viernes, 16 de febrero de 2018

Envío una serie de mensajes con cv a correos de colegios o institutos. Minutos después, me llegan un par de mensajes de vuelta. Sin haber visto la ventana del gmail, juro que esos mensajes corresponden a respuestas inmediatas a la solicitud de empleo. "Esta es la mía" me digo a mi mismo, por un momento. En ese lapso ya me pasaba las tremendas películas. Ya me imaginaba ejerciendo en una pega soñada, con goce de sueldo a conveniencia del trabajador, sin agobio laboral, con unos colegas piolas y unas colegas de ensueño, unos alumnos luminarias y, por sobre todo, sin exigencias extra curriculares más allá de lo que corresponde al propio ejercicio docente dentro de la maldita institución. Cuando voy a revisar los mensajes, me doy cuenta, en cambio, que se trataba solo de avisos automáticos de rebote, generados por inexistencia de correo de destino. Pues, esa, amigas y amigos, ha venido siendo más o menos la dinámica de la búsqueda de trabajo durante estos últimos días de vacaciones: una oferta imposible, un rebote eterno. Y una expectación ansiosa a toda prueba.

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