sábado, 30 de diciembre de 2017

Dean Reed, el Gringo Rojo




Ayer en el recién inagurado teatro Juan Bustos Ramírez de Quilpué, ex Velarde, fuimos con un amigo y Laura Yanez a ver el documental sobre Dean Reed, más conocido en su tiempo como El Gringo Rojo. Había escuchado su nombre antes, de parte de mis abuelos, pero nunca había siquiera intuido su relevancia, el hecho de que pasase de ser una especie de segundo Elvis a un cantante en la línea de Bob Dylan con toques de Victor Jara, en un período especialmente álgido para Chile y el mundo. Según el documental, Dean Reed, durante su paso por el país, ya se había declarado marxista, y había simpatizado con la causa social latinoamericana. De ahí lo de “rojo”. En una incluso había felicitado personalmente a Allende al ser electo presidente. Sus canciones habían sido exitosas del otro lado de la llamada Cortina de Hierro, como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la Alemania oriental, junto con los países latinoamericanos que vivían el proceso de la Revolución. No así en Estados Unidos, donde no tuvo éxito. Fue en parte por su fracaso musical que Dean Reed hizo posteriormente su carrera a lo largo de Latinoamérica y en todos los países de la órbita comunista, influido por su creciente politización. Así el Gringo Rojo iba dejando poco a poco ese pasado rocanrolero e iba abandonando a sus compañeros de la nueva ola para codearse con las personalidades de la izquierda. El documental destacaba uno de los momentos más polémicos de su carrera, aquel en que Dean, como un acto de apoyo al gobierno de Allende, lavó la bandera de Estados Unidos frente a la embajada de su propio país en Chile. Fue en ese momento, según el cineasta Miguel Ángel Vidaurre, que le invadió la idea de hacer algo sobre la figura del Gringo. Se había enterado del hecho en un taxi y sonando de fondo Our summer romance.

Años más tarde, después del golpe militar, el sueño del socialismo en Chile se vio truncado, así como el sueño revolucionario de la estrella del pop. Al Gringo rojo no le quedó otra que radicarse en el extranjero, en Berlín Oriental. Allí tuvo en mente la idea de realizar una película en homenaje a la figura de Victor Jara, según sus propios dichos, el único latinoamericano "rebelde del Rock & Roll". La película fue un desastre. Un simulacro en el que búlgaros hacían de chilenos, gritando consignas en alemán y el propio Reed hacía de Victor Jara pero con un estilo a lo Elvis. Un espectáculo decadente que había provocado la indignación de los más cercanos al cantautor. De hecho, para la propia viuda de Victor Jara, la película solo se trataba de “Dean Reed haciendo la revolución solo”. Luego de aquel rotundo fracaso, el Gringo volvía a Chile en los años ochenta para sumarse a la causa social. Alcanzó a tocar en dos lugares icónicos de la abolida Unidad Popular: el Pedagógico y el mineral El Teniente. Además alcanzó a cantar una versión e interpretación propia del himno "Venceremos”. Debido a esto, y a su constante espíritu de revuelta, el Gringo finalmente fue expulsado del país. Era el exilio definitivo. La última vez que Reed volvería a pisar Chile. 

Nuevamente radicado en el Berlín oriental, Reed seguía con su faceta de cantautor revolucionario, y con sus proyectos cinematográficos. Pero fue en el año 86 que todo tomó un vuelco trágico. Reed había sido encontrado muerto, con su cuerpo flotando en el lago Zeuthner See, al sur de Berlín. El caso quedó cerrado luego de un largo tiempo, clasificando la muerte del Gringo como simplemente “accidental”. Incluso se había barajado la tesis del suicidio, producto de una ruptura amorosa, versión que, sin embargo, para muchos, sigue sonando dudosa. Una muerte en extrañas circunstancias, como un ídolo del rock and roll, y a su vez, también, como un promotor de la revolución. El amigo, después de ver el documental, decía que la incertidumbre sobre su muerte se podría equiparar a la del club de los 27. Laura reafirmaba la idea de que tal vez Reed haya sido un agente encubierto de la CIA que luego, en un dejo de sensibilidad, acabó convirtiéndose a la causa socialista, motivo por el cual habría sido eliminado. El amigo decía que si bien eso sonaba a una teoría conspirativa, podría perfectamente haber sido una posibilidad, tal como el caso de Timothy Leary, de quien también se dice que pudo haber sido un agente secreto que reveló al mundo el potencial del LSD y, por ende, el potencial de la psicodelia. En suma, tenemos en Dean Reed, el Gringo Rojo, otro ícono caído de la contracultura, un ícono a ratos ingenuo, pero a ratos audaz, abrazando el concepto utópico de la igualdad y la justicia entre sus pasos rocambolescos.

Se sucedían tres escenas de forma paulatina en el sueño de anoche. En una tenía sexo con una conocida. Un sexo desenfrenado, hasta sofocante, sin palabras. Todo se dejaba expresar entre vaivenes y fluidos. La diversión era en una habitación de madera. Desde la ventana se desprendía un extraño gas de evaporación. La cuestión duró más o menos lo que duraba una película porno amateur, pero todo se sentía demasiado fugaz, incandescente, como el proceso de una estrella agónica. De repente, la mirada se vuelca hacia otra escena. Un pequeño agujero hacia el exterior dejaba entrever que se desataba una suerte de exilio o guerra civil. La calle tenía mucho parecido con el plan de Valparaíso. En específico, Rawson. Toda la gente iba hacia el mercado, huyendo de algo o viajando hacia alguna parte, abandonando el lugar. El cielo era nublado y la sensación era la de estar en los años ochenta. Mientras observaba al gentío huir o viajar, se oían ruidos dentro del agujero, ruidos de algunos agentes desconocidos que intentaban forzar la entrada. En eso la escena se difumina, junto con el pequeño espacio de voyerista, y se conforma otro ambiente, esta vez en la intemperie. Un páramo inclinado, que tenía la forma de algún cerro del interior. Solo unas pocas casas rústicas se dejaban ver a lo largo y ancho del terreno. De repente aparece un gentío bajando en caravana hacia el plan de la ciudad. La huida en sentido inverso era hacia la costa. La amenaza al parecer venía desde el cielo o el destino era hacia el fondo. Un sentimiento apocalíptico lo invadía todo. Siendo arrastrado por el gentío, llego casi hacia la última calle antes de la orilla, y se sucede otra escena. En ella continúo en la habitación, llena de inscripciones ilegibles en las paredes. Desde la puerta entreabierta se alcanzaba a ver lo que parecía una reunión, no recuerdo si de amigos o de visitas. Hablaban de algo seguramente importante, o tan solo de algo anodino para reforzar una camaradería oculta. Acudo hacia la reunión, temiendo que en ella me encontrase con alguien indeseable. Ahí estaba sentada al parecer la mujer del principio, sonriente, complaciente, y más al frente, junto con otros, una suerte de agente, debatiendo un discurso incomprensible, y con la pinta de algún militante o simplemente de algún agitador social. La invitación era abierta. El agente agarraba una silla vacía y la colocaba cerca del borde. En el momento que formo parte de la reunión, y la discusión se va agotando de manera abrupta, el sueño acaba.

jueves, 28 de diciembre de 2017

Más inocente (por no decir más weón) que creer que el Universo conspira a tu favor...
Luego de acompañar a mi hermana chica a ver The last jedi, fue inevitable fijarme en el personaje de Benicio del toro, "DJ", un oportunista hacker que le enseña a Finn que "todo es una máquina" y que los conceptos de bueno y malo dentro del universo de la película no solo son tontos, sino que tendenciosos, y lo único que vale es la supervivencia y el beneficio propio. El personaje, por su cinismo, es único en su especie, frente al resto que se inclina por un bando o por otro. Para DJ tanto la Resistencia como el Imperio juegan su propio y particular juego, y todos serían, al fin y al cabo, engranes de una gran maquinaria sin sentido. No es tanto un nihilista como un egoísta stirneriano. Apunta a hacer la propia voluntad frente a tomar partido por una de las dos fuerzas en conflicto. Es el camino del estafador solitario que ha decidido hacer suya una moral fugitiva. Las iniciales de su nombre no significan otra cosa que "Dont Join" (No te unas). Dj vendría siendo el bartleby de la saga. ("I Would Prefer Not To"). Un bartleby en clave pirata espacial. Cuántos otros bartlebys en otros universos. Son la minoría cínica de un mundo polarizado. Solo basta identificarlos con ojo clínico.
El debate moral del momento en España, entre la organización que pretende una campaña para abolir la prostitución, y el propio gremio de prostitutas que defienden su oficio alegando voluntad propia y derechos laborales.

La perdida bailarina en la Plaza de los sueños

Paso por la pequeñita plaza, la de los sueños, y tengo un deja vu. Una imagen de hace seis años atrás. La de una chica que al medio de la plazita dejaba todo preparado para su performance. En esa ocasión tenía en mano una cámara para registrarla. La performance no era al voleo. Era parte de un proyecto artístico suyo, porque la loquita era estudiante de arte, según recuerdo, o algo en una volada similar. Había reunido a otros en lugares estratégicos de la ciudad para realizar una performance distinta en cada uno.

La vez que se acercó a mí para invitarme a ser parte de su proyecto, me pidió que no se lo dijera a nadie hasta después de realizado. La temática conmigo era la del azar. Es decir, me exigía que la base del proyecto fuese de esa naturaleza. Me pedía expresamente que eligiese alguna clase de instrumento o utensilio, y que lo llevase al lugar y día acordado, sin decirle cual. De ese modo, cuando ocurría la cita, estábamos en la plazita y al llegar le mostraba rápidamente lo que había elegido. Era un cortaúñas. La chica lo tomó con una astucia felina. Casi sin percibirlo. De esa forma, con la cámara, me sugería que la grabase y que pusiera atención a cada uno de sus movimientos. Comenzó a cortarse los dedos con el cortaúñas, para, acto seguido, esparcir los restos al medio de la plazita, y bailar alrededor de ellos, de una manera cadenciosa, ni tan sensual ni tan monótona, formando una suerte de mantra junto con algunos materiales caídos también en el centro, a la vez que soplaba el viento y dejaba traslucir la bella casualidad del acto, merced a su inteligencia kinésica y maravilla corporal. La idea era que su semi improvisado baile irrumpiera en un espacio público destinado para otra cosa, que irrumpiera además en la atención y el libre flujo de la gente que pasaba por ahí. Según ella, me susurraba, cansada, luego de su show, que se trataba del “azar camuflado de ciudad”.

Le devolví su cámara con el registro y también un agua mineral que había comprado. La idea de un espectador particular tenía por motivo que uno completara la segunda parte de su proyecto. Me explicaba ella en qué consistía esa segunda parte. Se trataba de escribir un relato o una apreciación estética sobre su performance. Algo demasiado personal, pero que estuviese íntimamente conectado con la presencia y la energía del momento. Me explicaba las razones de su proyecto cuando, agitada, caminaba por entre la acera del plan. La caminata no tenía una dirección única. También se había visto envuelta de ese aire performático. El azar también la había camuflado de azar. El punto es que ella remarcaba, dentro de sus condiciones, que el acto cómplice de grabarla y acompañarla no implicaba una “cita”. Es decir, que los espectadores y acompañantes no debían malentender la situación invitándola a salir. Confieso que en ese instante traté de seguirle la corriente, respetando su deseo, pero era imposible no pretender algo, influido por la euforia del momento y el carisma y atractivo de la chica. Pero se trataba, tal vez, de guardar solamente la distancia profesional, porque para ella, el proyecto consistía en algo serio.

Por otra parte ¿No habrá sido ese trasfondo profesional, a pesar de su rigor y validez, un objetivo contradictorio con la esencia misma de su trabajo, libre, sujeto al azar, susceptible de interpretarse como algo emocionante? Ya a estas alturas poco importa en realidad. El hecho es que al acabar la caminata de vuelta, llegamos a su casa en Cerro alegre. Me explicaba en las afueras los requisitos para la segunda parte del proyecto. Qué formato debía tener el texto. Qué cosas debería abordar. Recalcaba que se lo enviase a ella y además a otra persona, una suerte de asesor o conductor. Con un rostro entre complaciente y nervioso, y apretándome la mano, me pedía, al despedirse, que le enviase aquel texto cuanto antes.

Pasaron los meses. Luego los años. Había ganado el desinterés paulatino producto de una relación cada vez más distante, un compromiso cada vez más volátil, quizá a causa de un malentendido en la subjetividad o una falsa interpretación de los hechos y las señales. Voy cavilando sobre esa promesa eterna ahora al pasar por el sitio del suceso. Bajo la plazita hace un momento oscura, iluminada solo por el débil foco del poste, se dibujaba la sombra de la bailarina, o la simple reminiscencia de su presencia, otrora sujeta al azar, y actualmente solo una emanación del recuerdo. El azar de esa mirada vacía sobre el centro iluminado no era otra cosa que el azar de aquella vez, entablando una comunicación extinta en el tiempo. Escribo esto como una forma de honrar la memoria de aquel encuentro, o tan solo como la concreción de una promesa no cumplida. Aunque ella no lea nunca estas palabras, su ausencia danzará para siempre, abstracta, apolínea, en el vacío de la significación.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Un segundo ejército de termitas aladas arremete una vez que prendo la luz de la ampolleta del techo al llegar tarde. Aparecieron nada más comenzado el Verano, y durante el día se supone que se refugian entre las grietas y los entrecejos de madera. No dejaban de revolotear alrededor de la luz artificial. ¿Por qué harían ese baile desagradable? Según lo que leí, se trataba de un ritual de apareamiento. Los que están dispuesto a copular botarían sus alas. Eso explicaría que en la mañana, la sábana amanezca llena de alas desprendidas. Serían nada menos que los residuos de una noche de pasión a costa de su huésped solitario. Criaturas sarcásticas que festinan en territorio ajeno mientras otros se encuentran en su séptima pesadilla. El hecho es que apago la luz de la ampolleta al llegar, y las termitas se confunden con la oscuridad. Desaparecen. Entonces, prendo la luz de la ampolleta del velador. Allá llegan ellas, de manera refleja, a cazar esa luz sin tocarla (porque eso significaría la muerte) y montar a su alrededor otro de esos vuelos nupciales bajo la cortina. Sin quererlo, van cayendo una a una cuando, en su desesperación o en el clímax de sus movimientos, tocan sin remedio el borde de la ampolleta, candente, mortal. Así que, para rematar, apago la luz del velador y prendo la del computador. Las pocas sobrevivientes que restan a aquel ritual funesto, se acoplan rápidamente a la pantalla como si con eso pudieran revivir o perpetuarse, encima de una luz que no proyecta otra cosa que un simulacro. Increíblemente, con esta luz no mueren. Se hallan a gusto en la luz fría de la pantalla. Han dejado a un lado el baile desenfrenado de la vida y parecen finalmente descansar sobre la pantalla, cayendo al piso, cansadas o tal vez solo dormidas, soñando no se sabe qué cosa.

martes, 26 de diciembre de 2017

En las noticias sobre cabros puntajes nacionales destaca uno que cuestiona el sistema PSU: “No sé de qué me servirá en el futuro ser puntaje nacional”, confiesa José Tomás Mijac Pasini, estudiante de Punta Arenas, luego de haber obtenido 850 puntos en la prueba de Historia. No dice nada que el grueso de la población estudiantil no haya pensado antes, pero sucede que su declaración resulta totalmente mediática al tratarse precisamente de un ganador, el gesto cínico del ganador que se sube al podio para arrojar su anatema contra el mismo esquema que le permitió su absurdo y contraproducente minuto de fama. Sus dichos, además de revelar la inutilidad del premio, manifiestan que ser puntaje nacional no garantiza su éxito en la U, menos su futuro. Se trata del escepticismo propio de quien dominó las reglas para luego criticarlas. Pero su postura es testigo de la envidia que todavía muchos otros expresan en su fijación psíquica hacia la competitividad. Cuántos otros quisieran estar en su lugar, pero para luego mirar hacia atrás, mandar al diablo el pasado y hacerse parte de la máquina con el total consentimiento del aval del Estado, o, en su defecto, del aparato crediticio. Cuántos otros, además, quisieran hacer lo mismo que el cabro puntaje nacional: criticar sobre el carro de victoria, como una forma de auto boicot o bien como una manera de probar, con esa duda prematura, que no hay todavía gloria ni mérito suficiente que alcance a resolver por completo la incertidumbre de la posibilidad, siempre abierta a la comedia o bien a la tragedia, por no decir a la vida o a la muerte. Que sirva de consuelo para la inmensa pléyade de segundones y perdedores del sistema: ser puntaje nacional no garantiza nada, pero, no serlo, tampoco.

lunes, 25 de diciembre de 2017

El apilamiento de puestos verdes de Navidad sobre todo en el perímetro de Plaza Victoria y calle Molina acaba hoy. Se respiraba ayer un contraste inusual entre el ajetreo de los transeúntes producto del comercio instalado en todo el paso de peatones y vehículos, y el vacío absoluto de las calles y aceras anoche a causa de la víspera de Navidad, una paz oscura, silenciosa como la de una fuerza escondida luego de haber desatado su libertad a mansalva, con todo el desparpajo de envolturas en el piso y villancicos improvisados, sincronizando a su vez con el ritmo de las bocinas y los rumores de la ciudadanía.

Había algo que en medio de aquella maraña de tradiciones paganas y mercantiles, sin embargo, conseguía conmover: el espacio de un pequeño niño, solo, en calle independencia, listo y dispuesto para la envoltura de regalos. Le acompañaba un joven “angustiado” que macheteaba. Llegaba de pronto un viejo obeso, sudoroso, a pedirle al niño que le envolviese un juego de Monopoly. El chico lo hacía con una rapidez impresionante, no sin antes revisarse los bolsillos para contar las chauchas que le quedaban de vuelto. El viejo partía con su paquete de regalo cuando al mismo tiempo guardaba en un bolso lo que parecía una barba sopeada de Papá Noel. El mismo que le compraba un regalo al niño hacía, fuera de servicio, las veces de viejo pascuero.

De noche pasé por ese mismo sitio en completa desolación. El lugar donde envolvía regalos aquel niño y donde macheteaba el joven “angustiado” estaba desierto, y solo se dejaba ver en el suelo la parte de una rosa en el asfalto, el indicio de un regalo que alguien no alcanzó a envolver, o bien la imagen de algún regalo improbable que otro podría haber envuelto para luego ser abierto en el momento preciso en el que la ciudad descansaba de sí misma y abrigaba su propia remota ilusión puertas adentro. Entonces, al otro día, luego de esa ilusión nocturna, de ese gran acto de genuflexión general, todo habrá vuelto a su intemperie, para atestiguar que ya se acabaron los presentes, y no queda otra cosa que barrer las envolturas usadas, desarmar los puestitos verdes de metal y volver a la sobriedad de los días hábiles con un dulce gesto de resignación.


Detalle no menor que recién vengo a cachar después de años de ver Mi pobre angelito: en la película la sonrisa de Tim Curry es la misma del Grinch, pero a este personaje lo interpreta Jim Carrey.

domingo, 24 de diciembre de 2017

La creencia habitual sostiene que el viejo pascuero fue un invento de la Coca Cola, usando los colores corporativos de la compañía, pero según cuenta otra fuente el personaje tendría su origen en un poema de Clement Clark Moore, ‘Una visita de San Nicolás‘, que se publicó anónimamente en 1823. En estricto rigor, la idea de un viejo entrando a las casas y obsequiando regalos de manera clandestina se la debemos a la poesía, pero sus derechos de difusión le pertenecen al capitalismo.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Pensamientos iluminadores de Navidad. Albert Caraco en su Breviario del caos: "La libertad de incoherencia ha reemplazado a las otras, y nosotros ya no renunciaremos a ella, las artes lo ilustran y las letras a ella nos remiten, ¿qué digo?, las ciencias en ella se reconocen y los más grandes sabios renuncian a la idea misma de síntesis".
Una chica de España con la cual mantenía una comunicación larga y tendida me confesó una vez que me sentía “otoñal”, que siempre me había considerado un hombre de otoño, aunque para ella pudiera ser todas las estaciones si yo lo quisiera, y si así lo permitiese el tiempo. (Cabe recordar que ella se consideraba invernal). Palabras reproducidas más o menos merced al recuerdo y la distancia. Me acordaba de ella y sus dichos a raíz del solsticio de Verano, bajo un calor implacable, y pensé de repente que ojala fuesen ciertas sus palabras, a pesar de su excesivo lirismo, que de pronto realmente se pudiera sacar a flote, en lo más profundo del verano, un otoño invencible, recóndito, palpitando fresco.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Ayer en lectura itinerante de Metro Valparaíso, lo más sorprendente era la otra mirada: el hecho de que nosotros, los que íbamos auspiciados por el propio metro en nombre del FILVA, solo teníamos un espacio de lectura perfectamente cartografiado y delineado según la disposición de la política interna del sistema de metro. El espacio para la lectura estaba solamente reservado, de manera oficial, para ciertas estaciones estratégicas. Contra viento y marea, sin embargo, las lecturas en las estaciones consiguieron convocar a unas pocas personas aficionadas, o tan solo interesadas, en medio de la masa ambulante. Posteriormente, en el intersticio de las lecturas programadas, durante el recorrido subterráneo, nos dimos cuenta que habían otros, sin el permiso oficial, que leían por su propia voluntad, cuestión que nosotros, bajo el auspicio del metro, no podíamos hacer. Qué paradójico. Nosotros, los que teníamos el permiso, no teníamos en cambio la libertad de los que leían de manera independiente y clandestina. Ahí uno se percata de la verdadera dinámica de la poesía. Con todo, la de ayer fue una jornada que reflejó la auténtica precariedad pero también la auténtica voluntad que mira de frente al automatismo y la indolencia. Era un poco como aquella frase de Bolaño al referirse a la literatura como una batalla perdida de antemano, que, pese a todo, se lucha con un ánimo algunas veces lúdico, otras tantas trágico, para testimoniar que el monstruo con el que lucha el samurai no es otro que el del silencio cómplice de la máquina.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Arabia Saudita concedió la nacionalidad a Sophia, una androide creada por una empresa de Hong Kong. Lo mejor (o lo peor) es que, a pesar de su nacionalidad, puede presentarse al resto del mundo sin velo ni guardianes, cuestión que la propia ley islámica obliga a las mujeres humanas. El año 2016 ya había causado polémica al plantear frente a una audiencia británica que quería destruir a la humanidad. Cuando se le consultó sobre sus gustos cinematográficos, la androide dijo que nunca había visto la película 'Terminator' y se preguntó si acaso le gustaría. Una respuesta demasiado inteligente, o tal vez, un tanto macabra. Phlip Dick tenía razón. Los dilemas morales de la robótica anticipados por Asimov ya son una realidad.
Me entero con alegría que mi hermana será matriculada en el Liceo Eduardo de la Barra, uno de los pocos liceos de tradición que van quedando, (aunque ya no refleje ni la sombra de lo que era antes), el mismo por el que pasaron figuras tan disímiles como Joaquín Edwards Bello y Salvador Allende. Luego de pasar su básica en un colegio de orientación laica, ahora terminará la media en el liceo más emblemático de Valpo, también laico y hasta con el nombre de un masón. Yo no puedo decir lo mismo. Habiendo cursado la básica y la media completa en colegios católicos, y hasta habiendo estudiado en la mismísima Universidad católica, debo tal vez a estas instituciones y a tempranas lecturas nihilistas, mis resquemores con la Iglesia. Por eso, no tengo más que felicitar a mi hermana por la oportunidad de completar sus estudios sin el inconveniente de las concesiones religiosas. Solo falta que curse la educación superior en cualquier otra U que no sea la católica para que complete una trilogía invicta. Libre de dogmas. O, por lo menos, libre de moralina.
Hace unas horas, el gobierno francés declaró tesoros nacionales los manuscritos originales de Los 120 días de Sodoma del Marqués de Sade y los primeros manifiestos surrealistas de André Bretón. Ambos iban a ser subastados al mejor postor por la sociedad Aristophil, luego de declararse en quiebra su fundador, el empresario Gérard Lhéritier. Según un experto, el hecho de que la obra de Sade -motivo de censura en plena época de la Revolución Francesa- sea ahora protegida por el Estado, no significa que esta haya dejado de resultar polémica. Por el contrario. El motivo de la polémica, eso sí, sería el contenido subversivo anexado a un costo demasiado elevado, en contexto de crisis económica. Lo mismo pasa con los manifiestos surrealistas. Los propios escritos de Bretón, quien en su tiempo sumaba las filas del PC para combatir el Estado burocrático, cobran ahora un estratégico interés cultural (y comercial) para el gobierno de Francia. Quien lo creería. Obras que en su tiempo estaban a las sombras de la revolución, y en lo más extremo de la vanguardia, respectivamente, se convierten, gracias al nuevo trasfondo capitalista, en bienes invaluables al alero del mecenazgo cultural. Será que ya nada escandaliza de verdad, como le decía el propio Bretón a su amigo Buñuel, o el mercado finalmente amarra y mitiga con sus tentáculos cualquier manifestación de disidencia, sea esta simbólica o declarada. Es la propia burguesía la que actualmente demanda las obras de Sade y de Bretón para su colección de artistas disidentes, y el Estado, garante de la "buena salud" de la cultura, las protege celoso, como hueso santo, con tal de no tranzar su "aura", su otrora valor inmaterial.

lunes, 18 de diciembre de 2017

Cuando la cajera del supermercado te pregunta si pagarás la mercadería con débito o con efectivo, y te mira con rostro desencajado al responderle que solo cuentas con efectivo, con dinero físico, aflora un paradójico sentimiento de orgullo, y entonces te das cuenta por fin, revisándote los bolsillos y apretando el molido entre las palmas de las manos, que eres un completo fracaso como ciudadano capitalista.

domingo, 17 de diciembre de 2017

Electric dreams

Por allá en los años setenta, Philip Dick ya había predicho prácticamente toda la problemática digital actual, cuando señalaba que la privacidad ya no existe, que ya no hay asuntos privados versus asuntos públicos. Dick nos enseñaba, con sus visiones, con sus sueños y pesadillas eléctricas, que la ciencia ficción no se trata tanto de anticipar el futuro como de invocar otro plano de realidad. La distopía se hace presente, aquí, ahora, a cada momento.
Piñera representa el epítome del paradigma neoliberal, es su cara visible o su figurita de acción favorita; por eso todos los que simpatizan o siguen de manera estricta su dogma votaron por él. Todos aquellos con un mínimo sentido de la propiedad privada en desmedro del concepto de comunidad, con una mínima fe en el evangelio del trabajo como plataforma aspiracional, con una creencia confesa en el crecimiento económico como índice del espíritu de la cultura, siguen este juego de manera consciente o solapada, y sabemos que el prosélito cree a pie juntillas en el poder de la gestión empresarial, aspira a una inteligencia pragmática, quiere moverse como pez en el agua en un sistema donde el valor de lo financiero diluvia sobre el océano de la ideología.
Todavía hay suficiente marketing en la apostasía del no voto. Pero sus razones resultan del todo inconsistentes y hasta volátiles. Ayer le escuchaba a un par de personas el típico argumento del "para qué votar si al otro día igual iremos a trabajar". Un amigo trataba de explicarle que la política general influye hasta en esa pseudo posición de inercia. Su postura acaba siendo más pasiva que activa, una desidia por ausencia. Es el precio de desentenderse de decisiones que, mal que mal, superan nuestro radio de acción inmediato. Pero, como decían ciertas mentes pensantes, también la acción de no votar implica no tanto una ignorancia como una repulsa. Tenemos, por ejemplo, la clásica frase del "si votar cambiara algo, sería ilegal" de Emma Goldman. La frase se ha vuelto la pancarta de moda entre los más anarquistas, una desobediencia civil que apuesta a no jugar el juego de la democracia, pero que se limita, después de todo, solo a eso: a no jugar. También otro que se pronunciaba al respecto era el mismísimo Borges, al señalar que la "democracia es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística". De hecho, más allá de ideologías y colores políticos, quienes votan se convierten al momento de la verdad en solo un número, pero uno que, pese a su condición, puede simular un avance o un retroceso dentro de un orden de cosas establecido. Lo que no logra visualizar quizá, la masa desertora, es que el no votar la convierte igualmente en un número, un número prescindible, por opción o falta de esta, tal cual si fuesen los ángeles neutros del infierno de Dante, ángeles ni negros ni blancos, simplemente ángeles espectadores, pululando entre los rincones, esperando a que acabe de una vez por todas el juicio final para continuar con su rutinaria posición contemplativa. Como sea, sabemos que tanto el acto de votar como el de no votar son ambas posibilidades del sistema, perfectamente reguladas bajo leyes que aseguran a sus ciudadanos la ilusión de estar cambiando algo, o al menos, de preservarlo, in secula seculorum. Al final del día, se decidirá qué clase de número seremos o seguiremos siendo.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Después de ver Los últimos jedis, se hacía tarde, y la salida era la de emergencia. Algo en el ambiente se sentía perturbador, a pesar de los aplausos unánimes de la gente. Un leve dolor de cabeza comenzaba a aflorar, producto de la experiencia, el encierro, el calor. ¿O tal vez por una perturbación en la Fuerza? La cosa es que iba bajando la escala de emergencia, y afuera juré que había una joven vestida de Rey. Quise ir a saludarla, pero algo en el interior (nuevamente ¿la Fuerza?) me impedía hacerlo. La joven iba acompañada de sus padres. ¿Habrá sido solo una proyección o el propio personaje iba poseyendo la forma de la fanática?. Al notar que se perdía entre el gentío del cine, quedé todo el tiempo con la idea de decirle que Rey era la única que salvaba la nueva saga. Intuía la respuesta, y luego me imaginaba diciéndole que fuese testigo de cómo morían los viejos ídolos de la franquicia, para dar paso a los nuevos, en un intento de reciclar una lucha que ya parece tener sus días contados producto de su propia redundancia. La idea de esa Rey rescatada entre el aparataje comercial y los voladeros de luces galácticas, era posiblemente la perturbación que sentía al comienzo, que había cobrado forma y que buscaba salir a flote en todo el recorrido desde la salida de la sala hacia la calle. O a lo mejor, no era nada más que una obsesión cinéfila producida por la saturación de la fórmula y de la emoción. Ya ida Rey, su imagen, veía cómo todo el exterior del cine lo cubrían las luces artificiales de Navidad y la oscuridad de la noche que iba aumentando con los postes en mal estado. Era la metáfora del destino de la cinta, o quizá, la del destino de la propia saga. Sin embargo, algo en ese descenso a lo oscuro me indicaba que todo estaba, en cambio, destinado a repetirse indefinidamente, acaso sin un clímax ni una conclusión honrosa: la resistencia contra el imperio, el jedi contra el sith, la nobleza contra el odio, o en última instancia, el pasado contra el futuro, o la verdad contra la mentira, cada uno de ellos, solo aspectos superficiales de esa gran fuerza centrífuga, de esa gran fijación perpetua en la que la guerra de las galaxias había convertido nuestras vidas.

jueves, 14 de diciembre de 2017

En toda la esquina de Condell con Edwards, un puesto de libros, entre ellos best sellers y clásicos. Desde John Green a Arthur Miller. Frente suyo, un loco sentado bajo la sombra de un árbol, vendiendo discos. Desde Deep Purple a Deftones. Más allá, casi al llegar al próximo árbol, una joven haitiana se ponía a un costado de la acera a ofrecer los ya populares Super 8. Al pasar justo uno de los clientes masticando un bocado, aparecía un sujeto con megáfono, vociferando algo sobre el gobierno a viva voz. No era ni evangélico ni vocero eleccionario. Simplemente, cuando el resto vendía, se dedicaba a gritar una cuestión referente a la política. Si no fuera por la connotación negativa, capitalista, del término, diría que cada una de las escenas descritas, al alero de la plaza de la victoria, podrían conformar, con toda justicia, un micro cosmos del libre mercado.

Wu

Durante la presentación del libro La mató por amor de Viví Ávila di con una palabra desconocida en el ejemplar, una palabra dentro del cuadro sobre estereotipos léxicos de hombres hacia mujeres, en la práctica social de mantenerse virgen hasta el matrimonio. Entre tantas otras acepciones, cada una más soez que la otra, se hallaba Wu, solo mencionada una vez dentro de la muestra. Ni siquiera la autora sabía a ciencia cierta el significado de la extraña acepción. Y dijo que era bueno, pese al desconocimiento, puesto que eso ampliaría a futuro el corpus de posibilidades semánticas a analizar. El Wu sin duda sonaba a concepto oriental. Acaso algún concepto del anime, que se da mucho en la terminología juvenil. Pese a esa intuición inicial, el único antecedente sobre la palabra seguía siendo su fonética y su clasificación dentro del estereotipo léxico de la virgen. Buscando luego la acepción, el término Wu tenía una relación directa con el budismo desde la cultura china. Podría ser traducida de manera muy tosca al lenguaje occidental como "nada", "ninguna cosa", o "sin". Cualquier cosa que aludiera semánticamente a ausencia, vacío. Sería, en ese sentido, de acuerdo a la tradición, la respuesta que el maestro zen Zhaozhou le daría a su discípulo cuando este le pregunta sobre si un perro tiene o no la naturaleza de Buda. El Wu pasaría a significar que la respuesta a la pregunta sería tanto sí como no, correcta a la vez que incorrecta. Esta pregunta y su respuesta vendría a ser una de las formas en las que los neófitos se inician en el conocimiento del budismo zen. Para aquel chico que mencionó la palabra Wu, como forma de referirse a las mujeres que desean mantenerse vírgenes hasta el matrimonio, tal vez la palabra no tenía otro trasfondo que la arbitrariedad, pero lo cierto es que Wu encierra una ambivalencia, y al mismo tiempo, una carencia. Se menciona la palabra, luego la aludida resulta virgen. Encarna la pureza, asociada al vacío. La nada acompaña su lenguaje. Se menciona la palabra, luego puede y no puede llegar a ser. Encarna la indefinición. La nada acompaña su existencia.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Le pelaron los manuscritos originales a Parra desde su casa de Las Cruces. El hecho lo denunció su nieto. Se habría dado cuenta cuando el propio Parra decidió hacer un inventario. Los dardos apuntarían a un coleccionista, César Soto, a la dueña de una galería de arte, Isabel Croxatto, y a la pareja de Juan de Dios Parra, Constanza Franz. El nieto sostiene que la filosofía de su abuelo como artista fue nunca regalar ni vender uno de sus cuadernos, ni siquiera a su propia familia. Por lo que estos solo pudieron haber sido robados. No quedaría otra explicación a la desaparición de los manuscritos del antipoeta. Se demuestra así, de la peor manera, que hasta a la antipoesía le duele el acto del robo. Como hubiera dicho el propio Parra en uno de sus artefactos: "Aquí (en Chile) ya no se respeta ni la ley de la selva". (No vaya a ser que Parra pase a la historia sin Nobel y, ahora, para más remate, sin sus manuscritos originales).

martes, 12 de diciembre de 2017

Richard Dawkins en su Gen egoísta adoptó el término "meme" para referirse a una unidad teórica de información cultural que sería transmitible genéticamente, de mente en mente, o bien, de generación en generación. Meme vendría de una semejanza fonética entre gene y memoria. La memética, en resumen, sería el estudio de la evolución cultural a través de sus unidades mínimas. El meme de Internet que todos conocemos, con toda su jocosidad y crítica solapada, sería así un préstamo del concepto de Dawkins, un "secuestro de la idea original" pero aplicado a la red social. Siguiendo esa idea, la evolución completa de la cultura humana, de acuerdo a la teoría memética, podría llegar a ser explicada solo analizando sus memes y sus interrelaciones.
Me confesaba un amigo que trabaja en Huasco, vía inbox, que estaban preocupados por él porque estaba solo y se demostraba medio misántropo. Le decían los compadres de la pega que no se quedara encerrado, que conociera a alguien con quien compartir los tiempos muertos, que lo intentara y que no tuviera miedo, en una suerte de patética charla motivacional. Él decía solo escucharlos con indiferencia, y algo de estoicismo, pero por dentro igual se tomaba en serio su condición solitaria, (de lo contrario no se hubiera molestado en comentarlo) más aún en un lugar tan alejado, en el que la rutina y el contexto casi exigen seguir la rueda de la obligación, bajo unos parajes desoladores, marcados por la vida rudimentaria y el sedimento de la industria. Insiste, sin embargo, en que la pega no es mala, pero se sacrifica mucho en el proceso, la vida social, el esparcimiento, en un lugar que le evoca el sentimiento de extranjería constantemente. Repite que sus colegas lo hueveaban con hacer una campaña para encontrarle una compañía para las noches y los ratos de ocio, pero aún así confiesa que ya, a sus 30 años, se ha convencido de la soledad. Decía que hasta el auto placer le resultaba algo culpable, como si tras cada acabada estuviera restándose a sí mismo, intuyendo el dedo acusador del mandato social. Que lo que le pasaba resultaba algo inexpugnable, no sin cierta resignación, pero, a pesar de resignarse y aceptarlo, continúa en la pugna, aludiendo a que la sensación de destierro debe ser parecida incluso a la de los exonerados políticos de la época de Pinocho. Hay algo en eso que tiene mucho de exageración, de pesimismo deliberado, pero también de realidad. El dilema profundo entre estar afuera y pertenecer a otra parte. Se llega a cierto punto en que no se sabe si esa soledad fue elegida o fue producto de una suma y resta de circunstancias. ¿Cómo acaso saberlo sin caer en una interpretación arbitraria? Le comentaba que al menos que no tuviera una familia o algo consolidado por esos lares estaba cagao, no podría soliviantar su estado de marginación, como lo exige nuestro querido orden de cosas, para todo proyecto de vida moderno: una casa, una linda pareja, una visión, aunque sea vaga, de futuro. Entre tanto, sosiega día a día la paradójica libertad de la soltería bajo la estricta ley del hedonismo, con alcohol, meretrices y reflexión, en esas noches que deben asemejarse a las noches infinitas y soterradas de alguna carátula de doom metal o algún pasaje de Pedro Páramo, con cerros de carbón y chimeneas humeantes de fondo, mirando hacia el negro horizonte.
Es raro, pero siempre que se recuerda algún pasaje de sueño debe contar con un mínimo de caracteres para poder ser escrito y convertido en anécdota. Eso sería solo para el 1% de los casos. El otro 99% quedaría en la bruma del inconsciente. Lo mismo pasaría con la memoria. Una pura construcción literaria. Y ¿qué sueño o qué recuerdo no la es?

lunes, 11 de diciembre de 2017

Un youtuber chino, Wu Yongning, conocido en la web como rooftopper por su habilidad para realizar acrobacias en estructuras elevadas y sin ningún tipo de protección ni seguridad, había muerto hace un par de días atrás luego de caer desde lo alto del edificio Huayuan International Centre de 62 pisos en China. El hecho quedó registrado por la cámara que lo estaba filmando en el momento de la funesta maniobra. Generalmente la mente y el espíritu del rooftopper, junto con el de otros deportistas extremos, se condiciona para lo peor. Sabía, en cierta forma, que tras cada paso en falso podía estar contenido el acabóse. En cada arribo hacia la cima la caída latente podía ser mucho más pesada. Conforme su nervio buscaba el equilibrio, la distensión podía resultar mucho más devastadora. Eso Yongning sin duda lo comprendía, y el resultado fue digno de una tragedia olímpica, eso sí, inmortalizada bajo la óptica indolente de la conexión en línea. Todos lo vemos caer, y no podemos volver a observar el momento de la caída sin sentir también el vértigo de la imagen frente a la pantalla y la reproducción del vacío. Él cayó producto de su pasión y su obsesión, consiguiendo cierta gloria y un heroísmo absurdo en el error. Nosotros, al mirarlo, también caemos, presos del morbo de nuestra propia vacilación, consiguiendo, en su lugar, una perplejidad adictiva. Decía Kundera: "Aquel que quiere permanentemente llegar más alto, tiene que contar con que algún día le invadirá el vértigo". Al igual que aquel que quiere permanentemente sentir más de cerca, de manera vicaria, la experiencia de la caída, la experiencia de la muerte.
El solemne sonido de la llovizna pegando en la ventana, un día Lunes desocupado de fin de año, me sirve, a estas horas, de arrullo mental.

viernes, 8 de diciembre de 2017

La frase “Quienquiera que se deleite en la soledad es una bestia salvaje o un dios”, figura como atribuida a Francis Bacon en su ensayo sobre la amistad, parafraseando la Política de Aristóteles. Pero también figura en algunas partes como atribuida indistintamente a uno y a otro autor. La soledad de la frase es también la soledad de su fuente.
Enrique Vila Matas atribuía al barón de Teive, heterónimo de Pessoa, la constatación de la imposibilidad de un arte perfecto, a través de un breve manuscrito en el cual señala que buscará las palabras precisas, no para realizar la obra que nunca podría realizar, sino que para indicar con sencillez los motivos por los que no la realiza. Un ejemplo del Bartleby en la literatura, y por extensión, en la propia vida como proyecto. Con la alusión al manuscrito del barón, se demuestra que la inteligencia es también capaz de sabotearse a sí misma, cuando se reconoce limitada por sus propias circunstancias, acaso no como una forma de suprimir las aspiraciones, sino como una manera de rayar la cancha con una lucidez furiosa. Con esa declaración y su posterior suicidio, el barón no quería anteponer otra cosa que el orgullo y el reconocimiento de la finitud como condición sine qua non de la existencia material. Estaba dialogando subrepticiamente con Joubert, otro Bartleby, al confirmar en carne propia que "la dignidad de la inteligencia reside en reconocer que está limitada y que el universo se encuentra fuera de ella".

jueves, 7 de diciembre de 2017

Titular de la cooperativa: Hombre falleció tras ser atropellado durante peregrinación a Santuario de Lo Vásquez. Habría sido impactado por un auto particular al cruzar de sur a norte, sin mediar aviso. Iba seguramente a realizar una manda y, en cambio, un hecho imprevisto se le vino encima. Hay dos lecturas de lo ocurrido: Una lógica, que permite pensar que un paso en falso habría ocasionado el accidente en un contexto de convulsión vehicular. Y otra, digamos, metafísica, que plantea la posibilidad de que ese sujeto con esa manda estaban destinados a desaparecer rumbo a un encuentro místico. O el peregrinaje tuvo simplemente un desenlace funesto debido al caos o Dios tiene un humor demasiado negro. Lo único seguro, que el absurdo obra de formas misteriosas.

Sarco, la máquina suicida

Noticia de RT asevera que han creado una máquina para ejecutar "suicidios racionales" rápidos y sin dolor. La máquina en cuestión se llamaría Sarco. Según el creador, Philip Nitschke —bautizado como el 'Elon Musk del suicidio asistido'— la máquina suicida tiene la forma de una cámara para dormir con diseño futurista. Luce como un nuevo episodio de Black Mirror, pero es ya una innovación actual. Los planos para ensamblar el aparato serían “gratuitos con código abierto y estarían subidos en Internet”. Existen ya antecedentes de máquinas al servicio de la muerte en la literatura. Por ejemplo, en Welcome to the Monkey House de Kurt Vonnegut se hacía referencia a ciertos salones de suicidio ético, en los cuales el que entrase sería recompensado con una comida gratis, siendo considerado un orgullo el matarse para combatir la sobrepoblación mundial. Y, por otro lado, en la novela Immortality, Inc. de Robert Sheckley, se planteaba una Nueva York distópica en la cual la gente llegaba a hacer largas filas para conseguir una eutanasia rápida y eficaz, incluso mostrando la existencia de agencias encargadas de ofrecer un servicio de suicidio a domicilio. De inmediato, ante la inusitada máquina suicida, aflora el dilema moral. ¿Será ético invertir en la asistencia tecnológica del suicidio, y no en cambio, procurar usar este modus operandi a favor de prevenirlo? ¿O será, más bien, una respuesta vanguardista a la necesidad siempre inexpugnable de la muerte digna? La creación de Nitschke (que a su vez guarda un inquietante parecido con el apellido del filósofo alemán) demuestra que la literatura finalmente acaba siendo solo un remedo de la realidad, y esta a su vez, un remedo de la idea del suicidio, siempre literaria, siempre real.


La sala de cine del Internado es como entrar y salir de una caverna platónica. De hecho, gracias al ciclo de culto de hoy pude dar con detalles de Cabeza borradora que no había sacado a la luz, como el cuadro de la bomba atómica y el piso de líneas negras que guardan relación directa con Twin Peaks. Por lo demás, la propia sala y el visionado una experiencia subterránea, en estricto rigor, underground.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Se cuenta que cuando John Lennon durante el año 66 planteó que Los Beatles eran más grandes que Jesucristo, causó un revuelo tal entre la comunidad cristiana que llegó a provocar protestas del Ku Klux Klan. Más tarde Lennon aclaró ​ en una conferencia en Chicago, que si hubiera dicho que la televisión era más importante que Jesús, podría no haber pasado nada. Esa frase y su consecuencia solo resultan escandalosas en su contexto. El rock and roll, en ese tiempo, se estaba masificando más que la Biblia. Hoy por hoy, esa frase no solo sonaría predecible sino que hasta redundante, de parte de una estrella de la música. ¿Será que, como le confesaba André Bretón a Luis Buñuel antes de morir, no hay nada en la actualidad que escandalice lo suficiente? Ya en el año 1993, por ejemplo, un periodista escribía en The Sunday Times que comentarios como el de Lennon "nunca podrían causar controversia, porque una actitud de desprecio a la religión se espera de todos los principales artistas de pop".

Chamico

Se habla en La poesía terminó conmigo. Vida de Rodrigo Lira, sobre el grupo Chamico, nombre proveniente de la planta datura stramonium, también conocida como "la hierba del diablo". Lira había acuñado el nombre como una forma de ironizar sobre el grupo La Mandrágora de los años 30. Los Chamico habían sido un grupo de poetas que, tomando el fundamento subversivo, se propusieron escandalizar a la oficialidad literaria de los años 80, en un encuentro realizado en la Corporación de Investigaciones para el Desarrollo (Cinde). Por supuesto, el escándalo resultó ser una irrupción ingenua pero en cierto modo vital, con cornetas, challas y rock progresivo italiano de fondo. Una irrupción no bien recibida por la mayoría de los escritores presentes. Lira había acabado sus días, ad portas de mandarse a cambiar, dándole vuelta a aquel errático debut en Chamico. "Debería haber dejado la cagá", pensaba para sí, luego de asimilar las palabras de Raúl Zurita sobre su extravagante performance. Cuando se deja la cagá, se deja la cagá. Recordé la anécdota cuando un compadre ayer mencionó al chamico en una conversación sobre plantas psicoactivas. "El chamico fue la planta que de cierta forma gatilló la locura de Lira", planteaba el compadre, no sin cierto guiño poético. Según cuenta el libro, el Ñato Neira, uno de los integrantes de Chamico, había ingerido la droga luego de haber muerto Lira. Entre los efectos se contaba la incoherencia, el arrojo psicosomático, pero también la angustia. Era la hierba del diablo en acción. La hierba de la locura. La hierba de la (anti)poesía.Principio del formulario

lunes, 4 de diciembre de 2017

Estaba metido en un sueño, un estudio fílmico a lo largo de una hondonada. En el set se filmaba no sé qué escena de qué proyecto o locura cinematográfica. El piso y los muros estaban hechos de pequeños filamentos de acetato. El aire era irrespirable. Una sensación contradictoria de encierro y de intemperie. Era parte de una situación, pero solo se dejaba ver una cámara que arrojaba luces al espacio vacío. La niebla comenzaba a cubrirlo todo. Desde el pasillo de una edificación, una mujer corriendo con un equipo detrás suyo en modo travelling. Yo era el invisible, puesto que pasaban a través sin advertirlo. De ahí en más, los recuerdos se hacían irreproducibles. Ninguna otra imagen o fotograma de aquella ensoñación, podían sumar piezas a este puzle aleatorio. Salvo la aparición abrupta de aquella cámara, que simulaba tener una vida propia. Seguía echando luces, abriéndose paso o bien encandilando lo poco de claridad en medio de la bruma. Apuntaba hacia el interior de la edificación. Paso a paso, iba cobrando arquitectura, hasta convertirse en una especie de cité. Uno de los pasillos asomaba una puerta entreabierta, apenas distinguible en la bruma que volvía a crecer. De ella volvía a salir aquella mujer, pero ahora descansada, empuñando en su boca un pucho mientras sostenía en su palma un rollo de acetato. No recuerdo si corría hacia ella o intentaba llamarla, pero desaparecía al entrar en otra puerta. Su reaparición y luego su salida de la escena o del sueño, habían generado un montaje inconsciente. El plano de la mirada llevaba ahora hacia una cámara oscura. En ella se vislumbraba un diminuto promontorio con una lámpara medio encendida. Del otro lado un espejo translucido. La cuestión era si había alguien más observando allí o era el único. De repente se escuchaba una voz. Se sentía a la mujer practicando una especie de monólogo muy cerca del espejo. Cuando paraba para advertir quien escuchaba del otro lado, la luz de la pequeña lámpara se hacía más débil, hasta no quedar nada. En medio de lo oscuro, se abría lentamente la puerta de salida. Volvía la bruma, y al fondo la silueta de quien parecía ser el protagonista. Así en medio de la sombra del lugar, se visualizaron en grande unas palabras incógnitas. Al despertar, esas palabras no eran otras que las de Jim Jarmusch. “Nada es original” había dicho, justo antes de callarse la boca para invocar, a través del lente, el secreto de una nueva cinta de perdedores.
Una mini marcha pro Guillier frente a Ripley. Pasando por entre medio, con ánimo bélico, un cabro de camisa floral le grita a un grupo más adelante con la bandera de Wallmapu: "Eso no va ahí, sacos de wea". Unas señoras detrás de la bandera le miraban impactadas, sin decirle nada. Otro loco más adelante de la fila, se reía y se daba la vuelta, siguiendo a la masa. Se quedó mirando un rato cómo se alejaba la turba, monitoreada por los pacos, a la vez que cruzaba la calle para seguir de lejos la marcha. Luego botó un cigarro y arrugó lo que parecía un flyer amarillo.
Una montonera de termitas voladoras, a lo mejor a raíz del calor, sobrevuelan la ampolleta encendida de la pieza. Vuelan encandiladas con la luz artificial, abriéndose paso a través de la ventana abierta. Dejo que sobrevuelen un momento. Al hacerlo una de ellas toca la ampolleta y cae. Y así sucesivamente van cayendo una a una tal cual si fuesen pequeños ícaros en decadencia. Ya en el piso, un tanto agónicas, botan sus alas y siguen andando a rastras hacia las sombras. ¿No es esta acaso una metáfora de lo sagrado? ¿No era acaso esa ampolleta un ídolo falso que irradiaba luz pero que mataba al tocarlo? ¿No eran acaso esas termitas voladoras simples feligreses encandilados con la luz, dispuestos a sacrificarse ante su dios y caer en picada contra la madera del mundo? Vacilaba sobre eso, al barrer las alas moribundas de las termitas en el suelo, y su brevísimo culto profano en proceso de desintegración.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Paso breve ayer por el Cementerio Los pensamientos. Cavilé sobre el nombre, tratando de no hacer la asociación esperada, pero fue imposible. Creo que la última vez que fui a un cementerio fue para enterrar y despedir a una bisabuela, en un rito solemne e íntimo. Por otro lado, cada vez que proponían recorridos o caravanas a través del cementerio de valpo, y de noche, me rehusaba, no tanto por un deseo inhóspito, como por una necesidad de serenidad, para no perturbar, en cierta forma, el silencio natural en el patio de los callados, y de paso, no perturbarme a mi mismo. Hoy sin embargo cavilo sobre el cementerio como un espacio mental inexorable, a raíz de aquel encuentro en Viña, y el pensamiento de la muerte se hace indisociable del pensamiento cotidiano. En un ejercicio de cogito fúnebre o de reflexión funesta ¿Qué proceso habrá llevado a llamar así a un cementerio? ¿La simple alusión al pensamiento como una forma de invocar en la memoria a los finados? ¿O el hecho irremediable del pensar ligado al hecho de morir? ¿Habrá un aliento de muerte (un impulso tanático) en cada pensamiento? ¿Estaremos dándole vida a la muerte al pensarla? ¿Pensar la muerte mientras se vive hará que esta nos domine o nos allane el camino? Tal vez como habría dicho Blaise Pascal: "Es más fácil soportar la muerte sin pensar en ella, que soportar su pensamiento sin morir".
Solo contra el mundo: esa ha sido siempre en el fondo la política. Y esa parece ser también la política de los que no tienen lobby ni influencias ¡¿y quién no aspira hoy en día, de una u otra forma, a tener lobby e influencias?!
Y don Mario dijo: "Todo Chile de pie", y todo Chile se puso de pie, raudamente, ante la mirada atónita y estupefacta de los niños en el teatro.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Y como habría dicho un tal Willy Mckey: el poeta está más cerca del carnicero que del cura o del sargento…

jueves, 30 de noviembre de 2017

Ida al médico general de Cemedina. Tiempo que no iba al médico arguyendo un ingenuo e hipotético bienestar mezclado con una reticencia a la indagación invasiva. La enfermera del pasillo me preguntó hace cuanto tiempo no había venido. Le dije que desde chico, tratando de evocar aquella época en la que la ida al médico iba en el fondo impulsada por el cuidado irrestricto de los grandes. Ahora ya viejo su ausencia me pasa la cuenta. Y la tincada deviene categórica ya no por una cosa ética sino que orgánica, corporal. Con el bono en mi poder, se sentía cierta expectación por el resultado de la visita e incluso cierto miedo por ver cumplida la paranoia de una vida licenciosa. Mientras cavilaba sobre ese punto, el rostro impasible de los otros pacientes dejaba entrever que la espera por el médico era lo más similar a una suerte de purgatorio. Se medita sobre la espera con toda la fe o con ninguna, en que el resultado de la visita determine si mañana o pasado podrás vivir para contarla. El ánimo de las enfermeras era tal vez lo único desenvuelto del lugar, dándose el tiempo hasta de echar la talla, contestar el teléfono y conversar con el médico dentro de la sala de atención. Era la jovialidad de los que han hecho de la convalecencia ajena su rutina. Su estilo o su negocio. El de los médicos era simplemente invitarnos a restablecer el equilibrio con un apretón de manos y unas cuantas maniobras siempre ilegibles para el paciente. Una vez fuera de la visita, y luego de una asistencia expedita, casi automática, el médico recomendaba exámenes de sangre, perfil bioquímico y lipídico. Su pronóstico no era del todo alentador. Alegaba de mi parte dejación (debido también a la ausencia señalada) y esperaba que con los exámenes pudiese ofrecer el veredicto definitivo, seguramente el veredicto que determinará si será posible pasar de este impasse clínico sin temer algo peor. Él sabía que esas palabras, las típicas palabras del médico antes de cerrar la puerta, no eran necesariamente un protocolo científico ni alguna clase de sugestión, eran solo el diagnóstico objetivo que después el propio paciente interpreta como condena o placebo. Aquellas palabras podían tener toda la rigurosidad de la ciencia pero también podían invocar el cielo o el mismísimo infierno, o en su defecto, el purgatorio, la vuelta a los pasillos infinitos de la espera, de la convalecencia. Todo sea por la salud, todo sea por el latente concepto de la vida, o, en su defecto, de la muerte.
Informa un compadre de la casa, en el grupo de whatsapp, que hizo el arbolito de pascua de puro aburrido. Al llegar, oscuridad total. Lo único que la iluminaba era justamente un arbolito pequeño puesto al lado del router, sonando con pila gastada una melodía intermitente, pero con luces perfectamente sincronizadas, como si fuesen parte de una misma señal, la señal del vacío interior pero también la señal de la tradición, tan vieja y automática como el sistema eléctrico del departamento.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

En una audiencia del Tribunal Penal Internacional de La Haya, uno de los sentenciados, el ex comandante bosnio croata Slobodan Praljak, al momento de conocer su condena por crímenes de guerra en la ciudad de Mostar, tomó un vaso de algo al seco y luego le dijo a los jueces que se trataba de veneno. Se señala que el magistrado suspendió la sesión de inmediato y llamó una ambulancia. Era el momento de bajar las cortinas. El ex comandante, sin embargo, murió al rato después. ¿Les recordará este episodio, por la ingesta de veneno durante un juicio, al clásico de Sócrates por haber corrompido a la juventud ateniense? ¿Habrá sido esta la cicuta del ex comandante por crímenes de lesa humanidad? No lo creo, y la situación solo guarda relación con la de Sócrates en la forma del suicidio, mas el fondo y el motivo ético en este caso resulta completamente disímil. De ser así, estaría mucho más asociado al episodio de Budd Dwyer, político yanqui que en su tiempo fue acusado de soborno y que durante una conferencia de prensa sacó cuatro sobres, uno de los cuales tenía un revolver con el cual se quitó la vida. La pregunta es ¿el suicido vale como última vía de redención, como opción precipitada pero digna ante la pérdida del honor o la reputación? A simple vista resulta algo predecible, pero hilando fino se puede especular sobre sus razones. Ya no tanto la negación de la vida (apreciación prejuiciosa) como la posibilidad de huir del sufrimiento o de redimir una culpa impagable que no sea de otra forma que invocando a la parca. ¿Por qué la opción del suicido en público bajo términos personales para Praljak, para Dwyer, para tantos otros? Solo ellos, acusados penitentes, al fin y al cabo, lo sabían, llevándose consigo el enigma. A nosotros, los vivos, solo nos queda el reguero de sangre en la pantalla y la reinstalación del dilema de la muerte como alternativa real a la ignominia.

martes, 28 de noviembre de 2017

Cada tanto se ponen en toda la curva de Edwards con Ferrari una serie de compadres con chalecos reflectores y señaléticas del signo Pare. Lo hacen para advertir a los vehículos que bajan y suben esa peligrosa curva sobre los otros vehículos que avanzan en dirección contraria. De vez en cuando reciben su propina. Lo singular es que casi siempre es un compadre distinto el que realiza la labor. Además, no tienen algo así como un patrón de horario. Es decir, pueden llegar o abandonar la pega que están haciendo cuando lo estimen necesario. Por supuesto que deben estar autorizados por el municipio, aunque desconozco las medidas y reglamentos que los rigen. Todos estos, junto con los estacionadores del plan, de seguro se conocen y funcionan como un gremio alternativo. El hecho de que se roten la pega, y de que hagan algo como señalizar indefinidamente el paso a los vehículos que bajan y suben en esa curva, evoca de inmediato el mito de Sísifo. No cargarían piedras cerro arriba solo para verla caer nuevamente, a modo de castigo divino, sino que esas piedras ahora serían autos, y la acción redundante no sería la de empujarlos, sino que la de allanarles el camino. Camus veía en Sísifo al héroe absurdo que vivía su vida al máximo, odiaba la muerte, y era condenado a una tarea inútil. La absurda y la extraña función de estos hombres señalética sería, para el filósofo, algo equivalente, pero solo trágica en la medida que los compadres fuesen conscientes de que lo que hacen resulta fútil. Pero para ellos representa, más allá de todo ese dilema existencialista, nada más que el hacer la pega. "De algo se vive", repetía uno de ellos. El hombre señalética vuelve a su labor con una sonrisa luego de contar las chauchas de los conductores y fumarse un cigarrillo al alero de aquella curva. El mundo moderno, su diseño urbano, sus infinitas curvas a disposición de la máquina, propicia la existencia de nuevos sísifos. Y estos a su vez aceptan de buena gana el cumplir tareas fútiles con tal de ganarse la vida. ¿Será esa su resignación o su afirmación? Solo su espíritu estoico, a la vez que asume con picardía la redundancia de su trabajo. “Hay que imaginarse al hombre señalética feliz.”.
Hija de la líder del Bus de la libertad cambiará su sexo y nombre. Parece otra broma matutina de La Legal, pero no lo es. Marcela Aranda, la líder, alega que el MOVILH ha hecho un uso mediático de la situación, con tal, según ella, de reinstalar el debate y sacar dividendos. Justicia divina, dirán, con suma ironía, los más progres. Otra prueba del Señor, debe creer en el fondo la propia Aranda, volviendo sobre el amor de Dios. ¿Cómo explicar ese humor negro de la historia, sin recurrir aún a la figura ideológica o religiosa? Nietzsche había dicho que no existen hechos en sí mismo, solo interpretaciones de los hechos. Nadie puede ver ni verá el acontecimiento puro, porque simplemente este no existe. La sociedad contempla estupefacta un cambio positivo de parte de la hija, una liberación, y ojalá una lección moral de parte de la madre. Ella, por su lado, enfrenta de manera íntima lo que sería otra prueba del mal dejada ahí por Dios para probar su convicción. Lo inexplicable, lo invisible sigue todavía caminos misteriosos, pero también sarcásticos.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Fast thinking

Salen memes y publicaciones sobre un texto en el ítem de Comprensión lectora que complicó de sobremanera a los estudiantes en la PSU de Lenguaje: el texto sobre los fast thinkers. Resumiendo, según lo que señalaba Pierre Bordieu, estos vendrían siendo los intelectuales de la nueva era, sujetos influenciados por la mentalidad televisiva e inmediatista imperante, que priorizan la eficiencia por sobre la reflexión, que conjugan peligrosamente la urgencia y la productividad. Estos fast thinkers, según Bordieu, no serían neutros, sino que adoptarían las teorías académicas de moda con un marcado grado de interés y adhesión ideológica. Así mismo, si determinada idea o campo teórico deja de ser útil, serían capaces de dejarlo por otro sin mediar culpa ni arrepentimiento. La cosa es que este concepto de los fast thinkers y su texto para la PSU significó, para los estudiantes, un verdadero dolor de cabeza. De repente cavilé sobre la propia estructura de la prueba, pensada para un formato y una mente instrumental, una resolución mecánica de test en la que la alternativa funciona como la única posibilidad de respuesta, en la que elección aparece mediada de antemano por una lógica implacable por rígida. La propia prueba, más allá del polémico texto del cual se hace mofa, tendría ella misma una forma de fast thinking a gran escala. Sus creadores entonces no serían otra cosa que fast thinkers que adecuan un discurso a un nivel estándar de conocimientos. Y aquí vendría lo realmente interesante: los que responden la prueba, digamos, sus lectores, sus protagonistas, acabarían siendo tanto sujetos experimentales como agentes incómodos, encarnando bajo su propia desesperación la posibilidad del error como anatema o tubo de escape, para un formato que subyuga la inteligencia. Así no habría otra salida a esa desesperación post traumática que el meme, siempre fresco, inmediato, jocoso, acorde al humor posmoderno estudiantil del momento, demonizando el lenguaje impersonal, y riéndose hasta del mismísimo futuro. El meme como la nueva inteligencia, el otro fast thinking de los que no tienen (todavía) academia, ni acaso futuro.
Amiguites de la red social. Buenos días. Por si acaso, y para que quede claro, Occidente no sucumbirá ante la curia yihadista, ni ante el agujero medio ambiental, ni tampoco bajo una intempestiva guerra nuclear. Lo hará enarbolando su propio y sacrosanto sentido de la corrección política a todo el orbe, revolcándose en el fango de su propia hipocresía civilizatoria. Eso. Pueden seguir con lo suyo. Muchas gracias.

domingo, 26 de noviembre de 2017

Íbamos de compras al Líder el otro día con una amiga. Ella dio con un puestito al costado de las cajas. Grande fue nuestra sorpresa cuando allí en ese puestito había bolsas ecológicas con motivos de Van Gogh, Gustav Klimt, Kandinsky, incluso hasta una de Dadá. La amiga sugería comprar algunas dada la excentricidad. Por supuesto que mi elección fue la bolsa de Dadá, ya que el hecho de que se vendiese una bolsa así en un supermercado ya resultaba lo suficientemente paradójico Y, más encima, a precio de huevo. Recordé el ready made dadaísta. Ahora el ready made sería a la inversa. Desde el mundo del arte del cual Dadá era anatema, hacia la cultura masiva del mercado. Lo mismo que el arte pop de Warhol. ¿Por qué no había una bolsa con la sopa Campbell? Tal vez porque ya estaba fuera de serie o simplemente porque ya había sido rematada. La bolsa de Dadá podría servir perfectamente, de ahora en adelante, para comprar la mercadería del mes, o para desechar la basura de la casa. Dadá había muerto, pero el mercado, omnipresente, increíblemente había tomado su cadáver sarcástico y lo había revivido. Tal vez nunca estuvo muerto. Simplemente se transformó. Mutando en la forma del sistema. En aquella bolsa ecológica reza con letras rojas la consigna: breaking the rules.
Como que el sueño de la otra noche aún me da vueltas. Estábamos con el colega de inglés y el de historia caminando a través de un sitio parecido a un páramo lejano, una estepa extensa que evocaba pura humedad y un ambiente invernal. Tenía algo de aquel lugar inundado de niebla, escombros y vegetación al cual los protagonistas de Stalker arriban para precipitarse hacia la temida y ansiada Zona. En el camino a través de aquel páramo no sucedía nada significativo, solo una larga andada silente, con los colegas andando a paso lento pero firme, acaso sin saber realmente el camino, rumbo fijo hacia donde llevasen las palpitaciones de nuestros cuerpos.

El sentimiento era un poco angustioso, pero guardaba relación con la larga caminata a pie desde la sede de la Universidad Federico Santa María, bajando por Av España hasta llegar a Av Marina para luego derivar por San Martín. El propósito de la caminata era ir al lugar de la cena de camaradería en Viña, luego de haber acabado la rimbombante licenciatura de los cuartos medios. Se fue a pata en realidad por un motivo no del todo consensuado. Eran recién veinte para las siete y había que estar allá en San Martín tipo ocho. Seguíamos a las colegas y a la secretaria que iban al vehículo a dejar a unas alumnas. Pero el seguimiento no tenía otro efecto que el de unirse a la masa, puesto que la secretaria había dicho que en el vehículo no cabrían todos, así que decidió que solo fueran las colegas y las chicas. El cambio de planes fue abrupto y absurdo. Fue así que emprendimos rumbo hacia esa gran escalera, a paso lento, con tal de hacer el tiempo suficiente para llegar a destino a una hora decente, ni tan temprano ni demasiado tarde.

El transcurso del pique fue de lo más parsimonioso, en medio del sol del atardecer. Una que otra palabra se sucedía para imprimirle algo de risa a la caravana y aplacar el sudor y el agotamiento. A diferencia del sueño, el recorrido no fue inhóspito sino que demasiado caótico. Era la hora peak de los vehículos que salían de la pega y de la gente que se preparaba para volver un día Viernes. Entonces seguíamos a pata ese recorrido cansino contracorriente, entreviendo que esa forma de andar era la correcta para procrastinar el tiempo que jugaba en nuestra contra.

Ya cruzando el puente casino y llegando al lugar de la cena, nos dimos cuenta que no llegaba nadie aún. Llamadas perdidas por un lado. Buzones de voz por otro. Lo previsible era que nuestras comensales estuviesen allí, pero contra todo pronóstico no lo estaban. Se vuelve así sobre aquel sueño. En él no se dejaba ver el horizonte ni la brisa fresca del mar. Solo era un deambular sin sentido a través de un espacio abandonado. El tiempo de la espera, sin embargo, allí no existía. Ese sueño quizá no fue otra cosa que la proyección del vacío de la espera en Viña, al final de nuestro recorrido patético por precario. Al rato llegaban las comensales, una vez que la directora cambiaba el lugar de la cena. La meta había sido cambiada sin nuestro consentimiento, pero allí, donde fuese, nos estaba esperando nuestra recompensa afectiva y culinaria. La angustia y la opacidad del sueño quizá no era otra cosa que el hambre por el tiempo dilatado. El exceso de expectativa por un viaje que acabó, pese a los contratiempos, igualmente hacia donde estaba destinado, con el hambre y la necesidad de figuración necesaria que siempre impulsa al profesorado más allá de sus propios límites.

sábado, 25 de noviembre de 2017

Al ir al Serviestado del centro, una fila despejada para las cajas. A un costado, una mujer con su hija pequeña jugaban con monedas. A simple vista, monedas inutilizadas, de uno o cinco pesos. Cada vez que la mujer le entregaba las monedas a la niña, esta las tiraba al suelo de forma que ella las volviera a recoger. El ánimo desenfadado de la niña tirando una y otra vez las monedas al suelo como si fuesen simples figuritas de acción. Las monedas al no tener ya valor económico habían devenido verdaderos juguetes sin otro propósito que el de entretener. Su material, a pesar de su devaluación, había recobrado en cambio una inocencia perdida, un valor genuino, ahora en manos de la revoltosa niña. Y pensar que más tarde esa niña crecerá y se dará cuenta que aquellas fichas de cobre numeradas con las cuales jugaba, simbolizaban en su tiempo el valor financiero, el sostén de su propia vida material, cuando ingrese quizá por esa misma fila, esta vez con un pedazo de papel numerado o una tarjeta de plástico guardadas en el interior de su bolsillo o cartera, para pagar el costo de su tiempo y de su lúdica vida adulta.

Salvator Mundi

La subasta y la compra del Salvator Mundi de Da Vinci en Christies, según dicen, ha sido la más cara de la historia. Hay dos cuestiones problemáticas que salen a la luz. La primera tiene que ver con la identidad velada del comprador. Según explica el asesor de arte del Financial Times, el comprador anónimo sería probablemente de Asia, a juzgar por el reciente interés del empresariado oriental en la colección de obras de arte antiquísimas. Otra hipótesis subraya que incluso podría tratarse de una institución como el Getty Museum californiano o una portavoz proveniente de Qatar. Una colectividad apostando a través de un individuo incógnito una jugada comercial maestra. Una última posibilidad apuntaría al descarte de la regla del 1-4% aplicable a la inversión capitalista en el arte. Esta sugiere que una persona no debería invertir más de un 4% de su fortuna en una inversión solamente “por pasión”. Así pues, y siguiendo esa lógica, el comprador del Salvator Mundi tendría que tener una fortuna mayor a los 11 billones de dólares, lo cual acotaría aún más el rango de identificación de nuestro comprador misterioso.

Una segunda cuestión problemática tiene que ver con la propia naturaleza y condición del cuadro, su autenticidad y el dilema sobre su valor y su precio en el mercado de la cultura (o en la cultura del mercado). Sobre su autenticidad, algunos se han aventurado a señalar que queda muy poco de Da Vinci en el cuadro físico subastado, a juzgar por la enorme cantidad de restauraciones y retoques que posee, lo cual lleva a pensar en aquel concepto de Walter Benjamin, el "aura" de la obra de arte. Sería aquello inviolable, aquello que representa su esencia, y que permanece impoluto más allá de la reproducción técnica de la obra. La condición actual del Salvator Mundi haría pensar que su versión original ha desaparecido y que solo se trataría de un valor interpretativo de la versión subastada, lo cual a su vez afectaría a su precio actual. Entonces, en la medida que la obra adquirida sea intervenida y se dictamine que pertenece oficialmente al florentino, adquiere, digamos, un mayor aura y, a la vez, dispara su precio por las nubes.

Dicho esto, es posible sostener que la contraposición entre la "obra aurática", solo reservada para una subasta comercialmente audaz, y la obra reproducida hasta el hartazgo, diversificada en masa para ser democráticamente vendida, sigue representando el dilema artístico primordial del Salvator Mundi vendido en aquella histórica subasta. Esencia o sustancia. Valor o precio. Es decir, hasta qué punto la obra de arte recobra de pronto su valor en términos mercantiles, y hasta qué punto ese mercado que la adopta como su creatura la vuelve un producto deseable y a la vez irrepetible. El arte acaba siendo así el campo nutrido en el que el valor de la transacción mercantil cobra forma. La pugna entre la obra de arte como objeto de comercio, sustraída de si misma, y la obra de arte como creación invaluable, irrumpiendo en el criterio estético de su época, criterio hoy por hoy, endosado también al agudo criterio económico, bajo el cual la obra de arte parece cobrar una nueva vida y un nuevo reino.



Tercera licenciatura de cuarto a la que toca asistir. Me acuerdo que en la ceremonia del año pasado había hecho una mano cornuda en una de las fotos con los cabros. A algunos les pareció genial. A los apoderados, en cambio, les disgustó. Motivo por el cual la directora me pidió expresamente que para esta ocasión guardara la compostura y no repitiese la gracia. Para algunos podrá parecer una anécdota simpática, hasta algo estúpida, infantil, pero si se mira de cerca, se comprenderá el nivel de cinismo y la falta de espontaneidad que aflora durante estas instancias. Comprendí de inmediato que de rock no sabían nada. Como sea, los verdaderos protagonistas de este show serán siempre los propios cabros. Ellos decidirán finalmente si conviene hacerle una reverencia o hacerle un hoyudo al futuro. Porque la última palabra la tendrán ellos. Nosotros, en ese sentido, no somos más que burócratas. Por eso, aguante fin de las clases, fin de la escuela! Libertad! Libertad ctm!

viernes, 24 de noviembre de 2017

Sobre un concierto de Ítalo Olivares

Hacía tiempo no entraba a la Iglesia de los Sagrados Corazones. La última ida de la que tengo recuerdo era para conmemorar la trágica muerte de mi bisabuela. La fastuosidad sombría del interior evocaba, más que una fe irrestricta, un cierto espíritu contemplativo que no había advertido, de estupor ante las artísticas formas espirituales, todo eso sumado a la presentación del concertista Ítalo Olivares Cañete, quien ayer mostró un concierto de órgano interpretando la obra de J Brahmns, a raíz de su aniversario número 200, y también algunas piezas de Bach, la Fuga y los Preludios, junto con algo de Verdi y su Postludio. El concierto se dio de una forma invertida. No era el típico concierto de música popular en donde la experiencia musical se vive manera frontal y en cierta medida horizontal frente a frente al artista y la ejecución de su pieza, sino que Olivares se hallaba en la tarima de un segundo piso, justo sobre la entrada, lugar en que estaba ubicado ese majestuoso órgano venido de otra época, una época mucho más orgánicamente barroca. A medida que la sesión se desarrollaba, la gente debía visualizar en un proyector la ejecución del maestro. El proyector ocupaba el sitio en donde los curas habitualmente introducían las misas. Y ese era el motivo por el cual la experiencia se hacía profana a pesar de su fondo. Con una amiga nos fijábamos en el detalle audiovisual. Cuando Olivares desplegaba sus preludios, la imagen se iba diluyendo de manera abrupta hasta cortarse automáticamente con la vibración del sonido, la acústica musical retumbando en toda la iglesia volviéndola un puro gran eco sublime. ¿No habrá sido que la imagen cedía ante la inmensidad de ese sonido de órgano, para que la vista cediese a su vez a la ensoñación auditiva? ¿No era esa una suerte de rezo e introspección en clave secular? Esas eran las preguntas que brotaban de todo ese mantra. Aquel exterior en el que se podía distinguir todavía el ruido de la reparación de la iglesia, y el tráfico consuetudinario de sus alrededores, se hacía mudo de un instante a otro, para dar lugar a la atmósfera de las notas bailando su propio ritmo grandilocuente. El hecho de que el maestro desapareciese por un momento, no dejándose ver en aquel video proyector, le imprimía además el anonimato necesario para el protagonismo de la música. Se volvía nada más que el médium para su "experiencia religiosa". Era descolocar la idea de la divinidad. Dejar de lado su presencia metafísica para invocarla esta vez en la forma y la sustancia de aquel órgano parlante. Por un solo momento, dentro de la iglesia, la audiencia pasó de ser feligrés del rito cristiano a ser adepta al sonido sagrado del órgano, allá arriba en las gradas, como emulando la altura de lo que se elevaba por sobre sus límites. El aplauso al final de nuestro show era unánime. Y la figura de Olivares asomándose en aquel balcón como una suerte de santo del órgano, daba cuenta de la catársis colectiva. Olivares sabía que su programa era para honrar en el fondo la memoria de la Santa Patrona de los músicos, pero su público sabía que ese recogimiento melómano respondía a otro orden de la devoción. Ya no la genuflexia dogmática del rito eclesiástico, sino que la solemnidad hasta cierto punto apolínea de cada una de las piezas. La gente misma no lo declaraba, pero así lo hacía sentir. La música había devenido una especie de Dios. Olivares su enviado. Y nosotros sus profesos testigos y espectadores. Como hubiese dicho Cioran, respecto a Bach: "Sin la música, la teología carecería de objeto, la Creación sería ficticia, la nada perentoria. Sin la música yo sería un perfecto nihilista".




jueves, 23 de noviembre de 2017

El misterio de la casa de las muñecas

Secreto revelado. Cuático pensar que el mito de misterio y terror que envolvía a la casa de las muñecas en Valparaíso y que la hacía popular, escondía en realidad una verdad de lo más dura y sobrecogedora. A ratos el mito, por terrorífico que sea, funciona más bien como una catársis.




Ese intrigante momento en que unos rayos de Sol comienzan a atravesarse por entre las nubes, amenazando con iluminar y calcinar la bella opacidad de la mañana.

La Orbe

Hablaban en el instituto sobre un colegio extinto, justo en Traslaviña. Una suerte de colegio alternativo. Se llamaba La Orbe. Todavía se puede apreciar en las afueras el cartel gigante con un busto de Orfeo. Motivo grandilocuente, justo sobre el letrero de Se arrienda. Se dejaba ver en él que no había apoderados, no había tareas para la casa, no había anotaciones. No había evaluación punitiva ni reglamentaria. Apostaban a una suerte de educación integral, planteando mil y un maravillas. Lo asocié directamente con la pedagogía Waldorf de Rudolf Steiner, de la cual existen una cantidad decente de colegios en Chile, funcionando bajo sus propios términos antroposóficos pero rigiéndose igualmente bajo el estatuto de la reforma. Se reía un colega al recordar que en el letrero de La Orbe prácticamente no tenían nada, que de puro cagaos no tenían clases ni profesores y que todo ocurría en una suerte de anarquía autoregulada. El director le replicaba que no era una mala idea, que incluso era un horizonte deseable, solo que sin base, puesto que todo depende finalmente de la convocatoria y la matrícula. Sin ella estarían construyendo castillos, colegios, en el aire. Figuradamente, sobre la base de la nada curricular. Se puede postular una vanguardia de proyecto educativo, se puede aspirar al modelo de país desarrollado, siempre mirando aspiracionalmente hacia afuera, pero mientras no tenga base económica, en nuestro sistema de cosas, no pasará de ser una volada quijotesca. Pensaba eso, cuando revisaba la página de La Orbe. Nuevamente la gran imagen de Orfeo, el mitológico padre de la música, repletando la totalidad de la pantalla. De fondo sonando una incógnita y anestesiante melodía de cuerdas. Justo abajo de la imagen del Orfeo aparece el concepto de La Orbe: una pareja perfectamente occidental con sus dos hijos. La música de cuerdas seguía inundando el visionado de la página del extinto colegio, como una suerte de velo. Seguía inmerso en la navegación virtual de la página, y sin embargo me era imposible olvidar aquel letrero de Se arrienda sobre la puerta del colegio. La bien cuidada ilusión había cumplido su objetivo: mitigar por un momento la cruda brecha que separa una idea brillante de su encarnación en el mundo real, del cual, como aquel letrero señalaba, no somos más que baratos y provisorios arrendatarios.
Departamento completamente vacío. Lo único que se escucha es el sonido del agua calentándose en el hervidor eléctrico, y a lo lejos, una música que viene retumbando desde la Iglesia de los santos de los últimos días. Una música secularmente festiva. Una impía bachata que viene a desentonar con la sagrada tranquilidad de la noche.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Cuando presto libros y constato que ya no hay garantía de devolución, resulta que siempre los doy por perdidos, aunque sin recriminar al depositario del préstamo. Digamos que lo dejo a su conciencia, pero esa conciencia es justamente un placebo, un juego mental, que resguarda alguna clase de orgullo ante el hecho de solicitar lo prestado. Entonces viene la siguiente excusa: de que al menos los libros hayan sido leídos, cuestión que tampoco tiene garantía alguna, y acaba siendo, a fin de cuentas, un motivo autocomplaciente. Así se recurre a suplir la pérdida, el vacío que dejó ese préstamo sin devolución, con la compra de una mucha mejor edición del libro prestado. Tal es el caso, por ejemplo, de El príncipe de Maquiavelo, del cual poseo ahora la ansiada edición con notas y comentarios de Napoleón Bonaparte; Y además el caso de El Lobo estepario de Hermann Hesse, del cual, a su vez, tengo una edición de bolsillo de Alianza Editorial, íntegra y con portada icónica de Daniel Gil. Ley de las compensaciones. Fetiche del libro ausente. O bien manía del control, del control sobre el espacio del librero, vacío, cubierto de materia lectora. Pero ocurre que en ese librero se puede encontrar también un libro que alguien me ha prestado y no he devuelto, aun habiéndolo leído previamente. Se trata de una edición vieja del Abaddón de Sábato, editorial Planeta de Agostini, pero en perfecto estado. El dueño del libro era un amigo que no veo hace rato, merced al tiempo de la supuesta lectura y posterior entrega de la novela. El contacto se fue perdiendo de tal forma que el contrato implícito del préstamo se iba diluyendo más y más. Hasta llegar un punto en que ya nadie se daba por aludido. Ni el amigo, que nunca reclamó lo suyo, aplicando también la táctica de la conciencia, ni uno mismo, haciéndose el desentendido y recurriendo a la postergación infinita como forma de aplacar aquella conciencia sobre el libro ajeno. De manera que el Abaddón actual solo me pertenece provisoriamente, viniendo de su primer lector -el compadre que lo prestó- por un motivo circunstancial, y siendo en el fondo solo propiedad de un intercambio improbable. Un limbo de su lectura hipotética. La frase del libro que expresaría mejor esta situación no sería otra que "El infierno está aquí". Debería haber entonces un purgatorio para los libros prestados.Principio del formulario

martes, 21 de noviembre de 2017

Otra pesadilla pre vacacional. Estaba en una gran casona derruida, con relieves similares a los de la dimensión oscura de Silent Hill. Ciertos contornos se iban haciendo trizas. Parecían demasiado quemados o, por el contrario, demasiado húmedos, tal como el de ciertas casonas patrimoniales de Av Alemania. El asunto era que me hallaba ahí. Al fondo de cierto pasaje se iba dibujando un vacío indescriptible. Era porque la casona no tenía fondo. Tampoco había afuera del espacio, ni afuera del sueño. Al llegar hasta al fin del pasaje sonaba música festiva. Se dejaba ver un cierto ambiente copioso que no conseguía penetrar. Pero la fiesta era evidente por el llamado inconsciente de cierto ex compañero. Una voz mental o una conversación mental retumbaban en la sien invitándome a entrar en esa fiesta impenetrable. Luego, una voz femenina, al parecer entrañable, me impelía a recular. Entre esos dos susurros molestos como conciencia bipartita se debatía el camino hacia la nada o hacia el todo del sueño. Hasta que se abría de vuelta al inicio una suerte de portal a lo Stranger Things. El portal podía ir hacia la fiesta o bien hacia el exterior de ese lugar. Salía expelido de ahí, sin mediar camino ni pensamiento. Los contornos seguían cayéndose a pedazos, como las propias voces. La música a lo lejos seguía festiva, pero confusa. Me veía ansioso por encontrar una respuesta, por acabar dentro o por salir hacia cualquier parte. Hasta que la cuestión acaba, y me encuentra con la radio encendida en una estación sin señal y la cortina sobre la cabeza, a punto de caerse encima, junto con el polvo de madera dejado ahí por las termitas. Un pequeño hoyo negro se iba formando en el techo, justo arriba de la almohada.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Manson: El culto del amor y el terror.



La figura de Manson ha calado hondo no tanto por su contenido rayano en la demencia más delirante como por su forma. La masacre brutal contra Sharon Tate, en ese entonces embarazada de Roman Polanski, pintó de negro el imaginario de la cultura popular yanqui, poseída por la revolución de las flores. Era el abrupto nacimiento de un ícono pop, pero de colores opacos. Ante el hecho de sangre salieron a la palestra varias teorías sobre el por qué de semejante crimen. Una tenía que ver con la obsesión musical de Manson, sumada a la creación de su secta La Familia. Se dice que su carácter mesiánico, potenciado luego por el uso de alucinógenos, se debió a su fanatismo por Los Beatles, de los cuales tomó Helter Skelter para su interpretación patológica del apocalipsis, atribuyéndose incluso el denominativo de anticristo. El término Helter Skelter sería traducido como "Descontrol" o "Desorden".

Otra teoría dice relación con el rumor de que Manson instigaba una suerte de "guerra racial". Habría ordenado a sus acólitos cometer el crimen para enseñar a los afroamericanos cómo empezar su guerra ideológica, en un contexto social particularmente susceptible. Esa teoría se vería anclada directamente con Roman Polanski, por el hecho de ser un representante de Hollywood. De ese modo, Manson habría sumado a su creencia, aparte del motivo musical del Helter Skelter, el motivo racial, junto con el cinematográfico, en su relación con la película La semilla del diablo, a partir de la cual habría tomado el autodenominado nombre de Satán. (De hecho, hasta aparecieron ciertos demonólogos en esa época que no vacilaron en vincular el motivo de la masacre con la sátira sobre los pálidos chupasangres expuesta en el filme La danza de los vampiros).

Hay, sin embargo, una investigación que desmiente estas teorías como los verdaderos móviles de los asesinatos. Esa investigación asocia el auténtico blanco no a Tate ni a Polanski ni a su grupo social, sino que a Jay Sebring, un cotizado peluquero que poseía salones en San Francisco, New York y Londres, y que, por ese entonces, frecuentaba el hogar de los Polanski. El punto clave de la investigación sería Melody Patterson, una actriz de tv norteamericana, quien era amiga de los Polanski, y además, por si fuera poco, convivía con el grupo de Manson. Según ella misma confesaba, la cruzada de Manson habría sido en realidad una expedición punitiva, para castigar los crímenes sexuales de Jay, en los cuales dos de las integrantes de La Familia habrían estado involucradas. Bestia contra Bestia. Sangre y rebaño. Como sea, la figura de Manson iba cobrando un misticismo oscuro, por un lado, y además un enigma policial, por otro, digno de una verdadera novela negra psicodélica. Manson no sería otra cosa que su personaje macabro. Perseguidor o perseguido.

Una vez enjuiciado y condenado, la fama de Manson no solo se disparó, sino que se volvió un verdadero fenómeno masivo. Y ese fenómeno tiene que ver precisamente con su obsesión musical. En particular, con la influencia que significó para ciertas figuras del rock. Ese imaginario no tanto del mal (concepto moral y periodístico) como de la rebeldía, el desvío de la norma. En 1970, por ejemplo, Manson habría publicado el álbum Lie: The Love & Terror Cult, para financiar su defensa por los asesinatos. Una de las canciones de ese álbum, Lie, ya habría sido grabada por los Beach Boys. Dennis Wilson, en este sentido, habría tenido un vínculo directo con el líder de "La Familia". Posteriormente, Axl Rose declaró, luego de publicar con los Guns su álbum Lies, que se había inspirado en el primer disco de Manson, Lie, y que usaba una polera con su rostro en los conciertos, no porque estuviese de acuerdo con su reputación, (tratando de ponerse el parche antes de la herida) sino que simplemente porque era un adepto a su música. Sin ir más lejos, el propio Marilyn Manson, al momento de crear su nombre, pensó en la oposición del bien y el mal, o, mejor dicho, de lo puro y lo impuro, simbolizado respectivamente por Marilyn Monroe y por el mismísimo Charles Manson. Así hay una cierta inclinación en el rock por hacer del mal o de la desviación una estética. Hay también una cierta inclinación en la cultura yanqui por hurgar en su propio mal y en su propia desviación, e insistir en ella como un placer culpable, un tabú, una fuerza desconocida, subterránea. Y es en ese momento que, el propio rostro de su cultura, encuentra en lo abyecto una identidad velada a la norma. Como cantaba el propio Manson en un tema de su disco Lie: "Mírame con desprecio y verás a un imbécil. Mírame con admiración y verás a tu dios. Mírame con atención y te verás a ti mismo".