domingo, 10 de septiembre de 2017

Christine

La otra vez un amigo me recomendó ver la película sobre la vida de Christine Chubbuck, la periodista gringa de los setenta recordada por haberse pegado un tiro en vivo mientras presentaba un programa de televisión. Fue una cuestión que nos conmovió por igual, sobre todo porque el destino de la cinta en la que había quedado registrado el programa se ha vuelto prácticamente un misterio. Nada se sabe todavía sobre esa fatídica cinta, solo unas cuantas réplicas apócrifas en youtube y el enigma sobre un supuesto vhs original perdido. Chubbuck había informado sobre un tiroteo en un restaurante local, el día antes de su suicidio. Había pedido que el vídeo del tiroteo fuera acompañado por imágenes exclusivas, pero por problemas técnicos no pudo reproducirse. Al darse cuenta de eso, se movió nerviosamente y dio vuelta una página del guión, sobre la cual comenzó a reír diciendo: «De acuerdo a la política del Canal 40 de brindarles lo último en sangre y entrañas a todo color, están a punto de ver otra primicia: un intento de suicidio». Un macabro sarcasmo televisado. Así fue el premeditado acto contra su vida. De hecho, todos en un principio creyeron que se trataba de una performance en la cual Christine volvería a pararse muerta de la risa, mofándose de las sensacionalistas políticas del director del equipo. Pero no. Christine había realmente empañado las cámaras en tiempo real con su propia sangre. Asimismo, la propia memoria televisiva quedó salpicada, volviendo a la pantalla teñida de rojo, difuminando de manera abrupta el límite entre la verdad de los hechos y el horror de su contemplación.

Lo que hasta hoy nos preguntamos más, respecto a la figura de nuestra suicida, luego de saber las circunstancias de su vida y su muerte, es la ya clásica pregunta de rigor: ¿Por qué? ¿Por qué matarse? Los medios y el círculo íntimo apuntaban a problemas personales, una depresión y una tendencia suicida que iban in crescendo. Los pensamientos de Christine siempre quedaban en reserva. Nadie sabía a ciencia cierta lo que estaba viviendo por dentro. ¿Quién lo podría saber? Ni siquiera su propia madre, que de hecho hacía todo lo posible por sacarla del hoyo, sin llegar a comprenderla realmente. Pese a su talento y profesionalismo, Christine parecía siempre estar necesitando algo más. Nunca se hallaba plenamente satisfecha. Soledad, frustración sexual, mala suerte en el amor, sumado a la imposibilidad de concebir, habían mermado su autoestima hasta hacer de ella un alma extremadamente sensible al punto del desequilibrio. En la película se muestra que sus ideas siempre iban a la vanguardia de la prensa noticiosa, pero nunca eran acogidas por no ser funcionales. Pretendía imprimir crudeza y dramatismo a unos reportes demasiado fríos, impersonales. Eso fue lo que luego, en un reporte sobre los suicidios, quiso demostrar, haciendo de su propia muerte una primicia irónica, inmolándose ella misma para discutir cuánto de realidad y de audiencia podría haber en un hecho de sangre.

En la película de Network de Sidney Lumet se retrata un escenario similar al vivido por la señorita Chubbuck, incluso en completa analogía, mostrando a una serie de productores obsesionados con el rating que llegan incluso al extremo de manipular la propia realidad y maquinar un asesinato en vivo con tal de ganarse el derecho a permanecer en la pantalla chica. Nuevamente, la violencia al servicio del morbo de la pantalla. La decadencia será televisada o no será. Eso nos parecía decir Sidney Lumet con su sátira sobre los medios de comunicación. Christine se ha vuelto así la mártir de un periodismo idealista, un periodismo a toda costa real, socavado por el plomo de su propio inconformismo e impotencia.

Siempre hemos sentido especial admiración por los personajes caídos, los perdedores, los desplazados, los marginados de la sociedad, los que no encajan en ninguna parte pero pretenden que encaje a toda costa, contra todo pronóstico, incluso a punta de balazos. Para ser franco, más que compasión, lo que sentimos es pena, pero a la vez una extraña y especial admiración hacia Christine por representar todo eso y porque, en el fondo, era una más de las nuestras. Un alma bella, errante, explosiva. Christine, la de la película, la real, donde quiera que estés, nunca cambies.



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