martes, 31 de enero de 2017

Noche arcade

Andando en vehículo por Subida Ecuador hacia arriba, con un amigo. Una vuelta para merodear la noche porteña de verano. Se ve un ambiente prendido para ser día Lunes. Estacionamos un poco más abajo de la plaza. Luego, recorriendo locales, entre cabros y chicas tomando, damos con una pizzería. Dentro tenían una máquina arcade de esas antiguas. De aquellas que para poder jugar había que echar fichas. Cierta nostalgia, cierta emoción nos baja y entramos a jugar. En los tiempos de infancia los paraísos del arcade eran el Galaxica y la galería de los Tres Palacios. Encontrarnos con una máquina de arcade en un contexto de carrete era como una suerte de anacronía. También a su manera un tardis hacia un tiempo donde la diversión solo consistía en ganar un par de partidas, sin otro futuro que el del próximo juego. Elegimos Capitán Comando. La experiencia nos tomó doscientos pesos. A pesar del tiempo aún recordaba la maniobra para el ataque especial. Matamos a unos cuantos monos. Sin embargo, morimos después de vencer al primer jefe. "La wea ñoña, jajaja, todos vacilando y nosotros jugando arcade" decía el amigo en tono de broma. No pude evitar asentir. Era esa sensación de explorar el presente, el bullicioso presente sin otra garantía que el ambiente, para caer de repente bajo el influjo de la máquina. Y su manía lúdica. En el bolsillo aún quedaban unas monedas de a cien. Era o seguir jugando o ir a comprar un par de tragos. Volvimos entonces al auto, hacia rumbo desconocido, fuera de la Subida. No sacábamos ninguna divisa de la noche y su presente. Salíamos derrotados de antemano de esa batalla, pero, en cambio, con una pequeña victoria pírrica contra el olvido. No ganamos la realidad pero ganamos en cambio la memoria. Aunque fuese invocada en un juego perdido.

lunes, 30 de enero de 2017

Federer, leído por David Foster Wallace

En "Roger Federer como una experiencia religiosa", David Foster Wallace ya se refería al tenista como una suerte de genio. Un genio no imitable. Ofrece por lo menos dos explicaciones. Una, más misteriosa y metafísica, que se acerca, según él, a la verdad; y otra, más técnica y netamente deportiva, que produce mejor publicidad. Lo más inaudito es que pone en analogía el juego del tenista con el de Nadal, este último, de pura inspiración, aguante, frente al primero, de cualidad extraordinaria. Comparable quizá a esa clase de "avataras", leyendas del deporte, como por ejemplo, Alí en el mundo del boxeo. Las palabras de Foster Wallace en el artículo poseen no solo un correlato apologético, sino que un trasfondo visionario, como si se hubiese adelantado al triunfo de Federer, tan solo con describir sus aptitudes en el campo. Esto quizá se deba al hecho de que en el deporte la figura adquiere una cualidad super humana solo comparable a la de los héroes campbellianos. Allí la gloria representa la totalidad de la experiencia. Además el código del deporte es lo más cercano a esa reminiscencia del código de la guerra clásico, en el cual el triunfo significaba no solo colonizar al otro, sino que superarse a sí mismo en contra de toda expectativa. Por eso explica Foster Wallace: "... los códigos de la guerra les resultan más seguros a las personas que los códigos del amor". En el deporte siempre habrá un ganador. Y ese ganador puede hacer la diferencia con el resto. Volverse mito. Y a la vez inspirar a un universo de aspirantes. En el amor, en cambio, las reglas del juego nunca se definen del todo. El mismo tiro que te sirvió para hacer un ace puede hacerte caer fuera de juego, en otro partido. Esa es la gracia de jugar: que las reglas nunca sean las mismas, siempre. Y que la pasión sea capaz de romper la regla, para coronar la excepción, contra todo pronóstico.

Bruce Lee, la voluntad de escribir.

Leo las anotaciones personales de Bruce lee, sacadas a la luz hace poco. Una dice lo siguiente: “Reconocer que la fuerza de voluntad es la corte suprema de todos los departamentos de la mente". Una frase que bien podría haber sido escrita por algún filósofo vitalista del siglo XIX -Bruce lee era a su manera uno de ellos-. En la escritura reconocía Lee un ejercicio secreto de la voluntad, una disciplina a la sombra, que pretende darle forma, quizá algo de movimiento, de dirección. Las palabras dirigidas a voluntad pueden equivaler a la acción de un puño cerrado, si uno consigue cómo y hacia dónde dirigir el próximo golpe. El maestro nos quería decir, indirectamente: no hay mucha diferencia entre escribir y golpear. Todo depende de la voluntad que se le imprima.

sábado, 28 de enero de 2017

En el departamento contiguo, desde la cocina, se escucha reggaetón, según los propios vecinos, "old school". Cantan. Hablan fuerte. Chupan. El mambo bailable de día viernes por la noche, madrugada de día sábado. Mientras en la casa, un silencio espectral, ya, estas alturas, habitual. La única música que se escucha es la de los respectivos equipos. Solo me apaña la compañera de pieza que sale de repente para cocinar algo. A veces su presencia resulta misteriosa. Un fugaz saludo buena onda. Para ella también debe resultarle misteriosa mi presencia. Entramos sin más a nuestros respectivos aposentos. Incomunicados. El living oscuro, inquietantemente tranquilo. Las reglas de la casa parecen estrictas: no carretear en el living. Pero todos sabemos que el carrete se produce igual puertas adentro. Reviso el bolsillo, sin presupuesto suficiente hasta fin de mes. La compañera sale nuevamente para dejar el plato. Cierra la ventana. Señal inequívoca de que acaba el ruido. El ruido de la fiesta que afuera empieza. El eco de la fiesta que aquí acaba. El silencio en toda la casa indica que nuestras noches se van pareciendo cada vez más a esos clásicos cuadros de Hopper, o al remedo de un tiempo en que la gloria consistía en aguardar el amanecer con la más abierta de las sonrisas.

viernes, 27 de enero de 2017

La pregunta sobre el por qué del nombre Chile, orbita con fuerza cada vez que sacan a relucir el nombre como sinónimo de unidad y de solidaridad. Leyendo al respecto doy con una teoría que afirma que la palabra tiene en el fondo un origen onomatopéyico, en referencia al canto de un pájaro llamado Trile, el cual de acuerdo al Diccionario de chilenismos de Manuel Antonio Román (1908), al trinar pronuncia un sonido muy cercano a "chili". Otra teoría relaciona el nombre con la etimología, según la cual la voz aymara Chili tendría en realidad el significado de "lugar donde se acaba la tierra", o, mejor dicho, "lugar más apartado de la tierra". Leo ambas teorías y no puedo evitar pensar en Juan Luis Martínez y su alusión al lenguaje pajarístico. Chile sería algo así como el canto de un pájaro en los confines del mundo. Un canto que bien podría ser el de un pájaro enjaulado que cree cantar libremente. Un canto transparente que se opaca con solo ser traducido a palabras.

jueves, 26 de enero de 2017

El Reloj del Apocalipsis.

Según una noticia reciente, hoy un boletín de científicos atómicos de la Universidad de Chicago, de forma unánime, decidió mover el llamado "Reloj del Apocalipsis". Se trata de un reloj simbólico creado en 1947 con el fin de representar lo cerca que está la humanidad de llegar a su fin. El movimiento de ese reloj se grafica en minutos por cada año. Cuando el reloj se encuentre en la medianoche, eso significará el acabóse definitivo. De acuerdo a los propios científicos, durante el año 2016 el reloj estuvo a tres minutos de la medianoche. Hoy fue movido a 2,5. Situación que no se había visto desde la Guerra Fría, en donde el reloj estuvo incluso cerca de los dos minutos. La razón de que se moviese, -indican Lawrence Krauss y David Titley, líderes del boletín- apunta precisamente hacia Estados Unidos. La gran derrota contra las armas nucleares y el cambio climático serían sus principales agentes. No cabe duda que la imaginación de ciertos personajes es digna de película. Los relatos sobre el fin de la humanidad se han venido arrastrando desde el siglo pasado. Cuándo ocurrirán realmente, no se sabe a ciencia cierta. Y tampoco parece ser lo más relevante. Para Chile, sin embargo, no haría falta un reloj de esas dimensiones. Ya se sabe, con solo mirar al horizonte, que el país oscila eternamente entre el minuto tres y el minuto dos. Quizá hasta el minuto uno. Pero no al cero. Moviéndose en un limbo permanente. Tentando a la parca.


Una vez que se aplaquen las pasiones y se amaine el desastre, cabe hacerse la siguiente pregunta de rigor. Precisar su definición para tomar cartas en el asunto. La pregunta por la responsabilidad sobre los hechos es siempre confusa e imprecisa. Si se empezara a delegar responsables se acabaría develando a la sociedad completa. Una pregunta más bien retórica. Entonces le sucede la interrogante clásica desde la mirada del detective ¿Quiénes fueron los auténticos autores? Ellos quizá permanecen aún a la sombra, impunes e incógnitos, lejanos al impacto mediático o quizá camuflados astutamente en medio de la algarabía. La incertidumbre respecto a la identidad y el paradero de los autores lleva a la opinión colectiva a dilucidar escenarios conspirativos o incluso montaje político. El foco de la verdad, ante la duda extrema, parece que se difuminara bajo el atributo de la ficción. Y eso no quiere decir que la ficción tenga menos certeza sobre la historia del desastre. Es el recurso del que aún no conoce el contorno de su realidad, y recurre por tanto al símbolo, a la interpretación. Toda lectura que hagan las víctimas sobre su desastre, de ese modo, cobra más pasión y justicia que la pura verdad, seca y sin épica. La víctima necesita llenar de sentido algo que a todas luces no lo tiene. El absurdo del mundo, su mundo, que se cae a pedazos sin mayor explicación. Ante la persistente incógnita sobre los autores viene entonces la lectura marxista, apuntando a la industria por propiciar que la estructura económica derive en el desastre mismo. La siguiente lectura viene luego del otro lado, con los líderes, los peces gordos insistiendo en la problemática de seguridad y de medioambiente. Cada cual ofreciendo interpretaciones de acuerdo a su implicancia con los hechos. Y en resumidas cuentas, con su propia verdad particular. Entonces resta la verdadera pregunta del sistema, la pregunta clandestina, competitiva: ¿Quiénes ganan ? y ¿Quienes pierden? Las respuestas acaban ardiendo junto con el desastre. Lo único cierto es que no se trata solo de un asunto de piromanía. Quizá todo haya sido concertado. O quizá solo fue obra de una voluntad anónima. La mirada del vigilante aún indaga en las huellas del autor original. Hasta el momento prófugo. Invicto. La única evidencia la constituye el cuerpo del país. De sus restos sobrevive todavía algo de ceniza.

miércoles, 25 de enero de 2017

Super Tanker

En La mañana de Chilevision, se anuncia la llegada del avión Super Tanker para combatir los incendios del Sur. Rafa Araneda agrega: "va a despegar la Esperanza". El avión Super Tanker fue, según dicen, financiado por una chilena radicada en Estados Unidos, Lucy Ana Avilés, casada con un nieto del fundador de la cadena Walmart. Un Deus Ex Machina tecnológico en pos de salvaguardar nuestra larga y angosta faja de tierra. Lo curioso es que el mensaje solapado detrás de esta escena sublime es el siguiente: "como el Estado se ha mostrado completamente inútil para revertir la tragedia del país, se hace necesaria la mano invisible pero siempre eficaz de la élite económica". El desastre sistemático (aún de origen incierto) pareciera ser el caldo de cultivo para toda clase de filántropos. Pero todos sabemos que hasta esa filantropía -que se cree desinteresada- es un acto ideológico. El Super Tanker se denomina como el "avión de la esperanza", pero también podría ser llamado perfectamente, "el avión de la ideología".
De salida con mi hermana chica a la feria del libro. Decía nunca haber ido. Se inclinó por tres cosas: unos mandalas, una saga de libros de Harry Potter y un libro álbum de Justin Bieber. Eligió los mandalas para colorear. Quería también un libro de la saga pero era demasiado caro. Finalmente pidió el libro álbum. Dentro de este había un poster gigante. Le dije que sería el primer poster de un cantante que pegaría en su pieza. No escucho a Bieber, pero la compra de su álbum era un regalo: no dependía de mi juicio. El solo ver la sonrisa de mi hermana hizo que recordara aquel tiempo en que también pegué el primer poster de una banda en la pieza. La primera señal de fanatismo confeso. En ese momento supe que dejaba de ser simplemente niño, para pasar a la ilusión de la adolescencia. En el instante en que mi hermana vio ese poster para pegarlo en su pieza, comienza lentamente a hacerse grande, a adquirir sentido estético, no el mejor, pero sin duda el primero.

De amor y de ideología

Recordé que un compadre de la u hablaba sobre una discusión en un seminario con un profesor marxista. En aquel seminario alguien del público, al parecer un trabajador, le preguntó al profesor: "¿y en el comunismo uno le va a poder levantar la polola al amigo?". Esa pregunta, aunque se vea a simple vista simplona, incluso banal, digna de teleserie, carente de trascendencia filosófica, esconde en verdad todo el meollo del asunto. La voluntad del individuo, manifestada en el deseo por la polola del amigo, yendo más allá de cualquier clase de moral. Hasta dónde puede llegar el código ético en una sociedad que se pretenda abiertamente comunitaria. Pongamos el caso hipotético de ese mismo sujeto, queriendo levantarle la polola a su amigo, pero en una sociedad neoliberal como la nuestra. La pregunta de inmediato carecería del peso que tiene si se la hace con respecto a la sociedad comunista, puesto que la primera se pretende en apariencia tan moralmente relativa que cualquier clase de traición personal o dilema amoroso-sentimental constituye casi una variable predecible. En cambio, en la segunda, pretender engañar al amigo con su polola deriva en una contradicción flagrante contra el espíritu mismo de la sociedad que habita. La sociedad que se permitiera eso, sin que exista una reconciliación de las partes implicadas en el engaño, acabaría devorándose a si misma, en su propia paradoja moral. Algunos dirán que, claro, existen cuestiones que no son literalmente "de todos", como la novia o el novio de alguien, por supuesto. Como decía Kant, las personas deberían ser fines y no solo medios, en cualquier dinámica humana presente o futura. Sin embargo, dentro del contrato de pareja rige generalmente y, aunque no lo parezca, otra clase de lazo. Independiente del contrato social colectivo. Derivado de este, pero autónomo. El lazo del sexo y del sentimiento amoroso, alegando una complicidad irreductible a cualquier clase de ideología. Su dinámica parece tan caótica y tan compleja que solo los implicados en una relación parece que pueden llegar a asimilarla. Que no a comprenderla del todo. En lo que atañe al deseo y la pasión por un otro, quizá solo los herederos de Freud y de la psicología transpersonal puedan ofrecer luces. Son cuestiones que van más allá de la discusión ideológica. Y que se resuelven o, en su defecto, se dilatan, más acá de ella. Una posible revolución no estará exenta de estos baches de culebrón. De estas pequeñas pero grandes escenas de celos. El deseo desconoce explicaciones. La pureza ética, en estricto rigor, es solo un ideal apetecible. Una abstracción demasiado ficticia.

lunes, 23 de enero de 2017

Tracking 2

En el lanzamiento del libro Tracking 2 de Gonzalo Frías, hubo algo que me llamó la atención. La mirada solitaria de una chica con la polera de Stranger Things, a un costado con el primer libro de Frías. Cuando él hablaba sobre la pérdida de su padre y del proceso vivencial que le llevó a escribir, y de cómo el cine le ayudó a subsanar su realidad, la chica le preguntó algo sobre su proyección con la escritura más allá de la pasión por el cine. Se veía tan inmersa en la conversación que realmente parecía estar viviendo una película, no tanto la película de la vida de Frías, si no que su propia película sobre el testimonio de un cinéfilo ante el mundo. Lo mejor es que no bastó ninguna otra palabra para llegar a esa interpretación. Frías, a propósito, seguía hablando sobre Stranger Things y cómo la serie le permitió reflejarse a si mismo en el pasado, identificado con el papel de Winona Ryder en busca de su hijo. En este caso, en busca de su padre o, mejor dicho, su presencia simbólica. Buscándolo incluso a través de dimensiones. Visualizándolo en otro reino. En eso, la chica del principio, después de la conversación, comienza a hojear el primer número de Tracking. Frías continuaba señalando que era más importante contar una historia que contar la pura y santa verdad. La chica en cuestión buscaba algo en las páginas del libro, quizá un atisbo de verdad o de imaginación. La escena de algún filme de culto, o solo un detalle autobiográfico digno de voyerismo. A lo mejor trataba de desenrollar en su mente alguna suerte de cinta, o solamente dar con una remota coincidencia entre vida y obra.

Al terminar la presentación, veo hacia el hijo y la pareja de Frías, las únicas miradas atentas a la persona, no tanto a la obra o a la figura. Se arma de inmediato una fila para las firmas. La chica alcanza a ponerse de las primeras. Era, en ese momento, la más entusiasta con el libro de Frías. Había algo, sin embargo, diferente en ella. Ya no la admiración impersonal del espectador promedio. Sino que la identificación vicaria con la obra. Parecía libre de pasarse todo el rollo posible del universo, creyendo que ella también podía en algún momento contar su personal versión de los hechos. La lectura o el visionado, que, en palabras de Frías, le permitía "ponerse en el pellejo" del propio personaje, y constatar que su propio yo y su propio ojo son, a fin de cuentas, los de cualquier otro cinéfilo, doliente, contradictorio, sobre todo doliente. En la mirada de la chica, no tanto en su pregunta en público, se podía ver reflejada una película completa. Y también, en parte, la película de Frías. La aventura de la pérdida en Stranger Things. También el monstruo derrotado, llevado de vuelta a su dimensión desconocida. El monstruo interior que cada cual busca vencer con severas cuotas de ficción.
El contenido de ciertos sueños. Siempre perturbador, aunque también apasionante. Su metáfora entra más en relación con la proyección de una película clandestina que con la excavación de tesoros en una cueva recóndita. Los sueños como una combinación miscelánea de vivencias, recuerdos, reflexiones en vida que no alcanza a cobrar forma en la experiencia. Por ejemplo, el de la mañana tuvo que ver con un cerro porteño inventado en alguna parte del espacio mental. Allí ocurría un asesinato. Me veía escapando de una familia relativamente conocida. Una de las integrantes tenía el rostro de una ex. Sabía inconscientemente que el principal sospechoso era un conocido que, sin embargo, se sentía distante. Una figura pública. Tal vez un poeta. Las motivaciones eran difusas, al igual que el escenario. Lo único que persistía a través de la ensoñación era la imagen del cuerpo muerto enterrado en alguna parte, el rostro inmarcesible de la ex, y la presencia fantasmal del poeta implicado. La interacción con esos tres agentes era mínima, y se restringía a unos pasos temerosos a través de ese cerro digno de la película Inception. Sus formas eran inauditas, pero lo que siempre permanecía era cierta oscuridad. La sensación nocturna de que en cada esquina pudiese presentarse la muerte. Mejor dicho, la sombra del implicado. O, peor aún, la posibilidad de que el implicado fuese uno mismo. Un determinado sentimiento de paranoia, que a ratos me recordaba a una actuación en la serie Twin Peaks, o a la nueva serie de Netflix, Sense8, en la cual ocho personas están conectadas psicológicamente, pero también de forma circunstancial, a través de la muerte de una joven. El sueño ocurría, casualmente, cuando me quedaba durmiendo al ver el primer capítulo, ojeroso, agotado y sobretodo delirante. Alguien debería, en un futuro de ciencia ficción, hacer algo con los sueños. No sé, instalar un dispositivo tipo Black Mirror, que grabe las ensoñaciones con detalle para su posterior análisis, o, mejor aún, para su visionado en profundidad, como si se tratasen de temporadas de tu propia serie vital. La mente misma como un pequeño cine, proyectando sus propios secretos. Quizá qué clase de experimentos o de creaciones podrían salir de eso. De seguro, vanguardia pura. Cuestiones que harían furor.

domingo, 22 de enero de 2017

Una amiga dice haber visto el libro de Hola soy Germán en la feria de Valpo. Luego de encontrarlo, afirma que si un youtuber fue capaz de escribir un libro, entonces ella podría perfectamente actualizar su blog, publicar lo que escribe allí y hacerse famosa. El punto en el fondo es que cómo un libro tan malo puede ser tan vendido. Eso puede explicarse fácilmente, en realidad, bajo dos puntos: Uno, que hoy más que nunca cualquiera puede publicar algo teniendo determinada comunidad lectora. Y dos, que a causa de esa posibilidad el valor de una sola publicación resulta más relativo que nunca, entre el universo de publicaciones existentes. El caso del libro del youtuber sería, de ese modo, un caso paradigmático. Una rara avis en los anales de la literatura virtual.

viernes, 20 de enero de 2017

Gombrowicz veía en el contradecirse un movimiento genuinamente más creativo que el apego a una lógica implacable. En el diario y en la novela desplegaba un universo de ficción que le abría paso a la ironía, al desencanto, a la vulgaridad, pero también a la constatación de un trasfondo trágico. La radiografía de un espíritu paradójico. Es el legado que hereda del dadaísmo, padrino de la revuelta del lenguaje contra la literatura institucional. En eso reflexiono luego de haber hojeado a la rápida, en la feria del libro, una de las novelas desconocidas del autor, titulada "Pornografía". Según contaba el estudio de esa edición, el nombre había sido cambiado luego por "La seducción", mucho más sugerente y menos explícito. Inauditamente, el título acabó gustándole al propio Gombrowicz, siendo que en su juventud la obra versaba precisamente sobre una sátira política, a todas luces, pornográfica. Una anécdota similar consabida le ocurrió a Bolaño con su antigua "Tormenta de mierda", modificada luego, por razones editoriales, y gracias a un amigo mexicano, como "Nocturno de Chile", nombre mucho más poético y menos escatológico. Ambos, Gombrowicz y Bolaño, eligieron el título descafeinado de sus obras, en el fondo, por una necesidad lectora, si se quiere, económica, más que por un cambio de su esencia, siempre sarcástica y paradojal. Un fenómeno que podría tacharse de políticamente correcto en realidad ocurría por motivos estético-narrativos. La contradicción entre las intenciones del escritor y las expectativas del lector siempre resulta vital. En términos narrativos es el caldo de cultivo para relecturas, tachaduras, omisiones. El Gombrowicz y el Bolaño inéditos, permanecían, de ese modo, igualmente feroces, inclasificables, para el exigente y voraz predio literario, porque, como el propio Gombrowicz señalaba, en su Testamento: "la contradicción, que supone la muerte del filósofo, es la vida del artista".

La broma infinita

Intento dar con La broma infinita de David Foster Wallace en la feria del libro de Viña. En un puesto tienen en cambio su biografía: "Todas las historias de amor son historias de fantasmas". Tentador título pero paso. Prosigo hacia el siguiente stand en busca de la próxima referencia intertextual, de la próxima coincidencia tragicómica.

jueves, 19 de enero de 2017

La gran pregunta del diletante contemporáneo: *¿Cómo compatibilizar el tiempo para el trabajo con el tiempo para el ocio? Se supone que las vacaciones están hechas para compensar el tiempo que dedicamos a sobrevivir. Ese tiempo para el ocio suele verse como un lapsus dentro del orden establecido. Por lo mismo, se ve con recelo a aquellos que tienen demasiado tiempo libre. Pareciera que estar ocupado conllevara cierta carga de nobleza. El estar desocupado, el contar con demasiada libertad de acción, en cambio, posee de forma irremediable un matiz peligroso, incluso vergonzoso. Se pone en evidencia, por ejemplo, cuando elegimos entre una distracción evasiva o un panorama, digamos, "más constructivo". De acuerdo a esa elección moral, todo lo que uno hace o deja de hacer debería poder contribuir al trabajo o al ocio de otro. Se está libre siempre y cuando ese ocio no sea asumido como condición, sino que como circunstancia, como tiempo en economía para la sociedad. Así, el dilema clásico queda nuevamente formulado: ¿Vivir para trabajar? o ¿Trabajar para vivir? Bertrand Russell en su Elogio a la ociosidad planteaba algo interesante: la resignificación del ocio, lejos del estigma de inutilidad ignominiosa, entendido como el tiempo para el cultivo de uno mismo, aunque eso implique solo encerrarse a leer, o, por el contrario, viajar a Machu Pichu o al Himalaya en alguna especie de búsqueda extravagante. Por otro parte, Bob Black en su Abolición del trabajo, proponía algo radical: romper con la idea del trabajo como dinámica de sobrevivencia, y sencillamente convertirlo en la fuerza productiva necesaria para la realización personal. Lo que sucede en el fondo es que el trabajo, de acuerdo a nuestro actual evangelio, se ha vuelto prácticamente la voluntad de espíritu del hombre moderno, a tal punto que este no puede llegar a concebir otra vida que no sea una vida llena de trabajo en pos de una retribución o una idea de futuro. Toda la lucha contra el sistema apuntaría entonces hacia esa vereda remota: la posibilidad de que la fuerza de trabajo sea alguna vez liberada del yugo del salario, y de que el ocio sea revalorizado, por fin, como el tiempo legítimo para la manifestación de la cultura con todas sus luces y sombras. Suena fácil leído en palabras, pero el trecho hacia la realidad, su dilatación, su postergación, es aquello en lo que se podría resumir toda la historia conocida.

* Se podría preguntar lo mismo en relación a la escritura como expresión del ocio más profundo, aunque también, a su manera, en cuanto trabajo, un verdugo interior que somete y demanda.
Se puede vislumbrar en el actual Werner Herzog un esfuerzo por volverse un documentalista del espíritu humano. En los documentales que ha hecho ahora último ahonda en sus misterios, sus recovecos, su magma interior. Como buen Herzog no deja de preconizar un declive, un inminente desastre, pasando por el miedo a sucumbir frente a las fuerzas naturales, hasta llegar a la realidad de la incomunicación en nuestra paradójica era. Me pregunto qué será lo que sigue. El documental se ha vuelto su propia y personal sinfonía del caos.

La lectora de Osho y la de Foucault

La situación es la siguiente: una chica en la Feria del libro de Viña levanta un libro de Osho "Aprender a amar". Mientras tanto, uno mismo a un costado, intentando buscar más ediciones de novelas de Anagrama. La chica no lucía del todo imbuida en la hojeada del libro. Se intuía su interés creciente por la temática más que por la obra misma. Sin otra evidencia que el hecho, se podría especular que el amar en sí mismo convoca la atención literaria femenina. Sumado a la temporada de verano y el libre y florido intercambio de ideas. En el momento que acudo a la zona de los libros de autoayuda, la chica parece dejar a un lado su Osho. Se anima ahora hacia un clásico: "El libro de los secretos". Hay quizá en la literatura de estos gurúes un magnetismo subestimado, pensé entre mí, mientras la chica en cuestión se disponía a guardar la cámara digital que llevaba en un morral con motivos artesanales. Más allá, se le ve saludar a unas amigas que compartían con ella.

En otro stand cercano al de la chica de Osho, otra joven se ve concentrada en la lectura de un libro gordo. A simple vista, se le veía sola. Me acerco a revisar las ediciones. El libro era nada menos que "El gobierno de sí y de los otros" de Foucault. A diferencia de la chica de Osho, esta otra sí se veía imbuida en la lectura. Tanto así que pareció que toda la feria del libro a su alrededor se abstraía, no importándole interrumpir el paso de los feriantes ni el propio interés del resto de los lectores. La joven, con un sexto sentido, por supuesto que sí advirtió mi presencia. Aún así, no le importó. Siguió en su gobierno de sí y de los otros, completamente segura de su acto solitario, de su pura identidad centrípeta. Cuando hubo terminada su lectura, vio que estaba agarrando La hermenéutica del sujeto. Una vez que termino de hojear el libro, lo agarra ella. Casi en un acto reflejo, lo aprieta como agradeciendo que esté en sus manos. Entonces se da la vuelta y desata de nuevo su lectura profunda.

El aprender a amar de la chica del principio, y El gobierno de sí y de los otros de la última. Casi se podría establecer una extraña continuidad entre ambas lectoras. Entre el amar y el gobernar. Sin embargo, se aprecia una diferencia radical entre el motivo amoroso y la lectura rápida de la primera, y el motivo filosófico y la lectura centrípeta, completamente alucinante, de la segunda. Cada una por sí sola es un universo literario andante, pero con la segunda fue posible sentir una soledad magnética, que parece estar evadiendo a los otros, pero que en realidad los está gobernando, haciéndolos parte de su imaginario lector. La que estaba haciendo la verdadera hermenéutica en el fondo era ella. Uno mismo acabó siendo solo un sujeto más -quizá ficticio- dentro su inusitada lectura. Un voyerista inventado. Un otro indeseable, persistente, aunque necesario para su ejercicio

miércoles, 18 de enero de 2017

Paseo por la feria del libro. Leo la programación. Resulta a ratos extenuante la gran cantidad de libros que se lanzan casi como por virtud de la temporada. En un esfuerzo titánico por levantar voces desde el fango mismo de la sociedad. Una preocupación a ratos estoica por elevar figuras contra todo pronóstico. Cada uno de los pequeños escritores de la Región, primero anónimos, luego reconocidos, vislumbrando el aplauso, la fama, luego el placer de la auto reproducción. Lo pienso justo en el momento que leo La conjura de necios de John Kennedy Toole. El escritor fracasado, inédito en vida, con su único manuscrito bajo el brazo como garantía de existencia. Golpeando mil puertas sin ser escuchado ni mucho menos leído. Solo su muerte posibilitó, paradójicamente, su supervivencia en el tiempo. La vida, la literatura, le jugaron una broma negra. Beckett hablaba del fracaso como método. En Toole el fracaso pasó de circunstancia a condición. Pero claro, se debe tener la maestría, y por supuesto, el coraje suficiente para pasar del antro del fracaso al podio de la posteridad. Cuántos Kennedy Toole latentes todavía podrán estar pululando de forma incógnita, visitando los espacios en donde se debaten orgiásticamente consagrados y aspirantes. A veces solo hace falta un arranque de página, o, derechamente, un salto al vacío, para que la obra, hecha de tinta y de tripas, acabe en el stand de una feria hipotética y sea hojeada suavemente por las manos de alguna musa del futuro. Un destino deseable, pero claro, sin garantías, como todo lo bello.

Kintsugi

En uno de los capítulos de The man in the high castle mencionan el concepto japonés del Kintsugi. Proviene de la cerámica, y consiste en la reparación de objetos fracturados con barniz espolvoreado en oro o plata. Lo relevante es que esa técnica se fundamenta en el embellecimiento de las fracturas y no en su eliminación. El arte y la filosofía del Kintsugi reside precisamente en dignificar las fracturas como parte de la historia del objeto. En el capítulo aquel, el Kintsugi era la gran metáfora para entender la contingencia y el espíritu de los personajes. Un ex agente nazi con dilemas existenciales, una ex miembro de la Resistencia perseguida por su antiguo bando, un líder nazi preocupado por su familia, un ministro de comercio japonés en busca de un centro espiritual, hacia sus raíces o sencillamente hacia la verdad. Todos parecen ser personajes quebrados emocionalmente por el yugo del devenir histórico. Siempre queriendo encontrar una respuesta a sus heridas, abiertas a causa de la inclemente realidad. Cada una de sus acciones parece ser la resina que utilizan no tanto para ocultarlas, sino que para exhibirlas como heridas de guerra. Lo que los hace frágiles es lo que los hace, a fin de cuentas, dignos de representación. Reflexiono sobre este concepto, Kintsugi, radicalmente distinto al concepto de Occidente, que desecha todo aquello que presenta fracturas como inservible, inútil, e imaginé de pronto una antología ambiciosa sobre el Kintsugi en la literatura, una historia del embellecimiento de la herida. Casi de inmediato pensé en Paul Auster y Alejandra Pizarnik, dos grandes conjuradores de la herida literaria. Sin siquiera sospecharlo, dos grandes maestros del Kintsugi. El proyecto tendría por epígrafe lo siguiente: "Escribir un poema es reparar la herida fundamental. La desgarradura. Porque todos estamos heridos".


martes, 17 de enero de 2017

El escritor del metro.

Noticia del día en Argentina: "Trabajador del metro gana premio de literatura". El escritor en cuestión, apodado "el escritor del subte", se aboca a su pasión por la novela negra. Será porque los túneles opacos, las máquinas frías, el gentío desaforado, su excesiva circulación, vuelven el misterio y el suspenso un tópico ineludible. En una entrevista, con total resolución, señala que: "En un universo que está siempre superpoblado, yo llego después de la fiesta". Los escritores como los que siempre parecen estar llegando tarde, a destiempo de la fiesta civilizadora pero justo a tiempo para atestiguar el vacío, el desmadre.

La existencia del "escritor del subte" reabre el debate sobre qué es o qué debe ser un escritor ¿Un simple mortal que escribe, sin otra profesión? ¿Un asalariado que dedica sus horas de ocio a la escritura? ¿Un sujeto x que participa de actividades literarias? ¿Solo un performista bohemio que hace como que escribe y frecuenta los círculos? ¿Un acomodado que tiene su puesto en la academia o en los medios periodísticos? ¿Una personalidad extravagante que se hunde en un mar de libros? ¿Un trabajador del metro que apuesta por una obsesión, o el sujeto anónimo que se sube al metro y anota unos apuntes misteriosos?

Todo eso junto, o cada cosa por sí sola. Como sea, el escritor puede llegar a ser perfectamente un paranoico que capta las últimas señas de la realidad, o un verdadero conjurador de fantasmas.

El Hada verde

En el bar Verde Absenta de Valpo, ayer. Nunca antes había entrado. Por cierto, un espacio como una casa antigua, de verde iluminación, con un par de cuartos, en los cuales aparecen colgadas las figuras de Baudelaire y Jack London, conocidos bebedores de absenta. Se dice que el trago fue creado en Suiza por allá por el siglo XVIII, por un doctor llamado Pierre Ordinaire, quien huyendo de la Revolución Francesa elabora este elixir. Nació de un exiliado de la revolución, para acabar como la bebida propia de los románticos alucinantes.

Con un amigo y otro más conversábamos respecto a la fama maldita de la verde bebida de ajenjo. El amigo aclaraba que su supuesto efecto alucinógeno no era tal, y que solo era por su gradación alcohólica. Recordaba también la vieja historia de que Verlaine, estando bajo los efectos del licor, disparó a Rimbaud a quemarropa. Y también que Van Gogh se cortó la oreja para entregársela a una prostituta, estando bajo el influjo del "Hada verde". Según el amigo, habitual bebedor de absenta en sus "años mozo", decía que hay diferentes tipos, dependiendo de cuán fuerte pueda ser su efecto embriagador. El primero de ellos era el Mojo Rising, el más amable y menos peligroso de los absenta.

Ayer el compadre se sirvió apenas dos vasos de ese. Contaba que antaño se fue en curadera de absenta, y agarró una extraña manía persecutoria, que lo pilló a él arrancando por la calle Salvador Donoso hacia Bellavista, hasta sufrir un atropello por cruzar en roja. Dice que la sacó barata, y que si no fuera por quien lo apañaba aquella vez no la estaría contando. Otra anécdota de un amigo suyo, que ahora no recuerdo del todo,-quizá por el propio efecto descontrolado del absenta- tiene relación con una supuesta visión que tuvo, luego de una ceremonia con el licor verde. En esa visión se dio cuenta que su muerte tenía fecha delimitada. Que todo lo que viviría de ahí en adelante era una preparación para ese momento sagrado. De lucidez y de destrucción. Aunque también de edificación. Por lo cual viviría abocado de forma resuelta al amor que profesaba por una mujer. Es raro, porque el propio amigo aquel aclaraba hace un rato que era un mito la propiedad psicotrópica del absenta. Que su cualidad de revelación psicológica era una mezcla entre sugestión mental y alta gradación etílica. En conjunto con las propiedades herbales, naturales, originarias de la infusión.

Como sea, la primera experiencia con la bebida, a pesar de solo consumir cerveza y Mojo Rising, habla de que la leyenda maldita del absenta no se remite solo a su imaginario bohemio parisino. Y que el puerto también inaugura un antro clandestino para rendir honores, sacrificios, a su propia manifestación del "Hada verde". Cuántas historias, maldiciones, mitologías descansando en el fondo de la copa. Verdes como la ilusión de su naturaleza. Delirantes hasta el punto de la realidad. Aquello solo se podrá saber brindando hasta morir. Porque, recordando las palabras de Oscar Wilde: “Después del primer vaso, uno ve las cosas como le gustaría que fuesen. Después del segundo, uno ve las cosas que no existen. Finalmente, uno acaba viendo las cosas tal y como son, y eso es lo más horrible que puede ocurrir”.

A propósito, al salir del Verde Absenta, veo hacia la figura de Baudelaire a un costado de la barra. Su rostro parecía verde por efecto de la iluminación, o simplemente por efecto de la bebida o de la poesía. En la televisión se deja ver el rostro de Gary Oldman, peligrosamente idéntico al poeta francés. Parecía susurrarnos luego de brindar con el exilir, temiendo que el próximo paso fuese el de la locura más cuerda o solo el del imposible regreso al origen.


"El bebedor de absenta" Viktor Oliva, 1901.

lunes, 16 de enero de 2017

Se dice de Isaac Newton, padre de la física moderna, maestro de la gravedad universal, que llevó una vida plenamente dedicada al desarrollo de la ciencia, y también, paralelamente, a la alquimia. Incluso llegando al extremo del desinterés por los placeres materiales. Algo parecido se dice respecto de Nikola Tesla, uno de los pioneros de la energía eléctrica y la radio comunicación. La leyenda cuenta que durante las extenuantes sesiones de investigación y experimentación en su laboratorio, la única compañía que recibía era la de las palomas, aparte de la visita amistosa de algunas personalidades como el escritor Mark Twain. Ambos, Newton y Tesla, más allá de su posible afinidad física teórica en el tiempo, eran en el fondo científicos completamente abocados a su solitaria actividad. Incólumes en el reino de su inteligencia superior. Jamás vencidos por la inclemencia de la realidad. Ninguno de los dos, por supuesto, se casó.

domingo, 15 de enero de 2017

Greil Marcus sobre el Rock & Roll

Greil Marcus, prosista del rock, anotaba en su clásico ensayo Rastros de Carmín: «Buena parte del impacto del «rock & roll» tuvo que ver con su propia esencia anacrónica, la manera en que pareció que surgía de la nada, la gran sorpresa que trivializó los acontecimientos que regían la vida cotidiana.» Agregaría que gran parte de los que nos gusta de la música viene de ese elemento impactante, de esa manera patética de irrumpir en el vacío personal. El rock, para Marcus, no era tan solo una revolución hacia afuera. Podría decirse que también lo era en su sentido interior. Una suerte de voz generacional que buscaba no ser aplacada sino que aumentada. Lo paradójico y, a la vez, increíble viene, sin embargo, en que esa voz no moría solo con ser liberada y emitida, sino que sobrevivía para crear un eco perdurable, una verdadera escuela o una industria colosal, un espíritu más o menos extensible en el tiempo. No solo una batahola de temporada. En eso mismo pensé respecto al devenir de nuestra música actual: o acaba creando escuela o termina volviéndose una industria. De todas formas seguirá conspirando, mientras sus agentes permanezcan inquietos, vibrando de una forma auténtica. Superando su propio espectro de monotonía.

sábado, 14 de enero de 2017

Individualistas tendiendo a lo Salvaje

El atentado explosivo contra el presidente de Codelco, Landerretche. Lo más impresionante es que el grupo en cuestión se manifiesta no solo por una cuestión de clase o de economía, como podría pensarse, sino que habla "en nombre de todo lo salvaje y desconocido" y "en contra de toda la civilización". Serían, de esa forma, algo así como anarco-primitivistas. "¿Acaso pensaron que los llantos de los montes ultrajados por sus maquinarias no serian escuchados por nosotros?, ¿acaso pensaron que no escucharíamos los gritos de espanto de los árboles?", dicen de forma vehemente, y con tono poético, en una declaración pública. El escenario que plantea la supuesta agrupación se parece quizá al que alguna vez planteó Tyler Durden, otro célebre enemigo del sistema, en El club de la lucha. Decía imaginar la vuelta a un mundo pre industrial, inclusive, pre civilizado, en el que solo se viesen, a lo lejos, unas figuras humanas secando tiras de carne de venado en el asfalto de alguna autopista abandonada. Un mundo solo posible mediante una tabula rasa del caótico orden anterior.

La máquina de follar

Junto a un stand de la Feria del libro de Viña, ayer, hojeando libros de Anagrama, una chica se aproxima y saca un libro de Bukowski. Miro de reojo la portada, procurando que no se de cuenta. Era "La máquina de follar". Lo curioso es que sí se da cuenta. En el mismo momento, saco la famosa novela de John Kennedy Toole, La conjura de los necios. Al percatarse de que lo hago, mira de costado, directamente hacia las hojas que en ese instante revisaba. Luego, al verla de vuelta, sonríe levemente y prosigue. Ninguno de los dos dice nada, bajo esas dos cínicas miradas. Luego ella vuelve disimuladamente hacia su Bukowski. El tiempo pasa. Me decido a comprar La conjura. En el momento que lo hago, revisa otros libros, deja a un lado La máquina, y finalmente se marcha. En un acto reflejo entonces, casi automático, hojeo La máquina, la misma que ella vitrineaba, casi acariciándola. Se deja leer en un pequeño fragmento: "Tuve la sensación de que podía caer dentro de aquellos ojos...".

viernes, 13 de enero de 2017

Occidente Raccon City

Hace poco anda circulando la noticia de que alumnos de la Universidad de Londres rechazan a filósofos "blancos", entre ellos a Sócrates, Kant, Descartes, desplegando una suerte de extraño "antirracismo racista". La solicitud viene de parte del sindicato de estudiantes de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS). Piden en su lugar enseñar a pensadores provenientes de África y de Asia. Según ellos, esa es su forma de "descolonizar el pensamiento filosófico". Más adelante, también se señala que en la Universidad de Glasgow, los estudiantes del primer curso de Teología, "De la creación al Apocalipsis" podrán abandonar sus clases ante las imágenes de la crucifixión, cuando se vuelvan religiosamente susceptibles, y estas les parezcan demasiado perturbadoras. Al parecer ya es un hecho: El virus de la corrección política va creando sus primeros zombies. Occidente será Raccon City.

El misionero solitario

Curioso. Al investigar sobre el hombre de la foto, doy con el Padre Alberto de Agostini, antiguo misionero salesiano, montañista y geógrafo. Fue conocido en su tiempo como el explorador de la Patagonia. Lo que salta a la luz es la similitud de la fotografía con el clásico cuadro de Caspar David Friedrich, "El caminante sobre el mar de nieblas". Dado que el hombre en ambos casos mira de espaldas hacia un punto fijo, en medio de un ambiente natural inhóspito, solitario e imponente. El sentimiento del cuadro se ve asimilado de forma particular en la fotografía. La vista hacia las Torres del Paine también connota romanticismo. Quizá la única diferencia fundamental sea que en el cuadro el hombre en cuestión se halla en las alturas, mientras que en la foto el hombre se encuentra frente a las orillas de un pequeño arroyo, contemplando seguramente la serenidad del agua o su propio reflejo en ella, y atrás el reflejo de la montana invertido. La comparación entre el cuadro y la foto habla de un espíritu similar: el espíritu de exilio y de búsqueda interior, abierto a la inmensidad de la naturaleza. De Agostini quizá represente, de esta forma, a una especie perdida de religioso humanista. Una inquietud romántica, más humana e inclusive más espiritual que el solo afán de colonización evangélica. En esa pura escena demuestra que lo sublime no necesita de intermediarios.


jueves, 12 de enero de 2017

Siempre me ha llamado la atención el concepto de "literatura menor". Cierta tendencia por hacer caer los grandes relatos, inspirada por Lyotard, para volver a la miniatura, a la anécdota particular. Que no al discurso grandilocuente, al tono pontificador. *"Escribir como un perro que escarba su hoyo" (...) con tal de hallar "su propio punto de subdesarrollo". Hay en esa obsesión un esfuerzo por volver al yo individual, mejor dicho, a su palabra abierta, totalmente desnaturalizado, sin su eje original, sin su cualidad omnisciente. Con la muerte del Autor también muere en parte Dios. Con su caída la historia se escribe en minúsculas. Afloran en cambio una infinidad de voces que desde las sombras pugnan por iluminar su propia caverna y echar luces al exterior. Miles de textos añorando no tanto universalidad, como se podía apreciar hasta el fenómeno del boom latinoamericano, sino que un diminuto nicho desde el cual disparar al corazón del mundo. Un espacio clandestino desde el cual conspirar o simplemente resignificar la propia experiencia.

*Giles Deleuze - Félix Guattari, Kafka. Por una literatura menor.
Principio del formulario
Entrando en la pieza un montón de cenizas cerca de la ventana abierta, a un costado de la lámpara del velador. Los rumores del incendio en Cordillera llegaron hasta el plan. El cielo se había siniestrado. La única proclama que se deja escuchar a lo lejos, de parte de un transeúnte anónimo: cuándo acabará el infierno. Otro a su lado, parece decirle: tiene pa rato, wn. La pregunta que voló sobre la ciudadanía, incandescente, incógnita, socavó la aparente calma de las calles. Sirenas por doquier, colapso vehicular, hablaban de una urbanidad dantesca. La única evidencia del desastre acaban siendo, sin embargo, las cenizas desperdigadas esta vez hacia el living por acción del viento. La cruel ironía de las cenizas que vienen de un incendio ya ocurrido pero que todavía quema en la memoria. Lo único que resta ahora es el fuego aplacado de la noche. Su silencio seco, desolador.

miércoles, 11 de enero de 2017

Anime Ubi Sunt

Durante la noche viendo algunos openings de anime clásico, me vino la pregunta de rigor ¿Qué sucedió con el anime que transmitían por la tv chilena? El impulso que tomó la cultura anime japonesa en Chile durante fines de los 90, con el estreno de animes como Sailor Moon, Dragon Ball, Los caballeros del zodiaco, fue tomando cuerpo hasta convertirse en una era dorada, por allí por los años 2000 con series como Samurai X, Evangelion. Sin embargo, recuerdo con un pesar particular el tiempo en que el anime fue desapareciendo progresivamente, hasta ya no quedar rastro alguno de su programación.

Hay varias teorías para explicar este lamentable fenómeno. Una tiene que ver simplemente con lo económico. Se hacía demasiado costoso invertir en derechos de emisión, en licencias, en doblaje latino, en pos de un producto de entretenimiento que se restringía solo a determinado público. Las productoras televisivas chilenas cortaron por lo sano, y decidieron optar por programas más razonables al bolsillo y, claro está, más fáciles de consumir. Esta causa iba además relacionada con el creciente auge de Internet. Ya no se hacía necesario transmitir las primicias del anime, existiendo otros medios mucho más rentables y accesibles. Uno de los factores del triunfo del anime en los 90 tiene que ver precisamente con esto: La inexistencia masiva de Internet, y la aparición de programas de animación con una propuesta novedosa y distinta a todo lo conocido por Occidente, en ese entonces.

Otra teoría, más conspiranoica si se quiere, aunque no menos plausible, tiene que ver con la censura del contenido de los animes, que se volvían cada vez más violentos, explícitos, inadecuados para un público infanto juvenil, sintonizando sus series favoritas en pleno horario estelar. De hecho hubo varias multas de parte del CNTV a canales como Chilevision por transmitir animes del estilo de Ranma ½, con contenido demasiado bizarro para la época. Una divertida mezcla de shonen (por sus peleas y escenas de acción), shoujo (con una historia de culebrón) e incluso algo de ecchi, por sus dosis de perversión sexual, aunque no explícita. Siempre en tono de comedia. De juego. Todo eso hablaba de una censura por parte de agentes neo conservadores, reaccionarios, moralistas. Sin otra explicación que una lectura estereotípica, y, en el fondo ignorante, sobre el fenómeno transgresor del anime. Son todos esos factores, uno por uno, o en su dramático conjunto, los que precipitaron al abismo la transmisión de anime por tv abierta, dejando atrás toda una era de nostalgia por un boom de animación único en su género.

La sombra de la animación japonesa, a pesar de todo, se niega a desaparecer. Lo que ha caído es más bien la época de su revolución y de su imperio por vía televisiva. Hayao Miyazaki, sin embargo, en un testimonio reciente, recalca que el problema con la industria contemporánea del anime es que se ha vuelto demasiado autista, hermética, volcada sobre sí misma, y que “casi toda la animación japonesa se realiza sin apenas observar a las personas reales". Según Miyazaki se hace necesario volver a la realidad, materia prima de la animación, para renovar nuevamente el imaginario, y apuntar hacia un espectador cada vez más exigente, más audaz, expectante de tramas inteligentes y de personajes entrañables. En definitiva, hambriento de autenticidad animada. El anime, así descrito por Miyazaki, tendría que rescatar de la vida real aquellos elementos que vuelvan la animación una novela inteligible, capaz de emocionar, conmover hasta el tuétano, incluso de perturbar los sentidos, remecer también la razón. Invocar el absurdo, descolocar el corazón. También transfigurar las leyes. En suma, corromper la conformidad. Lo realmente subversivo en el anime es su capacidad camaleónica de irrumpir en toda clase de géneros, y darles una óptica y una orgánica propiamente oriental. Así, se cuenta con animes que resaltan la imaginería fantástica, también con una amplia gama de animaciones de ciencia ficción, el culto clásico y autóctono de las artes marciales, inclusive la amalgama de leyendas y mitos entrecruzada con escenarios, atmósferas universales. No hay una forma de encasillar los animes porque estos van mutando conforme a las necesidades creativas de la ficción posmoderna. 

El planteamiento de Miyazaki y su particular lectura de la animación japonesa pasa por legitimar el sentido artístico del anime, y no simplemente su cualidad de cultura trash, tan cercana a cierta mentalidad estadounidense, en donde la animación más televisiva tiende a ser encuadrada de acuerdo a categorías etarias que limitan la apertura del mundo adulto al anime. Resulta preciso eliminar el prejuicio respecto al anime como “producto comercial de animación infanto-juvenil”. El mismo Miyazaki hablaba de sus películas de animación como “universales”, en las que subyacen temáticas como el amor, la lealtad, el espíritu de lucha, tópicos dignos de cualquier otra clase de obra cinematográfica. Asimismo, el anime contemporáneo, de los años 2000 en adelante, ha creado obras que merecen una segunda o tercera lectura, un visionado más profundo, por su complejidad narrativa y su seriedad al abordar temas como la muerte, la venganza, el existencialismo. Series como Death note, a mi juicio, una de las mejores dentro del sub género shonen, una original y audaz mezcla de novela policial y cine fantástico (en la que la protagonista parece ser a fin de cuentas una libreta de muerte, y el misterio que su poder encierra), y Monster, otro anime con una atmósfera y un nudo cercano a la novela negra más cruda, con un psicópata asesino siendo despertado de niño por un neurocirujano, y en conflicto existencial con la humanidad. 

Como sea, la sombra del anime continúa conspirando en la mente de la generación de los ochenta. Sobrevive a la era de la superficialidad de la televisión. Bifurca sus membranas a través de la propia red, la virtualidad de los videojuegos, el séptimo arte y el mundo del comic. Hace suyo el núcleo de la cultura para difuminar su influencia, su arte a ratos retorcido, maravilloso, bizarro. Su universo barroco.


martes, 10 de enero de 2017

Neo nietzscheana

Dios ha muerto, pero sus sicarios siguen vivos.
Al salir a dejar las bolsas de basura del día detrás de la rendija en la plaza de los sueños, me doy cuenta que el contenedor verde ya no se encuentra ahí. Leo en la rendija al menos cuatro direcciones distintas sobre el actual paradero del contenedor. Ninguna me lleva a puerto. Recorro más de una cuadra con las bolsas de basura, hasta que se avista en la Avenida un pequeño basurero. Deposito allí los bultos. De vuelta, el espacio baldío donde se hallaba el contenedor sigue ahí, ahora repleto de cajas y de desperdicio. Al parecer, bajo la plaza de los sueños ya no existe el espacio que delimita la antigua basura de sus habitantes. Denótese y destáquese la metáfora.
Uno de los libros que le encuentran a Prairie en The Oa es La Ilíada de Homero. Otro dice relación con El libro de los ángeles. De acuerdo a una segunda lectura, Prairie, más allá de la realidad de lo que contaba, sería, de este modo, un "ángel", no en el sentido religioso del término, sino que en su sentido etimológico original. Un ángel, del latín angĕlus, que a su vez deriva del griego ἄγγελος, 'mensajero'. Prairie además compartiría con Homero la cualidad oral del imaginario que despliega. Todo lo que cuenta lo hace saber a los suyos en una suerte de reunión íntima. Prairie, entonces, sería algo así como la mensajera de un metafísico cuento de hadas, la relatora de su propia novela de formación sobre dimensiones y resurrecciones. Que haya sido verdadera o falsa la totalidad de su historia no influye en su cualidad de ángel, puesto que su mensaje ya ha sido entregado. (Aunque no comprendido). Su ficción ya ha dibujado alas sobre la realidad de los otros.

lunes, 9 de enero de 2017

Ha muerto el padre de la Modernidad líquida.

¿La Cumbre del Rock chileno?



El dilema sobre el nombre del evento del sábado: ¿Cumbre del rock chileno o Cumbre de la música chilena? La interrogante viene dada precisamente por el cuestionamiento a las bandas que integraron los recitales. El creador se da el lujo de señalar que el concepto de rock como género musical, sobre todo en español, ya se ha vuelto demasiado "abstracto" como para establecer una categoría definitiva que aúne la totalidad de las bandas y su diversidad de registros y sonidos. Dice que el rock desde su concepto tradicional se sigue asociando a las bandas clásicas de los 60 y 70. Y que las bandas latinas, como por ejemplo, Soda Stereo, Charly García, Los Prisioneros, Caifanes, ya han superado el obstáculo de la autenticidad sonora, estilística. Y tiene, en parte, razón. A falta de una definición convincente y unívoca sobre el sonido del evento, recurre a ese viejo lema atractivo pero ambiguo por su uso indiscriminado, y explica: "El rock tiene más que ver con la actitud y la lógica de la independencia musical, que con la sensación de que si la batería suena más fuerte o la guitarra tiene más distorsión, eso me parece un concepto bastante obsoleto”. Esa parada ya la había planteado Lester Bangs en los setenta, de que el rock and roll es una actitud antes que un estilo musical. De que incluso se puede hasta escribir o pintar de forma rockera. Lester Bangs, sí, el mismo que dijo que el rock había muerto en 1973.

El problema con la fórmula "rock=actitud" es que no pretende definir el límite de lo estrictamente musical. Camufla con una frase vitalista una incapacidad estética. Y tiene doble filo, porque esta frase, quizá de origen primitivo, proveniente del rock más visceral, acaba siendo promocionada como la flor de la rebeldía y de la originalidad, en un evento que presenta más bien una versión acomodaticia del sonido eléctrico. El público acaba conforme con lo que vacila, la endorfina, la adrenalina recorre sus cuerpos ante las vibraciones rítmicas, pero sigue sin comprender el trasfondo rockero de su experiencia. Esto se pudo apreciar de forma un tanto patética en los dichos de Alex Anwandter, después de su show, los cuales aclaran su no identificación con el rock al constituirse "tradicionalmente como un club de hombres. Y este 2017, si necesitamos algo, no es un club de hombres”. Lleno de euforia, se da además la libertad de agregar un comentario políticamente correcto, señalando que debería haber "más igualdad y más respeto para las mujeres y para la comunidad gay", como si el rock, desde su óptica, fuese una especie de música originariamente patriarcal, cosa que, viéndolo fríamente, resulta una soberana estupidez y una ignorancia suprema. (Dónde deja entonces a bandas como Queen y como Heart, iconos del rock liderados por un homosexual y por mujeres, respectivamente). Polémicas como esta hacen pensar que la nomenclatura rock ya ha perdido todo su sentido auténtico, y que se ha extraviado entre ilusas interpretaciones posmodernas, tanto así que hasta se ha propuesto que el evento se llame solamente "La Cumbre", con un solapado ánimo de integración y diversidad.

Mención aparte, sin embargo, merece la despedida definitiva de Jorge González, que por su estado actual ya ha ido construyendo una suerte de leyenda del rock chileno, a pesar de evidenciar en carne propia, desde el trono, que su discurso contestatario está siendo permitido por la maquinaria que él mismo, con su acidez temprana, buscaba combatir. El escenario habla, después de todo, sobre figuras emergentes en coexistencia con figuras establecidas, cada una brillando y sonando con colores propios. Se puede ver en las presentaciones de Mon Laferte (que irá al Festival de Viña), Francisca Valenzuela, Javiera Mena, Pedro Piedra. Algun@s de est@s intérpretes caen mejor dicho en la categoría rock-pop, o derechamente en el electro pop. Por eso mismo, muchos se han cuestionado dónde quedan bandas con un sonido como Arena Movediza o Tumulto, y se ha hecho patente la necesidad de responder a la pregunta "¿qué es el rock?", y sobre todo, "¿qué vendría siendo el rock chileno?"; pregunta que, pese a su indeterminación, ha dejado que muchas bandas únicas hagan de las suyas, demostrando que pueden resignificar a su manera, a veces de forma irresponsable, a veces de forma descarada, el rock, ese clásico sinónimo para la energía desatada, para el descontrol orgánico.

domingo, 8 de enero de 2017

Web series

Hay una eclosión de series con formato cinematográfico. A mi parecer desde Breaking Bad y True Detective se aprecia una tendencia y un esfuerzo declarado por hacer de la serie un producto dignamente artístico, y no solo una franquicia comercial. Con series como Sense8, Stranger Things y ahora The Oa se consolida una etiqueta nueva: la web serie. La pantalla chica se adapta a las necesidades del visionado promedio. Apunta hacia el último sujeto: el usuario activo de internet. Lo interesante es que aquella etiqueta no se reduce a su nomenclatura. Las series que la conforman están creando imaginarios autónomos, universos que se proyectan y funcionan armónicamente desde su formato peculiar. Se percibe, por ende, una desconfianza cada vez mayor al producto solamente televisivo, en consonancia con el creciente auge de conexión a la red. Pero lejos de lo que se cree, constituyen industrias que funcionan todavía complementariamente. Netflix vendría siendo el nicho, el antro privado que concilia ambas obsesiones: cine y televisión, casi como en una sinergia de celuloide, a cambio de una módica suscripción. Es el precio de asistir a la vanguardia ficcional de la pantalla.

sábado, 7 de enero de 2017

La máquina de narrar

Viendo The Oa, segundo capítulo, de repente desfallezco en sueño. Imaginaba cuestiones difusas que tenían relación con la salida de ayer. Entre esas cuestiones asemejaba un lugar similar a donde trabajaba los fines de semana, un edificio gigante pero a su alrededor desolado, e inclusive escasamente habitado, donde se apreciaba una enorme cantidad de niebla. Al fondo una orilla o lo que parecía ser la vuelta de la esquina de alguna parte de Viña. Enseguida, la imagen de una chica con la cual hacía el amor. Se transfiguraba constantemente. El acto era en una pieza semi oscura, desde la cual un rayo de sol caía a contraluz. Nuestro sexo se transfiguraba también. No había otra cosa que el acto, nosotros y la pieza. Luego al despertar recuerdo que en la serie The Oa, Prairie, la protagonista, parece estar alucinando su pasado como niña extranjera que quedó huérfana y luego ciega a causa de un accidente. Proyecta a partir de su carácter especial un imaginario en donde ella recobra la vista luego de regresar de una Zona indeterminada. La pérdida de su vista era, según lo que cuenta, un pacto con un ser extraño para, supuestamente, enviar un mensaje a los suyos, cambiar la vida de los que conoce y, de paso, redescubrir su propia psiquis. Hay entre el imaginario de Prairie y el sueño de la tarde un ancla, quizá la misma necesidad de extravío hacia la sombra para luego reencontrarse con el cuerpo completo de la realidad. Pero lo que de verdad los une es el hambre insaciable de ficción. Su cualidad de máquina, como en la novela de Ricardo Piglia, Ciudad ausente.

En aquella novela se trata de desentrañar el misterio de una máquina de narrar. La particularidad de esta máquina estriba en su carácter subversivo, y en su capacidad para mezclar la ficción dentro de la novela con la realidad del contexto. La máquina, con su alcance hiper textual, se acaba identificando con el mismo narrador. El hilo conductor de las historias de la máquina es casi siempre una mujer. O, mejor dicho, su ausencia. La máquina parece desplegar una teoría del caos. Una trama caótica. Pero los distintos personajes de las tramas de la novela (y de la máquina), acaban abandonados por sus mujeres. Aunque son ellas las que finalmente ayudan al protagonista a encontrarse con el ingeniero de la máquina. En definitiva, ellas lo precipitan al origen, a través del laberinto textual y el tártaro político de su ciudad, para dar con su sentido. O, al menos, con su significado. Con Piglia y su novela se presenta una señal de ruta posible. Un atajo maestro. Todo lo que en su momento imaginé pudo haber tenido una coincidencia mayúscula con la Ciudad Ausente. O todo lo que la protagonista en la serie The Oa alucina es producto de su propia capacidad de contarse historias. Su cualidad de musa relatora. La ficción es una máquina que interpela constantemente. De seguro, el propio Piglia habría dicho lo mismo sobre los sueños y las pesadillas.

viernes, 6 de enero de 2017

Ricardo Piglia, su partida.

A comienzos del 2016, Ricardo Piglia combatía una enfermedad que le paralizaría el cuerpo pero no el cerebro. En un principio el escritor tuvo serios problemas legales con respecto a la medicina para su enfermedad. Tuvo que recurrir a un juez para emplazar a una compañía médica con tal de costearle el tratamiento. Se inició además una campaña virtual masiva que obligaba a la compañía a cumplir con su obligación. Por esas cosas del destino, y por cierto, de la literatura, Piglia acepta finalmente su estado y con el tratamiento necesario sobrevive. Moraleja: el cuerpo se degenera. La letra impresa también lo hace. Lo que sobrevive de verdad a ambas es el relato. Su historia implícita.

Con la partida del autor a un año de su enfermedad, se patentiza la siguiente cita de T. S. Eliot usada como epígrafe en su novela Respiración artificial: "Teníamos la experiencia pero perdimos su sentido, acercarse al sentido restaura la experiencia".

Quilpué

Quilpué, tiempo que no visitaba la ciudad. No conocía hace tiempo un lugar como el Clandestino, a una cuadra del Ex Líder. En Valpo no hay nada parecido, quizá por la propia distancia. Hasta la cerveza allí sabe distinta. Tiene sabor a interior. Incluso la noche se arrecia con mayor tranquilidad. En un punto de los Carrera no había casi ningún alma circulando, y relativamente temprano. Más al puerto en cambio pareciese que la noche te mirase constantemente. Debe ser nada más que la mirada foránea del que pretende volver al origen, cuando creía aún en la Ciudad del Sol al visitar el clásico pasaje de la casa de los abuelos.
Una inquietud que me ha venido persiguiendo ¿Es posible que una feminista crea en Dios? Viéndolo desde una perspectiva política, sería una inconsecuencia, incluso un absurdo, que una feminista, con su discurso antipatriarcal, crea en el dios judeocristiano, asociado a la figura del Padre, y al trasfondo machista de su cultura. Mi pregunta es la siguiente, para las que eventualmente sí creen: ¿Cómo solucionan su relación ideológica con la divinidad, o en su defecto, con la institución eclesiástica? ¿Cómo resuelven ese dilema metafísico-ideológico? O derechamente la feminista, al estar asociada a la izquierda radical, debe ser atea en todo el sentido de la palabra, o, al menos, si es creyente, creer en alguna suerte de divinidad matriarcal, o sencillamente una divinidad sin género, universal, cosa que desde su discurso activo tendría que ser lo más lógico. Aunque me caben dudas, al no hallar un argumento sólido al respecto, y, por supuesto, al no ser realmente la creencia religiosa una de las prioridades del campo de lucha, cuando debiese ser un dilema fundamental: La relación antiquísima con la religiosidad, sublimada psicológicamente, o más en estricto rigor, la relación con la posterior metafísica, ya sea en su sentido de afirmación o de negación.

jueves, 5 de enero de 2017

Mandando curriculum en vacaciones en pleno verano, la respuesta es casi siempre la misma: los jefes no han vuelto todavía. Quieren decir en el fondo ¿a quién chucha se le ocurre venir en pleno verano a buscar pega? Se corre con la vaga esperanza de que al final de las vacaciones esa fotocopia sea al menos hojeada y revisada, y no tirada al vertedero de las cosas inútiles, como todas las otras. Esperanza, por ahora, un tanto remota. La búsqueda de trabajo se reduce finalmente a eso, a hacer todo lo posible por no caer en el vertedero.

miércoles, 4 de enero de 2017

Respecto a la posibilidad de seguir estudiando algún posgrado, adhiero a las palabras de Gonzalo Millán: "Nunca me ha gustado la academia, excepto sus bibliotecas y las compañeras de curso”
Nabokov dijo que la literatura nació el día en que un chico llegó gritando el lobo, el lobo, sin que ningún lobo lo persiguiera. El poeta como el fabulador de los fines, como artesano de miedos, como el paria que anuncia no se sabe qué desastre, intuyendo que el mismo mundo que cree temerle es la boca del lobo que reproduce sus ecos en la oscuridad, para sí mismos, insalvable metonimia, para otros.

martes, 3 de enero de 2017

El Samsara en la picá

En la picá de la esquina, a la vuelta de Molina, se escucha a solo un par de mesas la conversación de un caballero recién llegado. Se sienta y platica con quien parece ser su amigo de años. Se le observa jovial, sereno. El otro caballero, su supuesto amigo, le pregunta que cómo está de salud (cuestión que ya pasada la tercera edad se vuelva tan valiosa como el cobre). El caballero jovial le responde que tiqui taca. Se da hasta el gusto de manifestar las otras dos variables de su estado pleno: el dinero y el amor. Dice con total soltura que no le falta ninguna de las dos. Su amigo, siguiendo la respuesta, replica que en el tema del amor "ni fu ni fa", y en el del dinero "naca la pirinaca". Este último creaba el contrapunto necesario a la felicidad de su amigo. De ese modo, el caballero escéptico y su amigo el jovial seguían esta vez una conversación más anecdótica, luego de pedir el menú del día.

Justo en aquel instante se escucha atrás a una chica guapísima, de pelo tomado, vestido y motivos artesanales, hablar con quien parece ser su madre o su tía, sobre el Samsara y la rueda de sufrimiento de la vida, y cómo su conocimiento permitía una vida más espiritual. La chica y su interlocutora se veían entusiastas con el tema. La chica hablaba con total soltura sobre el Samsara. No parecía a simple vista esa clase de chicas acomodadas y superficiales que ve en estos rollos espirituales un asunto de status social. Por sus dichos demostraba cierto conocimiento en la materia, un mínimo de lectura. Lo supe cuando citó el Libro tibetano de los Muertos. Luego le hacía saber a su interlocutora sobre Jung. No recuerdo en específico qué libro. Ya el hecho de citarlo me hacía entender que podía ser alguna clase de psicóloga o terapeuta. Me doy vuelta en el momento que cita a Jung. Ella muy atenta lo advierte. Parece obviar ese hecho intrascendente. Pero hay en ese interés furtivo, en esa mirada aleatoria, un símbolo misterioso que ninguno ha advertido del todo.

Cuando los caballeros del principio terminan de almorzar y se retiran, la chica y su interlocutora estaban a punto de terminar su merienda. El grado de compenetración con la que repetía la palabra Samsara hacía entender que se trataba de un concepto particularmente significativo para ella. El concepto sobre el ciclo infinito de nacimientos, muertes y resurrecciones. El eterno retorno que a nuestra temprana edad nos parece todavía inconmensurable, temible por demasiado sublime. La chica con su belleza y psicología parecía la princesa que busca la iluminación más allá del velo de maya, de la ilusión de las cosas del mundo. Una pequeña buda que sale de su burbuja de virtud y perfección para enfrentarse con la realidad. En cambio aquellos caballeros, ya en el crepúsculo de su vida, con sus bromas chacoteras sobre el amor, el dinero y la salud (todas variables del plano material) demostraban mayor serenidad, por el simple hecho de haber visto ya suficiente, de haber bebido, comido y disfrutado a destajo de los placeres terrenales, de haber vivido en carne propia lo que la chica todavía teme como algo remoto pero en realidad como algo propio: la inevitable voluntad del devenir. Los caballeros al retirarse parece que se hiciesen sombras. Su sonrisa los delata. Ya no temen tanto a la muerte, porque ya abrazaron lo suficiente la vida. En cambio, a nuestra princesa solo le resta su intelecto, y su inquietud espiritual para al menos buscar una salida a su cuestionamiento existencial. A pesar de todo eso, seguía sonriendo con su interlocutora. Se trataba de alguna talla interna. Iban a pagar la cuenta. Ella entonces saca su celular y agencia a viva voz un paseo por la playa, con su otro interlocutor secreto. Afuera de la acera el Sol continuaba su trabajo fulminante. El ciclo de su rotación hizo que, por fin, nuestra princesa guiñara tiernamente los párpados.

Lo and Behold

Werner Herzog, en su nuevo documental Lo and Behold, se hace una pregunta fundamental: "¿Se sueña Internet a si misma?".

lunes, 2 de enero de 2017

Con la muerte de Berger pasa a la historia invisible un lema polémico. Hasta me atrevería a decir, revolucionario. El hecho de que "la vista llega antes que las palabras”. Con lo cual todo el arte, e inclusive, toda la literatura conocida se asume al fin, eminentemente, como una cuestión de óptica.
El Viernes conversábamos con una amiga sobre la posibilidad de insertar conocimientos o habilidades en la mente directamente desde un dispositivo como si esta fuese un hardware biológico. La idea surgió a través del paréntesis a la lectura de un libro de Otros Mundos, ediciones de los 70s, en específico un libro sobre los Chakras. El cogollo en cierta medida invocó aquella idea futurista. Decíamos que sería genial aprender, por ejemplo, karate o conducción tan solo con insertar un combo de datos en la cabeza mediante un sofisticado sistema de información actuando a nivel neuronal. Sería como sucede en la realidad virtual de Matrix. Sin embargo, se perdería el sacrificio mismo del aprendizaje en consonancia con la voluntad. De ser así de fácil aprender casi cualquier cosa, en un mundo hiper eficiente a niveles cibernéticos y psicotrópicos ¿Cómo se podría dimensionar y valorar la odisea de la experiencia? El dilema se debatiría entre la inteligencia artificial y el espíritu autodidacta. La primera estaría llamada a ser la hija pródiga de la Singularidad. El segundo, en cambio, se resistiría todavía por orgullo a ser intervenido, a ser contaminado por intereses tecnocráticos que le son ajenos por naturaleza. No reconocería otro aprendizaje que el que lograra con pundonor material. Reconocería algo de sangre y de dolor en cada obra que acometiera. Sin aquellos ingredientes no habría creación alguna para ese espíritu. Quizá, después de todo, se trate del último aliento humanista, antes de la inminente ola de automatismo que se avecina.
Les sonará contradictorio, pero caminando por las calles vacías de Valpo un Lunes desocupado, se comienza a extrañar la habitual basura y desperdicio desperdigados por doquier. Si hasta parece que fuese otra ciudad. Me pellizqué el rostro para ver si se trataba de un mal sueño. Y era nada menos que el producto de un insomnio citadino.

domingo, 1 de enero de 2017

Después de tanto fuego artificial ya va siendo hora que en el plano de nuestras vidas organicemos un fuego de verdad, una pura acción como llamarada, seca e inefable...