martes, 21 de marzo de 2017

Dolor del alma

Una de las alumnas del primer ciclo, en medio de la actividad de hoy, me llama: "Míster, acérquese". En un principio, nada del otro mundo. La clásica chica aplicada o que, en su defecto, quiere resolver una duda para salir del paso. Cuando acudo con ella, me dice que escuche lo que tiene que decir. Y confiesa: "Sabe, lo que pasa que hoy ando rara. No sé. Como que me duele el alma". Sorprendido ante la inesperada confesión, le pregunto que cómo y por qué, que quería decir con ese "dolor del alma". Ella dijo que simplemente eso. Que no sabía cómo explicarlo, Que, sin embargo, no lo demostraba. Que seguía alegre, incluso entusiasta con la idea de ir a clases. Luego de eso, dejó a un lado el tema y realizó una consulta sobre la materia, igual de entusiasta, como si no hubiese dicho nada, como si su revelación solo hubiese sido un secreto ficticio, un capricho psicológico. ¿Qué clase de curriculum puede con eso? Ninguno. Ningún curriculum actual abarca esos pequeños ribetes existenciales. Lo que media entre el curriculum abstracto y la realidad de cada clase es la disyuntiva vital. ¿Qué clase de pedagogía puede acaso interpretar ese dolor, acaso inexistente, acaso de verdad, pero latente en cuanto la chica lo hace manifiesto? Quizá una pedagogía de lo indecible, de lo invisible al programa. Lo inútil, lo enteramente personal.

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