domingo, 14 de mayo de 2017

La araña

El otro día, Jueves en la tarde, una alumna se asustó porque justo debajo de su asiento había una araña. Una enorme. Sus amigas a su lado compartían su miedo a la vez que reían nerviosamente. Me acerqué a donde estaban ellas, al notar que su presencia las distraía de la clase. Traté de hacer que se corrieran. No hubo caso. Seguían ahí, cerca de ella, como aguardando su indeseable apariencia. Entre las risas y el gesto de pánico de la niña, que alertaba también al resto del curso, entonces solo atiné a agacharme y no me quedó otra que aplastar al pequeño artrópodo, que iba moviéndose en dirección al pie de la chica. Aun así, la araña seguía con vida. Temeraria, llena de coraje. Solo tuve que agarrarla con un pañuelo desechable y arrojarla lejos, en realidad no tanto por ella misma, sino que por causa de las chicas y su infundada actitud. Al notar eso, la alumna, que en un principio temía a la araña, comenzó a defenderla. Decía que no estaba haciendo nada malo. Claro, a excepción de producirle un pavor repentino, ante la sorpresa de sus compañeros. Le explicaba que la araña estaría bien, que no se preocupara demasiado por ella. La chica, sin embargo, insistía en su defensa. Los compañeros seguían sin entender mucho la situación. La araña en ausencia de pronto se tomó todo el protagonismo de la clase. El clima de aula se debatía entre el dilema sobre su vida y su cualidad atemorizante. ¿Era necesario herirla, pese a provocarme miedo? parecía decirme la chica, de forma indirecta, sin argumentarlo demasiado, solo a través de la expresión kinésica de su rostro. Lo primero que se me vino a la mente fue la imagen que describía Dostoievski en Los endemoniados: “He pensado que algún día me llevarías a un lugar habitado por una araña del tamaño de un hombre y que pasaríamos toda la vida mirándola, aterrados”. El gesto de la chica solo era temeroso en la superficie. Lo que expresaba en el fondo era compasión. La araña reaparecía en forma de imagen literaria, desplegando una invitación moral. Su último recurso ante la adversidad humana. Su veneno más tóxico. El veneno de la conciencia.

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