lunes, 29 de febrero de 2016

¿Quién ganó el Oscar?

¿Quién ganó el Oscar por la Historia de un oso? ¿Chile o los puros artistas? El dilema del momento. Eso se podría aplicar perfectamente también para el fútbol. A mi parecer, la copa en estricto rigor no la gana Chile, la ganan los futbolistas. Cuando la gente participa del triunfo de unos compatriotas apela a una cuestión sentimental, a un sentimiento de unidad colectiva. Resulta bonito saber que ellos no solo se representan a si mismos, sino que también representan algo más grande, llámese país, estado, humanidad, etc. Que la obra que ellos realizan está pensada no solo por egoístas razones, sino que además resulta una especie de ofrenda hacia el mundo. La obra le pertenece al mundo (aclaro, no solo a Chile). Los autores no pueden alegar propiedad allí sin pasar por arrogantes. Pero en la práctica el esfuerzo y la consecución del logro le corresponden al ganador o los ganadores. Aunque, por sùpuesto, nadie está del todo solo. Nadie, en efecto, crea o logra algo desde la nada. Cuando uno defiende una tesis, por ejemplo, (guardando las debidas proporciones) se la dedica, como es usual, a todos aquellos que sin su presencia o su ayuda no hubiera sido posible el desarrollo de esa obra. Es parte de un protocolo valórico. Ahora bien, hay un abismo de diferencia entre ganar un Oscar y sacar un título. Pero si uno va al meollo del asunto, quienes escribieron su obra, quienes se sacaron la cresta, aquellos que sudaron la gota gorda, aquellos que lo dieron todo por algo que los excede se llevan los méritos correspondientes. Apelar a que el premio por ese logro se lo ganó Chile o cualquier otra entidad abstracta es más bien parte de un rollo diplomático.

Meruane


1

A propósito de lo de Meruane anoche, un amigo me envía lo siguiente: "Evocar también a Thomas Hobbes, y su concepción metafórica del Estado como la gran bestia bíblica; máquina poderosa y monstruo devorador de los individuos. O sea, la MASA. Entonces Meruane=Hobbes.... Jajaja". Sin duda alguna, Meruane hizo historia anoche. Desenmascaró a la Masa como lo que es: Un Monstruo. Hizo historia como el humorista hobbesiano por excelencia.


2

Otra cosa a propósito de Meruane: El verdadero terror no es tanto el miedo escénico. La pifia del público, sin embargo, equivalía a la muerte en la Antigua Roma. El emperador, escuchando la voz de la masa, ya hubiese matado a Meruane, por ejemplo. El verdadero terror hoy en día es que eso se viraliza a todo el mundo en cuestión de segundos, multiplicando la ignominia a la millonésima potencia. No hay margen de arrepentimiento. La imagen del artista se crucifica y banaliza sin piedad, mediante un ejército de memes y videos. Hoy la muerte es más bien simbólica. El artista es ejecutado por la opinión pública, bajo la sucia garra del espectáculo. No importa si fue fome o no lo fue. Lo que importa es que Meruane fue un gladiador. Mostró la cara fea del Monstruo. Meruane, el humorista estoico. Meruane el humorista kamikaze de Chile.


3

No pequemos de hueones: Meruane nos paseó a todos. Meruane es en verdad el Ed Wood del humor. Su rutina en el fondo consiste precisamente en la construcción de un personaje humorista fome. Es tan malo que llega a ser bueno en lo que hace. Ahora la gran duda es si el público fue realmente estúpido y no captó esa jugada pifiándolo por no ser literalmente entretenido ni estar a la altura de los otros humoristas, o el público fue astuto y lo abucheó a propósito para seguirle el juego, demostrando que fueron también partícipes de su sarcástica rutina. A juzgar por el público en su mayoría acéfalo oyente de reggaeton, me inclino más por lo primero.

sábado, 27 de febrero de 2016

Esa inquietante tranquilidad de los días antes de Marzo, es como la calma sospechosa antes de una tormenta de estrés y de responsabilidad. Pareciera que el sol del Verano conspira para alejarse y de esa forma acabar con toda esa fantasía entretenida de vacaciones. El sol se lleva consigo el tiempo de ocio, los amores de verano, las juergas, los infinitos momentos de alegría y letargo. Vuelve en su lugar el clima cada vez más hostil, y con él, las viejas preguntas que cada año se repiten. Vuelve la pregunta sobre tu futuro, sobre tu éxito laboral, sobre tu madurez de corazón, sobre las etapas quemadas, sobre tu capacidad para vivir, en definitiva, sobre tu utilidad, para demostrarle a tu círculo que con la llegada de Marzo has logrado responder a cada una de esas preguntas con convicción, como Edipo ante la esfinge, logrando así el orgullo de tus seres queridos, el respeto de tus pares y el regocijo de los dioses. Sin embargo, aun en ese momento previo de regreso a lo que llaman realidad (que no es otra cosa que el regreso a la maquinaria de la supervivencia) se puede hacer algo verdaderamente importante, cualquier cosa que no tenga necesariamente que ver con el trabajo y sus derivados, algo inaudito y trascendente en serio, algo que haga de verdad la diferencia. En la búsqueda de ese algo, por inútil e incomprensible que parezca, me esmero cada año. En ese algo está la lucha secreta.

viernes, 26 de febrero de 2016

Dragon Ball





A treinta años de Dragon Ball: La moralidad de Goku en relación a la de Superman recae sencillamente en que fue motivada por un azar del destino. Un saiyajin que naturalmente está hecho para luchar y matar de repente es mandado a un planeta con individuos de bajo poder de pelea para su conquista. Es encontrado por un terrícola y al caerse por un barranco se golpea la cabeza. Entonces borra ese instinto asesino pero sin perder el espíritu innato de lucha. El bien en Goku se debe a una pura cuestión accidental y natural. De ahí su inocencia. No hay un gran relato de educación en ese bien. De hecho, vivió una buena parte de su vida en estado salvaje (después de morir su abuelo hasta conocer a Bulma). Sin demasiada ilustración. Únicamente el roce social necesario para seguir sobreviviendo y, por supuesto, luchando. En Superman, por su parte, el bien está motivado por una cuestión de crianza. Es el código moral aprendido de sus padres adoptivos. Es la clave para convivir con la raza humana. Para sentirse parte de la civilización (debería decir, la civilización norteamericana). Es el disfraz con el cual se siente un poco más hombre que kryptoniano. Es, en definitiva, el disfraz con el cual mantiene a raya ese poder inconmensurable. Por otro lado, Gokú, muy en el fondo, no deja nunca de ser un saiyajin. No usa ningún disfraz. No se oculta. Es simplemente lo que es. Se siente terrícola únicamente por un sentido de simpatía y pertenencia a sus amigos. No defiende la Tierra por el bien en si mismo. La defiende porque allí hizo su vida. Porque allí fue donde aprendió a ser lo que es. La inocencia del superhéroe japonés que solo quiere luchar por el entusiasmo mismo de la lucha, se contrapone al gran panfleto del superhéroe yanqui que lucha por hacer el bien (su concepción del bien) a toda costa. En Superman el argumento casi la mayoría de las veces es enarbolar la bandera del bien y de la justicia. La superfuerza es la gran excusa para esa misión. En Dragon Ball, en cambio, como buena serie japonesa, el argumento central es la lucha. Toda la cultura, toda la emoción recae en ella. La creencia en el bien es solo la excusa para seguir luchando sin fin.

Humor

En todo humor, al menos como yo lo entiendo, hay un atrevimiento, se juega con el límite del respeto al otro y el sentido común. La magia quizá reside en el estilo de ese atrevimiento. El humor negro que han estado adoptando varios de los humoristas de Viña se apoya en el fondo en esa premisa: hasta donde puedo tensar el límite de modo que se note mi propia astucia, mi propio movimiento. La carta que jugó el primero fue quizá demasiado audaz para el gusto de los presentes. La tercera, Natalia Valdebenito, construyó un personaje abiertamente feminista que ridiculizaba el estereotipo de hombre actual y a su vez reivindicaba un cierto tipo de mujer. La nueva mujer chilena desatada, loca, libre. Aunque la irreverencia por sí sola nunca es suficiente, simplemente como recurso cómico, en un escenario demasiado acomodaticio, ha ganado por estar en boga la desconfianza colectiva contra la clase política, y además, una desconfianza hacia determinados valores que antes se tenían por sagrados. Han querido usar el humor como plataforma de crítica social. Pero también por debajo subyace un hueveo hacia la cotidianidad. Hacia lo que cada quien interpreta como prejuicio. Lo políticamente incorrecto como receta. Como yo lo veo, el humorista en Viña es solo una proyección de un humor transversal, es la propia gente viéndose reflejada y hueveándose a si misma, haciendo catarsis de su propia parodia y de la parodia que es el país en general. Sin embargo, cualquiera que pise la quinta y venga con un discurso así ya se ha prostituido de plano, la crítica se espectaculariza, se vuelve otro brazo del show circense. El bufón hace las veces del espectáculo del rey. Pero lo interesante, lo verdaderamente cómico más allá del show es ese fenómeno virtual que se genera en torno a la polémica, pareciera que se trata del sistema mostrándose tal cual es, una gran apología orgiástica de la banalidad. Son pocos los que al fin y al cabo podrán verlo desde afuera del propio show, los que podrán disfrutar de esa sarta de ridiculeces con altura de miras. Saben que la realidad no cambiaría ni un poquito solo porque Edo Caroe u otro iluminado al uso les diga que todo está mal o que los políticos son corruptos. Se trata de un simulacro de auto critica. De un carnaval bajtiniano en que el "monstruo" juega un poco a sentirse parte de la parodia política en ausencia de sus supuestos representantes. El propio humorista, dentro de la carcajada general, cae preso de la ilusión de su resistencia. De todas formas, para pretenderse humorista negro hay que llegar hasta las últimas consecuencias. Asumir que la risa también puede llegar a matar. Que también la risa tiene su contraparte amarga. Sin la cual nada, en definitiva, daría risa.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Plaza de los sueños

Desde la ventana del cuarto piso se puede ver abajo entre el departamento y el edificio de enfrente un pequeño pasaje con una escalera. Suelen juntarse allí parejas a conversar y a pololear. Con menos frecuencia, grupos. A menudo cuando duermo siesta, tarde noche, los oigo de rebote. Un día, tocaron algo así como un tema rapeado, puteando al sistema, mientras fumaban sus pitos. Otro, un par de testigos de jehová, como tomando sol, descansando luego de una larga jornada golpeando puertas. Bebían agua mineral. Desde febrero en adelante, abundaba lo sentimental. Lo intimista al caer los patos asados. Además, he escuchado más de alguna pelea. Es intrigante ese vaivén del humor del amor. De día, pura chispeante felicidad. De tarde, cuando amanece nublado, cuando todo parece más monótono, y no hay ánimo de panoramas, los nervios aparecen. Reproches, recriminaciones. Una simple disonancia en medio de una balada que vuelve. Cierro la cortina cuando ya he escuchado y visto bastante. Dejo que el día se envuelva en ella. Los rumores del exterior siguen sonando, puertas adentro. Ahora hace poco, tarde noche, lo romántico que aflora. La viva imagen del ocaso, a medida que la pareja de cabros baja la escalera, de la mano. Luego, la aparente tranquilidad. El ruido de autos. Las ventanas que se cierran. Las luces de los postes que se avivan. La cobardía del sol que teme opacar ese momento luminoso, oculto entre dos esquinas. A una cuadra, la llamada plaza de los sueños. Paso por ahí cuando está poblado de parejas. También cuando solo hay soledades. O incluso tarde cuando ya no queda nadie. De todas formas, parece una galería de sueños que vienen y se van. Un espectáculo de asfalto hecho a la medida de la imaginación. El amor visto así se vuelve esa función que solo se observa a distancia, que se disfruta como quien escucha una vieja canción o una obra de teatro callejera. Se vuelve ese sueño insomne que otros viven y que uno solo alcanza a contemplar. Como anónimo transeúnte. Como ciudadano de la abstinencia. El silencio en aquella plaza, solo indica el cierre de la función. Se cierran las cortinas como si ya el show hubiese terminado. Adentro, sin embargo, continúa el rumor de lo que seguirá mañana. Voy más tarde a la cama, esperando replicar al menos una sombra de aquellos sueños. Esperando que la realidad al otro día no me traicione y haga su trabajo.

Sartre revisitado

El infierno somos nosotros.
Por un instante se corta la transmisión del cable. Desenchufo y enchufo bruscamente el router. La luz queda parpadeando con un color anaranjado. No hay señal. Comienzo a asustarme. De pronto, la internet se ralentiza. Me da cagadera. Todo el show virtual a ratos carga, a ratos se cae. Modo entropía. Si algo cae, puede que vuelva a cargar, como puede que vuelva a caer. Corto por lo sano. Desprendo el enchufe macho de la zapatilla. Lo conecto de nuevo. Se reestablece la luz roja. Doy con el botón del control remoto. La luz se pone verde, pero sigue sin señal. Aprieto el botón como quien quiere resucitar a un enfermo en coma. El mensaje sin señal persiste. Paso zapping a través de una programación inexistente. Fiel metáfora de la vida, a minutos de que todo acabe, y no reste otra cosa que apagarlo...

martes, 23 de febrero de 2016

Segunda entrevista de trabajo

Segunda entrevista de trabajo, Villa Alemana. Llegada en metro. Ese aire intermedio de retiro, diferente al sector Valpo-Viña. El trayecto a pie desde el metro no era corto. Había que cruzar la plaza, luego Maturana hasta calle Victoria. A medida que uno se adentra pareciera que el tráfico disminuye. El colegio se veía modesto en apariencia y detrás de la recepción tenía la forma de un pequeño fundo. Un maestro que arreglaba el logo del colegio, le informa sobre mi llegada a la secretaria. Abren entonces la puerta. La diligencia de su actitud me sorprende. La formalidad indirecta de la situación, a pesar de su cotidianidad. O precisamente por ella. La primera pregunta: ¿De dónde viene? aunque suene protocolar, tiene un dejo interesante. Como si hubiesen olfateado que venía de otra parte, por la forma de acceder y proceder, un instinto de extranjería que quizá no advierten, o simplemente la cortesía con el desconocido. La espera se dilata demasiado. La secretaria matriculando a un nuevo alumno. Tomando una taza de café a tientas. El director se presenta y luego se pasea repetidamente. Un montón de documentos en sus manos. Los pasea como si fuesen obra confidencial. En eso llega una nueva candidata. Colega de lenguaje. Su primera pregunta, después de un tierno saludo, fue si había pasado mucho tiempo de espera antes de ella. Le contesté que solo yo, por el momento. Conversación sobre de donde venimos, en qué colegios hemos trabajado, experiencias, anécdotas, problemas, risas. Al rato después, la hora de la verdad. La entrevista fue casi un trámite. Se hicieron preguntas acotadas al curriculum. La seriedad del asunto indicaba profesionalismo. Me preguntó sobre las novedades de la reforma. Le hablé sobre la vuelta de la Secundaria y sobre los ejes fundamentales de lectura y escritura. Después de un par de preguntas trampa, y de especificar la cantidad de alumnos y niveles, todo acabó de forma demasiado eficiente, para mi gusto. El saludo de despedida era prácticamente anuncio de lo que venía. La expectativa del llamado. La esperanza sobre el éxito de la sesión, queda otra vez supeditada a la imagen y a la palabra. Había prometido contarle a la chica si la entrevista era o no de temer y qué le preguntarían, una forma propicia de simpatizar, usando la ocasión de la entrevista como gancho. Ella entusiasta dijo que aquella clase de preguntas apuntan a nada más que tu experiencia curricular. Se trataba de un filtro distinto al de la primera entrevista. Ya no el circunloquio en torno al sentido de la misma, ni al rollo personal en torno a la experiencia como cuestión problemática, sino que sencillamente si sabes o no sabes de lo que estás hablando y si tienes alguna mínima idea de por qué estás ahí y de lo que se tiene que hacer. Considerando el tiempo que al Head Master (el director de acuerdo al idioma del colegio) le tomaba su burocrática labor de líder, la actividad debía reducirse a lo esencial. Digamos, a lo pragmático. Entra la chica de lenguaje. Se despide, entreviendo que no nos volveremos a ver, quizá. “Deséame suerte”. El gesto de aprobación típico, a lo lejos, con el dedo gordo hacia arriba, el sí de emperador, ahora gesto de empatía pedagógica, o derechamente una apuesta desesperada, camuflada de buenos deseos, para obtener su confianza, más allá de la entrevista y más allá de la profesión. La entrevista misma de la chica (independiente de su suerte) se transforma en mi mito personal. El supuesto pragmatismo, verdadero solo de palabra, finalmente resulta hipotético. La pega, la plata, la aprobación de tus conocidos, la palmadita en el hombro, el orgullo de tu familia, todas son quimeras. Realidad en potencia. La espera fue lo único real. La espera por el trabajo, la pregunta sobre el lugar de origen, la pregunta sobre el tiempo faltante y sobrante. La espera misma por un nuevo remoto encuentro. La pedagogía me traía de vuelta al tiempo real. Uno en que los planes no siempre se cumplen. En cambio, la espera me transportaba a un espacio imaginario. Uno en que todo sale de acuerdo a lo que se quiere.

jueves, 18 de febrero de 2016

La entrevista de trabajo

Saliendo de la entrevista de trabajo del día Martes, conocí a una chica, colega, profesora de lenguaje de la Upla. Una vez de regreso en la micro hacia Valparaíso, me platicaba sobre el miedo que tenía con respecto a las preguntas que le hicieron, sobre todo la última, que encontró fatal: "¿Por qué deberíamos contratarla?" Sintió que ante lo directo de la pregunta dijo algo demasiado rebuscado, quedando prácticamente pasmada, no hallando una forma más clara de expresar su respuesta. Le expliqué, tratando de empatizar, que esa reacción era natural en alguien que todavía está empezando. Era su primera experiencia de cara a un colegio, de frentón a la realidad educacional, puesto que antes había trabajado en el Instituto Chileno Norteamericano de Cultura.

Si no me equivoco en la entrevista también me preguntaron cuestiones al hueso, preguntas caza bobos, algunas preguntas trampa o que se salen de cierto margen protocolar para hincar el diente en un flanco inadvertido. En aquella ocasión, estaba la directora y la Utp. La lógica era como la del policía bueno y el policía malo, respectivamente. La directora, señora entrada en edad, preguntó en un tono bonachón cómo se siente el día de hoy. Luego de decirle de donde venía, (qué colegio) preguntó por el director. Mándele saludos, agregó. Me muestra el horario. Explica, a grosso modo, las reglas del juego. La utp, más joven, sin duda guapa, pero fría, distante, con una mirada aguda, me dijo con respecto al curriculum: "Aquí dice que la mayor parte de su experiencia consiste en reemplazos". En efecto, le contesté. "Hace un año fue mi primera experiencia completa en un colegio". La directora continuó preguntando esta vez cuestiones más específicas, relativas a los cursos, los talleres, los puntajes deficientes en Simce y Psu, motivos casi de vida o muerte, demasiado urgentes como para ahondar en el asunto todavía incógnito de la experiencia. Ella, luego de toda la explicación, dijo que me entendía perfectamente. Que es casi en todos lados igual. Es decir, que es casi en todos lados difícil encontrar trabajo sin contactos. La utp de repente mira y esboza una sonrisa corta, en cierto modo, irónica.

Acaba la sesión. Me levanto, miro al cuadro de Bachelet justo detrás de la directora. La utp se termina el café. Apenas levanta la mirada. La directora se despide amablemente. "Lo llamamos", como una frase de suspenso, esta vez, expectante, ya no tan desesperada. Lo que sí me extrañó fue que el tema de la experiencia continuó inconcluso. El curriculum, a los ojos de aquellas mujeres, no fue sino un artículo de fe. En calidad de entrevistado se debe empeñar la palabra. La primera impresión, aunque insuficiente, sirve de garantía. Pero la pregunta sobre la experiencia persiste como la pregunta más obvia, pero a la vez como la más compleja, aquella que pondrá en juego tu cabeza y en una balanza tu futuro. La colega se preocupó por aquella pregunta: "La más peligrosa. En cuanto la nombras, parece desaparecer, y hay que de nuevo volverla realidad" (Esto último no lo dijo ella. Lo acabo de inventar). Dijo que era contradictorio que a alguien que no tenía experiencia alguna ejerciendo la profesión le recriminaran su falta de experiencia en el rubro, motivo por el cual no podría ser admitida. "Quiero empezar a hacer clases en un colegio de verdad, pero mi nula o escasa experiencia previa me lo impiden. Tengo el ánimo, las ganas, el conocimiento, debería bastar, pero no tengo la experiencia. La deseo pero carezco de ella". Le comenté que eso también me pasó a mi. Pero ese dilema desaparece una vez que se entra al sistema. Entonces se pierde esa paradoja. Pero una vez que pasa, viene lo verdaderamente peligroso. Y emocionante: El desarrollo indefinido de la experiencia. El círculo eterno de errores y de aciertos. La falta de unidad que en un principio tiene el asunto. La realidad de cada institución, y de cada clase, que se va multiplicando. Que cada vez resulta completamente diferente. Todo es contexto, recuerdo que decía un compadre, también colega. Pero ese no fue todo el motivo central de nuestra creciente conversación. Fue solo un momento reflexivo, particularmente dramático, como el hecho mismo de buscar cualquier otro trabajo. Para poder sobrevivir y también para poder hacer algo por eso que llaman sociedad.

La chica, casi en el momento en que se iba a bajar, acabó diciendo algo sobre ser autodidacta. Insistía en el asunto. "Puedo decir que he aprendido chino y japonés básico". replicaba orgullosa. Anteriormente me comentaba acerca del negocio de los posgrados: "Todo se trata de armar tu propia línea de investigación. No es necesario seguir estudiando. Pero si quieres hacerlo, adelante. Todo va sumando. Publica un libro. Desarrolla una idea. Investiga. Está todo a la mano". Me llamó en particular la atención que dijera que fuera innecesario seguir estudiando. Al menos como una condición inexorable para ser autodidacta. Una vez concluido el dialogo, ella se baja de la micro y se despide. La pregunta sobre la experiencia sigue rondando la mente. Pareciera que en todo momento, la travesía en búsqueda de la próxima institución, la entrevista, sus laberintos, la simpatía y la inquietud de la chica, la insistencia en el ser autodidacta, no fueran sino parte de la misma condenada pregunta: "¿Tienes la suficiente experiencia?". La propia pregunta sobre el éxito de la entrevista se ve opacada. Que te contraten o no ya no es relevante. Si yo o la chica consiguen el empleo, solo responde a una variable necesaria. "Son los gajes del oficio", decía ella. "Lástima que nos acabásemos de conocer y ya estemos compitiendo". Pero la pregunta permanece invicta, intacta. Su respuesta solo indica que el juego está recién comenzando.

martes, 16 de febrero de 2016

Esa manía, o debería decir, esa moda virtual en insistir en la sacrosanta bondad de los animales, a través de imagenes, de fotos, de videos, en contraposición a una cada vez más creciente maldad del hombre. ¿No parece otra vil estrategia de marketing moral? ¿Una locura paternalista? ¿Un rousseaunismo invertido?

Facebook, El Origen del Mundo y la censura




"L´Origine du Monde" (1866), obra del pintor francés Courbet, ha sido en numerosas ocasiones censurada, al igual que parte del trabajo de un Maldito al que retrató: Baudelaire. Esta vez la censura viene por parte de Facebook, quien clausuró la cuenta de un profesor que la utilizó como foto de perfil. El caso se remonta a febrero de 2011, cuando Stéphane, profesor parisiense de unos 50 años y gran amante del arte y la fotografía, colgó en su perfil de Facebook un enlace a un reportaje sobre el cuadro de Courbet, acompañado de una imagen del mismo. La red social cerró su cuenta al considerar pornográfica la famosa obra que retrata un sexo femenino. Indignado, el profesor decidió demandar a la empresa, apelando a su libertad de expresión. Su abogado reclama la reapertura inmediata de la cuenta e indemnizaciones en concepto de daños y perjuicios"

Leo esta noticia y recuerdo que hace un tiempo a un amigo le censuraron, de manera similar y sin previo aviso, una foto de la fiesta de disfraces de la película Ojos bien cerrados de Stanley Kubrick, en específico, un fotograma donde aparecían las mujeres desnudas con antifaces teniendo sexo con algunos de los comensales disfrazados. El año 2014 yo también había publicado una foto de un desnudo de Eva Green para la película Sin City 2. De un momento a otro, también fue censurada. Este par de censuras aparentemente aisladas solo puede significar algo que también un amigo virtual de España hace tiempo venía diciendo: Que Facebook redunda en una especie de puritanismo hipócrita censurando ciertos contenidos de características sexuales, pero, en cambio, dejando otros de carácter violento sin razón alguna, con total arbitrariedad de criterio. El punto es que la página desconoce la cuestión estética del asunto. O bien se trata de una persecución deliberada. ¿Hasta qué punto considerar el desnudo como ofensivo o como arte? ¿Cuál es el límite? Facebook parece desconocer en absoluto ese límite. La vanguardia trata de establecer allí un nicho. El desnudo por si solo ya no debería ser motivo de escándalo. Se trata, nuevamente, del doble standard de la moralina virtual.

lunes, 15 de febrero de 2016

Siendo las 12 y media de la mañana, lo primero que oigo y que me despierta del sueño es el sonido de un chinchinero que toca repetidamente en la esquina. No sabía si odiarlo por haber interrumpido lo que anoche no dormí, o sencillamente sentirme invadido por la alegría contagiosa que desbordaba, aunque el lapsus fuera de solo unos minutos, porque luego todo volvió al sonido cageano del plan atestado de motores y de murmullos. La brevedad del chinchinero hace imaginar que su función fue más bien la de despertador. Tenía que ser en ese preciso lugar y en ese preciso momento. Ese sonido entonces: la invitación festiva y escandalosa a formar parte nuevamente de la realidad, como si fuese el recuerdo vivo de un niño que de repente sale de la seguridad de su pieza y se encuentra con la calle y la plaza pública, esta vez sin padres a su lado.

domingo, 14 de febrero de 2016

Una cita con el espejo


Justo recordé que una antigua amiga decía, a propósito de San Valentín, que "voy a tener una cita con el espejo". Solo por eso me pareció encantadora. Tan única, tan diferente a todas esas que enarbolan cursilerías y fantasías color de rosa. No tengo su número y ni siquiera sé su nombre. Solo la recuerdo por esa frase suya, entre humorística y resignada. Ese humor femenino, sutil, tan diferente del doble sentido subido de tono. Tiene un dejo de ambigüedad: por un lado, reivindica que ella se ama a sí misma y ella es su cita preferida (frente al espejo); por otro, acepta que para el tan marqueteado día del amor ella lo pasará exclusivamente consigo misma, y posiblemente con sus amigas a disfrutar de la juventud, a hacer realidad la tan popular frase: "te quiero libre, linda y loca" casi como si fuese una premisa ideológica, un rosario que rezan para salir de juerga y sentirse emancipadas, libres de desear a quien quieran y expeler confianza con solo mover el cuerpo y abrir la boca, aguardando el día del amor con una histriónica alegría de soltera sin compromisos. 

Durante estos días, la población soltera parece que se divide en dos grandes grupos antagónicos: aquellos para quienes la soltería pasa a ser una especie de tabú, casi una carga que las almas atormentadas y solitarias deben llevar por ausencia o por falta de voluntad; y aquellos más optimistas que ven en la soltería una oportunidad para dar rienda suelta a su sentido de libertad y aventura, recurriendo a toda clase de excesos o empachándose de toda clase de proyectos personales. Sin embargo, la soltería en la mujer es radicalmente distinta a la del hombre. No está esa urgencia, esa desesperación sexual y animal que el soltero exuda hasta por los poros. No llega hasta ese extremo baboso al que llega un soltero. De hacerlo todo por un mínimo encuentro afectivo y ojala sexual. En la mujer, quizá la desesperación va por el conteo incesante del reloj biológico. Tiene ansiedad, claro está, pero la mujer en el fondo quiere responder a otra demanda, a otro fin mucho mayor: nada más y nada menos que la siempre promisoria demanda del amor, con sus consecuentes castillos en el aire . 

La amiga aquella, consciente de que todavía no era el momento para amar, se dio el lujo de bromear sobre su soltería y dijo que tendría una cita con el espejo. Minutos antes recordé que había hablado algo sobre el ex. Quiere decir entonces que la talla de la cita vino como una suerte de reacción a su estado anterior, una talla en el fondo muy amarga que viene a reírse de la idealización del amor a partir de lo que vivió. Ella se sobrepuso a la vergüenza de la soledad simplemente haciendo una parodia de su estado civil. Oscar Wilde, casi intuyendo la frase de la amiga, decía: "El amor propio es el comienzo de un romance para toda la vida". Y, en efecto, eso es. Antes de querer vivir en otra teleserie más, de recomenzar el círculo vicioso de atracción-conquista-estabilidad-ruptura, se debería dar con la variable necesaria, la condición previa para cualquier tipo de relación con el sexo opuesto: amar con creces la propia imagen frente al espejo, aunque haya que reconstruirla pedacito a pedacito o impedir que se empañe de realidad. Solo una mujer (y también Oscar Wilde antes de ella) podría haber dicho aquella frase, con una sonrisa sarcástica, esperando a que los otros se la compren y se sientan bien simplemente por estar mirándose al espejo todo el día, convencidos de que solo así el mundo entero se rendirá a sus pies y estarán listos para derrochar y recibir amor a destajo.

sábado, 13 de febrero de 2016

Sobre el amor y el olvido

En el libro Sobre el amor y el olvido, el doctor Román Reyes señala algo interesante: "Todo lenguaje (por oscuro y hermético que parezca) es efectivamente la objetivación de una relación". Hace todo un compendio del amor a partir de un ensayo sobre la comunicación, sobre su posibilidad y también sobre su límite. Pasa por hablar sobre el otro, sobre la palabra, el sentido poético, la psicología, la sombra, y finalmente, la máscara, el rostro. Abarca algo que solo logra comprender mediante un discurso y un argumento medio académico. Trata de imbricar el conocimiento libresco sobre el amor y el olvido con la experiencia física, la abstinencia de la carne con la de la palabra. Y justo cuando está en el orgasmo de esas reflexiones, hace una pausa. Relata una especie de cuento más íntimo. Lo hace literario para darle un toque menos frío, más cálido. Se balancea en la ebriedad del cuento para luego volver a la resaca del sentido, del sentido racional. En ese vaivén pretencioso trata de dar con el equilibrio, a ratos luminoso, a ratos opaco, del tan bullado amor. No nos alcanza nunca el lenguaje para expresar lo que sentimos, esa parece ser toda su verdad. El amor nunca se puede expresar del todo. Porque el lenguaje mismo es su límite. Porque en ese lenguaje precario puede ser a su vez posible, aunque ya esté ausente lo que quiso decir, lo que quiso decir a quien quiso amar. Y termina diciendo: "Solo allí aún habita la comunicación". (En olvidar la falta de significado, en olvidar de repente que el amor tiene un límite, el límite del mundo, el límite del lenguaje).

viernes, 12 de febrero de 2016

Ondas gravitacionales




Se ha hecho pública la detección de ondas gravitacionales. Lo que Einstein había predicho con lápiz y papel hoy ciertos científicos lograron detectarlo mediante un complejo sistema observatorio llamado LIGO (Interferometría Laser de Ondas Gravitacionales). Se dice que gracias a este hallazgo se podría saber qué estaría pasando más allá, a distancias de años luz, solo pudiendo reconstruir qué sucedió en el punto origen de aquellas ondas, si acaso fue por una estrella o por un agujero negro que produjo una curvatura en el espacio tiempo. También la detección de estas ondas ayudaría a saber si la célebre Teoría de la Relatividad se mantiene aún vigente más allá del cosmos conocido. Ellos, los científicos, hacen hincapié en que se trata de eventos que están a distancias inconcebibles para la capacidad humana, y que las ondas vendrían siendo una réplica, una señal que sobrevive tímidamente y nos llega de rebote prácticamente por un accidente del universo. Este hallazgo puede significar además otra cosa: que los avances en la ciencia no hacen sino volver a cambiar el lugar del hombre en el mundo. Si antes de Copérnico la Tierra era el centro de todo, pero un centro dominado por Dios, después el Sol pasó a ser el centro, de manera que el hombre ya no era lo más importante, sino que, digamos, solo un punto extraviado en el pizarrón cósmico, un vagabundo en búsqueda de respuestas.

Existe una tendencia de la ciencia en dividir a su comunidad en dos grandes tipos: los optimistas, los que creen que cada avance redundará en mayores beneficios y conocimientos para la humanidad, y los escépticos, aquellos que piensan que el universo en general es algo demasiado inconmensurable como para pretender su comprensión, y que la historia del hombre no es sino una ínfima parte, un fenómeno tan aislado que en general no significaría nada frente a la indiferencia milenaria del espacio. El cálculo racional, la intuición matemática del científico siempre se encuentran con la piedra de tope del sentido. O la onda gravitacional equivale a la existencia de un mensaje en una botella flotando a través del universo, o significa que solo podemos concebir el eco de eventos de los cuales no podremos ser ni siquiera espectadores. Kubrick, no siendo científico, pero sí un gran cineasta, entendió esas dos visiones en una entrevista, y trato de conciliar la luz de la razón con la oscuridad de todo ese asunto cósmico. Pero a pesar de su aporte, se entra de nuevo en el dilema: ¿Hay cuestiones que al hombre, mejor dicho, al científico le está permitido saber y otras que no? ¿Cuál sería el límite, la verguenza de saber que estamos solos o simplemente alguna vaga esperanza de todavía ir más allá, tratando de saciar el hambre invencible por lo desconocido? Keats en sus versos decía que: "La filosofía recorta las alas del ángel, conquista los misterios con reglas y líneas, despoja de embrujo el aire, desteje el arcoiris". Está demás decir que hoy la ciencia ocuparía el lugar de la filosofía en esa travesía por desentrañar el velo de todas las cosas. El poeta sentía que había un sentido de violación en ese hambre voraz de conocimiento. Que posiblemente sería mejor que todo fuese simplemente contemplado e imaginado, que todo fuese un misterio estético, y no un infinito enigma a desentrañar. Ese es el clásico conflicto entre la belleza y la verdad, pero que hoy se vuelve a concluir mediante números y fórmulas. Lo sublime que de acuerdo a Schopenhauer amenaza la existencia simplemente por querer traspasar cualquier límite.

Cierto grupo de hombres genera también sus propias ondas gravitacionales, que al resto de la población solo pueden llegar de manera intermitente, débil, tal cual una piedra que se arroja en medio del agua y que en sus orillas solo se alcanza a percibir una vibración. Para los científicos pareciera que todo se trata de agarrar una piedra que se hunde cada vez más en el abismo. Para el resto de los mortales, incapacitados de ese privilegio, o simplemente desinteresados, cada teoría o cada hallazgo que circula puede ser leída como simple literatura o como una excusa perfecta para seguir con sus planes en este salvaje rincón del planeta. Sin embargo, cada cual, en definitiva, busca a su modo sus propias ondas gravitacionales. La escritura, por ejemplo, puede ser esa desesperada búsqueda de un centro o más bien el simple capricho de seguir naufragando en la superficie. Incluso el amor mismo puede ser, en última instancia, otro hallazgo del que no siempre se tiene noticia, otra onda sin un centro conocido que nos llega de rebote y a partir de la cual armamos una historia de culebrón que de sentido a toda esta locura.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Macbeth

La suspensión del estreno en Chile de la nueva película sobre Macbeth de Justin Kurzel, si no es por razones cinematográficas, solo puede deberse a una vil estrategia comercial. Contrario a lo que dictaba el destino, cometí el pecado de ver la película en línea antes de su estreno. La ambición lo puede todo. No pude ser el rey de nada pero al menos me negué a perder. Me resistí a que la película, como la vida, me fuera contada por los idiotas.

martes, 9 de febrero de 2016

Taxi Driver: 40 años.



40 años de Taxi Driver. Hace unos años escribí una breve reflexión sobre el célebre personaje de Robert De Niro en el filme de Martin Scorsese. Aquí la vuelvo a publicar, a propósito del aniversario de la película:

Travis el taxista no entra, a mi modo de ver, en la categoría de psicópata. Travis es más bien la encarnación de la soledad, la soledad radical del hombre en la urbe enajenado por la guerra y el síntoma de una ciudad trepidante. Prefiero pensar en Travis más como una figura que encarna un estado de ánimo. Todos como criaturas abortadas por la modernidad seríamos Travis en potencia. Por lo tanto, no me extraña realmente si alguno de nosotros en un arranque de desesperación salga a matar proxenetas o agentes corruptos del poder como profetas iracundos sin mensaje ni patria aferrados a una ética sin lugar en el asfalto. La genialidad de esta película y la actuación insuperable de De Niro radican en funcionar como una verdadera radiografía del hombre moderno alienado, del héroe en el anonimato, del profeta apátrida en medio de la vorágine de la corrupción política y la degradación moral de la civilización estadounidense. Después de ver esta película, algo cambia cada vez que me veo al espejo: me invita al arrojo de ese héroe de nadie que lo apuesta todo por un disparo hacia la nada.

Radio X

Para variar otro sueño anoche luego de una maratón de cine y series. Que aparecía de pronto una radioemisora desconocida llamada X. Su señal en frecuencia modulada variaba de acuerdo al clima. Su parrila programática era de lo más extravagante: avisos sobre avances científicos, una sección llamada "los secretos del día" en que contaban asuntos nacionales y del mundo de los cuales nadie ha tenido noticia, un programa en que la gente hacía sus propios descargos en línea, una "avalancha democrática", proponiendo ideas para la radio, y además una sección musical que incluía piezas en su mayoría inéditas, desconocidas, también vanguardistas y experimentales, de las cuales no recuerdo ningún nombre. No tengo idea por qué tenía que ser así, por qué una radio, por qué algunas de esas características. Quizá fue porque durante la madrugada dejé la radio del stereo sonando, y se escuchaba mucha distorsión e interferencia. Ayer en la tarde noche volvía a ver Twin Peaks y precisamente el agente Cooper soñaba cuestiones surrealistas y en ocasiones delirios que no sabía si eran producto de su investigación o un hecho mental que le entregaba luces sobre su trabajo. Puede ser que el haber soñado con esa radio signifique algo. O en realidad no signifique nada. Puede que sea algo relacionado con la melomanía incipiente, con un nuevo emprendimiento radiofónico o simplemente la incapacidad para conciliar el sueño en silencio, la necesidad de dejar sonando algo por incómodo que fuese para desconectarse de la realidad.

lunes, 8 de febrero de 2016

Esa hora en que no se sabe si es demasiado tarde o todavía muy temprano, en que no se sabe si echar un pie atrás o seguir despierto...

El Ruende



A través de un amigo me entero de la existencia del Ruende, ser legendario de Chiloé con apariencia canina que proporciona exclusivamente ayuda a los hombres desafortunados en cuestiones sentimentales, hombres en general feos, sin actitud ni cualidades suficientes, otorgándoles la pareja femenina que deseen mediante un extraño rito. Ellos deberán acudir a un árbol llamado "Tique” durante cuatro días específicamente en medianoche invocando su nombre. El hombre que ha acudido al Ruende tendrá que señalarle a la mujer que desea conquistar y la criatura supuestamente irá a su casa, para hipnotizarla e infundirle una sustancia con el nombre de "Llapuy" que tiene cualidades afrodisíacas. Una vez que la chica se haya tragado esa sustancia quedaría embrujada y cautivada por el Ruende, y este la llevaría con el hombre que la desea, para así entregarse ciegamente a él, enamorada, creyendo que se trata de la criatura que una noche la poseyó en la oscuridad. Es increíble la mitología chilota, una en que incluso los feos, los desposeídos por el amor y por las mujeres tienen su culto secreto, su magia negra y su superstición. El Ruende vendría siendo algo así como el deseo, el impulso primitivo, sabiamente representado por el perro, figura, en su justa medida, freudiana, (equivalente al ello). En la Roma clásica la criatura que simbolizaría al deseo del amor sentimental es Cupido, representado por un bebé alado armado con una flecha. En ese contraste entre el Ruende y Cupido se puede ver la abismante diferencia entre la cosmovisión del chilote y la del romano antiguo. El Cupido no tiene esa cualidad de criatura mágica, tiene más bien una propiedad metafísica que ha superado la vieja mitología. Si una pareja logra espontáneamente el amor, se dice que fue Cupido el que los flechó. Si un hombre o una mujer, desgraciados en el amor, se consagran a Cupido, puede que este los fleche con la persona que sería su alma gemela. Con el Ruende, en cambio, se trata nada más que de los hombres, y no cualquier hombre, sino que de los feos y los rechazados, aquellos sujetos que, si no fuera por el auxilio mitológico de la célebre criatura, no tendrían ninguna oportunidad con el sexo opuesto. El Cupido es una versión idílica del amor sensual. El Ruende encarna el deseo salvaje masculino. El deseo latente de todos aquellos que por su condición han tenido una suerte deplorable en al amor. En la Roma antigua, un feo no tendría oportunidad alguna. Simplemente sería desterrado por Cupido sin ninguna otra explicación que su fealdad. Donde solo hay puro deseo sexual sin amor no está Cupido. El Ruende entra allí donde Cupido hizo la vista gorda, donde erró su puntería. La brujería del chilote le demuestra a los feos que con la voluntad mágica de torcer la realidad todo es posible. No existe, que yo sepa, ningún equivalente al Ruende en ninguna otra cultura. La imaginación de los feos es tal y su desesperación y mala suerte tan milenaria, que se vieron en la obligación de crear una criatura de leyenda para saciar su más urgente necesidad. De ahora en adelante, sabiendo ya todo eso, declaro también un día para los que invocan el nombre del Ruende, para los hombres que no conocen el amor, para los que solo desean conquistar a la mujer de sus sueños. Ese día será el día de los ruendistas.

domingo, 7 de febrero de 2016

Por la mañana suena a lo lejos la campana de la catedral de Valparaíso. Es lo primero que escucho y lo único que me despierta, después de una larga noche. Descreo, no voy a misa, no rezo, no leo la Biblia ni pienso en el matrimonio ni la confirmación, pero al menos, en ese instante, creí, creí en el poder despabilante del sonido de la campana. Nada más importa.

sábado, 6 de febrero de 2016

Catedrático de la lengua

Ese falso dilema ético lingüístico sobre no decir malas palabras por ser profesor de lengua. En más de una ocasión han hueveado porque supuestamente un profesor de lengua debería dar el ejemplo y hablar y expresarse correctamente. ¿No será precisamente al revés: por ser profesor de lengua es que se tiene todavía más facultad para decir lo que sea de la forma que sea en el momento que crea conveniente decirlo? Precisamente por eso, el profesor se faculta a si mismo para decir cualquier clase de improperios, groserías, palabras soeces, porque se supone que sabe lo que dice, porque se supone que sigue siendo un usuario de la lengua y por ende tiene de igual forma el derecho a decir lo que se le venga en gana. El garabato es una cuestión visceral, espontánea, si se tiene la necesidad de decir una chuchada en un momento dado nadie debería extrañarse ni empezar una acusación weona, la policía gramatical es una cosa aprendida, es puro conocimiento teórico pero en la práctica se habla a destajo. La diferencia está en el contexto. En el conocimiento del contexto y el instante en que esa chuchada tiene significado o no. No en su censura a priori. Así que, con todas las de la ley, se puede ser perfectamente catedrático, y caer de igual forma en la necesidad y la voluntad de sacar la madre o agarrar a chuchadas cuando la situación amerita. Por eso, y por más, que viva la lengua conchesumadre.
En sueños alcanzo a recordar una cuestión del jueves por la madrugada. Resulta que se trataba de un destello onírico, el destello de una chica que aparecía y no lograba verla bien, ni menos distinguir quien era, la sentía como una mezcla de varias conocidas, por eso era una sensación media de espanto y de alegría. Me decía algo. Lo único que alcancé a deletrear era que me repetía: "El orgullo. Trágate el orgullo". Luego en mi cabeza aprendía una especie de fábula: que debía obedecerla para no quedar solo. Me lo repetía a mi mismo para que siguiera el sueño. No tanto para hacerla realidad. Despierto algo agitado, demasiado involucrado, demasiado crucificado a aquella imagen. Belleza, confusión y autoayuda en una sola mujer. Cuando recuerdo una de sus apariencias más vivas era la de Audrey Hepburn. Las otras que en mi cabeza circulaban quedaban opacadas. Con esa imagen la confusión del sueño se mitigaba. Adquiría una extraña pureza. Una pureza cinematográfica. Algo como inviolable, inmaculado. Será la falta de sueño. O la falta de afecto. El hecho es que soñé que Audrey Hepburn, confundida entre las mujeres de mi vida, ausentes, me decía trágate el orgullo, y me despertaba sobresaltado pero dulcemente satisfecho. Recuerdo ese episodio y luego leo que una de sus frases decía que no había imposibles. Que la palabra "im-posible" tenía contenida en si misma su posiblidad, si se le leía en inglés. Lástima no haberle contestado, y no haber tenido una cámara, dentro del sueño. Despertar, en ese momento, era lo más parecido a despedirse.

viernes, 5 de febrero de 2016

TPP

Al cruzar Bellavista se oye a una joven hablar sobre el polémico Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, TPP. Discutía con su amiga en relación a la imparcialidad de esta clase de acuerdos, hechos prácticamente a pesar de la legislación de cada país involucrado. Decía claramente que si solo seis de los doce países circundantes al Pacífico firmaban el trato este se implementaba. Justo delante de ellas un tipo se mete en la conversación mientras esperaban para cruzar, y lo hace sin más agregando que en verdad los yanquis ya tienen todo cocinado, que el Acuerdo busca liberar el intercambio comercial entre los países del Pacífico pero a cambio de fortalecer patentes en el área médica, priorizar el flujo de la exportación y controlar la distribución gratuita de la información por internet. El tipo señalaba cómo se podía leer la letra chica del contrato. La joven del principio replica que entonces no se podrá compartir ninguna clase de contenido virtual sin la autorización del titular. Son los malditos derechos de autor, volvía a decir el tipo. Además, de acuerdo a la joven, aparte de la colusión de las farmacias, si se aprueba el trato también ciertos medicamentos tendrán una licencia que no podría ser usada por cualquiera, lo que dificulta el uso de genéricos, por lo que serán comercializados a precios igual o todavía más caros. El tipo, aprovechando el tiempo que quedaba para cruzar y la intensidad de la conversación, remató lo que venía diciendo y agregó: todo será parte de una movida estratégica de yanquilandia para quitarle protagonismo comercial a China, que en la actualidad vendría siendo el cliente número uno de Chile y de la mayoría de los países sudacas. El gesto de aprobación de las jovenes no se hizo esperar. Un gesto entre resignado por la situación y satisfecho por la comprensión de lo que pasaba. El tipo esbozaba una sonrisa como contento por empatizar con ellas mediante el dialogo expreso sobre un tema contigente. Justo en el momento en que la luz cambiaba para cruzar la calle, ellas se marchan, el tipo se queda sin cruzar, y se oye de fondo precisamente una mini protesta contra el TPP afuera de la Intendencia. Sin quererlo, las jovenes que hablaban sobre el TPP, el tipo que entra de improviso a discutir, que logra su atención, a pesar de quedar atrás, y uno mismo como transeunte incógnito, como mero testigo auditivo por contiguidad, firmábamos en ese momento un pacto invisible: El pacto de la disidencia al paso, de los que están de acuerdo en un punto a raíz de un impulso de la casualidad y el deseo y que luego se esfuman, cada uno por su lado, con ese conocimiento y esa satisfacción moral en silencio, acaso sin volver a reconocerse de nuevo, acaso siquiera sin haberse conocido bien, y solo existiendo una cuestión en común que los unía: La sensación claustrofóbica de cierta conciencia...

jueves, 4 de febrero de 2016

El Renacido



Llegando de ver El Renacido, la nueva de Alejandro Gonzalez Iñárritu. Lo que más me sorprendió fue la factura que a ratos me recordaba al cine europeo, en específico a Tarkovsky, por la lentitud contemplativa de la trama, el misticismo de los paisajes, la acción filmada en plano secuencia, en especial la emboscada de los indígenas contra los cazadores como emulando la fuerza de la naturaleza, implacable contra el paso de los hombres. No dejaba de pensar en esa analogía con el cine del ruso, ya que el agua, la nieve, la vegetación, el fuego eran los elementos de la naturaleza y además los signos predominantes. pero en cierta medida, a medida que avanzaba la película, había algo sin duda salvaje, bárbaro, muy americano, si se quiere, una especie de rumor de lo primitivo que asolaba el escenario y las acciones de los cazadores. Como si ese rumor viniese de todas partes. Como si inundase el celuloide a medida que recreaba la opacidad de la atmósfera.

Lo único incómodo, y a la vez significativo, durante el visionado, fue que un par de personas detrás comenzaron a emitir rumores precisamente por la lentitud y densidad de la película, interrumpiendo sin piedad. Desconocían del todo un mínimo de criterio audiovisual al rito de asistir al cine. Inclusive si se quiere un mínimo de respeto y sentido común por el espectador de al lado que no está obligado a sufrir esa insolencia. La propia acompañante se veía indispuesta por la situación. Y no era para menos. Eso, sumado al ruido de las palomitas de maíz y los sonidos guturales creaban una sesión de espanto, que hacía más perturbadora la experiencia misma del filme. Pero de todos modos, siguiendo con lo que atañe, se podía percibir claramente que la venganza en Glass, el rol de Di Caprio, era una especie de viaje iniciático en búsqueda de cierta redención, aunque fuese del todo vana, aunque ya no tuviese nada que perder en esa apuesta a través de la boca del lobo que representaba el bosque y la maldad misma de los que creía sus semejantes. En ese tomar la justicia por las manos el rumor de lo primitivo volvía a aparecer acompañando a nuestro héroe en su camino de supervivencia. Todo parecía, en suma, parte de un todo. Era tal el impacto visual que tanto lo que pasaba frente a la pantalla como dentro de la trama adquirían el matiz ensordecedor, ruidoso, absurdo del ambiente que el director buscaba transmitir.

Por otro lado, el célebre oso que ataca a Glass, casi una especie de protagonista en esa secuencia (incluso, aunque parezca broma, merecedor del Oscar) vendría siendo la fuerza bruta que lo prepara para esa búsqueda funesta, sin retorno. Glass se reencuentra con la verdad de la traición. Los animales, el clima hostil, no son sino la prueba de su lucha secreta, personal. Sus compañeros, divididos por el dilema de la vida y de la muerte, en realidad solo pueden situarse a su lado o en su contra. Los indígenas allí en el fondo actúan como una sola voz ancestral que le indica a Glass la conexión con su propia vida perdida. La mujer indígena al final simboliza quizá el cúlmine de ese viaje, el reencuentro con la raíz, con aquello que perdió inevitablemente pero que a través de la búsqueda y la venganza pudo purgar.

Se podía ver, a pesar de todo, que al final de la película permanecía en general cierta falta de expectativas de los espectadores. A juzgar por los episodios molestos. Y a juzgar por la falta de aplausos. Parecía que muchos de los espectadores quedaron entre introspectivos e insatisfechos. Y, con toda justicia, eso habla bien de la salud del cine de Iñárritu, arriesgado en una propuesta original que renueva tópicos antiquísimos como la venganza y la lucha por la tierra, pero valiéndose apropiadamente de una técnica tarkovskiana, de un aura cinematográfica de la que el actual hollywood adolece con su obsesión neurótica por el estrellato. Por su manía de aplacar las voces que no consientan su imaginario de moda.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Ese momento en que alguien que no esperabas te demuestra su amor, sufre, se sacrifica, incluso se aleja, te desmiente, hace lo necesario, lo indeseable, pero no está segura de mantenerlo por miedo a lo que pueda pasar. Cree que ha estado buscando pero en realidad encontraba. En un principio lo rechazas porque ahora el cuento se invierte, la no correspondida es ella, o finalmente lo haces porque no puedes creer que eso suceda. Entonces eso perdura, se propone y se dispone de inmediato, pero continúan los vaivenes. Se vuelve a un eterno retorno de las emociones. Llega fin de año, ante tu vacilación se rompe la magia. Se separan, después de encuentros furtivos, se vuelven a encontrar, pero para tomar caminos separados. Un adiós que tiene sabor a venganza. Un tercero hace las veces de intruso y de cómplice del conflicto. Llega un punto en que la farsa no puede continuar y el intruso ahora se vuelve el enemigo. Entonces ella lo rehúye todo, vociferando contra el amor y contra todo lo que conoce. Se refugia en sus seres queridos. Comienza el melodrama. Entras como el amado arrepentido. Como quien al concebir el dolor de repente se ilumina y piensa que debe socorrer. Que su dolor le está pasando la cuenta. Que su dolor es una cuenta pendiente, que debes pagar silenciosamente volviéndola a amar. Al parecer la magia permanece, siempre estuvo. Se reconcilian, todo es de nuevo luminoso. Se consagran en carne y en vida. Pero al tiempo la incertidumbre continúa. Ante el menor gesto de indiferencia o de distancia, las piezas del puzzle se desmoronan. Hay que ir una por una arreglándolas, hasta dar con el error. Pero resulta que ahora el problema no pasa por ti, sino que por ella. Llega el momento en que a pesar de todo te pide que te alejes. Porque no quiere hacerte daño, porque aquello no puede seguir así. En un limbo constante. No quiere ser ella la culpable de tamaña indeterminación. Te dice que eres demasiado bueno para ella. Que debes buscarte algo mejor. Como queriendo decir, paradójicamente, que ya no es para ti, siendo que desde un principio sí lo era. "Te quiero demasiado, y por eso no podemos estar juntos". Y esa es la parte en que se pasa de ser perfectos desconocidos a ser conocidos en ausencia. De un posible romance a una amistad virtual, de la cual se tienen algunos recuerdos inevitables. Un amor que ya a esa altura se cuenta como alguna especie de locura o una canción etílica. Que sobrevive a distancia, que en el fondo sigue existiendo, pero se convierte en un tabú. Un mito.

martes, 2 de febrero de 2016

Pornosofía


Las actrices porno están tomando el lugar que se merecen. Sasha Grey ahora se dedica a la literatura y la música. Y Valentina Nappi, nueva promesa italiana, expone en un congreso algo sobre Nietzsche y lo que ella conoce como "Pornosofía". Vale la pena.


Caridad

A la altura de Av Argentina con Yungay diviso a un mendigo echado a un costado de la calzada, en eso pasa una joven chica abrigada, seria, algo apurada. Camina dos metros sin advertir al mendigo y luego se devuelve lentamente. Saca de la cartera un par de chauchas y las deposita sin tanto cuidado en una bandeja. Lo más extraño no es tanto el acto mismo sino que la chica depositó lo suyo sin siquiera mirar a la cara al mendigo, y con el dejo de apuro que la caracterizaba. Incluso, para ser más radical, hubiese dado lo mismo que la chica le diera, en ese momento, y con esa misma actitud, la plata a una máquina dispensadora o a un dispositivo tag. El mendigo, para completar el cuadro, tampoco atinó a mirar ni agradecer. Solo levantó la bandeja como era su costumbre, echó un vistazo, y siguió viendo hacia cualquier parte. Ese acto que muchos a simple vista interpretan como de un arranque de caridad, en realidad si se analiza de cerca esconde un secreto mucho más complejo e interesante. Las miradas frías, el acto mecánico de depositar una moneda, el acto rutinario de sentarse en la calle y esperar lo que venga son la prueba de que lo humano no necesita de una ficha para llevar a cabo su paso indolente. En la mente de la chica algo gatilló para devolverse y darle la plata al mendigo. Ella se hizo un favor a si misma. A juzgar por su acción, en ningún momento pensó en el mendigo. Fue su imagen, en el fondo, la que le dio ficha a su ánimo. Su imagen, al parecer, contrapuesta. Con eso mitigó cierta inquietud, cierto cargo de conciencia, cierto estado moral al paso, que los transeúntes frenéticos, impávidos, desconocidos entre sí, interpretan como bondad. El mendigo no sintió ese acto como tal. Solo al botín en su bandeja puede rendirle cuentas. Para él, solo como está, todas las manos que le ofrecen plata son iguales. Todas las miradas que no lo advierten conducen a la nada. El tema de la caridad queda ahí en suspenso. No hay tal en esa indiferencia de emociones. El mendigo se urge por su bandeja. La chica por su cartera y por su tiempo. Ambos temen lo mismo. Porque ambos se ven, ambos en verdad se conocen mejor de lo que creen. Porque reflejan el vacío que los acompaña. El vacío del dinero, que a su vez los vacía. Su vacío es lo único que tiene interés, lo único que los endeuda, que los aumenta. En ese vacío se completan.

lunes, 1 de febrero de 2016

El efecto Werther

Se dice que durante el año 1984 Ozzy Osbourne fue acusado de incitar al suicidio luego de que un fan adolescente se quitara la vida mientras escuchaba el tema Suicide Solution del album Blizzard of Ozz. Los padres del joven encontraron el cuerpo de su hijo con los audifonos puestos y una pistola en su mano. 

En el año 1986 se encontraba en plena vigencia el PMRC, un comité formado por esposas de políticos estadounidenses que tenía el propósito de "educar" a las familias sobre los peligros de la cultura popular para la moral y las buenas costumbres. Ozzy fue llevado a tribunales pero salió al tiempo absuelto por falta de pruebas consistentes. Él mismo explicó que el tema iba dedicado a la muerte del antiguo cantante de ACDC, y la palabra "Solution" se refiere más bien a una sustancia, no a resolver un problema. 

Por otro lado, la novela Werther de Goethe, publicada en 1774, tuvo en su tiempo un efecto similar pero a gran escala. Durante la época plena del romanticismo alemán, cientos de jóvenes prusianos (y de otras latitudes) rebeldes y rechazados en el amor, después de haber leído la novela e impulsados por el espíritu de la época, generaron una ola de suicidios sin igual, provocando el escándalo de la Iglesia y de la sociedad europea. Tanto fue así que incluso se le nombró "Efecto Werther" al efecto de suicidio de una persona que sigue el ejemplo o el sentimiento que le confiere determinada obra. 

Si bien el suicidio resulta un tema en si mismo polémico, incluso crucial, como lo pensara el filósofo Albert Camus, el punto es que no se pueden evitar las consecuencias nefastas o no de la lectura de tal libro, tal música o de tal obra en general sin incurrir en la Inquisición arbitraria. ¿A quien se debe culpar si de repente un libro te encuentra en un momento depresivo y, después de haberlo leído, debido a una lectura subjetiva, de repente te iluminas y sientes que tienes el derecho y la libertad de quitarte la vida? ¿Quién es el malo, el maquiavélico homicida? ¿El escritor, la editorial por promoverlo, el editor por ser su cómplice? ¿Uno mismo? O el problema está mejor dicho en la lectura. O el suicidio mismo fue un problema de interpretación, de comprensión lectora. Y los factores de que haya llegado a ese punto están, en realidad, en otra parte. 

Imaginen un comité político a nivel internacional que estuviese a cargo de determinar la forma de todas las obras del mundo de manera que ninguna de estas produjese dolor, muerte o sus derivados. Simplemente, no habría arte. Todo sería más absurdo (y aburrido) de lo que ya es. El quid del asunto es si la censura acaso, como otro dispositivo de poder, no sería sino un enclave reaccionario que pretende proteger a la población de tal o cual fenómeno pero en realidad lo que hace es perpetuar a como de lugar un sistema de cosas, una determinada moral, un determinado nicho.

Frank Zappa, en el año 1985, al ser acusado debido al contenido de sus letras, dijo sin más que: "las demandas del PMRC son el equivalente a tratar la caspa decapitando". El arte, el verdadero arte, inevitablemente siempre genera anti cuerpos. El escándalo surge espontáneo. No es una fisión atómica. Es el resultado de un choque de fuerzas. El suicidio es también no solo un problema filosófico, sino que cultural. Si el arte lo suscita, puede que se esté en la dirección correcta. Quiere decir que hubo un cuestionamiento. Que el mundo fue puesto en jaque. Que algo se salió de las casillas, y ya es hora de jalar el gatillo.