de su vida meta ficcional. Solo el autor sabe que ellos se amarán en la medida que nuestra musa sea releída en la novela que le desvirgó la existencia. El escritor acaba su rito, sale al parque y en el eterno retorno se encuentra con su chica para empezar de cero, sin el yugo de la escritura, con la fuerza de la poesía sin palabras. La mirada tierna del olvido. El olvido es inocencia, decía Nietzsche. El amor entre ellos se esfuma junto con esas palabras. Para amar hay que dejar ir. La chica de los sueños está libre, libre de su sexo y de su ficción. La obra le pertenece al mundo.

domingo, 15 de febrero de 2015

Las femmes fatales Summer y Kathryn


Hacía un catastro de las relaciones desafortunadas del cine. Caí en la cuenta de que Zooey Deschanel en 500 days of Summer de hecho ni siquiera debería figurar como mala, aunque otrora creyera que sí por mera identificación con el pobre Tom, puesto que simplemente la mina actuó "dentro de su ley": no quería colocarle etiquetas a una relación que solo se regía por ser libre de ataduras y compromiso formal. El problema amoroso fue un problema de interpretación de las partes, o es que acaso en materia sentimental nunca las partes implicadas desean exactamente lo mismo del otro. Sostengo que la mina no fue mala, solo se divirtió con el tipo a pesar del malentendido, aunque muy a mi pesar sostenga que, como es típico, estas minas sepan deliberadamente que el chico las desea más que como amigas y aprovechan la situación para hacerse las liberales y despreocupadas y de esa forma jugar con la reacción masculina, en este caso desesperada pero hasta cierto punto honesta. Es el clásico caso del sujeto que se enamora de una que le presta más atención que las otras pero confunde su simpatía y su "libertad" con el coqueteo. Entonces el compadre se enreda y la mina le recalca que nunca hubo nada a pesar de que pasó de todo. 

Zooey es un vaso de leche al lado de Sarah Michelle Gellar en Cruel intentions. Ahí la mujer se muestra deliberadamente maligna, hasta el punto de propiciar la muerte de su hermanastro y contricante solo por una cuestión de vanidad. La chica a través de una apuesta maquiavélica consigue que Sebastian dude acerca del amor que siente por la inocente Annette. Entonces provoca un eventual desencuentro amoroso que sería el campo de cultivo para que luego Sebastian, arrepentido, fuera atacado por otro sujeto involucrado en el drama y, de esa forma, Annette, dispuesta a perdonarlo, lo encontrara en la calle pero con la desgracia de que su amado Sebastian muriera al lograr salvarla de un eventual atropello. 

Hay un abismo de proporciones entre la chica (Summer) que solo desea divertirse con un chico en sintonía con un espíritu aunque "liberal" superficialmente desapegado, y la mina malvada (Kathryn) que acaba por manipular el corazón de su contrincante sentimental en un arduo duelo de egos. Una fue simplemente un romance de temporada mal leído como amor verdadero. La otra es derechamente un callejón sin salida donde gana el más fuerte. Una fue la pura ilusión de algo más cálido. Con la otra el corazón arde como nunca.

viernes, 13 de febrero de 2015

“Salimos de un día redondo” dijo ella, luego de que sus pasos suaves por la meditación de la tarde regresaban deprisa a casa, temiendo no encontrar locomoción, pero al ritmo de una lectura poética un tanto confusa que remataba una cita de antología. Recuerdo en la tarde al profesor de meditación que nos mencionó a la conciencia como un "Pepe grillo" inseparable y, a ratos, molesto, que no para de discurrir. En ese trance de casi una hora llegué a interpretar un papel digno de una viñeta un tanto sarcástica, al luchar contra el cuerpo que se resistía a la posición meditativa y a la mente que no dejaba de balbucear como una caricatura.
La imagen de aquel personaje en la mente. Cuando salía de la sesión e iba al local, me sentía uno entre mentirosos. Invitado a una cerveza por el amigo organizador, intenté reconciliar la causalidad de la que hablaba el profesor con la jovialidad del momento. Esa reflexión solo fue uno de los tantos brindis que culminó con una reunión azarosa y acalorada. Llegaban los poetas, leían lo suyo, algunos conocidos, otros no tanto. “Se acabronaron con el micrófono” le dije al amigo, pero la diversión seguía. Como suele ocurrir: unos vienen en la mala, otros se van en la buena, avalados por su prestigio, bolsillo o simpatía, para invitar a unos cuantos feligreses más, aparecidos o simplemente caídos en esa esquina de la avenida.
A la salida, un tipo nos seguía hablando de los poetas de los 80, de quiénes eran los mejores y de que nos hacía falta publicidad y sentido del negocio. Lo seguíamos para dilatar la noche. Frente a un café, le prometió al amigo difundir las lecturas, en un idioma ingenieril que no entendí. No nos invitó a nada. No había dinero. Sí había noche, pero ya no había poesía, no porque Aristóteles España haya muerto, no porque el Premio Nacional valiera callampa, sino que porque nuestra cabeza ya estaba en otra parte, así como la vida, según un poeta francés de cabecera. Entonces me despedí, volví a casa a pie, procuré que el tipo no nos siguiera, saqué las llaves, escribí esto. Llegué a la idea de que ella recordaría exactamente lo mismo, excepto la parte de los poetas. Medité a mi manera en la soledad de la página.
El amigo hablaba de incluirlos a todos, no solo a los poetas. El profesor hablaba de acallar la mente, de integrarse con uno mismo, de amigarse con el "Pepe grillo". Anoté la palabra consciencia no sé por qué. Revisé la billetera y leí la tarjeta de reiki que una mujer del local me ofreció a modo de regalo.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Revelación



Era ella. Últimamente todo el tiempo se debatía en torno a sus espasmos interiores. Me inquieta el hecho de proyectar la idea atrapada en su vientre, porque eso era en un principio: el milagro provocado por el placer, y luego florece la idea en nuestra mente sobre la creatura y todo el molde de una nueva realidad que ella traería consigo. Un Golem existencial. El dilema del origen y del fin, y no se detiene ese hender que todavía no resuelve herencia.



Todo era ella. Su reflexión acuñaba imágenes idílicas seguidas de escenarios familiares , sueño raso por el cual debíamos organizar nuestro aniversario juntos. Toda una novela que añora consentidas patologías y sensaciones, no del todo escritas pero tampoco no del todo olvidadas.



Durante la velada, ella miraba al cuadro de su madre, mientras conversábamos entre copas sobre lo que seríamos. Ella, hermosa como nunca, dionisiaca en ese instante etílico y a la vez preocupada por el rol que adoptaríamos, jovial en su decisión. Nuestra familia, distante como un mito, pero estábamos felices de forjar una como si se tratase de una espada prohibida. Ella razonando la estructura del mundo que construiríamos, mientras que yo, divagando como siempre sobre el misterio que viviríamos, se veía más que nunca dispuesta a todo, aunque en el fondo ansiosa, a no ser por su rostro, tan pálido como nuestro último encuentro íntimo, y como nuestro primer peldaño familiar, del cual soy un agente vicario.



Ella... No me explico cómo... cómo no pude preocuparme antes de que empezara a demostrar los síntomas de la concepción, cuando ella misma había declarado que no estaba interesada nada más que en su concepto de arquitectura, en sus viajes en búsqueda de planificar nuevas coyunturas urbanas, nuevos espacios para nuevos encuentros que, paradójicamente, no habíamos podido construir del todo sino hasta ese milagro imprevisto, la ciudad que se empieza a vislumbrar en su interior, ella que todo lo vuelve realidad, que todo lo vuelve sangre, vida, como la dureza del concreto, como la armonía sutil de unos planos, como el sabor de la miel, antes de agonizar la reina de las abejas.

No faltaba mucho tiempo para sobrellevar esa gran falacia, que enmascara (según ellos, nuestros familiares) la causa de nuestro temprano y perfectible amor (nunca universal).



Me dispuse a despolvar cada plato colocado en el comedor. Tormentas de bucólica ternura asolaban mis memorias. Era ella. Como siempre, charlamos de lo anodino mientras me tapó los labios con la mirada. Allí dedicamos tiempo a saldar cuentas que creímos haber abonado en eróticos momentos.

... Un recuento matinal... No quedó tiempo para la recomposición del olvido. Seguimos adelante, gemelos hacia esa causa, como atados por un ombligo de favores amenos.



Hora= 3: 13.


Como última de nuestras crisis, ella se despedía a reanudar su parte. Yo, por última y primera vez, me encontraba conmigo mismo, después de algunos años de reconciliación con el mundo. Aunque no fuera incólume nuestro ombligo común, debía cumplir con la promesa. Aquello que, durante años, resultó ser el karma para amarla a ella: el fantasma de mi padre, ése que hizo de mí un agente itinerante y meditabundo, sin otro rumbo que la vida pero con algunas cuantas ideas y emociones en el pecho. Justo fue el momento en que acudía ese hijo del capital, al Congreso de Intelectuales Anónimos… Como si fuese posible concebir semejante cofradía en un Chile ficticio pero no tan distante de la contigencia.



Lo sigue como a un zorro, pero con la paciencia de un monje rabioso. Reservé en un hotel no muy cercano. Cubierto en traje de agente escéptico, caminé hacia el apartamento del susodicho progenitor En cada paso que daba él, descuidando sombras parásitas que va dejando atrás como al mundo, me sentía en posición de abrazar el reencuentro, y resguarde así el escondrijo en la azotea. Desde allí, apresuré el momento en que el sujeto, el “intelectual”, estuviere en obras de exhalar densos alientos machacando a la luna preñada con esa imaginería digna de un padre ilegítimo. Cauteloso, zorro, esperé.



Entonces, crítico en reflejos, entré y sorprendí al creador de mi creación. Estaba salpicado en lágrimas, y orgulloso de mis aportes a la Sociedad de la cual es máximo usufructuador, pero mi crisis era más fuerte: era la que venía desde algún recóndito sentido de voluntad que discerní entre muchos otros valores personales. ¡Le revelé el secreto! Lleno de un espanto afectuoso, al verse interpelado por quien creía abandonado, su única descendencia, anónimo como su propio pensamiento ambicioso, exhaló su último aliento. Sin otro remedio que el recuerdo y ahora el vacío de nuestras presencias reencontradas.



Hora= 6: 16. 2º día.


Ella era la más pequeña de 3 hermanas. Era como una dama de hielo. En esa ocasión, epitalamios advertían unas bodas de familia. Ella sabía que aguardaba su secreto mejor que nadie. La convivencia maternal, fraternal, le fue grata, a la hora de recrearse posibles escenarios románticos dignos del espíritu más sensible y de la novela más rosa, pero sin dejar de pensar en que esas ficciones necesitarían de un hombro fuerte, de una cabeza fría como base para ese mundo en ciernes, a partir del cual colgarían sus sueños como un centenar de cunas. Pero éste secreto no. La causa era tan sólida que se reflejaba hasta en su ombligo. 6 horas de noche. El resto del día fue ocio premeditado y estáticamente feliz. Ella sabía que su secreto no debía quedar en la intemperie del carnaval de la vida, pero de alguna forma conocía lo histérico de su salvaguarda. La pálida madre salió pues seguida de sus 3 hijas hacia aquella reunión. La salida fue extraordinaria para ellas, en un lugar pretenciosamente sagrado. Su escenario ahora era más delicado.



Lo que aprisionaba en su estómago deseaba oler el aroma de un carnaval tierno. Fue entonces que en una ceremonia donde vestían de blanco a todas las vírgenes, como una prueba de que la pureza de la creación era solo de Dios y de alguna especie de cosmos innombrable pero necesario para este tipo de ritos a la usanza, ella consiguió por fin arrojar contra su realidad este vivo secreto. Cuando procedió al evento, la enmascararon. Así ella, finalmente, dijo lo que tenía que decir. Entonces, gran parte de los invitados en el interior del recinto quedaron paralizados al creer de sobre manera en este gran secreto. Impresionados más por el coraje de ella que por la subversión del rito. La madre no podía creer que una de sus hijas se dignara a romper el rito familiar, el sagrado vínculo, por un simple capricho de la voluntad. Ella ahora se dignaría a revelar el edificio de su nuevo mundo, sin necesidad de intermediarios ni de confesiones.



El sexo roto, la causa develada, la flor tiñéndose en sangre, vida…



Hora= 9: 26. 3º día.


Doy vuelta el cuarto. Miro el reloj. Ella llega. Envuelta de una sensualidad sencilla, como mi itinerario personal. Aunque ella venga, siento que mi poder se ausenta más que nunca. Él murió por segunda vez. O tal vez yo crecí sabiendo que algún día lo vería morir solo por llegar a conocerme. Ella, por su parte, reprimía su traición, aunque liberadora, demasiado tajante para su fragilidad. Era el sacrificio necesario para zanjar este secreto compromiso. Esta herejía bendita.



Privado de mi creador, me dispongo a proteger el legado de su ausencia. Quizá esa fue siempre mi vocación, y nunca la puse en práctica, sino hasta ahora… que la cojo fuerte entre mis brazos, como privándola de sus antiguos placeres, su sagrada colmena, su viejo mundo. Ella se levanta, va por un vaso de agua. Vuelve a un costado de la cama, mirando nuestra foto como por inercia. Se sonroja. Nadie dice nada en toda la noche.

martes, 10 de febrero de 2015

Sobre Birdman



La figura de Raymond Carver en Birdman es la contraparte de ese mundo exitista, plástico, que encarna Michael Keaton. Otras películas ya han explotado esa veta un tanto desconocida del “meta cine” del último milenio, pero no solo un cine que habla de si mismo, sino que un cine contra sus propios vicios. Lo podemos ver por ejemplo en Lynch con Mulholland Drive o en la última de Cronenberg, Maps to the Stars, ambas películas en que el estrellato empieza a mostrar sus propias fisuras y sombras. En Birdman el actor hace de si mismo una leyenda, al ponerse en conflicto ambas voces, la de Carver en una adaptación teatral de su obra De qué hablamos cuando hablamos de amor y la del personaje del hombre pájaro, como si fuesen respectivamente el guardián y el demonio de su conciencia, la conciencia sobre la ficción en que se ha convertido la vida del actor, una danza de espejos en que finalmente aparece el propio Keaton confrontado con la comedia de si mismo.

En la película Carver es el segundo protagonista. La crudeza esencial de sus personajes patea cualquier clase de trasero, cualquier atisbo de ego. El propio Keaton aprende la lección en su transformación carveriana. Qué importa ese mundo de luces, de causas y efectos baratos, si en el fondo de esa parafernalia no se puede ser auténtico, si no se puede enfrentar la realidad amando lo que se ama. Hay un guiño a Shakespeare notable, en el momento en que Keaton cae al frasco, al verse sobrepasado por el fantasma del hombre pájaro, por el fantasma del éxito que ahora lo sigue como un cuervo que quiere chuparle lo que le queda de sangre. La sátira adquiere un tono grave, legendario, hasta cierto punto cotidiano. Es la mofa sobre la máquina cinematográfica que produce sueños y deseos en serie, de volar tan alto como sus estrellas aun a riesgo de precipitarse contra el asfalto de las emociones, en cada paso de la acera, en cualquier momento tras bambalinas. El objeto de burla es la gran máquina que tanto críticos, fanáticos y actores empujan con la esperanza de un gesto ridículo que los catapulte a la posteridad. Ahí el disfraz acecha, queriendo que desafíes la gravedad, pero todos regresamos de ese espectáculo, de esa mentira irrisoria, como personajes de Carver, buscando lo que realmente importa: el placer de la contradicción y el coraje de saberse amado a pesar de toda la hipocresía. (Punto aparte de todo esto es el indudable guiño a Hitchcock con su apuesta de conjugar cine y teatro como queda demostrado magistralmente en la película La Soga. Los que no la han visto, por favor, por el futuro de la humanidad, véanla ya.)

lunes, 9 de febrero de 2015

Sobre el monje budista que se supone se encuentra en el estado tukdam ni vivo ni muerto del todo, decía mi padre que tiene una relación con lo que hablaba Borges sobre la ataraxia ¿Qué relación tendría la literatura con la meditación espiritual? La búsqueda de una perfección, de algún estado de realización... pero se supone que en el monje se busca suprimir el deseo, y la escritura se basa efectivamente en querer más... ¿hasta qué punto encontraría, como el monje, su punto de desaparición? En la meditación se hace un examen de si mismo consigo mismo. En la escritura el aficionado explota todo lo de si mismo hacia afuera. Al buscar ahí la trascendencia se estaría tropezando con la nada, porque al yo solo le resta desaparecer, porque trascender es un puro problema de lectura, de perspectiva en abismo.

domingo, 8 de febrero de 2015

La musa del Cabaret Voltaire




Emmy Hennings, musa del Cabaret Voltaire, mítico espacio donde se gestaría el movimiento Dadá. Por ese entonces mujer de Hugo Ball, el fundador del movimiento. Siempre me pareció que las vanguardias (y de hecho cualquier tipo de propuesta política o anti artística) no serían lo mismo si no contaran con al menos un integrante femenino. En una tesis sobre Tristan Tzara recuerdo que leí algo así como que ella era el "motor emocional" (de las ideas nihilistas pero al fin y al cabo dominantes de sus compañeros). No es hasta hace poco que me di cuenta de su trascendencia en el dadaísmo, movimiento que otrora creía solo una gran carcajada violenta de tipos solitarios y desencantados con la decadencia del mundo europeo. Se proponían rebelarse contra los convencionalismos, en esos gestos de avanzada la figura de la inspiración se merma en pos de la espontaneidad. Era la musa bajando del pedestal: ya no el objeto, ideal o simbolismo poético, sino que la musa como estandarte del arte de la destrucción.

viernes, 6 de febrero de 2015

Caza de perros

El despropósito de las autoridades que solo piensan la vida en términos cuantitativos, criterios económicos fríos como la navaja en la carne, bajo variables de consumo y de productividad, encuentra igualmente válido eliminar a los perros de la calle que a los desechos del próximo mall. Nuevamente, atacar el síntoma y no la enfermedad, más por indiferencia categórica que por alguna burda especie de desidia o inercia política. Si matarlos fuese viable entre otras opciones, habría entonces que seguir la absurda lógica de eliminar a los indigentes para erradicar la pobreza ¿Que un indigente merece vivir y un perro no? Menudo cinismo de la maquinaria que en el fondo no hace diferencia a la hora de matar. El indigente puede seguir viviendo en la calle, amparado en un concepto de humanidad que no le pertenece. Más allá del impulso animalista, se trata de la influencia que el humano ve reflejada en los canes. A ellos no le pertenece ni la maldad ni la bondad, la filosofía según los cínicos era el merodeo incesante, más allá de la moralidad, el espíritu vagabundo, meándose sobre las cosas humanas y divinas. Los perros solo son testigos de la decadencia de su medio, el reflejo de la propia miseria humana. No constituyen a los canes ni el discurso humanitario ni la lógica deshumanizante. Son víctimas en tanto viven a la intemperie expuestos a las contradicciones de los hombres. Y si el quiltro de la esquina alguna vez bautiza terreno humano es solo para impregnar allí su punto de fuga. No se sublima en el olfato de los otros, con la orina hace suyo el rincón que otros, humanos o perros, habían creído suyos por asalto.

domingo, 1 de febrero de 2015

En el fondo siempre se busca algo, ya sea la disolución o la superación, las ruinas o la totalidad de un esquema ¿de qué? ¿hacia dónde?, sea lo que sea sin esa extraña e incomprensible vanidad susurrándonos en secreto cualquier acción pierde sentido, como el fugitivo o el astronauta que no saben para quien trabajan, o como la mosca perdida en la colmena, el botón de pánico, la acción desnuda ante el exceso de posibilidad.