domingo, 28 de agosto de 2016

Después de años de haber salido de la U, me ronda últimamente la maliciosa idea de pagar la deuda. No por voluntad propia sino que por presión de la realidad. Comienzan los llamados anónimos, que por supuesto no vuelvo a contestar. Los cobros con voces mecanizadas. Los mensajes spam. Si existiese un lugar en el infierno kafkiano debiera reservarse para esa gentecilla que trabaja cobrando deudas. De todos modos no tenía pensado pagar ni un peso de la deuda universitaria ni bancaria. Sale ahora un artículo sobre una académica que llama abiertamente a no pagar el CAE, cuestión que, aunque no suene del todo creíble, señala al menos que hay afuera un pequeño rumor, un ánimo de morosidad voluntaria, con la vaga intuición de que si se deja de pagar sistemáticamente la deuda en algún momento explotará como un globo que ha acumulado demasiada presión. Preocupaciones propias del último día domingo del mes, cuando la plata precisamente escasea y la deuda en cambio, como su hermana gemela, parece crecer de forma estratosférica.

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