martes, 18 de julio de 2017

Al metro estación Chorrillos se subía un flaco medio gótico. Chaqueta de cuero gastada. Chascas. En realidad se hacía llamar "poeta maldito". Le planteó a los pasajeros qué es lo que querían escuchar, si poesía maldita o poesía romántica. Comenzó con la primera, y por su entusiasmo se notaba que era la clase de poemas que prefería declamar. Una intro de Artaud y luego un par de versos suyos, recitados de memoria. Imágenes de muerte y de decadencia al uso. Declamadas a viva voz. Mientras lo hacía, sonaba de vez en cuando la voz femenina automática anunciando, irónicamente, que había que cooperar por un mejor viaje para todos. El flaco poeta comenzó parando, señalando que se trataban de los comerciales. Luego seguía declamando por encima del anuncio, aunque no se escuchase un carajo. Su propia actitud pretendía imponerse al anuncio robótico. La voz del versificador delirante vs la voz mecánica de la automatización. No sé por qué me acordé de aquellas lecturas clandestinas que hacían otrora en los trenes abandonados a la altura de Placeres. Era en esa época el ánimo enérgico y cándido de jugar a la rebeldía. Lo mismo para este simpático personaje a bordo del metro y su malditismo febril. Una flaca al despedirse le daba la mano y le echaba una gamba al paso. Se le oía decir: "También leo poesía". Allí moría el show, mientras el anuncio para el cierre de puertas volvía a hacerse presente. El flaco así desaparecía entre la gente apurada por salir. Ya llegando a Bellavista, sin embargo, reapareció de la nada, saltando detrás del andén hacia la calle, tarareando alguna melodía desconocida mientras contaba unas cuantas chauchas.

No hay comentarios.: