lunes, 19 de junio de 2017

Pensando ayer en el nuevo sistema del video referee para el partido de Chile con Camerún, el rechazo era unánime de parte del público a una tecnología que pecaba de una precisión demasiado impersonal. Decía mi madre que la gracia del juego era que no se podía precisar del todo cada movimiento dentro de la cancha, puesto que dichos movimientos podían tener una dirección distinta a cada minuto. Se le resta la belleza de lo incierto a un deporte que no puede ser entendido bajo la mirada fría e inerte de una cámara, sin correlación directa con el campo de juego. "Con el VAR no hubiera existido la "Mano de Dios", por ejemplo", explicaba a propósito un vecino, entusiasta luego del triunfo de la Roja. La misma crítica de la cámara para intentar evaluar el fútbol a distancia, se podría analogar con la crítica a la evaluación docente, por sujetos que vienen de afuera sin entender ni conocer la dinámica interna del profesor con sus alumnos. Tal como en el fútbol, el sentido y la belleza de cada clase estaría en el error, en la pasión. Me dije de pronto que los evaluadores son una especie de "referee", incluso video asistido, como pretenden en el dos por uno con el uso de cámaras en las salas para "supervisar" la disciplina. Cada clase es un mundo. A su vez también una suerte de partido. Se juega la vida con los cabros a cada minuto. Esa singular comunión no puede ni debe ser interrumpida.

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