viernes, 29 de mayo de 2015



El problema con la autenticidad es que está sobrevalorada: no se puede ser demasiado severo con nadie en términos de honestidad, a menos que se busque ser ridiculizado en la búsqueda de cierta pureza, de cierta verdad o transparencia de intenciones. Lidiar con alguien de acuerdo a algún grado de compromiso implica ceder algo de tu fuerza interior con tal de movilizar el milagro de la comunicación. Hay, sin embargo, todo un mundo en no comunicar. Es más determinante lo que se deja en el tintero que lo que se quiere realmente decir al otro. La comunicación es solo otro proyecto. Tocamos, percibimos e intuimos al otro en base a supuestos, en base a lo que creemos del otro. Nuestra realidad: el romance adúltero y a oscuras entre nuestras ausencias. Nos conocemos, pero no dejamos de desconocernos el uno al otro. Entonces seguimos inmersos en el juego hasta conseguir alguna tregua. Y se presenta entonces el síntoma, la misma lógica mercantil que mina incluso las relaciones personales: que si no tienes tiempo, que si no tienes dinero, que si no haces esto, que si no eres así, y así sigue y suma. Irse, volver, partir. Dar, recibir, devolver. Es el mito de la comunicación delante del intercambio de apariencias. Por eso a ratos la soledad se vuelve una especie de ética personal frente a esa batahola de exigencias sociales que vuelven la confianza en el otro el verdadero ardid y desafío. En ese sentido Nietzsche, Hesse, Pessoa, entre otros, fueron una vanguardia posible.

miércoles, 27 de mayo de 2015



Casarse con un rol o con una profesión ¿cuál es el motivo real? ¿Simplemente la realización? ¿la aceptación? ¿la supervivencia? Ya pocos quieren semejante compromiso. Y cada vez se hace más evidente, cierta desconfianza. El título profesional ya se ha vuelto otra clase de anillo. El matrimonio, otra forma de hipotecar el sentimentalismo. La carrera, otra forma de hipotecar el capital imaginativo. Para qué casarse, cuando se podría simplemente tantear, explorar todas las posibilidades. Hacerlo es reconocer de antemano de que existe un futuro indefinido capaz de construirse de a poco. Y el mundo se ha encargado de enseñarnos que nada parece durar para siempre. Que estamos en las postrimerías de no se sabe qué. Que ya hay suficiente con lo que tenemos. Que no cabe ningún otro camello en el ojo de la aguja. Que con solo pensar en el mañana aflora cierto dolor de cabeza, cierto escepticismo temprano, o en su defecto, cierto escenario apocalíptico aprendido a la mala. Por mucho que se ame aquello que se ama: un compromiso en que parece se viviera en una burbuja, una micro sociedad en que parece se subastara la existencia. Un cierto intento de mantener a raya alguna fuerza oculta, cierta batalla interna. Y a pesar de eso, se sigue confiando en esa palabra: compromiso. Pareciera que todas esas cosas, el título, el anillo, fueran lazos para contener a alguna clase de animal interior que solamente quiere entrenarse en la gran selva imaginaria de la sociedad. Y a pesar de todo, se sigue confiando en que hay otra cosa. En que hay un sentido. A ciencia cierta, no se sabe qué. Pero el punto es que se sigue confiando. Y más que nunca.

martes, 26 de mayo de 2015

Lizano, el anarquista poético



Me informan algunos amigos españoles que ha muerto el poeta Jesús Lizano. Realmente bueno. Era una especie de Walt Whitman de nuestros tiempos en clave latina. El mejor homenaje que podemos hacer es leerlo. Así rezaba Lizano en sus días mortales: "La salvación de la mente es el fin del mundo real político. El camino de la comprensión es el comienzo del mundo real poético".


El prisionero del tiempo


Comenzó porque me limitaban los años,
doce años, quince años, veinte años...
Eran limites, eran fronteras soportables:
el año que viene, cuando cumpla treinta años,
el año pasado, el nuevo año...
Eran limites amplios,
era posible la lejanía, el horizonte,
¡Por muchos años!
Los espacios dominaban el tiempo
recibías la aurora, despedías la tarde ampliamente
y amabas dulcemente los sueños.
Los años eran los carceleros
pero rondaban muy distanciados.
¡Había quien vivía cien años!

Más tarde comenzaron los meses a limitarme,
aparecían súbitamente, todo era muy distinto,
el tiempo dominaba a los espacios,
era un limite mas agobiante
estaban mas próximos los carceleros
¡eran carceleros!:
el mes que viene, dentro de unos meses,
me oprimían mis propios limites,
¡originaba limites!
¿que había sido de aquellas apacibles distancias?
hay tiempo por delante decía,
cuando me limitaban los años.
Ahora miraba con recelo todas la cosas
nueve meses, tres meses, un mes de plazo,
meses, meses volando sobre los sueños


¿Y las semanas?
dejaron los meses de ceñirme,
y un nuevo limite me controlaba, una nueva medida
extendida por todo el mundo
cubriendo de espejismos todas sus galerías.
Contaba la vida por semanas,
semana tras semana.
Los carceleros eran los oficiales de semana,
me distraían, me envolvían en verdades falsas,
la próxima semana, dura muy poco una semana,
la semana santa,
mi mundo era la semana, la realidad era la semana,
la semana, solo existía la semana.
Que era un mes sino cuatro semanas,
que era un año sino cincuenta y dos semanas...
Y contaba las semanas
y veía a la humanidad ansiosa,
forzada a las semana, viviendo para el fin de semana,
vivos y libres, solo el fin de semana.

Después fueron los días,
empece a contar los días, me sobresaltaron los días,
era cuestión de días
pesaban enormemente los días
y deseaba a la vez que pasaran los días
y que no pasaran...
Me aferraba a los días
¡buenos días!
el día estaba allí,
era un carcelero inamovible, omnipresente
todo lo median los días
¡no era libre! ¡no podía ser libre!
el día de mi boda, el día de mi licenciatura en filosofía,
apenas encontraba un hueco para mi aventura,
apenas quedaba espacio y yo necesito espacio, mucho espacio,
no podía salirme de los días
un día y otro día
el día de las fuerzas armadas, mañana sera otro día
¡otro día!
Crecía la muralla de los días,
el circo de los días, un día se comía a otro día,
los límites eran insostenibles,
días de ayuno, días de alegría
pero todo medido, era preciso obedecer al día,
despertarse al despertarse el día,
dormirse al dormirse el día,
¡la orden del día!,
un día es un día, en los próximos días...

Ahora, mientras escribo este poema,
ya no cuento los días sino las horas,
faltan tres horas, dura cuatro horas,
qué horas es, a qué hora...
Los carceleros se han convertido en mi sombra,
apenas hablo, las horas se confunden y me confunden,
límites, límites, la tarde, la mañana, el mediodía,
una hora cae sobre otra hora, aplasta a la otra,
una hora es como otra hora,
hora adelantada, horas extraordinarias,
¡hace horas extraordinarias!,
la danza de las horas, horas perdidas, el récord de la hora,
no somos seres, somos horas, cuerda de horas,
una cada dos horas, cada seis horas,
y suenan las horas y ya sólo puedes oír las horas,
y todo ha de moverse en un horario,
todo ha de estar a su hora,
todo tiene su hora,
cuántas de mis horas son mis horas,
media hora, un cuarto de hora, ¡la hora!
Me destruye pensar que he nacido para las horas,

abro las manos y las tengo llenas de horas.
¡Ah, carceleros, horas terribles que nubláis mis ojos!:
dentro, os llevo dentro, estoy lleno de carceleros, de sombras.

No quiero ni pensar cómo será mi vida
cuando dependa de los minutos, cuando
sean ellos mis carceleros y no existan
los espacios, los sueños, las dudas,
cuando mi cuerpo sea un garaje de minutos,
minutos, minutos, no tengo ni un minuto, sólo cinco minutos,
todo sucederá en minutos, qué hará de mí la furia de los minutos,
cuando no pueda perder ni un minuto,
qué humillación me aguarda cuando en mi vida
sólo se muevan las agujas de los minutos,
qué espacio puede haber entre minuto y minuto.
¡Qué oscura noche había en vosotros, meses, años,
y qué traición vuestros espacios!
¡Erais minutos, minutos, sólo minutos!
¡Que se hunda el mundo será cuestión de minutos!

Finalmente, finalmente, ah, finalmente,
cuando apenas aliente un soplo en mi sentidos
y sólo existan los segundos, sean los segundos
los que ciñan mi cuerpo, mi vida
todo mi ser un carcelero monstruoso, un áspid, una víbora
destruyendo los últimos reflejos,
todo el mundo un carcelero horrible,
y cuando todo sean fantasmas y las ideas se conviertan en nubes
y los sentidos en cavernas
y en los últimos segundos
pasen los años, los meses, los días y las horas
convertidas en aire
y se cierren mis ojos y los rostros sin vida
rían como nunca por todos los abismos del mundo,
cómo desearé seguir prisionero del tiempo,
cómo amaré al tiempo -¡yo era tiempo, dolorsísimo tiempo!-,
cómo amaré los límites -sólo ellos no estaban muertos-
los años y los meses,
los días y las horas y los minutos,
todos los límites del mundo.

¡Cómo me arrancará la eternidad del tiempo!

lunes, 25 de mayo de 2015

Apócrifos

Nuestra formación cultural, siempre un reciclaje, siempre el eco de un rumor, únicamente el eslabón de una larga cadena de favores. Nadie puede negar sin llegar a ser cínico que la música que ha escuchado, que lo ha acompañado en esas horas muertas, que lo ha ayudado a sortear algún bache emocional, siempre fue gracias a esas grabaciones de antaño: oído sobre oído. Que su relativamente mediana cultura casi siempre fue en mayor medida gracias a reediciones y fotocopias. Que incluso aquello que se cree experimentar en un momento dado, por ejemplo, la participación en un luto colectivo, algún gesto de correspondencia de aquella, por mínimo que sea, o lo que se propone hacer para mañana en el trabajo, es el remedo de algo que otros en su tiempo ya sintieron y podrían llegar a hacer igualmente a pesar de uno mismo. Acaso siempre nos volvemos aquello que aprendemos, la reproducción de una copia que ya perdió su original. "El infierno son los otros" dijo alguien.... yo diría que es allí donde encontramos nuestro purgatorio constante. El original, mejor aún, nuestro origen nunca importó para nada, nuestra labor de roedor en busca de verdades no es distinta de la de un fabulador. Por eso hacemos magia con lo que otros hacen, lo hacemos parte de nuestro deseo y de nuestro sueño, hacemos que hable por nosotros como si solo su reproducción bastara, para inaugurar allí nuestra gran y brillante falacia: que la vida que vivimos nos pertenece por entero.

domingo, 24 de mayo de 2015

Gloria



Ayer se escuchó reiteradamente la palabra gloria en la tv, tiempo que no lo hacía, tampoco en la vida real. Una viendo la película Troya, cuando Aquiles lucha con Héctor para vengarse de la muerte de Patroclo. Héctor se tropieza y Aquiles le vocifera: "Ninguna piedra me quitará la gloria ¡levántate!". Otra recuerdo que el día Jueves cuando dieron parte de la película sobre Arturo Prat de la serie Héroes, precisamente en la fecha de las llamadas "Glorias Navales". Esa misteriosa y poética palabra: Gloria. Asociada en demasía a lo bélico o a lo religioso. Su nombre femenino pide que se la posea o se la desee, como un valor en sí mismo. Y raro que en la actualidad, donde casi todo vale algo distinto a sí mismo, se haya repetido bastante poco. Será que nos hemos vuelto demasiado plebeyos, o solo creemos digno ocuparla cuando se trata del éxito o de la revolución.


En la planificación uno encuentra una salida aunque elegante algo falsa. Se da cuenta que el texto no tiene nada que ver con la realidad. O mejor, que el texto se escribe como un guión dramático que al ser representado se traiciona a si mismo, se muerde la propia cola. Algo más o menos así es el profesor: un planificador de realidades apócrifas. Imagina un escenario en el cual sus alumnos atienden a conciencia sus objetivos y desarrollan todas las actividades satisfactoriamente... cuando la realidad casi siempre desdice sus expectativas. Y en eso consiste precisamente la clase (y su escritura de ficción): en una resistencia de los estudiantes a ese molde, independiente de sus intenciones. Los estudiantes, sin conocimiento pero siempre intuitivos, lo saben solapadamente. Inconcientemente se aprovechan de la debilidad del molde, no tanto por su beneficio como para poner a prueba la paciencia (y la valía) de su maestro. La jefa de UTP, cancerbero de la utilidad, exige en cambio modelos de planificación cada vez más prácticos. El texto del profesor acaba siendo más bien un recetario. No queda tiempo para la belleza, o para una salida profética, en ese curriculum estrecho. Toda la monserga universitaria no le servirá para sortear los tres meses de contrato. El profesor, humillado, renace. Su tarea no consiste en cambiar el mundo. El profesor, como un funcionario más, se encuentra en la disyuntiva entre la elegancia de su planificación, tan bella como artificial, y la eficiencia de su producto: una clase ideal. Quizá eso sea aprender: burlar a propósito una realidad de fábrica, derrotar alguna clase de molde interior.

sábado, 23 de mayo de 2015



Leo en el posteo de un amigo una palabra inaudita al hablar del romanticismo: desbloquear ese logro. La palabra logro asociada al sentimiento. En efecto todo lo que hemos conseguido con el paso del tiempo han sido únicamente logros materiales, y a duras penas, tales como la búsqueda de trabajo, la obtención de un título, la realización hasta cierto punto económica, una red de amigos aunque dispersa lo suficientemente larga para sobrellevar más de algún fin de semana. La llave del corazón aún no hemos podido desbloquearla del todo. A pesar de la educación y de los méritos, siempre bárbaros, siempre inocentes, siempre nuevos en términos sentimentales. Pienso en lugar de un ramo de educación cívica, en uno de educación sentimental (y, por añadidura, uno sexual). Esa debería ser la verdadera educación. Pero no. Nadie nos enseña. Y en eso consiste todo. Se trató siempre de aprenderlo por uno mismo, sin otro maestro que nuestros errores y silencios. Solo porque nos han roto el corazón podemos quizá llegar a desbloquearlo. Sentimos que estamos condenados a postergar el amor, demasiado desencantados pero también demasiado libres, la falta de compromiso en todos los planos de la vida a estas alturas parece nuestro sello de fábrica. Pero ahí seguimos, porfiadamente, viviendo de todos modos.

jueves, 21 de mayo de 2015



Pienso en los llamados héroes patrios y sus innumerables batallas, la misma que con sangre consigue ser escrita en los libros de historia, que luego un profesor, más anónimo que nunca, enseña al día siguiente como si cada uno hubiese ganado algo con eso. Ese orgullo necio de saberse partícipe de un triunfo que no se vivió. Este es, en cambio, nuestro agradecimiento a los muertos: habernos dado otra excusa más para seguir viviendo, otro día menos de la semana para soportar el tedio laboral. Cada quien vive su propio combate y agradece simplemente salir vivo, aunque eso signifique muchas veces perder la memoria, perder lo amado.... Para nosotros, y muy a pesar de los héroes, la patria sigue siendo aquello que dejamos atrás, los pasos de regreso a casa obviando lo que quisimos.

El fenómeno Titanic



El fenómeno Titanic... el cliché más exitoso del cine. Siempre se descubre, sin embargo, algo nuevo: El hundimiento en sí nunca importó, siempre fue la célebre historia amorosa. Un profesor de historia en el preu detallaba la diferencia entre eventos y desastres. Los últimos solo son en relación al daño que provocan en las personas. Sin personas, efectivamente, no habría desastres. Los desastres nunca importaron por sí solos, ya sea terremoto, incendio, aluvión, importa qué cuento de eso, qué enseñanza, qué historia, qué drama, por más ignominiosa que sea... He ahí el arte: pura fabulación. Se prefiere la tragedia a la nada, contar algo por más superficial o crudo que sea antes que el evento puro y duro. La ilusa idea de que algo queda, a pesar de todo, llámese amor, bien, futuro, esperanza, etc.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Da paja pensar



"Da paja pensar" el comentario más repetido de los alumnos la clase de hoy, en un miércoles con sabor a viernes, y previo a unas mini vacaciones beligerantes. Sartre mucho antes de Mayo del 68 hablaba de la "náusea". Salir a la calle entonces, con ese dolor, era derrotar la teoría y atestiguar la corrupción política. Camus durante la Segunda Guerra planteaba el motivo del absurdo casi como algo elemental de la ética.... Pero hoy entonces, en Chile ¿cuál será aquella palabra que usan los estudiantes para determinar su accionar político y la esencia de su vida? La Paja... previa y posterior al pensamiento.... pero que se quita inmediatamente se cierra la puerta de la clase (y se abre la del mundo).

domingo, 17 de mayo de 2015



Abrir los ojos, la mente, el corazón, estamos ante la cultura del abrir, el discurso de vanguardia implica abrir algo que estaba vetado por los medios o por el poder o por nuestras propias fuerzas ocultas. De alguna forma es el clásico discurso de la verdad como misterio (esoterismo) que tiene su parangón en freud con lo inconciente (o en hesse con su rotura del huevo para romper un mundo). Se trata siempre de despertar algo dormido, de abrir algo escondido, de romper algo hermético.... escribiendo pareciera que uno se delata, que abre o rompe algo para derivar a otra cosa ¿por qué no abrir más que simplemente los ojos, la mente y el corazón (metáforas de cierta interioridad que sublima nuestros pensamientos y su mundo cotidiano)? Si es la cultura de la exposición, ¿por qué no ir hasta el fin y abrirse de ropas o de entrañas? En la escritura intimista, por ejemplo, un confesionario impúdico que juega con abrir y cerrar la puerta al mundo con tal de dejar que entre algo de polvo y de luz. El efecto mediático de los diarios, por su parte, siempre construir una realidad a la medida del afuera... Habría que apostar, en cambio, por dejar algunas cosas ocultas en el tintero, dejar algunos elementos de la imaginación o de la pasión en secreto, con tal de salir hacia afuera, hacia la vida pública con más ímpetu y deseo (no precisamente de cambio). Las intenciones, siempre ocultas, de los otros, son el arte de la sugerencia. Solo podemos expresar lo que no se ha dicho. Solo podemos juzgar lo visible. Sin embargo, detrás de eso existe todo un iceberg de posibilidad, hundiéndose hasta el fondo... De un libro, por ejemplo, solo se deducen las páginas, todo el trabajo de edición, de escritura, de publicación está implícito, escondido, de alguna forma, y hay que reconstruirlo, o derechamente imaginarlo.... En una tierra vacía se puede o instalar un vertedero, un supermercado o una nueva plaza... En una pieza vacía, a oscuras, se puede reconstruir más de alguna historia insomne.... Pienso en esto, mientras la puerta del refrigerador, vacío, me sugiere querer comprar mercadería para la semana, es el vacío que exige su porción de mundo, nuevamente, aunque no fuese precisamente por razones elevadas ni ambiciosas, sino que por simple necesidad.

sábado, 16 de mayo de 2015



Ese momento reparador en que se creía conocer algo o a alguien, o haber descifrado tal o cual emoción luego de una noche agitada pero las expectativas te desdicen, y pareciera que se confabulan para que todo termine así. Simple autorreferencia o quizá verdaderamente una lección de la vida. El día de ayer se dobla simplemente como una página leída, la realidad amanece nublada pero brilla con un color más real...

viernes, 15 de mayo de 2015



Sobre el condenable hecho de sangre de ayer en Valparaíso, me temo que ya la mayoría se ha expresado lo suficiente, y que tomar posición por las víctimas resulta casi un imperativo para quienes a pesar de la maldad y la estupidez infinita se aferran todavía a ideales a prueba de balas. Y a propósito de distopías, circulaba una foto de perfil del tipo usando la máscara de Guy Fawkes el revolucionario y un fajo cuantioso de billetes en la mano, lo cual es una representación viva de la paradoja que se vive en sociedad: la de defender un orden egoísta mediante la violencia, la violencia como protagonista del montaje que han hecho de nuestras vidas. Se teme de la banalidad del mal, de la naturalidad de la sangre, por lo mismo, como decía Zac de la Rocha, la rabia es un don. La verguenza demuestra que todavía tienes entrañas en el mundo.

miércoles, 13 de mayo de 2015



"Profesor ¿tiene usted vida después del colegio?" podría esa no ser tanto la pregunta del típico estudiante burlesco como la de un nihilista en ciernes que duda de la existencia del profesor como individuo extra laboral. Efectivamente, para él, después del colegio, el profesor no existe. En tanto se sale, se deja de serlo. Comienza el tipo que respira, que planifica, que desea el fin de semana. Lo que se hace afuera es pega de contrabando. Las pruebas y las tareas son solo la evidencia sarcástica de su punto de vista.


A raíz de la publicación aleatoria de un anónimo en la cuenta dejada abierta por error de una amiga, (cuestión que se intuye de manera automática con un simple vistazo) la idea de generar cuentas que funcionen solo en base a estados escritos aleatoriamente por terceros. Luego, pensar en un libro abierto sin fin escrito fundamentalmente en base a digresiones ajenas: una especie de épica coral de autores anónimos y furtivos. Y más adelante, un sistema que se alimentase exclusivamente del negativo de la película, de las manchas en el guion, de las formas infinitas de joder al resto.

martes, 12 de mayo de 2015

Mundos posibles



Clase particular sobre mundos posibles. La Habana, Recreo. La chica desconocía la diferencia entre lo fantástico y lo maravilloso. Por dentro le decía que en el fondo las categorías son antojadizas: la realidad misma es pura ficción, una tregua como decía una amiga, una fosa como decía un poeta. Recordé ese concepto de la u: transposición didáctica. Se trata de recortar la realidad para que quepa en un examen de octavo básico, aunque eso implique esconder la indefinición que existe detrás.... Preguntó si entraría el mundo virtual en la prueba. La respuesta didáctica sería que es parte del mundo realista, pero sabemos en el fondo, también ella, y muy a pesar de la clase, que lo virtual se ha vuelto una realidad, revisando su horario, dilatando su nerviosismo, a través del sistema android de su llamativo samsung galaxy.Con ganas de decirle, la posibilidad está en ti. El mundo mismo no ha sido posible, todavía. Pero lo prioritario era la prueba, su irrealidad, la clase.

domingo, 10 de mayo de 2015

Vallejo esencial



Ayer en la presentación de Vallejo esencial, la contraportada leída a modo de crítica por Rafael Rubio decía algo así como que es posible expresar el dolor a partir del yo no sé, y la crisis de sentido del siglo a partir del todavía.... que en esa poética César Vallejo -parafraseando a Lihn- hace que el dolor tenga que ver con el dolor, y que la palabra misma sea una herida inicial a la vez que final.... apuesto por una literatura del yo no sé y del todavía, en esas dos palabras parece que hay material suficiente para dos siglos de civilización, incluso de universo.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Centenario de Orson Welles


Si hubiese que decir algo respecto al Ciudadano Kane, sería en relación a la vida, siempre un enigma, del protagonista. La fábula del poderoso que subasta su inocencia y su pasado para catapultarse a la posteridad. Él mismo, pieza de un puzzle que sólo puede conocer a través de un derrotero policial que lo lleva a él mismo. "Si no hubiese sido un hombre rico hubiera sido un hombre bueno", sentencia Kane, como en una confesión amarga de su legado. Obras son (des)amores. Una sentencia que sería una victoria pírrica, casi surrealista, hoy por hoy, en que los peces gordos con ningún pudor, al parecer desprovistos del pasado y de su necesidad, proclaman que ser ricos los hace ser precisamente lo que son. Hay una analogía interesante entre la película de Welles y la novela de Conrad, El corazón de las tinieblas. El punto clave de convergencia son las palabras, aquellas frases que encierran un secreto y a la vez liberan un sentimiento. En la novela, la mujer de Kurtz intenta averiguar qué dijo su esposo antes de morir. Marlow le miente, para ocultar la verdad: "el horror". En Ciudadano Kane otro tanto ocurre con Rosebud, solo que aquí la palabra inaugura y cierra el ciclo, devela y resguarda un sentido que solo su protagonista conoce, y que la investigación policial solo se encarga de vislumbrar, apenas como aquel que llegando a una escena del crimen intenta reflejarse en los pedazos de un espejo roto. Ese espejo era la vida, la verdadera, la oculta, de Kane, que guardó consigo hasta su muerte. Y de alguna forma, en ese reflejo como espectadores buscamos nuestra propia Rosebud, sea lo que sea que para cada uno signifique.




La siguiente es la reflexión de Borges sobre el Ciudadano Kane, en la edición número 83 de la mítica revista Sur del año 1941:


Citizen Kane (cuyo nombre en la República Argentina es El Ciudadano) tiene por lo menos dos argumentos. El primero, de una imbecilidad casi banal, quiere sobornar el aplauso de los muy distraídos. Es formulable así: un vano millonario acumula estatuas, huertos, palacios, piletas de natación, diamantes, vehículos, bibliotecas, hombres y mujeres; a semejanza de un coleccionista anterior (cuyas observaciones es tradicional atribuir al Espíritu Santo) descubre que esas misceláneas y plétoras son vanidad de vanidades y todo vanidad, en el instante de la muerte, anhela un solo objeto del universo ¡un trineo debidamente pobre con el que en su niñez ha jugado! El segundo es muy superior. Une al recuerdo de Koheleth el de otro nihilista: Franz Kafka. El tema (a la vez metafísico y policial, a la vez psicológico y alegórico) es la investigación del alma secreta de un hombre, a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto. El procedimiento es el de Joseph Conrad en Chance (1914) y el del hermoso film The Power and the Glory: la rapsodia de escenas heterogéneas, sin orden cronológico. 

Abrumadoramente, infinitamente, Orson Welles exhibe fragmentos de la vida del hombre Charles Foster Kane y nos invita a combinarlos y a reconstruirlo. 

Las formas de la multiplicidad, de la inconexión, abundan en el film: las primeras escenas registran los tesoros acumulados por Foster Kane; en una de las últimas, una pobre mujer lujosa y doliente juega en el suelo de un palacio que es también un museo, con un rompecabezas enorme. Al final comprendemos que los fragmentos no están regidos por una secreta unidad: el aborrecido Charles Foster Kane es un simulacro, un caos de apariencias (corolario posible, ya previsto por David Hume, por Ernst Mach y por nuestro Macedonio Fernández: ningún hombre sabe quién es, ningún hombre es alguien). En uno de los cuentos de Chesterton - The Head of Caesar, creo -, el héroe observa que nada es tan aterrador como un laberinto sin centro. Este film es exactamente ese laberinto. 

Todos sabemos que una fiesta, un palacio, una gran empresa, un almuerzo de escritores o periodistas, un ambiente cordial de franca y espontánea camaradería, son esencialmente horrorosos; Citizen Kane es el primer film que los muestra con alguna conciencia de esa verdad. 

La ejecución es digna, en general, del vasto argumento. Hay fotografías de admirable profundidad, fotografías cuyos últimos planos (como las telas de los prerrafaelistas) no son menos precisos y puntuales que los primeros. 

Me atrevo a sospechar, sin embargo, que Citizen Kane perdurará como "perduran" ciertos films de Griffith o de Pudovkin, cuyo valor histórico nadie niega, pero que nadie se resigna a rever. Adolece de gigantismo, de pedantería, de tedio. No es inteligente, es genial: en el sentido más nocturno y más alemán de esta mala palabra.

martes, 5 de mayo de 2015

Anoche luego de recuperar el sueño extinto de fin de semana fue tan profundo que se soñó cuestiones semi-reales, a ratos tan imaginativas como inenarrables... Por ejemplo, la asociación de un inquilino vecino faltante con la consecución de un crimen televisado como reality (así tal cual). Se trataba de una chica que había sido violentada y que en una carrera por reencontrar no se sabe si su familia su hija o su hogar vuelve a esa pieza vacía, oscura. Ya fuera de estar en línea (de esa imagen televisada ficticia) argumenta que le quedan pocos días de vida (sin saber por qué ni cómo). Luego uno mismo se encuentra de vuelta no se sabe en qué sitio mezcla del barrio de escolar y la morada actual, en que se es invitado a una especie de fiesta desconocida, donde no se reconocía absolutamente ningún rostro ni el propósito mismo de la fiesta.... solo era todo luces de neón y un ruido ensordecedor. Interactuar con ellos hacía que se volviese a una especie de pasillo y luego sintiese una suerte de mariposa en el estómago por no cumplir una obligación laboral ya extinta, planificar algo así como un momento de esa instancia fuera de tiempo, sin ya tener el tiempo ni la razón para hacerlo.... y lo único que sabía era que la fiesta, inenarrable, seguía, y la obligación abstracta, omnipresente, persistía, sin poder hacer ya nada, puesto que cualquier intento por cumplirla te hacía volver a ese barrio mixto como si eso mismo fuese parte de una planificación o de un espectáculo sin nombre. Las palabras solo pueden adornar esos hechos oníricos, que iré siguiendo de cerca, tan increíbles como políticamente subterráneos. Hay allí material para una novela policial onírica o, en su defecto, un reality algo trasnochado. No creo en el moralismo ni en el control subrepticio del pensamiento, pero si me hiciese militante de algo, sería de causas oníricas o, mejor aún, de causas perdidas

lunes, 4 de mayo de 2015

¡Hie! por Arthur Cravan





A propósito de luchas del siglo, les dejo a Arthur Cravan, el poeta boxeador, referente del dadaísmo y maestro del ring:


¿Qué alma disputará mi cuerpo?
Oigo la música:
¿me arrastrará?
Me gusta tanto el baile
y las locuras físicas
que siento con evidencia
que, de haber sido jovencita,
habría acabado mal.
Pero desde que estoy sumergido
en la lectura de esta revista ilustrada
juraría no haber visto en mi vida
fotografías tan maravillosas:
el océano perezoso meneando las chimeneas,
veo en el puerto, sobre el puente de los vapores,
entre mercancías imprecisas,
mezclarse los chóferes con los marineros;

cuerpos lisos como máquinas,
mil objetos de la China,
las modas y los inventos;
luego, dispuestos a atravesar la ciudad,
en la suavidad de los automóviles,
los poetas y los boxeadores.
¿Cuál es esta noche mi error?
¿Qué entre tanta tristeza
todo me parece bello?
El dinero que es real,
la paz, las vastas empresas,
los autobuses y las tumbas;
los campos, el deporte, las queridas,

hasta la vida inimitable de los hoteles.
Quisiera estar en Viena y en Calcuta.
Tomar todos los trenes y todos lo navíos,
fornicar con todas las mujeres y engullir todos los platos.
Mundano, químico, puta, borracho, músico, obrero, pintor, acróbata, actor;
viejo, niño, estafador, granuja, ángel y juerguista; millonario, burgués, cactus, jirafa o cuervo;
cobarde, héroe, negro, mono, Don Juan, rufián, lord, campesino, cazador, industrial,
fauna y flora:
¡soy todas las cosas, todos lo hombres y todos los animales!
¿Qué hacer?
Probaré con el aire libre,
¡quizás ahí podría prescindir
de mi funesta pluralidad!
Y mientras la luna
más allá de los castaños,
unce sus lebreles,
e, igual que un caleidoscopio
mis abstracciones
elaboran las variaciones

de los acordes
de mi cuerpo,
que mis dedos pegados
a la delicia de mis llaves
absorben frescos síncopes,
bajo mociones inmortales
mis tirantes vibran;
y, peatón ideal
del Palacio Real,
me embriago de candor
incluso con los malos olores.
Repleto de una mezcla
de elefante y de ángel,
lector mío, paseo bajo la luna
tu futura no fortuna,
armada con tanta álgebra
que, sin deseos sensuales,
entreveo, fumadero del beso

coño, mamada, agua, África y descanso fúnebre,
detrás de los estores ya tranquilos,
la calma de los burdeles.
Bálsamo, ¡oh mi razón!
Todo París es atroz y yo odio mi casa.
Los cafés ya están oscuros.
Sólo queda, ¡oh mis histerias!
Los claros establos
de los urinarios.
Ya no puedo seguir quedándome fuera.
Esta es tu cama; sé tonto y duerme.
Pero, último inquilino
que se rasca tristemente los pies,
y, aunque cayendo a medias,
si yo oyese sobre la tierra
retumbar las locomotoras,
¡cuán atentas podrían volverse mis almas!

viernes, 1 de mayo de 2015

Elogio de la inutilidad poética


En un ensayo sobre "la pobreza y la poesía", un escritor colombiano sostenía que una de las principales razones para considerar a la poesía como oficio en el sentido de su necesidad para sobrevivir consiste en una idea más o menos generalizada del poeta como personaje de escasos recursos materiales y de vida más o menos ligada a la realidad proletaria. Sin embargo, esa idea solo puede aplicarse en ciertos contextos, como lo es el caso contemporáneo, en el que se cree todavía en la división del trabajo, que ha dejado al arte en un limbo del que sencillamente no se quiere salir desde hacía mucho tiempo. Un espacio en que la única exigencia al artista es que produzca objetos tanto más bellos como inútiles. Y puesto que del trabajo con la palabra no se puede saber exactamente qué es lo que se va a producir, y si eso que aún no se ha llegado a decir efectivamente generará alguna divisa, la palabra es pues, rememorando a Holderlin, el más peligroso de los bienes, y también una especie de bien (si es que así puede llamárselo en una nomenclatura funcional) que no remite a otra cosa que a su propia vorágine de significaciones, a ratos tan inútiles como intensas.

No es extraña la asociación del poeta como trabajador: es algo que durante el siglo XX vino de la mano de las reivindicaciones sociales y el incipiente socialismo. Sin ir más lejos, Neruda elogiaba en su poética tanto al pescador como al militante obrero. Maiakovski en su poema "el poeta es un obrero" señala lo siguiente: "¿Quién es más aquí? ¿El poeta o el técnico que procura a los hombres tantas ventajas prácticas? Los dos. Los corazones son también motores". Y es quizá esta verdad como imagen la que hoy por hoy yace como trasfondo a lo que de verdad implica la poesía: su universalidad (a través del abismante trabajo con la palabra) independiente del oficio material del que la suscribe. Se puede aludir a lo señalado por Octavio Paz, para quien la poesía es algo más allá del poema, este último, creación netamente literaria, producto por así decirlo, del sudor y de la tinta, de la fuerza del oficio del cuerpo y del espíritu (y también de la ausencia y del silencio, características más que actuales de nuestro tiempo hiper conectado). Pero ¿Quién en nuestros tiempos está todavía dispuesto a reconocer como un oficio, una actividad en la cual no se sabe cómo van a ser los resultados de su trabajo, si es que así se le puede considerar? La radical extrañeza de la poesía, sobrepasa la lógica productiva, e inclusive la razón de ser del trabajo asociado al capital humano. La poesía solo se vale de la mente y del espíritu para ser materializada y multiplicar el sentido y su ausencia.

Yeats se refería a Newton para hablar de la imagen poética del arcoiris que había sido destruida al intentar ser explicada. Si lo que se busca es explicar la realidad, el terreno baldío, el límite, la circunferencia en que vive el hombre agobiado por la maquinaria se destruye efectivamente su poder de evocar algo más allá que él mismo. El editor, el librero, el impresor, el difusor, todos trabajadores de algo que no pueden explicar a ciencia cierta. Lo que se vende es el objeto, las páginas, el precio de hacer palpable lo inmaterial: la poesía siempre intangible, está siempre en otra parte, a la vez que se intenta traducirla en algún límite oscuro del corazón. Para comerciantes y "gestores" de la cultura, no hay dinero suficiente ni restante para hablar de poesía porque precisamente no se vende. Y no se vende porque esté asociada a una rencilla social, sino que simplemente porque esta en el fondo no tiene nada que vender, a excepción de su propio silencio y multiplicidad en las hojas arrancadas que buscan pesarla como el pan o como el hierro de nuestras instituciones. El poeta Auden decía, enfático: "Poetry makes nothing happen", mejor dicho, la poesía consigue que "la nada suceda". Porque escribir, como la meditación, es en el fondo algo completamente inútil. Pero de esa inutilidad está también hecha la madera de la vida. La miseria de la poesía es nuestra propia miseria, en tiempos de tecnificación extrema. Comer el pan que de ella se desprende significará callar indefinidamente, para siempre.