domingo, 16 de julio de 2017

Con mi hermana y mi madre conversábamos respecto al Pastor Soto. Ella tenía una tesis sobre su actuar. Estaba segura que lo suyo era más bien una suerte de gran performance, puesto que un pastor evangélico común y corriente solo se dedicaría a predicar en la calle con su grey, quizá con los excesos discursivos y retóricos que lo caracterizan, pero sin llegar a "profanar" el ámbito mediático. Con todo el aparataje que cubre los escándalos del polémico Pastor pareciera que se le está dando una tribuna subrepticia. Y en el fondo hacia eso apuntaría su puesta en escena: convertirse en una figura pública y en una voz, pero no precisamente en representación de toda la comunidad evangélica, sino que en representación de su propio nombre, estando dispuesto a sacrificar en el camino el sentido común y coronar el absurdo. Por supuesto que esa sería una mirada cinícamente optimista. Lo real sería sostener que el mencionado Pastor hace lo que hace con una convicción ciega, y que su cobertura no es sino una consecuencia inevitable de su despropósito. Pero también podría ser el caso que su intención quijotesca no apunte tanto a hacer valer lo que dice en la biblia como a buscar la fama que resulta de eso. Ponía mi madre el caso de Jimmy Swaggart, un pastor evangélico norteamericano, famoso en los años ochenta, llenando estadios enteros de fieles escuchando y creyendo a rajatabla en su palabra; una suerte de rockstar para los evangélicos, quien incluso llegó a confesar que tenía tejado de vidrio al contratar los servicios de una prostituta, solo para después arrepentirse en público ante una copiosa audiencia televisiva. El Pastor Soto, según la tesis sostenida, buscaría entonces volverse algo así como un Jimmy Swaggart criollo. Más que un predicador callejero, un showman hasta el punto del paroxismo. Por eso su discurso no resiste análisis alguno, porque no se centra tanto en el contenido (vacío) como en la forma, en un anacronismo persistente hasta la saturación, en un afán del escándalo por el escándalo, en una ficción insufrible de su caricatura. Hay en esta clase de pastores mucho de performistas, pero performistas que se han tomado tanto en serio que por su sola seriedad llegan a causar una hilaridad única en su género.

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