lunes, 19 de junio de 2017

Frío

Levantarse antes de la siete de la mañana, bajo un frío inusual. Una ducha con baja presión de agua, más fría que tibia. Hasta el café de todas las mañanas adquiere ese relieve. Me pregunto sobre la necesidad de enfrentar el clima frío. La necesidad del deber salir al exterior contra el querer permanecer adentro. Recordé entonces que ayer hablábamos sobre el frío ruso, a propósito de las preparatorias para el Mundial. Un frío que determina el carácter y la idiosincrasia de quienes lo sienten. Dostoyevski en un pasaje de Los demonios se refiere a la relación del frío con la fe o su falta. Sería más respetable ser frío que ser tibio. En términos de creencia, no habría términos medios. Sería preferible ser ateo (no creer) a ser indiferente. La frialdad tiene eso que devela una certeza, aunque fuera por oposición. La certeza de la intemperie del sentido, que invita al recogimiento de su significación. El opaco cielo que cubre la ciudad invoca un mantra reflexivo. Su color vendría siendo el color de la crudeza. Así el frío del invierno trae consigo la filosofía, y junto con su crudeza se deja caer también la escarcha de nuestros pensamientos, que tratan ilusamente de recobrar su temperatura original.

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