domingo, 30 de julio de 2017

Un mendigo hoy a la altura del terminal de Valpo, por calle Rawson, luego de haber pedido a unas turistas francesas, (que seguramente no le entendían o iban en otra): "¡Por lo menos denme un no como respuesta!". Lo único que exigía nuestro mendigo del mundo, con un tono irónico, era una respuesta, aunque fuese un no. Aquel no hipotético, una moneda de consuelo simbólica. Casi toda la historia universal de la mendicidad podría resumirse en esa proclama.
Revisando información, doy con una hipótesis temeraria de científicos que afirman la muy abrumadora posibilidad de que todo el universo conocido no sea sino una simulación informática. Ray Kurzweil, poniendo de su propia cosecha, agregaba de hecho que podría ser el experimento de ciencia de un estudiante de secundaria en otro universo. Para alimentar esta hipótesis, un tal John Wheeler, físico, propuso que todo lo que pasa, desde la interacción de partículas hacia arriba, es en cierta forma computación. No tanto matemáticas, como información pura. Por lo que, para llegar a demostrar que todo es una simulación, habría que generar una distorsión de tal magnitud que llegue a revelar un error de código en el sistema. Hay una parodia de esa idea en un episodio de South Park, en el que los chicos descubren que la Tierra es en realidad un enorme reality show intergaláctico, (algo así como un truman show, simulación televisiva, no computacional) que está pronto a llegar a su última temporada y a ser cancelado. Entonces deben a cómo de lugar convencer a los productores que el show vale la pena, y que tiene que seguir. Podrá todo esto sonar a una idea cliché demasiado absurda o paranoica, producto de un fanatismo exacerbado por la trilogía de Matrix o producto de horas frente a la pantalla sin vida social ni contacto con el exterior, pero no deja de sonar a una idea tentadora, sobre todo considerando que la informática se ha estado volviendo ya parte orgánica de nuestro itinerario. Por otro lado ¿Qué sentido tendrá reflexionar sobre esto un sábado por la noche? Pues que resulta verdaderamente estimulante y entretenido imaginar un escenario y una posibilidad semejantes. Un universo entero simulado a cambio de toda una vida simulada. Trato justo.

sábado, 29 de julio de 2017

Tenía pensado ir a comprar el libro "Mi Lucha". Pero no el de Hitler, sino que el de Karl Ove Knausgard. Así como hay libros y libros, también hay luchas y luchas.
A la altura de estación metro Miramar, justo cuando iba a iniciarse el cierre de puertas, un sujeto agarró una bolsa del suelo y la arrojó hacia el andén. Casi al cerrarse la puerta del metro, gritó “¡Señora!”. Una mujer mayor se alcanzó a dar por aludida, volteó la cabeza unos segundos, miró rápidamente hacia la bolsa pero siguió como si nada. Nadie más sobre el andén se dio por aludido. A medida que avanzaba el metro, se alcanzaba a divisar dentro de esa bolsa solitaria lo que parecía ser un paquete envuelto en papel de regalo. Qué contendría. A quien se le habrá extraviado. Regalo para quien. Nada de eso perturbará la imagen de la bolsa con el paquete de regalo abandonada a su suerte al filo del andén, casi cayendo hacia los rieles.
Una fanática de las teleseries se volvió viral al hacer público su descargo contra Mega por el final de Amanda. Decía sentirse estafada, y lo que es más sorprendente de todo, esperaba que para las futuras teleseries "no maten a la protagonista, ya que uno gasta tiempo electricidad etc. en seguirlos viéndolos". Luego de redactar su reclamo, se da el lujo todavía de exigir "como mínimo una postal con un saludo de los actores de ‘Amanda". Me pregunto acaso si ella pudo reclamar contra el final de una teleserie, con todo lo irrisorio que pueda resultar, uno podrá también quejarse contra un libro, volverse viral por eso y hacer de esa queja una suerte de nuevo meta género textual.

jueves, 27 de julio de 2017

Dunkirk


En Dunkirk, la última película de Nolan, sin duda, el sonido, su cualidad envolvente (de la mano de otro maestro, Hanz Zimmer) actúa como el narrador secreto de la historia, la historia de una fuga épica. Nolan incursiona por primera vez en el cine bélico y lo hace recreando la operación Dinamo (1940), en la cual no encontrarán un triunfo inapelable, ni grandes discursos heroicos, sino que solo la crónica de la supervivencia, bajo el vértigo de la tierra a ras del mar y sobrevolando el aire del cielo, los tres elementos de la naturaleza conformando el cuadro dantesco, bajo el cual algunos soldados ingleses y franceses conspiran para sortear la avanzada nazi. Lo verdaderamente único de la cinta es que narra el acontecimiento de los vencidos, su incomprendido orgullo tras palpar la vida al filo de la navaja, su victoria pírrica contra todo pronóstico y expectativa. Dunkirk, en el fondo, resignifica el sentido de la guerra, su concatenación infinita de batallas y treguas. No encumbra ningún acierto militar. No idolatra a ninguno de sus héroes alicaídos. Visualiza más bien un futuro, un escenario en el que los vencidos en masa también pueden conmemorar, con sus bandera rotas, su ilusión y su sangre a cuestas, un día más sobre este extraño mundo, otro día en que se ha burlado a la muerte, al menos en lo que dure la buena racha, porque en la guerra, como en la vida, los vencedores no siempre tendrán la última palabra, (ni el último visionado).



¿Por qué el clásico cuadro de Caspar David Friedrich, El caminante sobre el mar de nubes? Pues porque la analogía con el fotograma de Dunkirk es evidente. No solo en su aspecto visual, sino que semántico. El romanticismo en su sentido más genuino. El solitario caminante en la cima sobre las nubes. El soldado vencido al borde del mar, contemplando la devastación.
Hoy una chica en clases me preguntó si acaso la siguiente frase: "cuando la muerte comience su inventario" servía como un ejemplo de metáfora o de prosopopeya. Me deja con una intriga no tanto saber si es una figura retórica u otra, sino que el origen de ese verso. El cómo llegó ahí. Si lo sacó de algún poema ya existente o si realmente se trata de una de esas creaciones que sorprenden por improvisadas.
Es consabido que Sartre, en 1964, pidió por carta que no le dieran el Nobel de Literatura. El comité del organismo ya había ratificado su victoria, pero este, fiel a su misiva, acabó rechazando el premio, todo con tal de no convertirse "en una institución" y de no exponer a sus lectores a una "presión nada deseable". Lo que se tiende a olvidar es que, ni tonto ni perezoso, Sartre acabó de todas formas reclamando el dinero de la premiación. En suma, quiso ser consecuente a sus principios, pero por debajo igual quería el maldito dinero. No hay traición en esto. Como dice el dicho: la necesidad tiene cara de hereje. No hay nada que obligue a la honestidad y a la corrección absolutas. Así que, recuerden, futuros aspirantes, ganen todos los premios que quieran, pero hagan la de Sartre: inmortalicen una imagen de rebeldía para la opinión pública, y una vez que todos estén demasiado ocupados con ella, cobren el jugoso cheque sin remordimiento.

Chill Out

Hay un pub frente a la plaza O Higgins cerrada, muy cerca del Congreso, calle Almirante Barroso. Se llama Chill Out. Por dentro, un diseño minimalista. Por fuera, la fachada de edificio patrimonial. En inglés, Chill Out significa algo así como relajarse, "enfriar" las pasiones. Pasando hoy por la tarde, un tipo entraba una java. La imagen mental de la cerveza se vaciaba entonces lentamente sobre un vaso imaginario. Hacía, a propósito, un frío del demonio. Desde el fondo acababa un hit noventero, para comenzar a sonar esa mezcla de trance y lounge que haría juego con el concepto del local. Por supuesto que solo la música daba la sensación de vida, porque no había nadie ahí a excepción de un par de sujetos de cuello y corbata, seguramente oficinistas brindando por su hora feliz. De cara a una de las ventanas, se dejaba ver el comienzo de un video de classic project. Salía en eso una mina a fumar. El frío era tal que arrugaba su frente. En el instante en que miraba a otro lado, dejaba de sonar Black Velvet de Alannah Myles. La chica repentina botaba su cigarrillo al suelo, luego de haber hablado por celular, y entraba justo antes del loco de la java. Cerca de la ventana solo se oía retumbar, a lo lejos, la risa de los oficinistas. Adentro el alcohol hacía lo suyo. Afuera la sensación, en cambio, era extraña por opaca. La música del video de Classic project desaparecía lentamente, a medida que se dejaba el lugar y se avanzaba hacia la vereda. El minimalismo del sitio era tan escandaloso como lo iba siendo la soledad de la calle en el transcurso de una cuadra.

martes, 25 de julio de 2017

Algunos medios virtuales han anunciado la muerte de Anne Dufourmantelle, escritora, psicoanalista, más conocida por haber escrito un libro llamado Elogio del riesgo, en el cual sostenía que "vivir sin asumir riesgos no es realmente vivir; es estar medio vivo, bajo anestesia espiritual". Falleció de un paro cardíaco cuando trataba de rescatar a unos niños que se ahogaban en la playa de Pampelonne, en la localidad de Ramatuelle, al sur de Francia. 
¿Fatal consecuencia de principios? ¿O absurdo sarcasmo del destino?
Decía Scott Fitzgerald que el éxito conduce al delirio, y el fracaso a la lucidez. Fitzgerald y el miserable "don de la desilusión”.

lunes, 24 de julio de 2017

Cada tanto en reuniones familiares me recuerdan un episodio de la infancia, un episodio que les causa ternura pero a la vez una singular hilaridad. Uno del jardín infantil, el cual si no fuera por ellos no lo recordaría con tanta recurrencia. Dice relación con una niña que en ese entonces era compañera mía, quien me pidió expresamente que le sacara las pantys, a lo que yo respondía que sí, con una afirmación algo tímida y temerosa. Por supuesto que cuando lo cuentan lo hacen procurando que la escena mantenga su ternura sin perder su comicidad. Siempre que sale a colación, la idea se trata de recordarla con la nostalgia, el humor y la cándidez que evoca. Sin embargo, sigo pensando, hasta el día de hoy, en todo el misterio que encierra. Lo difuso del contexto y la situación en la cual la escena supuestamente sucedió. El hecho de que no la pueda recuperar en la memoria. Lo más extraño es que no consigo reconstruirla para confirmar su existencia en el pasado. No consigo recordar ni el rostro, ni la figura, ni la voz de aquella chica que me pidió semejante favor, de una forma, en ese entonces, inocente, pero, más tarde, bastante sugerente. Comienzo a preguntarme sobre el paradero y la existencia de la niña. Intento reconstruirla en mi cabeza. Cómo era. Sus facciones. Cuál habrá sido el color de sus pantys. Qué habrá sido de ella. Estará viva. Soltera. Casada, con hijos. Fuera de acá. Tan lejos o tan cerca. La maquinación en torno a la chica es tal que llego a soñar, en cierto punto, con sacarle algo más que pantys. Qué hubiera pasado si lo hubiese hecho realmente. Si ella hubiera sido, con toda su falta de forma y de fondo, una especie de belleza demasiado indefinida para ser cierta. He llegado a imaginar incluso que se produce un reencuentro en el futuro. Una hipotética vida juntos. Digna de un culebrón surrealista. O ella llega, eventualmente, a acordarse de aquella escena, o yo la alcanzo a divisar en algún lugar o situación incógnita, y de ese modo germina la semilla de alguna remota ilusión. Pero tanto el lector como ella saben que solo se trata de caprichos malparidos. Mera dislexia sentimental. Una manzana mordida demasiado a destiempo. Las pantys legendarias de aquella chica, si es que vive, si es que existe, aguardan entonces a salvo bajo su figura y más allá de esta fantasía, quizá en manos de otro, o en manos de ella misma, en mi cabeza, libres todavía de la obsesión inconclusa de su ex compañero desconocido. Solo temo que con la próxima chica reaparezca el fantasma de esa escena, aquella pantys en el inconciente, como una especie de maldición o de deseo frustrado. O, más improbable aún, ¡que la próxima sea ella misma! y que en ese escenario ficticio no quede otra cosa que rendirse ante la evidencia, y avanzar lentamente, de forma impúdica, obscena, hacia una mutua aniquilación.

domingo, 23 de julio de 2017

Se decía de un sujeto que estuvo trabajando más de veinte años en una empresa y que, por abc motivo, hasta cierto punto, inexplicable, injusto a todas luces, fue despedido. Los primeros días de ocio podrían haber significado una catársis, una liberación, pero, pasado el tiempo, venía un ingente sentimiento de culpa, un extrañamiento. Mal que mal, el trabajo del sujeto le había tomado más de la mitad de su vida; era inseparable no tanto de su sueño como de su conciencia. Sentía un vacío que se veía reflejado en una carencia de rutina. Era como si de pronto se soltase a un animal demasiado acostumbrado a un universo pragmático -parafraseando a Aristóteles-. A raíz de la cesantía penitente de este sujeto, recuerdo que se hablaba de otros casos que versaban sobre justamente lo contrario: la angustia no por haber sido despedido de forma arbitraria, sino que por haber creído encontrar un trabajo soñado. Estaba, por el ejemplo, el caso de un sujeto que consiguió una pega única en su especie, luego de haber postulado hasta la saciedad, pasando todas las pruebas y cumpliendo todos los méritos, incluso llegando a renunciar a su anterior trabajo, todo con tal de quedar adentro. Resulta que ese sujeto, cuando ya se disponía a esperar el llamado, el siempre intrigante llamado que solo dilata la agonía de la espera, no tuvo otra opción que llamar él directamente, hasta que su empleador le explicó la mala noticia de que, contra todo pronóstico, había perdido el cupo que le correspondía, puesto que el superior había determinado que otra persona -cercana a él- iba a tomar esa vacante. Resumiendo, la ausencia del trabajo, discutida en aquella conversación desconocida, vista desde dos aristas: una, un tanto kafkiana, en la cual el cesante sufre su cesantía como una cruz, por cuanto la pérdida del trabajo le había arrebatado no tanto el sentido de su vida como la brújula de su dimensión. Y otra, más en la línea de Beckett, en la cual la propia meritocracia del postulante se vuelve contra él, desencadenando una inaudita ley de Murphy. La espera por el trabajo, como la espera por Godot, nunca llegó a realizarse. La libertad del cesante y del eterno postulante -ambos sometidos a su suerte- se escondía bajo el horizonte de la libertad de los otros, sus empleadores. Sin haberlo previsto, finalmente lo único real, lo único que los mantenía con los pies sobre la tierra, era esa frustración, el ocio invicto que resultaba de ella, su oportunidad para resignificar el desconcierto.

viernes, 21 de julio de 2017

Es curioso imaginar que para Emil Cioran, en lugar de tres causales, la única causal del aborto habría sido el propio hecho de nacer.
Aparece un doodle que conmemora el aniversario de Marshall McLuhan. Si no hubiera sido por el doodle, no hubiera sabido de su aniversario. Este hecho podrá sonar algo banal, insignificante, pero sería un ejemplo de lo que McLuhan avizoró en su "Galaxia de Gutenberg": la función enciclopédica de la mente, la pérdida del sentido de la memoria (ya temida por Platón respecto a la escritura), recuperada por el sistema eléctrico, en línea, a escala global. Su popular frase "el medio es el mensaje" se aplicaba para la Televisión, en los años sesenta. Hoy por hoy, esa frase podría aplicarse perfectamente a la propia Internet. McLuhan temía que los medios cambiaran tan radicalmente el funcionamiento neuronal que hicieran lo suyo con el pensamiento. Para McLuhan era casi imposible, en el siglo XX, no tanto volver a una era previa a la revolución electrónica como a una mente pre eléctrica. Lo mismo para las generaciones actuales, nacidas y criadas bajo el regazo de los mass media. El dilema no sería tanto imaginar el regreso a una sociedad previa a la internet, (escenario verosímil) sino que desentenderse de su forma de funcionar en el mundo. Su mente no podría volver a su estado pre internet, por la simple razón de que el conjunto de la cultura está ya configurado de esa manera. El concepto de aldea global. Al final, de acuerdo a esa perspectiva, cada época no puede desentenderse de su cosmovisión, y para hacerse presente y proyectarse, esa cosmovisión necesita de su medio como si se tratase de su retina. Este propio estado no sería sino un producto del medio que lo vio crearse, un género textual apócrifo, un homenaje subrepticio a la gran maraña mediática con la que soñamos siempre otra vida distinta (merced a nuestra ficción). Internet sería así para McLuhan la red de redes, la gran "nodriza de los medios". Google su socio capitalista, su caballito de troya. Su mercenario de la información.

jueves, 20 de julio de 2017

"Creo que la Luna es un mundo como este, y la Tierra es su luna" Cyrano de Bergerac, en su "Historia cómica de los Estados e imperios de la luna" de 1662.

miércoles, 19 de julio de 2017

El autonomismo, un oxímoron.
De paseo en Viña con la hermana, divisamos a la altura del Portal Álamos a un cantante algo viejo en silla de ruedas. Tenía a simple vista serias secuelas de paraplejía, pero lo compensaba con un registro vocal bastante sobresaliente. Cuando pasamos cantaba "Trátame suavemente" de Soda Stereo. Los primeros versos. ("Alguien me ha dicho que la soledad se esconde tras tus ojos"). La hermana apuntaba hacia la caja de zapatos que tenía enfrente. Ahí unas cuantas parejas depositaban la limosna. Una de ellas de pronto se regaloneó alrededor del cantante en silla de ruedas. A medida que iba avanzando el tema, lo hacían casi de forma sincopada. El cuadro era romántico pero a la vez patético (en su sentido sensible). Ya acabando la melodía, las parejas abandonaban el sitio, sin aplausos. El espectáculo amoroso y su retribución económica fue suficiente regocijo para nuestro artista, quien, a pesar de todo, continuaba el show, ante la repentina sordera de los transeúntes. Al rato después volvíamos por ese mismo sitio, luego de haber dado una vuelta. El cantante de la silla de ruedas seguía cantando pero esta vez ningún cuadro afectivo al paso lo circundaba, solo la mirada fugaz de los que iban demasiado de prisa para seguir su ritmo. La soledad de nuestro cantante en medio de la calle, al fin y al cabo, no fue más que la soledad del artista una vez cerrado el telón. Solo le quedaba la voz para ser escuchado o, en su defecto, para escucharse a si mismo. A lo lejos se le oía rematar con las siguientes líneas: "cuando nadie me ve, puedo ser o no ser"
Podrá ser un hecho absurdo, pero valdría preguntarse: si los robots llegaran a adquirir conciencia de sí mismos ¿podrían llegar a adquirir también, eventualmente, la idea del suicidio?

martes, 18 de julio de 2017

Al metro estación Chorrillos se subía un flaco medio gótico. Chaqueta de cuero gastada. Chascas. En realidad se hacía llamar "poeta maldito". Le planteó a los pasajeros qué es lo que querían escuchar, si poesía maldita o poesía romántica. Comenzó con la primera, y por su entusiasmo se notaba que era la clase de poemas que prefería declamar. Una intro de Artaud y luego un par de versos suyos, recitados de memoria. Imágenes de muerte y de decadencia al uso. Declamadas a viva voz. Mientras lo hacía, sonaba de vez en cuando la voz femenina automática anunciando, irónicamente, que había que cooperar por un mejor viaje para todos. El flaco poeta comenzó parando, señalando que se trataban de los comerciales. Luego seguía declamando por encima del anuncio, aunque no se escuchase un carajo. Su propia actitud pretendía imponerse al anuncio robótico. La voz del versificador delirante vs la voz mecánica de la automatización. No sé por qué me acordé de aquellas lecturas clandestinas que hacían otrora en los trenes abandonados a la altura de Placeres. Era en esa época el ánimo enérgico y cándido de jugar a la rebeldía. Lo mismo para este simpático personaje a bordo del metro y su malditismo febril. Una flaca al despedirse le daba la mano y le echaba una gamba al paso. Se le oía decir: "También leo poesía". Allí moría el show, mientras el anuncio para el cierre de puertas volvía a hacerse presente. El flaco así desaparecía entre la gente apurada por salir. Ya llegando a Bellavista, sin embargo, reapareció de la nada, saltando detrás del andén hacia la calle, tarareando alguna melodía desconocida mientras contaba unas cuantas chauchas.
Me llega la invitación a un evento, en que se presentará una edición del libro "Poetas, voladores de luces" de Enrique Lihn. Al entrar al evento, sin embargo, interpreto mal y leo "Poetas, voladeros de luces". Hay errores que iluminan.

lunes, 17 de julio de 2017

El gran secreto de George Romero en relación al terror fue que reinterpretó ese viejo mito sobre el vudú haitano de la resurrección de los muertos, para volverlo una metáfora sobre la naturaleza de los propios vivos. Su mejor cine se enfocaba en una subrepticia protesta contra el estado de cosas que mantenían los vivos, en la sensación inminente de que "todos se están empezando a sentir como zombies". Un mundo de muertos vivientes, para Romero, era un escenario latente. El zombie, visto de esa forma, sería incluso una criatura verosímil, la consecuencia catástrofica de una humanidad que no haría otra cosa que fagocitarse a si misma. De ahí también la ingente crítica de Romero al imaginario zombie más actual. Decía, por ejemplo, sobre la serie "The Walking Dead" que hacía que fuera imposible crear una película zombie que tuviera cualquier tipo de sustancia que no fuera zombies causando destrucción. Romero se refería a cierto purismo genérico, que habría degenerado luego en una criatura informe demasiado ideológica. Pero resulta inevitable esa relectura cinematográfica, sobre los zombies como un chivo expiatorio para hablar sobre la sociedad misma, sobre todo en un contexto en el cual los vivos resultan, a fin de cuentas, mucho más peligrosos que los propios muertos. Más peligrosos que sus propios miedos más profundos. Con todo, Romero seguirá ahí presente, esperando a resucitar en la mirada agónica de cada muerto que se creía vivo, en un mundo que quiere (sobre)vivir a toda costa conociendo de antemano su inexorable final.
Había estado soñando cosas inenarrables. Tanto así que solo recuerdo detalles vagos y difusos de cada sueño. El de anoche tenía una relación exclusiva con una frase de Borges. Una frase seguramente apócrifa, inventada, como las propias de Borges, solo que ahora se trataba de una maquinación personal. Era una apostilla teórica al libro de Tlon. En su momento la sabía de forma íntegra. Lamento haberla olvidado. Pero al parecer en aquella frase se hablaba de Eckermann. Busqué en su lugar alguna frase de Borges con Eckermann, y apareció una en que mantenía un diálogo con Goethe. Comenzaba hablando Eckermann. Decía «Debe ser algo extraño, la verdad». Goethe le respondía «No tan extraño como puede pensar la gente», luego agregaba «los personajes piensan, actúan y sienten como nosotros (...) con la salvedad de que entre ellos todo es más claro, más casto y más moral". Algún significado debe tener. Alguna extraña asociación. Pero después de todo no se trata sino de una maniobra onírica, discursiva. Una interpretación antojadiza producto de una lectura demasiado oscura. Tan extraña como la verdad lo era para el propio Eckermann, ya no sé si en el propio sueño de la frase o al momento de pensarlo.

domingo, 16 de julio de 2017

Ha muerto George Romero. Pero descuida, maestro, los zombies seguirán vivos.
Con mi hermana y mi madre conversábamos respecto al Pastor Soto. Ella tenía una tesis sobre su actuar. Estaba segura que lo suyo era más bien una suerte de gran performance, puesto que un pastor evangélico común y corriente solo se dedicaría a predicar en la calle con su grey, quizá con los excesos discursivos y retóricos que lo caracterizan, pero sin llegar a "profanar" el ámbito mediático. Con todo el aparataje que cubre los escándalos del polémico Pastor pareciera que se le está dando una tribuna subrepticia. Y en el fondo hacia eso apuntaría su puesta en escena: convertirse en una figura pública y en una voz, pero no precisamente en representación de toda la comunidad evangélica, sino que en representación de su propio nombre, estando dispuesto a sacrificar en el camino el sentido común y coronar el absurdo. Por supuesto que esa sería una mirada cinícamente optimista. Lo real sería sostener que el mencionado Pastor hace lo que hace con una convicción ciega, y que su cobertura no es sino una consecuencia inevitable de su despropósito. Pero también podría ser el caso que su intención quijotesca no apunte tanto a hacer valer lo que dice en la biblia como a buscar la fama que resulta de eso. Ponía mi madre el caso de Jimmy Swaggart, un pastor evangélico norteamericano, famoso en los años ochenta, llenando estadios enteros de fieles escuchando y creyendo a rajatabla en su palabra; una suerte de rockstar para los evangélicos, quien incluso llegó a confesar que tenía tejado de vidrio al contratar los servicios de una prostituta, solo para después arrepentirse en público ante una copiosa audiencia televisiva. El Pastor Soto, según la tesis sostenida, buscaría entonces volverse algo así como un Jimmy Swaggart criollo. Más que un predicador callejero, un showman hasta el punto del paroxismo. Por eso su discurso no resiste análisis alguno, porque no se centra tanto en el contenido (vacío) como en la forma, en un anacronismo persistente hasta la saturación, en un afán del escándalo por el escándalo, en una ficción insufrible de su caricatura. Hay en esta clase de pastores mucho de performistas, pero performistas que se han tomado tanto en serio que por su sola seriedad llegan a causar una hilaridad única en su género.

sábado, 15 de julio de 2017

Gainsbourg y la nieta de Tolstoi

Según una biografía de Serge Gainsbourg, entre las muchas féminas que tuvo se cuenta nada menos que a la nieta de León Tolstoi. La relación con ella fue, sin embargo, particularmente distinta a todas las otras, por el simple hecho de que fue su primer gran amor y, a su vez, uno de sus primeros fracasos. Se dice que cuando estudiaban en la Escuela Superior de Bellas Artes intentaron algo, pero la nieta de Tolstoi, Olga, se corrió a último minuto. Le prometió volver, pero, como era de esperarse, nunca lo hizo. Años después cuenta la biografía que se reencontraron en Argelia cuando Serge ya era famoso. Olga llamó a su puerta. Él apenas la reconoció, sugiriendo de forma un tanto cruel que, después de todo, ellos nunca se quisieron de verdad. La cuestión entonces terminó en nada. Después de leer ese pasaje, busco una frase del abuelo de Olga, León Tolstoi. Sobre las mujeres. Señala en una que: “Aquel que ha conocido sólo a su mujer y la ha amado, sabe más de mujeres que el que ha conocido mil”. Pienso en Gainsbourg, en la discordancia entre su reputación y los dichos de Tolstoi, y no puedo evitar una sonrisa ante la sutil ironía.
Por lo que veo, la nieve es centralista. Por estos lados, una lluvia fugaz y un sol helado como premio de consuelo.

viernes, 14 de julio de 2017

Alone

Hay una anécdota, más legendaria que verídica, que cuenta el porqué del célebre seudónimo de Hernán Díaz Arrieta: Alone, que significa solo, solitario en inglés. Dicen que el Alone le fue otorgado por una mujer, Shade (sombra), una escritora anónima, de cierto prestigio en el Chile de comienzos de siglo XX. Según el propio Alone, su seudónimo lo siguió utilizando en realidad a modo de homenaje a aquella escritora, su primer amor platónico de juventud. El Alone le sirvió para firmar luego dos cuentas que publicó en la revista Pluma y Lápiz. A partir de ahí entonces se consagró a la crítica literaria. De su antigua y querida Shade, sin embargo, nunca volvió a saberse nada. Uno de los más reconocidos críticos literarios de Chile, bautizado por una mujer como Alone. El epítome, el colmo de la soledad. Podrá parecer una historia romántica pero también tiene mucho de ironía. La crítica como un ejercicio romántico y a la vez solitario, auto paródico.
Chucha, hace poco desperté y no sabía si estaba atrasado para ir a la pega o si solo debía seguir acostado, dejando que la música de la radio siguiese sonando. Fue tan incómodo que en su momento me urgí caleta. Habrá sido el insomnio, la desidia o solo una de las malas jugadas de la mente. En mi cabeza sonaba Im Going Home de Ten Years After luego de haber visto un par de películas hasta altas horas de la madrugada. Me hallaba volviendo de algún lado, pero no sabiendo hacia dónde ir, hasta que un golpe de frío desde la ventana abierta sirvió de paipazo. De cierta forma, el invierno me hizo volver en sí. El sueño me había arrebatado el juicio, mandándome a la cresta. Entonces respiré hondo, me asomé hacia la calle y bebí el último sorbo de café de la taza dejada sobre el velador.
Última de la NASA: La sonda espacial Juno sobrevoló directamente sobre la Gran Mancha Roja de Júpiter el lunes, pasando a una distancia de apenas 9000 kilómetros sobre la tormenta. Se sabe que es lo suficientemente grande como para cubrir la Tierra por completo y ha estado en actividad durante siglos. Seguramente nuestro propio sistema cósmico tiene, así, un efecto más psicodélico que cualquier sustancia o música en ácido. A eso se refería quizá Kubrick en aquella vieja entrevista ofrecida en una revista editada por Robert Anton Wilson: "la cruel pero bella indiferencia del Universo". El solo visionado de su forma despierta tanto la sensación de caos como la intuición de una belleza sublime por inabordable. Frente a esa impresión, el ego no puede sino zozobrar como ante una película con demasiadas capas de lectura. Entonces, qué es lo que esas fotografías de la gran mancha roja de Júpiter pueden comunicar o significar más allá de su propia majestuosidad. Algo similar recordé que se disputaba en una clase de psicología. En qué cambia el orden de lo humano, el orden material consuetudinario con un acercamiento o una imagen más viva de un fenómeno astronómico, a una distancia brutal de nuestro propio universo simbólico. Nada, a excepción de una vista más amplia. Una contemplación mucho más vivaz. La ciencia del cosmos no es útil. Su propósito podrá tener una intención política, incluso conspirativa, pero no arreglará nada. Las cuestiones trascendentes no sirven. No son su naturaleza servir. La ciencia del cosmos es como el arte del cine, no cambia la vida, pero sí cambia la perspectiva, la óptica bajo la cual esa vida avizora un camino, un visionado posible. Con todo, es imposible no asociar la gran mancha roja de Júpiter con 2001. Será porque las conquistas del espacio son solo comparables a las conquistas del celuloide y la imaginación.

jueves, 13 de julio de 2017

Cerca de Bellavista, a un costado de donde machetean los punkis, doy con unos libros en un puestito frente al Serviu. El primero en el cual fijé la vista fue una edición de En las cimas de desesperación de Emil Cioran, editorial Tusquets, sellado, a nueve lucas. Hice el gesto de meter la mano al bolsillo, estando a punto de comprarlo. Aunque la duda, la vacilación fue más fuerte. Pasaron alrededor de cinco minutos de vitrineo inútil, producto de la duda ante la compra del libro. El propio discurrir ante la posibilidad de adquirirlo se volvía dilemático, desesperado. Hasta que llegó un sujeto x de la nada. Mientras seguía merodeando otros libros, escarbando alrededor del de Cioran pero todavía sin la intención de comprarlo, el sujeto, como era previsible, puso su mirada en él. En menos de un minuto, ya estaba regateando su precio con el vendedor. Todo indicaba que él lo compraría. De repente, al sujeto le invadió también la duda ante la compra, durante más de un minuto. Ya pasado ese lapso, se fue sin más, con ese típico y fugaz agradecimiento de transeúnte apurado. Ambos, el sujeto y yo, clientes potenciales, pero finalmente, clientes frustrados, renegando de si mismos ante la vacilación por la compra de aquel libro de Cioran. La ida del sujeto servía, sin embargo, de victoria pírrica, de consuelo pasajero, porque la duda continuaba. Todo indicaba que el libro debía comprarse en ese preciso instante, pero en cambio, me vi hojeando las páginas abiertas, dobladas de un libro llamado "Actitud mental positiva" de Napoleón Hill y William Clement Stone. El libro ese estaba botado, a precio de huevo. Claramente devaluado. Cerré entonces el libro, sin ánimo de hojearlo. Hasta que el vendedor anunció que ya era hora de cerrar el boliche. Pregunté a qué hora estaría mañana. Decía que todo el día, con algo de prisa, mientras iba metiendo a la caja, de manera casi automática, los últimos ejemplares que quedaban arriba de la mesa. Entre ellos, el famoso tratado sobre la desesperación.

martes, 11 de julio de 2017

El Vaticano se reinventa a sí mismo. Ahora en un fallo respecto a las propiedades del pan, el Papa Francisco ha decidido estar en contra de las hostias sin gluten pero a favor de aquellos organismos genéticamente modificados. Según esa declaración, para el Papa entonces la tan llamada transubstanciación tendría además un correlato genético. Quién lo creería: La Iglesia aceptando una explicación científica para justificar uno de sus dogmas. Pero basta con que los creyentes recuerden, al momento de comulgar, quién fue uno de los principales pioneros de la genética, para que todo adquiera un tenor digno de novela distópica. Se trata nada menos que de Gregor Mendel, un sacerdote austriaco. De ese modo, al querer comer el cuerpo de cristo en hostias transgénicas, los fieles no solo lo estarían haciendo en nombre de su antiguo dios, sino que también, implícitamente, en nombre de la ciencia moderna.

Sename

Cuando Ivan Karamazov conversaba con su hermano Aliosha respecto a la naturaleza del dolor en la Tierra, acabó demostrando que en este punto la existencia de un Dios le resulta irrelevante, por cuanto no la niega, pero no tolera su creación; el mundo, en particular, la sociedad completa. Consideraba inconcebible el dolor, sobre todo el dolor de los niños. Le repetía de manera enfática: Toda la sabiduría del mundo es insuficiente para pagar las lágrimas de los niños. Aliocha, con los ojos brillantes, se convencía sobre los dichos de su hermano. Su conclusión era que no podía admitir el hecho de que los hombres aceptasen el progreso, en última instancia, la felicidad, la tal llamada "salvación", a costa del sufrimiento de un pequeño mártir. Aquel maquiavelismo, desde un punto vista ético de su creencia, resultaba simplemente un contrasentido, una aberración. Se podría incluso hacer un parangón con lo señalado por Albert Camus respecto a la cuestión de la libertad, cuando se refiere a la mentira flagrante de quien sostiene que “hay que matar a unos cuantos para llegar a un mundo donde no se mate a nadie". Solo en base a esos dos juicios literarios, la infancia aparece como lo único inocente frente a la calamidad, en suma, como aquella instancia, aquel espacio en donde todavía se reconoce la inocencia perdida luego del destierro del paraíso, aquel paraíso vivido pero luego extraviado por el paso del tiempo y la experiencia. Es increíble, con todo, cómo en aquella célebre conversación con su hermano Aliosha, Ivan pareciera estar describiendo, en el fondo, una realidad similar a la vivida en el Sename, esa especie de orfanato ruso decimonónico pero en clave sudaca. Hay una autora, Guila Sosman, que señala unas palabras rotundas al respecto. El Sename como un fantasma que sigue ahí, que se manifiesta a través de la crisis, del socavón moral de una sociedad que se fagocita a sí misma. En una película reciente, “Mala Junta”, recuerdo que se hablaba de la incertidumbre respecto al destino de los que irían a parar a ese centro. El gesto de uno de los jóvenes protagonistas al enterarse que debía ingresar allí, en contra de su voluntad, preso de las circunstancias, era tal que no dejaba ver otra cosa que una expresión vacía de sentido. Eso explicaría, entre otras cosas, el fracaso completo del sistema en un sinnúmero de otros casos que siempre tienen en común la voluntad de fuga y la rebeldía, auténticos catalizadores de su impotencia. El Sename así vendría siendo nuestra propia versión de aquella zona tan temida por los personajes de Dostoievski. Su sola existencia interpela a quienes ven en la desesperación nada más que una fantasmagoría. En este sentido, el silencio del Estado acaba siendo tan ensordecedor como el eterno silencio de Dios.

lunes, 10 de julio de 2017

Los dos dinosaurios

Armando Uribe y Nicanor Parra, los dos dinosaurios de la poesía chilena que aún siguen con nosotros. Ambos han permanecido prácticamente a las sombras de la luz pública. Eso sí, sin dejar de producir por su cuenta, escondidos, lejos del ruido de la hiper conexión. Sin embargo, pese al factor tiempo, hay algo que los diferencia de manera casi diametral. Nicanor Parra, a su vez el más longevo, ha ido derivando hacia una especie de mito viviente. Por lo que se ve no ha escrito nada relacionado con la antipoesía, a excepción de los llamados "discursos de sobremesa". De hecho, su último libro es solo una antología titulada "El último apaga la luz", título, por lo demás, bastante conveniente. Uribe, en cambio, no ha dejado de escribir poesía en ese estilo amargo y sarcástico que lo caracteriza. Solo que lo ha hecho tratando de conspirar a pesar de todo, en un auto exilio acorde a su visión lúcida, catastróficamente lúcida. Su silencio mediático podría ser analogado casi con el de un monje rabioso. Por ejemplo, con el último trabajo La vanidad de la soberbia, afirma sin más que "sus libros no sirven para absolutamente nada", puesto que lo que aumenta con el tiempo no es el conocimiento ni la sabiduría, sino que la tontería. Veo en Parra y Uribe, algo así como los dos polos de una escritura que ha sobrevivido a su propia caducidad. Animales de otra historia que se han resistido a volverse fósiles en la era del desecho. El primero, como una gran carcajada paródica que sigue riendo incluso cuando ya ha acabado el show; Y el segundo, como el gran ceño fruncido que sospecha de todos los artificios, incluido el artificio de la propia poesía y el de la vida, de cara a la muerte.

domingo, 9 de julio de 2017

"Los baños del Máscara son como los de Trainspotting" Una gringa en el local.
A veces me pregunto qué habrían escrito ciertos escritores antiguos si hubieran tenido blog. Pienso por ejemplo en grandes diaristas: Ramón Ribeyro, André Gide, Pessoa, Pavese, el propio Kafka. La pulsión no se agota solo en el medio de la expresión, aunque se ve directamente ligada a ella, como una suerte de membrana a través de la cual se sublima el siempre caro e ininteligible mundo interior. Me acuerdo que una vez con un amigo discutimos acerca de la necesidad de todo esto. Respecto al escribir impulsado por un proyecto, por un interés un tanto mundano, o por una serie de circunstancias vitales, existenciales, que hacen prácticamente inexcusable cualquier otra forma de manifestar la experiencia. Ponía el caso de Juan Emar, quien, después de haber escrito dos de sus libros más conocidos, se auto exilió durante más de veinte años a completar su ya legendaria "novela total" (como la llamaría Bolaño): Umbral. Decía que dedicar la vida a escribir nunca ha sido lo recomendable dentro de los parámetros de supervivencia establecidos. Al menos en el contexto contemporáneo. El amigo argumentaba que muchos anteponían la salud, la propia vida, al oficio. Le explicaba que, en cambio, gracias a todo ese sacrificio auto flagelante, a esa determinación atípica, Juan Emar fue lo que fue. Alvaro Yañez Bianchi nunca necesitó subsistir de la literatura: era hijo de un senador y empresario, presionado por su padre para seguir la abogacía. Conoció París a temprana edad, lugar en el cual se empapó de la vanguardia de aquellos años. A pesar de todos esos privilegios, se dedicó cien por ciento al trabajo artístico y literario. Todo consistió al fin y al cabo en una cuestión de determinación. Los motivos y caminos de la creación son siempre oscuros. Inexplicables bajo la lógica del sentido común. Incluso discutibles desde un punto de vista moral. Pero sin esa manía hasta cierto punto patológica no podríamos conocer "la sombra del éxtasis" creativo. Y todo ello no tiene nada que ver con la felicidad, sino que netamente con una obsesión, con una idea mórbida incrustada en la mente y el espíritu. Si Juan Emar hubiera seguido el otro camino, el de la salud, quizá no sabríamos jamás de su ambiciosa obra. Si el mismísimo Kafka (Neruda llamó a Emar, "nuestro Kafka") no hubiese tenido la enfermedad, ni el padre que tuvo, ni esa vida rutinaria y atormentada, no habría sido Kafka. Quizá hubiese llevado una vida más saludable, mucho más corriente, FELIZ! pero en su lugar habría sacrificado la posteridad. A ratos la decisión de escribir va en contra de cualquier expectativa, pero es algo que muchas veces no se elige, o, por el contrario, algo que simplemente los sujetos eligen a pesar de sí mismos. Escribir no los hizo precisamente plenos. Fue lo más cercano a un estupefaciente simbólico. Vacío de un sentido estable, pero repleto de un placer contingente, sin garantías. Hicieron lo que la sociedad nunca esperaba de ellos; sin embargo, fue lo que a la larga los hizo únicos.

viernes, 7 de julio de 2017

Pensándolo bien, durante estas fechas, el grado de alineación se ha vuelto directamente proporcional al grado de satisfacción por dejar de hacer lo que se estaba haciendo...

jueves, 6 de julio de 2017

Una cosa que siempre me he preguntado, sobre los requisitos para postular a los famosos fondart: ¿qué cresta significa el "impacto" de una obra? Fanny Campos Espinoza se cuestionaba eso ayer, criticando el criterio cuantitativo para la medición de los proyectos. A lo mejor si la palabra impacto se refiriera a un meteorito, una nave cayendo del cielo, tendría mucha más coherencia que asociada a una simple cuestión estética, artística.

miércoles, 5 de julio de 2017

Luego de la última hora, el día Martes, el auxiliar del aseo había estado barriendo la tierra húmeda del patio producto de la lluvia fugaz de la mañana. Iba saliendo y al bajar la escalera este sube, por su parte, hacia la sala desocupada. Las sillas revueltas por todos lados. Rastros de materia traslucidos en la pizarra blanca. Sobre la mesa, vestigios de la convivencia. La realidad apócrifa de cada clase había acabado, y lo único que restaba era el desorden de su existencia, la vacilación de su desenvolvimiento, durante los últimos días lectivos. El auxiliar acababa su labor, seguramente, y cerraba todo de nuevo. Lo único que persistía abierto era el basurero. Llegaba de pronto a la sala cercana a la oficina, echaba todo el desperdicio de la jornada al tacho, destinado a repetir el mismo ciclo, la misma labor, una y otra vez. "No nos darán vacaciones de invierno", me explicaba al entrar a la sala de profes, "siempre hay algo que limpiar". Me repetía esa última frase acaso como una explicación resignada o determinada. Le decía que faltaba poco para el verano, notando la sensación chacotera que, sin embargo, albergaba su sonrisa corta. Al salir de allí, el auxiliar sacó una lonchera con la colación y, acto seguido, una pequeña biblia. Alcanzó a abrirla en alguna página al azar -o, a lo mejor, elegida misteriosamente-, miró al techo, y se puso a leerla con los brazos cruzados.
La nueva: Mineduc sugiere que ciertos colegios se valgan del sorteo en vez del sistema por orden de llegada para matricular a sus alumnos. Ante la ineficacia de las filas y las largas esperas burocráticas, se cortó por lo sano y se dejó al "azar" el destino de los inscritos. No es, en todo caso, nada tan reciente. Ya se había hecho mención sobre el uso de la tómbola en un colegio de Ñuñoa, un par de años atrás. Lo más absurdo de todo es que plantean la medida como si fuese la solución definitiva. Seguramente, los responsables lo que buscan en realidad es ir instalando de a poco la teoría del caos en cuestiones educativas. Para ellos "el caos sería lo justo", como diría el Guasón. Una medida limpia, imparcial. En apariencia, libre de interés. Sin embargo, no tienen en cuenta el factor de las probabilidades, la pugna siempre latente entre la decisión y el determinismo. Y ya que entramos en la lógica de los juegos de azar, considerando a la sociedad entera en cuanto lotería, habría que comenzar a repensar cuánto de azar y cuánto de deliberación habría detrás de todo aquel jueguito. El matemático Henri Poincaré, por ejemplo, ya había observado hacía un tiempo que juegos como la ruleta parecen de azar, pero esconden una serie de factores no observables a simple vista que propician la causalidad de ciertos resultados, no su "casualidad". De esa forma, habría que cuestionarse en qué método de azar, en qué galimatías conceptual piensan estos nuevos genios de la selección educativa, ya que sabiendo la costumbre de los casinos en general, "la casa invita pero siempre gana". Si se fuese un poco más allá con la onda del azar aplicado al orden social, podría incluso el sistema de sorteo ocuparse para la política misma, y ¿por qué no? de seguro tendríamos una representatividad más acorde a nuestros tiempos caóticos, una mucho más aleatoria, y así terminaría todo de irse a la reverenda, pues el azar se volvería por fin lo más democrático del universo.

martes, 4 de julio de 2017

Posverdad

Hace unos días la RAE aprobó para diciembre el ingreso al diccionario de la palabra posverdad, un préstamo lingüístico tomado de Estados Unidos (post truth, de acuerdo al diccionario de Oxford), muy de moda últimamente, que significa algo así como: toda aquella información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, “sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público”. El por qué de su ingreso, el cómo de su origen, es lo de verdad intrigante y preocupante. Una posible genealogía de la palabra podría derivar de Lyotard y su ya clásico tratado sobre la posmodernidad en cuanto caída de los metarrelatos. Sería a partir de aquel planteamiento paradigmático que se haría tan popular el prefijo post, usado luego de forma un tanto indiscriminada para resignificar conceptos importantes, contingentes, desde un punto de vista progresista. Ahora bien, Villanueva, el propio director de la RAE, ha acotado que el término debe entenderse en su contexto, en relación a la política en general y su batería de mentiras discursivas y sesgo ideológico. Todo aquello que comprende el campo léxico de la posverdad guardaría un vínculo insoslayable con la ficción, pero no la ficción literaria, sino que la ficción instrumental, brazo armado del aparataje mediático y comunicacional. El creciente uso del concepto sería para Villanueva una señal de que en la actualidad "lo real no consiste en algo ontológicamente sólido y unívoco, sino que, por el contrario, en una construcción de conciencia, tanto individual como colectiva". Lo peligroso es que se ha malversado tanto ese sentido de construcción que ha desembocado en una suerte de relativismo extremo, subjetivismo recalcitrante, desprecio por la rigurosidad de los hechos, verdad sin análisis, médula científica, relieve crítico, al servicio de los think thank de la elite o, por otro lado, al servicio de las nuevas masas empoderadas bajo el signo de la corrección política como sinónimo antojadizo de avanzada cultural. A esto se refería, por su parte, A. C. Grayling, filósofo británico, con la tan bullada "posverdad": el orden invertido de la razón y el sentido común, el limbo irresoluto entre el discurso oficial y el discurso secreto. Su punto de tensión sería precisamente la instancia en que se gestaría tanto la nueva demagogia reaccionaria como una incipiente contracultura acorde a la era internet ¿Habrá sido entonces la "posverdad", en su principio, una consecuencia necesaria e inevitable del descreimiento hacia las verdades absolutas y los universales homogéneos, o solo se puede considerar como aquel vicio semántico que explica de manera dramática la cosmovisión y la conducta de los nuevos sofistas virtuales y sus lanceadas inquisitivas a diestra y siniestra, algo así como la intuición orwelliana replicada a nivel discursivo?

Wittgenstein, en relación a la naturaleza de la verdad, señalaba lo siguiente: "Cuando uno se asusta de la verdad, entonces nunca es toda la verdad de la cual se tiene idea". Así como muchos cuestionan la validez de la posmodernidad, arguyendo que el proyecto originario de la modernidad ni siquiera se ha llegado a cumplir del todo, quizá la posverdad no sea más que eso; la palabra para nombrar el miedo a la indefinición de la verdad, su cualidad enigmática, de fantasma, de obsesión impotente.

lunes, 3 de julio de 2017

Cuando se acerquen los últimos días de clases, y el período de revisión de pruebas se vuelva extenuante, repítase lo siguiente, a modo de mantra: El Universo entero es una prueba infinita que se corrige a si misma.
Domingo de fracasos. Habría que pensar en un estudio serio del fracaso como concepto más familiar de lo que creemos. En el por qué se le teme, pero, sin embargo, se le vive a ratos. En su reticencia inicial pero luego en su posibilidad latente, inminente. Real.

sábado, 1 de julio de 2017

Twin Peaks, el hongo atómico

¿Al principio fue la bomba atómica? El episodio 8 de la nueva temporada de Twin Peaks nos hablaba, al fin y al cabo, del origen del mal. La bomba capaz de condensar la energía del universo, en toda su capacidad destructiva pero también en toda su belleza inconmensurable. Para aquellos que no lo sabían, resulta que la primera prueba atómica fue en Nuevo México, el 16 de Julio de 1945, específicamente en la localidad de Alamogordo. Esa prueba inicial sería el detonante de todo. Lynch nos devuelve la mirada no tanto a una masturbación visual hermética como a una realidad inducida mediante un trance cinematográfico. Nos confronta con el horror de la verdad: el hongo atómico habría debutado en América. El mal en Twin Peaks no sería sino su manifestación clandestina, subterránea. América como el continente de Twin Peaks, la zona cero vetada por la historia oficial, el gran laboratorio del progreso occidental. Lynch no hace otra cosa que revelar la mutación de nuestra cultura y de nuestros pensamientos. Pero he ahí en esa verdad también un secreto peligroso. La forma del hongo también puede ser, a su modo, una obra de arte. Una fuera de toda convención. Una capaz de reunir creación y destrucción en un solo impacto. Algo parecido había dicho Stockhausen sobre el ataque a las Torres Gemelas. "La mayor obra de arte de todos los tiempos". Lo que nos lleva al auténtico punto: "¿Lo bello debe ser necesariamente bueno?, ¿No es acaso la moral un velo para la contemplación de lo bello? ¿Qué sería del arte acaso sin ese componente de maldad, de destrucción? Lynch nos ofrece una respuesta hecha de luz y de celuloide. Nos toca a nosotros decidir: o rendirse ante la magnitud de las imágenes o escapar de su radiación y perderse el espectáculo.