De vuelta de la pega en la micro
venía pensando en ciertas costumbres que, a simple vista, parecen de buena
educación, de buena crianza, un acto de civismo, pero que por debajo siempre
esconden el pandemonio de sus verdaderas motivaciones. Tenemos el ya conocido
acto de ceder el asiento. Algo tan simple y en apariencia desinteresado como
eso puede revelar de inmediato la diversidad de caracteres de los pasajeros a
bordo, poniendo en jaque su buena disposición, su careta de amabilidad. Por
ejemplo, hoy, un sujeto divisó cerca suyo a una joven con una mochila, la cual
venía algo complicada debido al atochamiento de más adelante. El sujeto se
levantó de inmediato con el ademán de cederle su asiento. Ella se negó,
diciendo que no era necesario, aunque agradeciendo el gesto. El sujeto se
volvía a sentar en su asiento original, serio, sin mayor réplica. ¿Habría sido
su conducta, su gesto igual para todos en las mismas condiciones y
circunstancias, arriba de cualquier otro hipotético viaje? La
"bondad", la "educación" del acto solo nos consta por lo
que se puede ver, no por lo que subyace a él: su intención de acercarse o de
aliviar su conciencia.
En otra ocasión, una señora
entrada en edad se sentó atrás, casi cerca de la puerta de salida. Un
estudiante con la mochila en el suelo le pidió permiso para sentarse al lado,
junto al asiento desocupado en la puerta. Ella le dijo que no, de forma
rotunda. La otra moneda del acto que nos convoca. El que se sienta ahora se
aprovecha de la situación. De ese modo, podría decirse que dicho acto determina
el poder de ciertos pasajeros sobre otros en la medida que su decisión permite
tomar o no determinado asiento dentro la micro. Yo me siento; luego, adhiero a
tu voluntad. O, por otro lado, tú te sientas; luego, yo pierdo mi voluntad.
Ahora bien ¿qué relación tiene esto con el nuevo fenómeno conocido como
"manspreading"
en alusión a los hombres que acaparan el espacio de los asientos dentro de la
locomoción pública? Pues que ese clásico ámbito de disputa, esa mini
hermenéutica del tomar o el ceder el asiento tiene ahora una connotación de
género. Lo que solía ser una actividad de lo más cotidiana ahora se vuelve un
verdadero nicho ideológico. Se amplía así el campo de batalla de la moral, como
diría Houellebecq, hasta en los actos más anodinos de nuestra rueda rutinaria,
de forma que creemos avanzar hacia un progresismo con todas sus letras, hacia
un nuevo despertar del sentido común, mientras la máquina los desplaza a todos
por igual, conduciendo tanto a malos como a buenos, tanto a cínicos como a
honestos hacia su ya prefijado destino.
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