lunes, 27 de marzo de 2017

Los tiempos de Messenger y de los celulares Nokia. Una época previa al auge de facebook y del whatsapp. De eso hablamos la otra vez al voleo con un amigo. Sobre aquel tiempo en que, si bien la comunicación no era todavía tan expedita como hoy, (a pesar de que ya existía internet), se requería para eso mayor contacto en directo, no tanta interacción virtual y en ausencia. A pesar de que ese fenómeno ya se había estado gestando hace años, para nosotros pareciera que hubiese llegado tarde, como casi todo en Chile. En Valparaíso, por ejemplo, los cybercafé recién se popularizaron de los años 2000 en adelante, y con ellos, el aumento de las citas en páginas web. Además, los clásicos "ladrillos" no contaban, al menos en nuestra generación, con tantas aplicaciones, menos con una conexión a internet tan instantánea como ahora. En resumidas cuentas, decía aquel amigo, auto convencido: "había que jugársela más. Si querías quedar con una mina, prácticamente había que ir a la fe, creyendo en la palabra empeñada. Se podía estar hasta tarde creyendo en que la mina llegara, y no quedaba otra que esperarla". Agregaba que ahora, con la multitud de dispositivos de comunicación en línea, como ustedes sabrán, el inbox messenger y el whatsapp, se podía estar todo el tiempo conectado, incluso vigilar la última conexión de aquella con la cual quedaste, pero eso también se podía frustrar o rechazar con mayor facilidad y de manera casi cronométrica. O sea, la variedad de oportunidades de cita aumenta, pero también aumenta la facilidad de cancelar el compromiso. Antes, cuando no se contaba con la tecnología necesaria, se estaba obligado a llamar o a dirigirse al cyber más cercano para rastrear el paradero de la persona citada en cuestión. Existía cierto misticismo en esa precariedad, cierta expectativa por el encuentro físico que las nuevas aplicaciones quizá han eliminado, con su constante seguimiento y vigilancia digital.

El amigo señalaba que: "ahora, al toque, incluso cinco minutos antes de la hora de una cita, te pueden mandar un inbox o un whatsapp y cortarte. En cambio, cuando con suerte existía messenger, no quedaba otra que juntarse, ante la falta de medios para arrugar". Había un cierto manto social que obligaba a la interacción cara a cara. Hoy en cambio, incluso el texto virtual puede obviar el contacto real cuando no se le desea ni se le necesita. El que no está en línea con el otro simplemente puede ser descartado entre un abánico de otros posibles pretendientes, sin mediar ninguna clase de respuesta. El elemento fático y kinésico de la comunicación, el elemento sensible, el más importante, al menos para nosotros en términos de cita, puede descartarse con una velocidad asombrosa, pese a que los recursos para llegar a esa instancia se han vuelto virales, masivos hasta la redundancia. Acotaba el amigo que una vez que su aplicación de Tinder ya registraba una cierta cantidad de matches más o menos exitosos, la aplicación iba progresivamente repitiendo a las mismas chicas, y el espacio para la réplica se iba diluyendo. ¿Obsolescencia programada? ¿Del amor en línea? ¿Falta de astucia o necesariamente falta de programación?. Luego de eso, el compadre se preguntó cómo lo hacían para enganchar nuestros padres. "¿Acaso se carteaban? Si con suerte tenían teléfono fijo ¿Habrán ido a la casa del otro para buscarse? Pero la hacían, y sin internet". Le decía que quizá la cuestión no pasaba solo por el canal de comunicación, sino que por el contexto. Que la generación anterior la hacía de todos modos porque respondía, adecuadamente, a su propio círculo interpersonal. De esa forma, todo se resumía en saber desenvolverse dentro de un determinado círculo, y saber propiciar la coincidencia, la coincidencia que permite romper el hielo eterno de la extranjería. La magia de todo esto, repetía el compadre, era que, al fin y al cabo, no existe una fórmula definitiva. Que hay que usar los medios que estén a la mano para concretar un encuentro. Inclusive, el puro arrojo sin otro medio que la palabra. Porque, después de todo, sea cual sea la naturaleza de ese latente encuentro, lo cierto es que, más allá de la oportunidad, no existen garantías. Solo resta jugársela.


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