lunes, 12 de septiembre de 2016

El cielo de la casa

La semana pasada, tarde noche, se caía parte del cielo del living de la casa. Se veía venir: para el invierno el cielo se hallaba humedecido, cayendo goteras sobre la mesa. Pero esta vez no aguantó más y el cielo se cayó a pedazos. Al menos no totalmente. Nuestro arrendador dijo, a modo de consuelo, que nadie salió herido, porque si eventualmente alguien hubiese pasado por debajo en el momento de la colisión “otro gallo hubiese cantado”. Me levanté a ver qué pasaba. Me temía el estruendo desde otra casa. Me temía incluso un hecho de sangre en el piso de arriba. Pero era inevitablemente dentro. Vigas vencidas, yeso y mucho polvo sobre el sillón de la casa. “Fatiga de material” afirmamos con los inquilinos. Sacamos las ruinas y las echamos al basurero de la calle. Barrimos el resto de polvo que quedó tras el desastre. Le dimos finalmente pie a la noche, para pensar en rearmar el cielo al otro día. Se colocó por mientras una cartulina blanca sobre el agujero del cielo, como medida de emergencia para disimularlo. El arrendador dijo que el Lunes siguiente vendría el maestro a reparar el cielo y ponerlo todo en su lugar. Por supuesto, después de cotizar el costo de su reparación. Hoy llega el maestro con un ayudante a retomar la labor prometida. Yo llegando recién de trabajar. En la pieza, en medio de la conversación, escucho sin querer una frase involuntaria: “Toda estructura tiene su cielo. Si el cielo cae pero la estructura es firme, puede volver a levantarse”. Fui a ver el trabajo que hacía el maestro. Emparejó toda la zona del techo que se hallaba vulnerable, para luego colocar vigas y planchas nuevas. Hablé con el maestro respecto a los materiales y a la duración del trabajo. Saqué a colación la frase que escuché. Dijo que era cierto, que el cielo puede caer pero la estructura no. Fue inevitable el alcance filosófico de su afirmación. Al rato después, pedía permiso para ir a almorzar. Él llamaría en cuanto se desocupara, para seguir con su labor de levantar el cielo. Me queda dando vuelta la frase. La labor del maestro, del trabajador manual, demasiado subvalorada teniendo en cuenta lo que tiene en juego. La seguridad de la casa. La exposición de lo interior. El trabajador manual, a su manera, filosofa con las manos. Sabe que tiene el cielo de la casa en sus manos. Que sin estructura, todo, incluyendo el cielo, puede caer irremediablemente. Aplíquese eso a la vida. Cualquier cosa sin estructura, incluso nuestro propio horizonte existencial, puede hacerse añicos. Lo irónico es, sin embargo, que nada nos asegura su permanencia. Fatiga de material de la vida. El techo podría ser arreglado, pero la memoria de la ruina permanecería. Justo en el momento en que se iba para almorzar, el maestro dijo, a modo de broma: “Cuiden su cabeza, que algo puede caer”. Deja los materiales para la futura reparación del cielo y se marcha. Le doy el número para cuando se digne a regresar. El gran agujero del cielo luce tan simétrico que hasta adquiere belleza. Es preciso, a veces, que algo se caiga para verlo como es realmente. El desastre es, después de todo, solo otro orden posible por venir.

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