martes, 5 de septiembre de 2017

Un cuarto para las dos. La clase había acabado. No quedaba nadie. En eso entró de repente un chico del otro curso. Se sentó al fondo de la sala. Sacó un cuaderno de la mochila y se puso a escribir algo. No sabía si un trabajo u otra cosa. Le pregunté qué era. Dijo que solo se trataba de algo pendiente. Volví a preguntarle que por qué había entrado a la sala, si todos se habían ido. "Es que no estoy ni ahí con nadie. Soy un solitario. Eso es todo", respondió. Del fondo casi se alcanzaba a distinguir un puro eco. Un eco sin respuesta.

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