lunes, 20 de marzo de 2017

Con la nueva pega me ha tocado ir a los sectores más desposeídos de Viña, prácticamente a hacer patria. Campamento Bachelet, Felipe Camiroaga. Hay un punto en la población Puerto Montt donde solo se aprecia un gran páramo negro donde antes había bosques. Vestigios del reciente incendio. Para llegar a las más de veinte sedes vecinales, caminos de tierra laberínticos, pasajes que conectan como arterias todo el cerro, había que tomar una suerte de locomoción comunitaria, vehículos que los propios locatarios conducían para arrimar a la gente aledaña. Hay códigos que parecen vetados incluso a la propia "gente del centro". Una solidaridad invisible que sin embargo no se distingue de la espontánea amabilidad de los residentes. Debajo de esa capa es muy probable que permanezca latente una historia de miseria y de violencia, que en el fondo no hace distinción social. Que mucho más allá de velos mediáticos late dentro de cualquiera, sea este del centro o del cerro. Lo que sí impacta es la abrupta brecha material entre los pobladores y los transeuntes de la viña central. Hay ahí como un límite demasiado categórico, casi como si existiesen dos Viñas: la de la maqueta inmobiliaria turística bordeando la costa, y la de la toma de terrenos bordeando el límite del cielo.

En Valpo, en cambio, que yo recuerde, estaba también internalizado el concepto de barrio, pero la diferencia con el centro no era tal que fuese a crear un horizonte material excluyente, como sí sucedía en Viña. De hecho en el llamado plan de la ciudad persiste cierta lógica barrial. Aunque demasiado sometida al vaivén de los oportunistas. El plan y los cerros conformando un verdadero mosaico humano, a ratos desorganizado, algunas veces persistente de una vida secreta, otras sometido a merced de la venia privada. Un mosaico algo disímil, donde en un puro recorrido se está ante la impresión de un mapa apócrifo del corazón social. Vendedores ambulantes, viejos jugadores de carioca, vendedores de libros, jóvenes músicos de calle, improvisando sonidos, comerciantes de sustancias, y, por otro lado, antiguos bodegueros, guías turísticos, agentes de viejos emprendimientos, tratando de sobrevivir a toda costa, emulando los últimos suspiros de una actividad minada por la erosión del tiempo, el mar y la indolencia. En Valpo la vida de ciudad y de cerro sobreviviendo a duras penas a su propia deconstrucción, a su propia exhalación a ratos intensa, a ratos opaca, sobreponiéndose día a día a su propia idea fantasmagórica.


No hay comentarios.: