martes, 14 de febrero de 2017

Mi hermana, un tierno ateísmo

Mi hermana chica el Domingo dijo algo que francamente me sorprendió. Luego de que la madre la reprendiera porque según ella le contestaba demasiado, al llamarle la atención por pasar mucho tiempo conectada a internet, le dijo a mi hermana que se le estaba "entrando el diablo". Ante eso, mi hermana responde: "pero, mamá, si el diablo no existe y dios tampoco". La madre, creyente, me dijo que la dejara, que era el arrebato típico de la pre adolescente, que ya se le iba a pasar, que era común a su edad soltar alguna que otra herejía. Primera vez que la escuchaba decir eso. A pesar de que hoy ya no signifique nada negar a dios ni a cualquier otra entidad metafísica, me pareció que aquella frase salida de la boca de mi hermana cobraba otro sentido. Un sentido no tanto filosófico, sino que de repulsa a ciertos límites. De un mini ateísmo motivado por el carácter. Ahora el misterio está en saber cómo ella llegó a esa declaración atea. Si la leyó de alguna parte, la escuchó de alguien en el colegio, o, algo mucho más improbable, si simplemente le nació de manera espontánea, sin ideas preconcebidas.

Luego de que la madre la retara, pensé entre mí que el hecho de que mi hermana haya dicho eso merece una segunda lectura. Que habría que dejar un poco de lado los resentimientos y sentarse en una especie de mesa a reflexionar sobre la primera vez que dudamos de las ideas que nos imponían los mayores. De inmediato, se me viene a la mente el cortometraje "Mi amigo Nietzsche" en donde un niño descubre por su cuenta el Así habló Zaratustra en medio del basurero de la ciudad, (y también, en parte, a los "maestros de la sospecha" de Paul Ricoeur: Freud, Marx) gracias al cual logra subir sus notas en el colegio y empieza a proferir una serie de blasfemias y de ideas nietzscheanas que acaban preocupando a sus padres. Mi hermana, por su parte, nunca me comentó que había leído algo semejante al libro del corto, antes de aquel día Domingo en que estrenó su frasecita. Ni tampoco me confesó que la escuchó decir a algún otro compañero en clases. O a algún profesor o profesora nihilista. El secreto de mi hermana continúa incógnito. Nunca nos dirá ni a mi ni a mi madre cómo fue que dejó de creer en el diablo y en dios. En cambio, seguirá tiernamente terca en su pequeña pieza propia, gozando del privilegio de su edad, en donde nunca nada se toma demasiado en serio, profesando un amor "religioso" por sus ídolos musicales, sin mayor explicación que su propio ánimo desenvuelto.

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