martes, 4 de julio de 2017

Posverdad

Hace unos días la RAE aprobó para diciembre el ingreso al diccionario de la palabra posverdad, un préstamo lingüístico tomado de Estados Unidos (post truth, de acuerdo al diccionario de Oxford), muy de moda últimamente, que significa algo así como: toda aquella información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, “sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público”. El por qué de su ingreso, el cómo de su origen, es lo de verdad intrigante y preocupante. Una posible genealogía de la palabra podría derivar de Lyotard y su ya clásico tratado sobre la posmodernidad en cuanto caída de los metarrelatos. Sería a partir de aquel planteamiento paradigmático que se haría tan popular el prefijo post, usado luego de forma un tanto indiscriminada para resignificar conceptos importantes, contingentes, desde un punto de vista progresista. Ahora bien, Villanueva, el propio director de la RAE, ha acotado que el término debe entenderse en su contexto, en relación a la política en general y su batería de mentiras discursivas y sesgo ideológico. Todo aquello que comprende el campo léxico de la posverdad guardaría un vínculo insoslayable con la ficción, pero no la ficción literaria, sino que la ficción instrumental, brazo armado del aparataje mediático y comunicacional. El creciente uso del concepto sería para Villanueva una señal de que en la actualidad "lo real no consiste en algo ontológicamente sólido y unívoco, sino que, por el contrario, en una construcción de conciencia, tanto individual como colectiva". Lo peligroso es que se ha malversado tanto ese sentido de construcción que ha desembocado en una suerte de relativismo extremo, subjetivismo recalcitrante, desprecio por la rigurosidad de los hechos, verdad sin análisis, médula científica, relieve crítico, al servicio de los think thank de la elite o, por otro lado, al servicio de las nuevas masas empoderadas bajo el signo de la corrección política como sinónimo antojadizo de avanzada cultural. A esto se refería, por su parte, A. C. Grayling, filósofo británico, con la tan bullada "posverdad": el orden invertido de la razón y el sentido común, el limbo irresoluto entre el discurso oficial y el discurso secreto. Su punto de tensión sería precisamente la instancia en que se gestaría tanto la nueva demagogia reaccionaria como una incipiente contracultura acorde a la era internet ¿Habrá sido entonces la "posverdad", en su principio, una consecuencia necesaria e inevitable del descreimiento hacia las verdades absolutas y los universales homogéneos, o solo se puede considerar como aquel vicio semántico que explica de manera dramática la cosmovisión y la conducta de los nuevos sofistas virtuales y sus lanceadas inquisitivas a diestra y siniestra, algo así como la intuición orwelliana replicada a nivel discursivo?

Wittgenstein, en relación a la naturaleza de la verdad, señalaba lo siguiente: "Cuando uno se asusta de la verdad, entonces nunca es toda la verdad de la cual se tiene idea". Así como muchos cuestionan la validez de la posmodernidad, arguyendo que el proyecto originario de la modernidad ni siquiera se ha llegado a cumplir del todo, quizá la posverdad no sea más que eso; la palabra para nombrar el miedo a la indefinición de la verdad, su cualidad enigmática, de fantasma, de obsesión impotente.

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