martes, 14 de noviembre de 2017

Sale hace un rato la noticia del South China Morning Post sobre los cristianos chinos que son presionados por el gobierno para cambiar sus retratos de Cristo por los del presidente Xi Jinping. Se trata según sus autoridades locales de "transformar creyentes en la religión en creyentes en el Partido". A falta de fe, ideología. Un opio en lugar de otro. El líder chino se sublima a si mismo como la Verdad. Y sus acólitos se niegan a si mismos en cuanto sujetos de devoción. Algo similar pero en sentido inverso ocurría en la película Silence de Scorsese: la misión evangelizadora del Japón, la persecución de los japoneses conversos, el sincretismo imposible de dos cosmovisiones demasiado contrapuestas. En el filme, el traductor del padre Rodrigues, Tadabonu, sentenciaba lo siguiente, luego de conocer la realidad de la evangelización en Japón: “Nuestro Buda es un ser en el que los hombres podemos convertirnos, a diferencia de Jesús que es una figura imposible de alcanzar". Así para el feligrés moderno siempre se trató de renunciar a la propia personalidad, para adoptar la figura del líder, sea este santo o laico, blanco o rojo. Ya fuese Iglesia, Estado o Pueblo, siempre se trató del poder. El poder adquirido. El poder ejercido.

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