viernes, 16 de junio de 2017

Manspreading

De vuelta de la pega en la micro venía pensando en ciertas costumbres que, a simple vista, parecen de buena educación, de buena crianza, un acto de civismo, pero que por debajo siempre esconden el pandemonio de sus verdaderas motivaciones. Tenemos el ya conocido acto de ceder el asiento. Algo tan simple y en apariencia desinteresado como eso puede revelar de inmediato la diversidad de caracteres de los pasajeros a bordo, poniendo en jaque su buena disposición, su careta de amabilidad. Por ejemplo, hoy, un sujeto divisó cerca suyo a una joven con una mochila, la cual venía algo complicada debido al atochamiento de más adelante. El sujeto se levantó de inmediato con el ademán de cederle su asiento. Ella se negó, diciendo que no era necesario, aunque agradeciendo el gesto. El sujeto se volvía a sentar en su asiento original, serio, sin mayor réplica. ¿Habría sido su conducta, su gesto igual para todos en las mismas condiciones y circunstancias, arriba de cualquier otro hipotético viaje? La "bondad", la "educación" del acto solo nos consta por lo que se puede ver, no por lo que subyace a él: su intención de acercarse o de aliviar su conciencia.

En otra ocasión, una señora entrada en edad se sentó atrás, casi cerca de la puerta de salida. Un estudiante con la mochila en el suelo le pidió permiso para sentarse al lado, junto al asiento desocupado en la puerta. Ella le dijo que no, de forma rotunda. La otra moneda del acto que nos convoca. El que se sienta ahora se aprovecha de la situación. De ese modo, podría decirse que dicho acto determina el poder de ciertos pasajeros sobre otros en la medida que su decisión permite tomar o no determinado asiento dentro la micro. Yo me siento; luego, adhiero a tu voluntad. O, por otro lado, tú te sientas; luego, yo pierdo mi voluntad. Ahora bien ¿qué relación tiene esto con el nuevo fenómeno conocido como "manspreading" en alusión a los hombres que acaparan el espacio de los asientos dentro de la locomoción pública? Pues que ese clásico ámbito de disputa, esa mini hermenéutica del tomar o el ceder el asiento tiene ahora una connotación de género. Lo que solía ser una actividad de lo más cotidiana ahora se vuelve un verdadero nicho ideológico. Se amplía así el campo de batalla de la moral, como diría Houellebecq, hasta en los actos más anodinos de nuestra rueda rutinaria, de forma que creemos avanzar hacia un progresismo con todas sus letras, hacia un nuevo despertar del sentido común, mientras la máquina los desplaza a todos por igual, conduciendo tanto a malos como a buenos, tanto a cínicos como a honestos hacia su ya prefijado destino.

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