martes, 6 de septiembre de 2016

Cuando chico me imaginaba que al salir del colegio para ingresar a la universidad podría recién comenzar a vivir esa vida loca que todos los pendejos de esa edad ansían. Un remedo de la vida de un libertino. De la vida de un soñador inexperto. Lo mismo me imaginé durante la universidad, solo que esa vez creía que al salir tendría la libertad y la plata que tendrían mis padres. (Que tampoco era mucha, dado el inconveniente de mi nacimiento). Ahora que me encuentro relativamente libre, solitario en la pieza que arriendo gracias a la profesión que elegí a regañadientes, escucho música hasta tarde por gusto, dejo el programa word abierto por inercia, pensando en la rutina de mañana, pensando en mi próximo paso en falso en el amor, haciéndome exactamente la misma pregunta que me hago repetidamente hace veintiocho años. A eso se resume a veces la llamaba libertad, a un sentimiento de inconformismo trasnochado, que se cree superar nada más llegado el amanecer.

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