miércoles, 15 de noviembre de 2017

Tuve la necia ocurrencia de revisar un certificado de antecedentes que me habían solicitado hace tiempo para la pega del dos por uno. Tan intachable e intacto en cualquiera de los dos puntos como aquella primera vez. Para la ley y la justicia soy un pan de dios, no mato ni una mosca. O tal vez, siendo realista, soy solo un número más. Un silencioso número que no representa mayor peligro. En cambio, si revisara mi historial financiero y económico me daría cuenta que hace rato he sido hasta objeto de persecución, mediante el uso de comprometedoras cartas judiciales, merced a una morosidad impune y vegetativa, que he ido dejando madurar como si se tratarse de un débito sin fondo alguno. A medida que pasa el tiempo y las deudas crecen, crece a la vez cierta sensación creada de nerviosa expectación. Cada movimiento de dinero puede resultar improbable o al menos contraproducente. Al menor descuido podrán saltar las pirañas a ejercer su cobranza insurrecta, saltándose hasta la infraqueable orilla del anonimato con tal de arrebatar lo que reclaman como suyo. Puedo pasar así fácilmente de la capilla sacrosanta de la legalidad al purgatorio burocrático de la indolencia, por una cuantiosa diferencia de cifras, solo para demostrar que no hay deuda alguna que le haga la contraparte al peso de la conciencia.

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