martes, 5 de septiembre de 2017

Claudio Gaete, en una entrevista hace más de una década, recuerdo que hablaba sobre John Ashbery, en especial, sobre la particular expresión de su lenguaje poético. Decía que uno de los autores que citaba Vila-Matas en su novela sobre el síndrome Bartleby definía las digresiones como "métodos de aplazamiento, de ir hacia donde tienes que ir pero hacerlo merodeando durante el camino, deteniéndose, desviándose, sacando la vuelta, yéndose por las ramas", lo cual tendría que ver -para Gaete- con un deseo solapado de decepcionar constantemente las expectativas del lector, y, desde luego, traicionarse a sí mismo. En base a eso concluía que estaba con los que "no darían la vida ni por su propia vida", y probablemente ese haya sido el motivo por el cual sentía tanta afinidad con la actitud de John Ashbery ante la poesía. A ese irrestricto sentido de la digresión en la palabra relacionado con una digresión en la propia perspectiva del mundo, Gaete le llamaba "estética del merodeo", estética que el poeta de Hudson habría hecho suya con el paso del tiempo, a modo de orgánica y rosario personal. Nunca se está del todo en la ruta. Nunca se está del todo perdido. La vida -para Ashbery- había sido una digresión eterna.

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