jueves, 29 de septiembre de 2016

Freud, hoy.

¿Puede la mente ser medida en los términos que medimos una casa? ¿Se puede calcular la dimensión de nuestras pesadillas? Esta y otras preguntas resultarían absurdas si se le hicieran al psicoanálisis de Freud, a propósito de su aniversario, desde una antojadiza perspectiva cientificista. La gracia de Freud en su momento era ir más allá de la evidencia y develar lo que estaba velado a la razón humana. Su concepción de la mente como una "caja negra", de la cual elabora su teoría de lo inconsciente, echó por tierra las nociones clásicas que veían en el pensamiento una condición irrefutable. Se atrevió a cuestionar siglos de lógica cartesiana para develar el mundo del sueño. Freud no fue científico en los términos de la ciencia positiva porque el fenómeno que estudia simplemente es irreductible a esa ciencia. Sería caer en lo dogmático afirmar que todo conocimiento que no sea medible ni cuantificable no puede ser verdad. Con la interpretación de los sueños, la radiografía de la cultura, y la arqueología de nuestras pulsiones hunde el dedo en la llaga de la sociedad y deja abierta una puerta. Dependerá de nosotros inmiscuirnos en ese secreto o seguir de largo con nuestro camino lineal.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Debate presidencial

Ciertos paralelismos son inevitables. En la clase de Convivencia Social, uno de los alumnos se preguntó sobre el debate entre Donald Trump y Hillary Clinton. "Increíble cómo se parecen ambos a Piñera y Bachelet". Aunque no del todo precisa, la comparación entre los presidenciables resulta un hecho. Quizá Trump suene todavía demasiado evidente en su conservadurismo en comparación con el capitalismo neoliberal de Piñera. Quizá Clinton tenga ese parecido con Bachelet en el hecho de que sería la primera candidata mujer de su país. Por supuesto, otro carácter tendencioso que habla de una estrategia maquiavelica para sumar adeptos. Tanto sofismo en el debate sencillamente no resiste análisis. Ese sofismo resulta, a estas alturas, casi consustancial a nuestra política. Lo elemental, después de todo, sigue siendo cómo leen la sociedad el común de los mortales. En el caso del alumno de la pregunta, resulta inaudito que sin mayor interés ni conocimiento sobre la política haya identificado ese paralelismo entre los candidatos de yanquilandia y los nuestros, ese peligroso parecido en la forma del circo electoral que comparte el mismo fondo consabido por todos prácticamente por obra del sentido común. Aquel alumno, sin siquiera el interés necesario, da a entender que desconfía no solo de Trump ni de Clinton, sino que de la propia autoridad. En una parte de su intervención aclara que son "todos iguales". Es la idea de criticar no precisamente a tal o cual personaje sino a lo que representa. Esa es en el fondo la crítica inconciente que hacen incluso a los propios profesores. Lo que representan, no precisamente ellos, tan víctimas y cómplices de la indolencia política como sus propios alumnos. De cualquier modo, se advierte un ímpetu que no se ve pero que aparece de repente en forma de breves destellos de lucidez, un germen de rebeldía que aflora espontáneamente junto con la primavera de la edad. Todo eso, aunque no tenga mucho sentido para los cabros ni garantice un compromiso mayor, habla sin embargo de la salud de nuestro inconformismo. La salud de la discordancia aunque no tenga idea del futuro. Al final, el propio cabro cerraba su intervención brevemente, acotando: "Todos damos lo mismo. Salga quien salga, nos cagan igual".

martes, 27 de septiembre de 2016

Recuerdo de Viernes: La misma alumna que decía no gustarle la clase de lenguaje (y, por extensión, ninguna clase en particular) ese día en la mañana se contenta con el siete que se sacó en la prueba recuperativa. No hay nada personal en ello. Que se saque un siete y que se contente con ello no demuestra que ella guste del ramo. Tampoco eso es relevante del todo. Lo relevante sin embargo es lo siguiente. En el momento que ella acusa recibo de la prueba, dice: "Déjeme tenerlo, profesor, para colgar la prueba en la puerta del refrigerador". Sin saberlo, la chica expresó con entusiasmo, con espontaneidad primaveral, una verdad profunda: Que todos los pequeños éxitos cotidianos que podamos conseguir no son sino bonitas pruebas que colgamos en la puerta de nuestro refrigerador personal, para satisfacción propia y como garantía de que otro que no sea uno mismo también lo verá al tratar de saciar el hambre con un producto envasado. El ego es eso: un refrigerador buscando ser llenado, y ojala con un bonito motivo de entrada.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Se escucha en el colegio del frente los gritos desaforados de unas cabras desde una ventana en un segundo piso: ¡Que viva el amor! ¡Que viva el amor!. Gritan, literalmente. De fondo suena el megáfono del inspector, sonando como si se tratase de un eco disciplinar. Aun en tiempos libres resulta difícil huir a esas voces y a esos grupos humanos. Resultan hasta cierto punto irresistibles. Sobre todo cuando esas mismas cabras luego salen del recinto a cualquier lado menos directamente a la casa, a vacilar en la plaza más cercana. El contraste entre el grito espontáneo de las chicas de adentro hacia afuera de la calle versus la voz megalómana del inspector que anuncia el fin del recreo y el reingreso a las aulas. No encontré mejor imagen para representar la influencia de la primavera en nuestro sistema educativo. Un Que viva el amor indisciplinado contra el Se acabó el recreo directivo. La eterna lucha entre el querer y el deber, graficada graciosamente en una pura jornada escolar.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Dolores de cabeza

Me ha asaltado un dolor de cabeza singular desde la mañana. Hace casi un mes estuve dos días enteros con una cefalea que iba y venía cada cierto tiempo. Es difuso el origen de ciertos dolores. Se podría asociar de forma rústica a cierto estrés, o, por otro lado, a un "caldo de cabeza" que llamamos a una sobredosis de pensamientos y preocupaciones sin tubo de escape. Algo así como una úlcera mental, si se permite esa asociación. Uno podría estar toda la tarde hablando o, en su defecto, escribiendo sobre la sintomatología de los dolores, y en particular, de los dolores de cabeza. Cómo diferenciar un síntoma de una dolencia de raíz. Es porque el dolor de cabeza se supone que funciona como una alarma doliente que avisa al organismo sobre algo mayor. Pero a veces creo que el dolor de cabeza podría tener su propio relato, y no solo servir de síntoma. Leí que Nietzsche sufría de esos dolores, y para agregarle misticismo al asunto, alegaba que eran los dolores de parto de sus próximas ideas. (En algunas ocasiones, más que dolores de parto se parecen a abortos). Kafka también padecía de esos dolores en racimo. Y en su constitución enfermiza eran prácticamente parte de su ser, y por ende, de su literatura. Sería muy apresurado e iluso decir que esos dolores de cabeza repentinos me pertenecen, por el simple hecho de su recurrencia. Hay algo ahí en la cabeza que se inflama, que quiere salir, o que, por el contrario, insiste en mantenerse adentro. Demasiado esfuerzo visual? Demasiadas ideas sin forma? Demasiada preocupación sin praxis? Como sea, inclusive es difícil diferenciar un simple dolor de cabeza de una migraña, una jaqueca o una cefalea. ¿Nombres técnicos? ¿Sinónimos? El dolor de cabeza se presenta ahí como un enigma. No se sabe a ciencia cierta su origen. Lo único cierto es el dolor que provoca. A simple vista un dolor sintomático, un dolor con un propósito. No un dolor gratuito. Lo que funciona al menos como un consuelo. Al menos como una garantía de que el dolor significa algo. Entonces ese dolor no deja de ser menos doloroso pero elimina su componente absurdo. Lo curioso es que una brisa de viento helado del exterior puede espantarlo, como hoy al salir de tarde, o, por el contrario, una siesta puertas adentro y a oscuras. No hay fórmula excepto la improvisación cuando no existe farmacología. El dolor de cabeza uno de los dolores más personales, quizá por la sola sensación de claustrofobia mental, recordándote con saña que ahí arriba no está vacío sino que hay algo vivo que quiere que dejes de pensar y que detengas la máquina.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Hoy en la unidad de drama, los chicos del segundo ciclo escribiendo lo que sería su debut teatral. Reescribiendo clásicos o bien adaptando obras ya existentes de acuerdo a su imaginación, siguiendo el esquema de texto prima + texto b=representación. Léase texto prima como la obra original y texto b como su guión dramático. Había libertad temática, siempre y cuando siguieran la estructura interna y externa. Eso les dio pie para creaciones un tanto bizarras, libre lectura de obras que incluso se alejan de lo comúnmente conocido como teatro. Uno de los grupos dijo que haría una versión dramática de Alicia en el país de las maravillas, solo que sería más bien la tercera parte llamada "Alicia a través del ácido", la cual completaría, según ellos, una trilogía. "La versión psicodélica" repitió uno de los cabros. Algunos de hecho se debatían en broma sobre si utilizar de verdad ácido o solamente éxtasis para ese día. "Son weas y efectos distintos", insistía otro, como haciendo gala de su experiencia. Por otra parte, un grupo tenía pensada la interpretación dramática de la película "Proyecto X", la cual llamarían precisamente "Proyecto X: Chile". Dijeron si podían traer la obra filmada para luego visualizarla el día de las representaciones, puesto que esa obra requería de un ambiente festivo en la casa de alguien, y de alguien filmando lo que ocurriría. Se les concede esa libertad, pero acotada a los parámetros del guión, del texto escrito como su "biblia" representativa. Fuera de hueveo, el potencial ficticio de los cabros en su mayoría se hace notar, aunque todavía bajo el sesgo de la dispersión y el descriterio. Se les brinda un margen de subjetividad, y afloran de inmediato conceptos como droga y como fiesta. Para ellos, en eso consiste el teatro de la vida. Para ellos, lo dionisíaco -interpretado libremente- siempre la ha llevado.

jueves, 22 de septiembre de 2016

La soledad no puede ser otra cosa que un limbo o una carretera abierta hacia cualquier parte...
La corrección política: la distopía que también de alguna manera predijeron los grandes profetas del siglo pasado. Un estado de Huxley en su Mundo Feliz. Un estado que ya no se debate entre ideologías sino que en un ejército de correcciones políticas que crecen en masa minando cualquier atisbo de excentricidad.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Las excusas de inasistencia de los estudiantes cada vez más ingeniosas e imaginativas. Eso demuestra que su capacidad ficcional se mantiene intacta. Solo que su líbido en su mayoría no está orientada al estudio. Llamésmole estudio a todo lo que la institución y el curriculum estipula como lo oficial, como el camino a seguir. Sucede que los cabros hacen vida escolar de manera lateral al estudio. La verdadera vida escolar para ellos se da en forma de resistencia al parámetro establecido. Proceso natural o deliberado sabotaje al convencionalismo de la educación. Como sea, el profesor tampoco se resta a este fenómeno. De hecho, es su parte crucial. Su vida a ratos se debate entre lo oficial, lo que se espera de él como agente pedagógico, y lo que realmente la experiencia le enseña y le demuestra con creces. También ejerce un proceso lateral. También perdura a expensas de la regla. También hace de su ocio algo sagrado que debe conservar mientras hace del trabajo su arma de sobrevivencia. Sin aquel proceso quizá no podría hablarse de vida escolar en toda su amplitud y tampoco de aprendizaje en su sentido lato. Mucho menos de vida en su sentido práctico.

martes, 20 de septiembre de 2016

La escritura como la vida: no cesa porque sabe que no acaba; O como la muerte: no cesa porque sabe que su destino es irremediable.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Encuentro en las minas que fuman una sensualidad adictiva.
"Este mundo es de los vivos". Sabias palabras de un ex compañero, y lo curioso es que no se refería a los vivos de vida sino que a los vivos de astucia, de ingenio. A los "pillos". (Porque sería demasiado utópico afirmar que el mundo fuera solo de los vivos de vida y nada más).

Highway Chile

Dice el mito que el tema Highway Chile de Jimi Hendrix lo escribió en alusión a un supuesto viaje psicodélico del rockero durante el verano del 67 en la ciudad de Antofagasta. Sin embargo, Chile es solo la deformación de la palabra Child (chico o hijo) en inglés. La canción originalmente sería en español "El chico de la carretera" y no "carretera a Chile" como se ha pensado hasta el momento. Hendrix, de todas formas, colocó la palabra Chile porque la parecía más auténtico dejarlo así que corregir la palabra. Se desmiente entonces una gran fábula melómana en torno a una conexión musical del guitarrista con estas latitudes. Pero eso no quita que la fábula, con toda su imaginería, siga sonando "cool". Seguirá en el imaginario aquel tema compuesto por Hendrix refiriéndose a Chile. Y lo seguiremos escuchando con esa idea aunque sea falsa. Porque a veces la ficción resulta más inspiradora que la verdad. Porque la música misma, así como el sentimiento nacionalista, se valen también del mito. Y está claro que Hendrix sí lo fue.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Qué será de aquellos proyectos a medio camino que se nos ocurrían en voladas de esparcimiento, aquellas ideas locas que terminaban en pasillo pero que nunca se concretaban, aquellos planes de cambiar el mundo que nos asaltaban entre trago y trago una noche cualquiera. He pensado que quizá las mejores ideas casi siempre vienen de improviso, y para colmo, también se terminan esfumando de improviso. Son como esas personas que conoces un día de celebración y con las que se habla con tanta confianza que parece que te hubiesen conocido de toda la vida, pero que al día siguiente recuerdas con recelo y con cierta extrañeza y certeza de no volver a verlas jamás. Por eso mismo le guardo cariño a todos esos proyectos, ideas, planes irrealizables. Porque guardan la pureza de aquello fugaz. Porque no pretenden ser otra cosa que lo que son. Porque quizá sean lo más cercano a un hijo que se pueda tener, pero solamente que un hijo abortado a tiempo, antes de ver la luz, antes de hacerse realidad y someterse al arbitrio y degradación del mundo. Así que un saludo por nuestras ideas imposibles. Un salud por nuestros hijos nonatos. Un salud por todos nuestros fracasos. Y un salud también por esa idea imposible, por ese aborto, por ese fracaso llamado Chile.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Sé de antiguos compañeros que siguieron la senda esperada después de haber egresado, orgullosos de haber comprado con su sueldo de profesor sus primeros "bienes" materiales. Uno decía estar contento por haber comprado su primer refrigerador. Otro por su primer LCD. Casi como si se tratase de hijos adoptivos o de alguna clase de fetiches personales. Al contrario de ellos, mi nivel de desprendimiento ha alcanzado límites sospechosos. Todavía arriendo. Y lo propio casi se ha reducido a la ropa, el notebook y la biblioteca. Ya casi olvidando la deuda millonaria que pesa sobre la conciencia, y que se olvida y se vive a pesar de ella como si no estuviese cuando en realidad sí lo está, paso los días solo deseando salir mentalmente ileso del trabajo, tratando de no desperdiciar la próxima idea a ser escrita, y los fines de semana, gastando lo poco que gano en libros y en juerga, buscando hacer buenas migas con algunos amigos y ojala por ahí conociendo una que otra cristiana con la cual sobrevivir la noche.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Detrás de la Iglesia Sagrados Corazones, en la salida que da a Avenida Colón, un grupo de gente, en su mayoría ancianos y ancianas, y algunos otros de mediana edad, haciendo una fila para la entrega de almuerzo solidario. Vi el menú. Una ración de fideos con salsa y ensalada, envuelta en un papel plástico. Lejos de producirme compasión, la escena parecía sacada de una escena de realismo italiano, literalmente. Había ahí realidad en toda su crudeza pero también un poco de la picardía que vacila inclusive una situación de hambre. Alcancé a escuchar a uno de los viejos en la fila. Le dijo a otro: "¿Y por qué mejor no comemos empanada, si es 18?". Aquel le respondió: "Tranqui. Deja la empanada pa la noche mejor". Risas. Lo hilarante de la situación desde lejos podrá parecer patética, pero en realidad te interpela, porque en el fondo uno mismo no es sino un mendicante, quizá no afuera de una iglesia en espera de comida, sino que en las afueras de otras puertas: del trabajo, de los amigos, de la familia, mendicante de dinero, de vida, de aceptación. Tenemos hambre de otras cosas, la diferencia es solo de grado. Lo que demuestra la risa de esos viejos que bromeaban sobre el doble sentido de la empanada era el absurdo del hambre, que tiene mucho de tragicómico. El absurdo que nos constituye pero que a la vez nos saca en cara nuestra insignificancia. A modo de agradecimiento no nos queda otra que devolverle una carcajada y seguir brindando.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Deserción

Hoy falté a clases. Lo raro es que en calidad de profesor. Aviso previo. Por motivos que no expondré por acá. Se siente extraño faltar a clases siendo profesor. Pero la sensación de regocijo persiste. El ocio aflora espontáneamente. Diecisiete años de educación no pueden combatirlo. Sin embargo, por esas cosas de la vida, me encuentro con dos estudiantes en la calle. Primero, con una ex alumna del colegio pasado. Me pregunta qué hacía por esos lados. Le digo, a modo de broma, que hice la cimarra. Ríe. Vive cerca de donde andaba. Fue inaudito encontrarla ahí, precisamente un día sin clases, en circunstancias de que, la última vez que supe de ella. andaba fuera del país. Luego, en la otra esquina, un par de minutos después, me encuentro con un alumno del segundo ciclo del instituto. No sabía que había faltado a clases, puesto que él también faltó. Me preguntó, al igual que la otra chica, qué hacía por esos lados. Esta vez cambié la versión y le dije "trámites". Seguimos caminando hasta llegar al paradero. Preguntó qué se haría el viernes. Le dije que no habrá clases, sino que actividades. Su sonrisa corta de pronto se abrió. La mía, al pronunciar la palabra actividad, también. En la esquina contigua al paradero toma otro rumbo y se despide. En resumidas cuentas, ninguno de los dos alumnos supo sobre mi falta. La sincronicidad del ocio tiene su misterio. Si hubiese ido a clases no hubiese hecho ese recorrido, no me habría encontrado con esos alumnos, y mucho menos hubiese escrito la anécdota. Cada paso, por falso que sea, tiene su secreto. Escribo esto en el fondo como una prueba de que, en un día en apariencia desocupado, la sombra de la actividad te continúa siguiendo. Los estudiantes, a su modo, también debieron sentirse sorprendidos de encontrarme fuera de clases. Debieron preguntarse cómo alguien como el profesor puede hallarse en esas circunstancias. Recuerdo que el alumno al oír la excusa de la inasistencia, dijo sin más: "Lo entiendo. Suele pasar". No hay forma de que la rutina salga invicta. Siempre se acaba escapando o, en su defecto, resistiendo. La deserción tiene su propia narrativa fugitiva.
El maestro en el departamento le echa una mano de pintura blanca al techo. "Podrán volver a mirar el cielo cuando se seque", dice. El poeta. El albañil.

lunes, 12 de septiembre de 2016

El Dj

Memoria melómana: Un día en la pista de baile, pasada la medianoche, el dj tocó la intro de Welcome to the Jungle, reversionada en un mix festivo. Sorpresa, suspenso y silencio inmediato. Simulaba la antesala y luego el remate a la fiesta. Nadie entendía nada, aunque el ambiente seguía encendido. Ese solo momento fue memorable por inquietante. Luego, en otra ocasión, la intro de The Final Countdown de Europe. Los asistentes no comprendían la excentricidad del dj, pero la intro tuvo el efecto que la noche le inyectaba. Después de ese arranque rockero, la fiesta tuvo el efecto extático esperado. Era netamente la previa, la inyección necesaria de decibeles, de energía, para el desenfreno posterior. El dj como el genio de la mezcla, paseándose por los estilos como si fuesen groupies, para dar con el color y el ritmo preciso. Otros ponen la plata, él simplemente pone la música. Hace de lo que le rodea una orgía de sonido. Para él todo se resume al remix. Su filosofía parece decir: La vida que vivimos no es sino un remix de si misma.

El cielo de la casa

La semana pasada, tarde noche, se caía parte del cielo del living de la casa. Se veía venir: para el invierno el cielo se hallaba humedecido, cayendo goteras sobre la mesa. Pero esta vez no aguantó más y el cielo se cayó a pedazos. Al menos no totalmente. Nuestro arrendador dijo, a modo de consuelo, que nadie salió herido, porque si eventualmente alguien hubiese pasado por debajo en el momento de la colisión “otro gallo hubiese cantado”. Me levanté a ver qué pasaba. Me temía el estruendo desde otra casa. Me temía incluso un hecho de sangre en el piso de arriba. Pero era inevitablemente dentro. Vigas vencidas, yeso y mucho polvo sobre el sillón de la casa. “Fatiga de material” afirmamos con los inquilinos. Sacamos las ruinas y las echamos al basurero de la calle. Barrimos el resto de polvo que quedó tras el desastre. Le dimos finalmente pie a la noche, para pensar en rearmar el cielo al otro día. Se colocó por mientras una cartulina blanca sobre el agujero del cielo, como medida de emergencia para disimularlo. El arrendador dijo que el Lunes siguiente vendría el maestro a reparar el cielo y ponerlo todo en su lugar. Por supuesto, después de cotizar el costo de su reparación. Hoy llega el maestro con un ayudante a retomar la labor prometida. Yo llegando recién de trabajar. En la pieza, en medio de la conversación, escucho sin querer una frase involuntaria: “Toda estructura tiene su cielo. Si el cielo cae pero la estructura es firme, puede volver a levantarse”. Fui a ver el trabajo que hacía el maestro. Emparejó toda la zona del techo que se hallaba vulnerable, para luego colocar vigas y planchas nuevas. Hablé con el maestro respecto a los materiales y a la duración del trabajo. Saqué a colación la frase que escuché. Dijo que era cierto, que el cielo puede caer pero la estructura no. Fue inevitable el alcance filosófico de su afirmación. Al rato después, pedía permiso para ir a almorzar. Él llamaría en cuanto se desocupara, para seguir con su labor de levantar el cielo. Me queda dando vuelta la frase. La labor del maestro, del trabajador manual, demasiado subvalorada teniendo en cuenta lo que tiene en juego. La seguridad de la casa. La exposición de lo interior. El trabajador manual, a su manera, filosofa con las manos. Sabe que tiene el cielo de la casa en sus manos. Que sin estructura, todo, incluyendo el cielo, puede caer irremediablemente. Aplíquese eso a la vida. Cualquier cosa sin estructura, incluso nuestro propio horizonte existencial, puede hacerse añicos. Lo irónico es, sin embargo, que nada nos asegura su permanencia. Fatiga de material de la vida. El techo podría ser arreglado, pero la memoria de la ruina permanecería. Justo en el momento en que se iba para almorzar, el maestro dijo, a modo de broma: “Cuiden su cabeza, que algo puede caer”. Deja los materiales para la futura reparación del cielo y se marcha. Le doy el número para cuando se digne a regresar. El gran agujero del cielo luce tan simétrico que hasta adquiere belleza. Es preciso, a veces, que algo se caiga para verlo como es realmente. El desastre es, después de todo, solo otro orden posible por venir.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Apocalipsis pedagógico

El profesor de matemáticas hoy en la oficina, a propósito de nada, comenzó a hablar sobre el fin de los tiempos. Estaba convencido de que existen pruebas rigurosas, inclusive científicas, de que las profecías al respecto no fallan. Se refiere por ejemplo a la asunción de Obama como el "papa negro". Y luego de eso, su responsabilidad directa sobre la llamada Tercera Guerra Mundial. Cosa que, a su juicio, no ha sido declarada, al menos no oficialmente. Se refería también a las profecías de Nostradamus respecto a la situación insostenible del planeta y de la humanidad. Uno de los síntomas que advertía dentro de su charla era la futura miseria global que esa guerra provocaría, y que haría que los gobiernos mundiales se vieran obligados a subir los impuestos, lo que provocaría un colapso en la bolsa y una especie de catársis colectiva. "Es más difícil escapar de los impuestos que de la muerte", dijo entre sí como parafraseando a Benjamin Franklin. De pronto toda la oficina del instituto se volvía una especie de Salfaterama. Sin embargo, no dejaba de sonar inaudita la convicción con la que el profesor hablaba sobre el tema apocalíptico. Aclaró de antemano que no tenía nada que ver con la postura evangélica. Defendía su postura científica, matemática a ultranza. "Este es un tema serio", replicaba a cada rato. Uno mismo y las secretarias nos encontramos absortos en ese discurrir, mientras se dejaba sonar el timbre de forma misteriosa. El timbre para volver a clases. Algo parecido a la trompeta del apocalipsis. El juicio final en menor escala es lo que se vive con los cabros día a día. Tratando de forzar el curriculum a sus necesidades. Instaurando disciplina donde nunca la hubo. Un caos incontrolable a ratos, pero hermoso, al fin y al cabo. Es la única trinchera del profesor, pensé. Aunque acabe el mundo, una ética inexplicable le impide dejar la clase botada. Algo le impide dejar a sus estudiantes a la deriva, aunque el cielo mismo se estuviese cayendo a pedazos, aunque la bolsa de china desequilibre toda la economía, aunque los propios estudiantes se volviesen locos de remate. Tienen su propio apocalipsis pedagógico, día a día, dentro de su conciencia. Esa es su forma de desafiar la historia.

Ximena Rivera, póstuma

Ximena Rivera ayer en el documental durante la presentación de su obra póstuma: “La poesía, como cualquier acto de lo humano, es un acto de fe. A veces, un gran pensamiento también es un acto de fe". Por supuesto, no se trata de la fe en sentido religioso, sino que en el sentido de arrojo, apuesta, posibilidad. Sin embargo, sus dichos son la única forma en la que concibo, a estas alturas de la vida, tener fe.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Nudo gordiano.

Durante toda la mañana, tuve un problema de certificado de seguridad para ingresar a facebook, youtube y otras páginas de películas en línea. Terror puro. Al desconocer esa clase de problemas, me temí que era el antivirus desactualizado o incluso la intromisión de alguna red pirata. Volviendo de clases, consulto con los de la casa. La paranoia se manifiesta. Sospecho de alguno de ellos que haya querido hackear mi actividad de navegación. Para qué lo harían, pensé después. Mucho Mr Robot. El loco de la casa me recomienda que deje la red en doméstica y no en pública. El problema persiste. Cambio la http de las páginas. Aún continúa el odioso mensaje de invalidez. Corto por lo sano, y voy al técnico (el mismo al que le compré el equipo en que me conecto a diario, y escribo cosas como esta). Le muestro capturas de pantalla sobre los problemas de certificado. Me dice que el problema no pasa por el equipo ni nada por el estilo, sino que directamente por la red inalámbrica de la casa. De forma inaudita, entonces, regreso a la casa. Desconecto el router para volverlo a instalar. Dejo que carguen las luces. Prendo el notebook y configuro la red privada. Entonces reinicio la navegación y ¡eureka! problema resuelto. Era de vuelta a nuestra célebre comunidad virtual. De vuelta a nuestra ventanita digital. De vuelta a nuestra seguridad posmoderna. Lo más curioso de todo era que el problema fue un auténtico nudo gordiano. Solo hacía falta una especie de pensamiento lateral, y cortar el nudo sin llegar a desamarrarlo. A veces solo hace falta desconectarse del sistema y no enredarse infructuosamente en él para propiciar un nuevo comienzo.

martes, 6 de septiembre de 2016

La polera de Vesta Lugg

Lo que me apasiona de esta clase de debates inútiles y faranduleros (Vesta Lugg usando una polera de Iron Maiden) es la fauna humana que comienza de inmediato a definirse de acuerdo a sus posturas. Están lo que dicen no interesarle, pero que mienten porque de lo contrario no se molestarían en comentar la noticia. Y, por supuesto, están los que toman partido por ella, asumiendo, por un lado, una postura de rechazo al hecho de que una mina de la tele (con el estereotipo femenino de chica superficial) use una polera de una famosa banda de metal (que a su vez viene con el estereotipo metalero de rudeza y de carácter sectario); y, por otro lado, defendiendo el hecho de que incluso alguien como ella tenga la libertad de usar la polera que quiera, independiente de si ella no conoce nada respecto a la banda y no comparte el universo simbólico que la banda de su polera representa. Se deja ver una pugna ideológica entre los que se aferran a una ética rockera demasiado dogmática (por supuesto, falaz, rozando lo infantil), que separa de inmediato a quienes (según ellos) no son dignos de llevar el logo de sus ídolos; y entre los que defienden la idea posmoderna de una libertad de elección basada en criterios que rozan la demagogia y el relativismo. Ambas posturas, a mi modo de ver, son demasiado radicales. Parece mucho más simple de lo que se cree: la mina escogió esa polera solo por el gusto de usarla o para llamar la atención del público. Que guste de la banda o que la conozca es, en esos términos, irrelevante, así como también lo es que ella (y no otra) sea quien la use. Se ataca, en ambos casos, una idea imaginaria. A mi modo de ver, la mina simplemente se ve bien. Y punto. Aunque es imposible obviar la pugna ideológica porque tanto la mina como la polera están cargadas de símbolos. Si tuviera que tomar partido me inclinaría definitivamente en su defensa. Y, por lo mismo, ojala que más chicas se lucieran y usaran las poleras de nuestras bandas favoritas.


Cuando chico me imaginaba que al salir del colegio para ingresar a la universidad podría recién comenzar a vivir esa vida loca que todos los pendejos de esa edad ansían. Un remedo de la vida de un libertino. De la vida de un soñador inexperto. Lo mismo me imaginé durante la universidad, solo que esa vez creía que al salir tendría la libertad y la plata que tendrían mis padres. (Que tampoco era mucha, dado el inconveniente de mi nacimiento). Ahora que me encuentro relativamente libre, solitario en la pieza que arriendo gracias a la profesión que elegí a regañadientes, escucho música hasta tarde por gusto, dejo el programa word abierto por inercia, pensando en la rutina de mañana, pensando en mi próximo paso en falso en el amor, haciéndome exactamente la misma pregunta que me hago repetidamente hace veintiocho años. A eso se resume a veces la llamaba libertad, a un sentimiento de inconformismo trasnochado, que se cree superar nada más llegado el amanecer.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Prevencionistas

Mi viejo ayer conversaba con el que fuera su mentor en Prevención de Riesgos. Su maestro zen en el ámbito de la prevención. Lo ayudaba con unos procedimientos y reglamentos, mientras conversaban sobre sus avatares laborales. En una de esas, el maestro soltó una frase de antología: "El accidente ocurre cuando se deja de pensar". Se refería en específico a los incidentes que, por menores que fueran, constituían un potencial accidente si no se reflexiona sobre ellos. Dicho de otra forma: el accidente es la consecuencia de un incidente en la realidad sobre el cual no se piensa o no se ha pensado lo suficiente. El maestro ponía por ejemplo el ámbito de los trabajadores de la mina del Norte. Su minuto de esparcimiento dentro de los clubes nocturnos se desarrollaba casi de forma anárquica, sin una fiscalización ni una protección adecuada. Los trabajadores prácticamente olvidaban toda la normativa de seguridad cuando se trataba de sexo y de alcohol, (se veía sobretodo en la escasez de profilácticos, y además en el consumo etílico de conductores que al otro día llegaban con la caña) propiciando precisamente la aparición del riesgo. En definitiva, independiente de su libertad fuera de la pega, los trabajadores no habían pensado ni reflexionado sobre la posibilidad del riesgo inclusive en su sagrado momento de ocio libertino. Mi padre destacó por un momento, a raíz de esa anécdota, el alcance humanista de la profesión. "No todo parece ser, en este ámbito, cálculos, fórmulas, medidas. Reglas y leyes". También influye mucho el pensamiento en esto. La psicología. La moral. El caos del ámbito que se intenta preservar y controlar. ¿Y si entonces, (siguiendo el alcance filosófico de la Prevención de Riesgos), el propio mundo que uno conoce fuese solo un incidente sobre el cual no se ha reflexionado en demasía, con el peligro de volverse un accidente por desconocimiento? ¿Y si todo lo que hacemos redunda finalmente en este vaivén entre incidente y accidente, y el pensamiento entre ahí para prevenir el riesgo de caer en el caos de la indeterminación? Pese a esto, la sentencia breve y serena del maestro continúa imperturbable: "El accidente ocurre cuando se deja de pensar". Sin embargo, la realidad misma, al fin y al cabo, ha demostrado desmentirnos continuamente, elevando el riesgo a categoría existencial, para hacernos ver lo inútil que resulta intentar controlarlo todo, y caer en la cuenta de que todas nuestras acciones pueden, sin la suficiente voluntad, volverse un accidente riesgoso pero enigmático.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Un chico del primer ciclo que había faltado el Miércoles, llega con evidentes cicatrices en el ojo y los labios. Se le pregunta qué le pasó. Dijo que se había metido en problemas, y que tuvo que recurrir al "boxeo". El chico finaliza sus dichos concluyendo: "así es la vida". No dice nada más. A todas luces, no quería hablar del tema. Sabe que lo que le ocurrió fue demasiado personal. Intuyo también que así fue, solo por su kinésica. Los motivos y circunstancias que esconden una cicatriz, hay ahí literatura suficiente para llenar todo un curriculum. A ratos toda la educación conocida, o, en su defecto, toda la literatura posible, se resume simplemente en indagar el origen de nuestras heridas cotidianas.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Jefatura

Llamada incógnita después de la clase de la tarde. Llaman del instituto donde enseñaba antes. Requieren que firme un acta de notas finales del primer semestre. Me quedo conversando con la jefa de carrera. El tema se desvía de lo netamente académico y burocrático, siendo este casi una excusa para hablar de nuestra experiencia estoica como profesores. Ella también trabajaba en un 2 por 1, claro que en uno de gente mayor, adulta. Era en un lugar apartado de Limache. Dice que incluso, en una de las clases, hubo motines y balacera por una redada bastante confusa. Educación en medio de la trinchera. Coordenadas de violencia. Le cuento que mi realidad tampoco está del todo alejada. Los cabros, en su mayoría, vienen de sectores vulnerables, adjetivo un tanto ambiguo para hablar de una verdad que nos afecta a casi todos. Vulnerables en el sentido de estigma. En el sentido de herida social. Ella explicaba su crisis personal, a raíz de lo ocurrido en aquella redada, para luego derivar en la parte de la carrera que tanto amaba, durante el día, para ejercer la pedagogía de forma secreta durante la jornada vespertina. La pedagogía se vuelve así el trabajo sucio que unos pocos "elegidos" ejercen de forma inclusive picaresca, para aquellos y aquellas que ya sintieron el viento frío de la vocación. Sin embargo, dice orgullosa que después de ese viento viene el lugar donde se observa todo con panorámica y perspectiva: el lugar de la jefatura, la bendita oficina en la cual se ostenta cierto poder, pero en la que también se padece cierto inmovilismo, donde se dejan caer sarcásticamente las necesidades y problemas de todos, confluyendo en un solo cauce aparentemente uniforme. Siempre odié esa clase de trabajos. Nunca tuve pasta de lider. Y no tanto por inseguridad, sino que por una convicción individualista. Simplemente detesto la idea de ejercer control sobre otros. Mi idea de ser profesor dista mucho de ese concepto. Pasa más por una cuestión horizontal que vertical. Porque siempre detrás de cada trabajo ruge un impulso inconciente. No se puede dejar de ser uno mismo sin sonar impostado. Se viste uno con el traje de la autoridad, para luego acabar vendiendo una imagen, una con la cual se disfrazan las trancas y se pone a prueba el carácter. De todos modos, la jefa de carrera quedó de integrarme a la planilla docente del próximo año. Nuevamente, el contacto y la comunicación hacen lo suyo. Es el momento en que debería sonreír. Una promesa de seguridad. El jodido orgullo de trabajador. Te llena de expectativas. Te llena de pega para convencerte de que siempre se puede, a costa de uno mismo, ser parte de una red infinita, aun no sabiendo, a ciencia cierta, hacia donde te conduzca. Aun intuyendo que tras el menor error todo puede concluir de forma abrupta. A modo de incentivo, entonces, ella me ofrece un dulce. Se despide de manos y dice: “bienvenido a casa”. Una frase optimista pero a la vez extraña, sella finalmente el desafío. Continúa con lo suyo y atiende el teléfono. La puerta de la oficina se cierra sola, como prueba de que no hay pase de vuelta.