martes, 9 de agosto de 2016

El soltero de la familia

En El soltero de la familia, docu película de Daniel Osorio, recuerdo que el amigo del protagonista charla con él respecto al método de apareamiento de los pájaros. Dice que para encantar a la hembra utilizan todo tipo de rituales de cortejo, que van desde el baile hasta el canto, principalmente este último, variando de acuerdo al tipo de pájaro que sean, la voz y el tono. Y que, en cambio, los monos, que se supone son más cercanos al ser humano, "llegan y culean", lo hacen sin tanto aspaviento, aunque claro está, enfrentándose previamente a toda una horda de simios en celo. El amigo concluye que, en ese sentido, el pájaro sería más evolucionado que el propio mono. Pero el protagonista le replica que no se trata de evolución, sino que de simple adecuación. Distintas tácticas para responder a un mismo estímulo primitivo. Lo que llamamos lenguaje en el ser humano no se trataría tanto de una cuestión de evolución. Sino que de un largo y complejo sistema de adecuación. Al fin y al cabo, se vale de métodos similares al ruiseñor o al canario para así, mediante el aparato lingüístico, conseguir la prolongación indefinida de la especie. No son muy distintos a una estrella de rock o a un gran intérprete que, con la fuerza y belleza de su voz, logra cautivar a un número indefinido de féminas. Pero, a ratos, cuando no basta la belleza de la palabra (o del canto que, en este caso, vendría siendo lo mismo) recurre a la acción pura. En materia sexual, entonces, el hombre se mueve invariablemente entre el pájaro y el primate. El gran abismo que lo separa de sus hermanos animales, continúa siendo, sin embargo, su enrevesado universo simbólico, la neurosis milenaria de su cultura. La soltería para el protagonista sería, de esa forma, el silencio misterioso del pájaro que se relega de la naturaleza con su canto derrotado. O, en otra vereda, el mono que se aleja de la manada con su fuerza secreta luego de haber perdido en el terreno de la conquista. Es en ese momento que el hombre se refugia en la palabra, desencantado del mundo y sus batallas, y despliega el aparato de la ficción para no sucumbir ante el deseo de muerte. Se convierte, irremediablemente, en la imagen viva del fracaso de su universo simbólico.

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