lunes, 19 de febrero de 2018

El Consejo Nacional de Educación (CNED) rechazó tres asignaturas para la malla obligatoria de los estudiantes de tercero y cuarto medio. Entre ellas, Filosofía. Un panorama desolador para el "amor a la sabiduría" en un contexto en que escasea el peso del pensamiento y sobra la balanza indolente del funcionalismo. Todavía recuerdo con particular atención a aquella joven profesora de filosofía de la Media que, una vez, luego de exponer a Nietzsche como el "profeta del pensamiento contemporáneo", me sugería, por otro lado, buscar a un filósofo aún más influyente: Schopenhauer. Escribió su nombre al final del cuaderno a modo de recordatorio. O de firma indirecta. Una firma que confirmaría años después una improbable simpatía con los pensadores del pesimismo.

¿Qué pasará ahora con aquellos cabros que no tendrán la oportunidad de conocer ni a Nietzsche, ni a Schopenhauer, ni a Sartre y tantos otros, por culpa de una agenda cada vez menos filosófica y más utilitaria? ¿Qué será de sus vidas sin la oportunidad de conocer el nihilismo ni el derecho al asco existencial? Ni siquiera les será lícito el rigor de la lógica. Mucho menos la capacidad crítica para cuestionarse todo este vertedero. Más de alguno seguirá viendo en la filosofía una disciplina añeja, repleta de academicismos. Unos pocos seguirán, en cambio, la senda autodidacta, haciendo la ya clásica de Merlí: cagándose en los preceptos y formándose un criterio propio con lo que hay a la mano. Porque, después de todo, la cuestión seguirá siendo, -en una paráfrasis al poeta Holderlin, releído por Heidegger-: "¿Para qué filósofos en tiempos de miseria?".

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