miércoles, 14 de febrero de 2018

De chico siempre soñé que por estas fechas alguna enamorada me regalara un producto de aquella extinta empresa Village, (obsesión capitalista), declarada en quiebra ya a comienzos de siglo; aquella legendaria empresa del amor rayano en lo cursi que durante más de veinte años monopolizó la estética de nuestro romanticismo. Así como la empresa quebró, ese sueño de chico también lo hizo. Como tantos otros. Sueño ingenuo o tal vez demasiado romántico, ya no precisamente en el sentido actual, sino que en el sentido de idealista, de andar por las nubes. Pese a esa quiebra, siempre guardo la esperanza de alguna vez recibir un regalo que simbolice al menos de manera rústica alguna suerte de lazo afectivo. Algún regalo pequeño pero significativo que no sea solamente una sonrisa o una noche de placer efímera. En el fondo, sueño con tener siquiera alguna wea buena que presumir durante un día especialmente dedicado al comercio de los corazones y cupidos. Mientras tanto, continuo en una carrera hedonista y narcisista sin fin, en un amor propio masoquista, refugiado en el alcohol y brindando por los deseos imaginarios y los amores y empresas en quiebra.

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